jueves, 3 de diciembre de 2009

Árboles


ESCENA XII - Personajes: Árbol 1 - Árbol 2 - (presumiblemente hayas, los dos) - Pájaro.

Árbol 1 y Árbol 2 (presumiblemente hayas) conversan acaloradamente al borde de un acantilado, en un sector reservado de la Costa Atlántica Bonaerense. A sus pies, la espuma salada lame las rocas con pronunciada lascividad, y entre sus follajes el viento filtra un perfume a yodo. Es el atardecer, y la desdibujada sombra de nuestros héroes llega hasta la superficie rugosa del Mar Argentino.

ÁRBOL 1: Qué viento, viejo, y qué océano tan ancho. Será por estas cosas que hay que plantarse más que nunca en la parcelita de tierra en la que nacimos, largar una buena mata de raíces y no moverse más, como se nos ha enseñado desde que éramos unos yuyitos acunados en macetas. Total, decime, vos que sos alto y de madera dura, ¿De qué nos perdemos? ¿De qué nos perdemos siendo árboles?

ÁRBOL 2: (con tono de fanfarria, si pudiera mirar al cielo, lo haría) ¿De qué nos perdemos siendo árboles? ¡Vos me estás cargando! ¡De nada! ¡De qué te vas a perder! Siendo árboles vemos más allá del horizonte, nos abandonamos a ese placer del viento narrador entre nuestras ramas, bebemos de las napas más dulces que corren bajo la hierba, escuchamos los ultrasonidos que nos llegan desde el lecho submarino, y sobre todo, sobre todo, nunca damos esas cosas que otros llaman "pasos en falso" y que en nuestro caso nos terminarían arrojando al mismo océano, como verás. No. Nosotros siempre seremos los vijías del mundo.

PÁJARO: (interviene sin que se lo solicite desde una rama, perteneciente no se sabe muy bien si a Árbol 1 o a Árbol 2 o a un tercero en discordia) ¡Parecen sabias tus palabras, oh gran árbol que hoy me cobijas de las tormentas del ancho mundo! Pero cuando el sol caiga habré de volar e irme, y aunque no te olvidaré, sabes bien que ya no he de volver. No más, amigo árbol, porque entre tanto mi vida se desvanece y tengo mucho aún por recorrer. Ruego al aire que me traiga vientos propicios para cruzar este gran mar, y sabré que al menos habré volado tan alto como para ver aquello que mis ojos no conocen.

Pájaro levanta vuelo y planea en dirección al mar, donde no se ve ni una isla emerger del gran manto de agua. Árbol 2 mira amenazadoramente a Árbol 1, y levanta las cejas como preguntando "y al pajarraco quién le dio vela en este entierro". A Árbol 1 le asalta de golpe este vertiginoso deseo de irse volando, pero todavía no dice nada. Se quedan callados y quietos, mirando el mar.

miércoles, 14 de octubre de 2009

¡Que la chupen!

Que la chupe Maradona. Que la chupe Toti Pasman. Que la chupe Tabarez. Que la chupe Lio Messi. Que la chupe Ronaldo. Que la chupe San Palermo. Que la chupe Riquelme. Que la chupe Buonanotte. Que la chupe Cholo Simeone. Que la chupe Sensini. Que la chupe Chamot. Que la chupe Tino Asprilla. Que la chupe Guardiola. Que la chupe Mariano Closs. Que la chupe Colorado Liberman. Que la chupe Gordo Bonadeo. Que la chupe Héctor Magnetto. Que la chupe D'Elia. Que la chupe De Angeli. Que la chupe Jorge Rafael Videla. Que la chupe Matilde Menéndez. Que la chupe Fujimori. Que la chupe(te) De La Rúa. Que la chupe Ahmadinejad. Que la chupe Dimtri Mevdedev. Que la chupe Michelle Obama. Que la chupe Zapatero. Que la chupe Amalia Granata. Que la chupe Adrián Suar. Que la chupe Carlos Sims. Que la chupe Rafa Nadal. Que la chupe Micheletti. Que la chupe Marta Minujín. Que la chupe Jennifer Aniston. Que la chupe Laura Pausini. Que la chupe Gary Kasparov. Que la chupe Indio Solari. Que la chupe Cumbio. Que la chupe Félix de Amador. Que la chupe Don Juan Manuel de Rosas. Que la chupe Piotr Ilich Tchaikovsky. Que la chupe Juana de Arco. Que la chupe Robespierre. Que la chupe Hegel. Que la chupe Torquemada. Que la chupe Santo Tomás de Aquino. Que la chupe Calígula. Que la chupe Adán y Eva.

Chupémosla todos. Pero por favor, que esta selección Argentina empiece a jugar al fútbol, la reconcha bien de su madre.

martes, 13 de octubre de 2009

26.522 - Un cuento de terror

Voy a exagerar, mi fiebre no es tan alta

Finalmente, la Ley Mordaza y Grillete de Control Absolutista, Totalitario e Inquisidor de Medios Klu Klux Klan quedó aprobada en el "Honorable" Senado de La Nación el pasado sábado 10 de octubre por la madrugada.

Una madrugada triste.

Una madrugada oscura y nefasta para la democracia, para la libertad de expresión, para las instituciones ciudadanas y para el diálogo entre compatriotas, ultrajados ya por tanto ánimo de confrontación, de litigio, de debate, de tanto atropello que insiste en dividir a los argentinos, que somos, ante todo, derechos y humanos.

Una forma lamentable de comenzar este fin de semana largo en el que nos preparábamos para disfrutar unas minivacaciones en la costa y para celebrar el día en que la civilización europea descubrió la salvaje e inhóspita América para poblarla de riqueza, de pax romana y de iglesias. De todo aquello que aún se nos quiere negar.

La Ley Mordaza y Grillete de Control Arbitrario, Déspota y Dictador de Medios Klu Klux Klan representa un auténtico paso atrás, un retroceso de diez, veinte, doscientos millones de años para quienes amamos este hermoso país que, bendecido por Dios - a juzgar por sus latifundios, la princesa Máxima y una población más bien tirando a blanca y/o caucásica - aún no puede levantar cabeza por culpa del revanchismo de una pareja de monarcas que quieren hacernos creer solo una parte de la historia.

Fue una larga sesión en la Cámara Baja, una sesión de falsos debates y varias infamias la que terminó perpetrando la embestida K al Congreso, a la Justicia, a la Constitución, a la independencia de poderes, a los emprendimientos individuales, al libre mercado, a la libertad de culto, a la bandera y la escarapela, a los próceres, a la patria.

Favorecidos por un parlamento ilegítimo que no nos representa, envalentonados por la sordera ante el claro mensaje que dejaron las urnas en las pasadas elecciones, asistidos por senadores tránsfugas y traidores que recibieron numerosos aprietes, amenazas, teléfonos pinchados y cocktails de bombas molotov, los K pudieron finalmente hacerse con el control total de los medios en la Argentina, por intermedio del cual atarán de manos y pies a todo aquel que quiera decir lo que ellos no quieran escuchar.

Como no escucharon al Rabino Bergman. No escucharon a Macri. No escucharon Mirtha Legrand. No escucharon ni a Botonelli ni a Siniestre.

Van por todo. Son insaciables. Quieren más.

Vivimos en una Argentina socialmente crispada que atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia.

Los alarmantes índices de pobreza e indigencia siguen disparándose a tasas filipinas; hoy en día la situación es tan grave que ya es corriente ver chicos castizos con gorra o capucha en las calles de Capital Federal, e incluso limpiavidrios y demás menesterosos.

La inseguridad llega a tal extremo que los delincuentes ya no hacen secuestros express, ni entran a robar countries, ni trafican autopartes, ni venden efedrina, sino que directamente salen a matar a tiros a cualquiera que salga de su casa.

La hiperinflación rampante que día a día se sufre en los comercios ya no puede disimularse por más manipulaciones corruptas de Moreno en el IndeK.

El flagelo del desempleo progresa mientras los sindicatos se dedican a politizar las factorías y sus líneas de producción fordistas.

El sector agrario está totalmente paralizado y se encuentra a punto de comenzar la importarción de ensalada de radicheta.

Las inversiones extranjeras prefieren recalar en países que se van para arriba como Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay, Haití, Belice y la Isla de Pascua.

Los piquetes solo generan caos y miedo todos los días y atentan contra el libre derecho a circular por rutas de peaje.

La pripe porcina y el dengue amenazan con exterminar a toda la población a través de una muerte lenta y cruel.

La selección de fútbol no sabe a qué juega, Messi no puede ni parar una pelota y estamos a punto de quedar afuera de Sudáfrica 2010, única alegría que le queda a la gente con cómo está el país en su bicentenario.

Marcelo Tinelli pierde rating.

El paco, etc.

En este contexto de ruina total, el ex presidente en funciones y su esposa nos siguen entreteniendo con cosas de poca importancia como Honduras, juicios a militares y la aprobación apurada - sin consenso - de la Ley Mordaza y Grillete de Control Tirano, Nazi y Autoritario de Medios Klu Klux Klan, que acerca a la Argentina cada vez más a Venezuela, Bolivia, Cuba, URRS, Vietnam, Irán, Afganistán, Al Quaeda, IRA, ETA, FARC, Congo Belga y otros.

A través de la nueva Autoridad de Aplicación consagrada en el artículo 14, entregarán licencias a amigos, parientes, conocidos, contratistas, artistas, sindicalistas, cooperativas, ONG's, organizaciones civiles y demás obsecuentes de diversa estirpe. Con la pauta publicitaria oficial, llenarán las arcas de aquellas voces dispuestas a hablar bien de ellos, al tiempo que desfinanciarán y asfixiarán al periodismo independiente que quiere decir la verdad. Aplicando el artículo 161, avasallarán derechos adquiridos, destruirán propiedad privada y desguazarán a los grandes multimedios del país, cuya única e inalienable función es auditar a los gobiernos para que hacerles llegar lo que la gente expresa en la docta mesa de café. Saldrán a secuestrar, matar y cobrar impuestos a periodistas, ensayistas, columnistas, lobbystas, oportunistas y a todo aquel que piense diferente.

Ya no podremos, por ejemplo, ver a Mauricio Macri exponer sus inagotables credenciales de cultura política, a Gabriela Michetti deleitar con su profundo conocimiento de la realidad circundante, a De Nárvaez dando cátedra con sus audaces propuestas, a Mirtha Legrand poniendo en aprietos a todos con sus preguntas como dentelladas, a Botonelli y Siniestre ilustrándonos con sus apasionantes entrevistas en TN, o a la crisis causando dos nuevas muertes. Todo desaparecerá.

Mientras tanto, Brasil organiza los juegos Olímpicos.

Mientras tanto, Chile va al mundial.

Mientras tanto, Uruguay crece.

Mientras tanto, Colombia sigue luchando contra la droga.

Mientras tanto, Honduras defiende la constitución.

Solo nosotros nos hundimos.

Todo gracias a la Ley Mordaza y Grillete de Control Stalinista, Sandinista y Chavista de Medios Klu Klux Klan.

A preparar las cacerolas, las alhajas y el miedo; nos vemos en Callao y Santa Fe.

martes, 29 de septiembre de 2009

Democratizadora ley de destrucción de medios K

¿Qué se encuentra en los medios sobre la Ley de Medios? Básicamente, desinformación.

Se habla mucho, demasiado. Se dice poco, nada.

Debemos sospechar, suponiendo que realmente nos interesa lo que pasa y lo que puede pasar a nuestro alrededor, de la información ausente, la que se retacea, se censura o no se publica en los medios de comunicación. Pero mucho más aún debemos - y no solo porque es más fácil - sospechar de aquella que de repente empieza a manar como un aluvión incesante, como un zumbido de sordomudo que se da manija a lo pavote sin más argumento que pronósticos agoreros o, también, coloridas promesas de edenes y encantamientos. No hay peor desinformación, y me sujeto con uñas y dientes a mi propia opinión, que el exceso de información que no sirve para nada.

Afortunadamente, el tema de la Ley de Radiodifusión se ha arraigado con fuerza en la agenda mediática, ya sea a causa de la infatuación de algunos o del espanto de otros, dados lógicamente por la relación directa entre las competencias del proyecto y las actividades que realizan estos algunos y estos otros. No es que no exista el debate, como acusa, frustrada en TN, la legisladora Patricia Bullrich; al contrario, hay un debate encendido, jugado de pasiones e intereses, que colma a toda hora el espectro audiovisual y los periódicos y los blogs y todo lo demás. Todos (los que aparecen en los medios) se pronuncian. Todos (los que aparecen en los medios) quieren decir algo al respecto. En principio, es casi para pellizcarse de incredulidad que este debate esté floreciendo y que no haya muerto antes de gatear, como tantas otras veces, en extemporales freezers guardados por lobbystas y operadores de diversa calaña. Hay que repetirlo a riesgo de caer en el cliché que trato de criticar: que ya de por sí se esté hablando de esto, y que ni el más aguerrido de los contreras se atreva a sostener que es mejor mantener la actual Ley 22.285, es un triunfo (no del gobierno, no de la democracia; un triunfo sin depositario, un triunfo puro).

Pero, como canta la canción, el debate hace bien tanto como hace mal. Y así como es legítimo celebrar que se hable y se hable coralmente de algo tan necesario y tan pendiente, también es legítimo cuestionar, sospechar (me gusta "sospechar" porque lo mío no es la fe ciega) acerca de qué se habla y qué se dice y qué se opina. En síntesis: cuál es el valor de servicio de todo lo que se informa sobre el proyecto. Un debate en el que todos hablan, todos se encienden y todos velan por sus intereses e ideologías, así como es a todas luces democrático y polifónico, solo puede generar confusión en el espectador cuando no está anclado a nada. Mejor dicho, cuando está anclado a la propia cruzada, al embanderamiento enamoradizo, al atrincheramiento en una posición irreductible que no se presume deba ser explicada. Mejor dicho aún, cuando está anclado, tan solo, a símbolos.

Lo que se está sacando a relucir en el debate sobre la Ley de Medios consiste, a mi entender, en una suerte de pautado guión discursivo que varía diametralmente según el "bando" en el que unos y otros actores militen, según quién pague sueldo o sobresueldo, según de dónde llueva la pauta publicitaria o la dádiva de turno. He aquí el problema de la mayoría de las cuestiones políticas importantes - y la ley de medios es, como ninguna, una cuestión importante - que se debaten en la democracia televisada, esta especie de batalla naval cuyas coordenadas son verbos y símbolos: el problema es que terminamos arrancándonos los pelos y los ojos en torno a significantes comodines, vacíos e inútiles (tales como "libertad de expresión", "derechos humanos", "democracia", "dictadura", "pluralidad de voces", "K") pero a nadie (o a pocos) se le ocurre leer textualmente un mísero artículo de la ley al aire y discutir a fondo - durante días y bajo muchas luces - sus implicancias, sus eventuales resultados, su justicia o injusticia, algo que haga a la "educación" del oyente, el tan mentado "ciudadano común" que, porque no le queda otra, habla siempre por boca de ganso. El ganso es los medios.

¿Cuán exasperante puede llegar a ser un debate cuando la dichosa ley es llamada de maneras tan irreconciliables como "Ley de control de medios K", "Ley de destrucción de medios", "Ley de Radio Defunción" (los que están en contra) y "Ley de medios para todos", "Ley anti-monopolio" o "Ley de medios democráticos" (los que están a favor)? En última instancia, se ve a leguas que hasta la forma de nominar las cosas (los sustantivos) responde a interpretaciones libres pero interesadas que nunca aparecen cabalmente argumentadas y se quieren hacer pasar por llana información. Ese es, por llamarlo de alguna manera, el drama de significación del debate sobre la ley: no es aberrante o condenable que haya posiciones tomadas a favor o en contra (nunca podría serlo), pero se cae en la manipulación - incluso en la llana mentira - cuando ninguno de los que hablan y hablan y repiten y repiten conceptos como si fueran verdades reveladas tiene la suficiente honestidad como para blanquear esas posiciones y justificarlas con la letra de ley.

Clarín bombardea con institucionales autocompasivos y mete zócalos en TN sobre la "Ley de Medios K" (la "K" te mata). Sus empleados (casi tirando más bien a "empapelados") se refieren a la "mordaza" al periodismo, a los cercenamientos de la "libertad de expresión" y a la amenaza inminente de los "derechos adquiridos". Morales Solá especula desde el llano y desde su columna en La Nación con la creación de un holding mediático propiedad de los Kirchner que vendría a reemplazar un monopolio por otro, al tiempo que denuncia el desguace de los grupos mediáticos actuales con el non-sancto objetivo de someter a los periodistas al ya tópico "estilo autoritario K". Cuando no se compara el proyecto con las políticas de Hugo Chávez o Evo Morales (viles demonios), gente como Vila lo hace nada menos que con la última dictadura militar. Macri y Cobos se ponen la camiseta y acusan al gobierno de atropellar la sanción de la ley con un congreso que "no es el que eligió el pueblo en las últimas elecciones"; no dudan en hablar de "improvisación" cuando la ley recibe cambios en una de las cámaras y acusan a ciertos bloques de diputados (como el Socialismo) de "venderse" y "traicionar a sus votantes" cuando, luego de lograr algunos cambios explícitamente solicitados por ellos mismos, votan a favor de la ley. Ninguna de estas espectaculares acusaciones, conspiraciones y escenarios apocalípticos aparecen jamás respaldados con la cita de algún artículo concreto, con número, apartado e inciso, de la letra de la ley. No aparece el artículo que demuestre ni la mordaza, ni el ataque a la libertad de expresión, ni la coima ni nada de nada de lo que sostienen.

Del otro lado la retórica no necesariamente resulta más servicial. En Radio Nacional, ATC y Página 12 (escenarios de los discursos con una mayor militancia - esa es la palabra - a favor de la ley) se asume que el nuevo proyecto es poco menos que la panacea simplemente porque la actual ley es un decreto promulgado por una dictadura genocida (obviando que algunos de los mayores defectos de la regulación vigente fueron introducidos en democracia). Frente a las acusaciones de la oposición, se limitan a burlarse de Macri o Cobos (blanco fácil si los hay), hablan de gorilismo, de que es todo mentira y que hay que tomarlo como de quien viene, o sea, Grupo Clarín. Ninguna de estas celebraciones exaltadas de alegría y esperanzas aparecen solventadas por alguna cita de la ley que despeje dudas. Unos y otros declaran para su tribuna de fieles convencidos, dejando información clave y útil que podría convencer a muchos más flotando en una nebulosa.

En esencia, tenemos una especie de duelo de simbolos en medio de una problemática que de simbólica - incurriré en un marxismo algo ortodoxo - tiene poco y nada (siempre están la tajada grande y la tajada chica y la no tajada detrás). La ley es democrática o no es democrática. La ley fomenta la libertad de expresión o atenta contra ella. La ley desmantela monopolios o los reemplaza por otros aún más siniestros. La ley está hecha a imagen y semejanza de las potencias europeas o a imagen y semejanza de Venezuela y Cuba. La ley es de todo un pueblo o de los nefastísimos "K". Y así sucesivamente. Quien haya podido leer el proyecto de ley y tenga un mínimo de conocimiento técnico sobre las cuestiones que en ella se dirimen tienen los elementos para, con esfuerzo, superar estas engañosas dicotomías y decidir con cierto conocimiento de causa de qué lado está la razón, a quién le creen más y a quiénes menos (cosa que personalmente ya hice). Pero el ya mencionado "ciudadano medio", que nunca va a leer la ley entera pero irónicamente es a quien más le compete todo lo que está en juego, no tiene nada en claro y nadie le explica nada. En cambio, se le ofrecen slogans atractivamente marketeados como quien anda vendiendo puerta por puerta. Así, no tiene a qué aferrarse más allá de la simpatía o el grado de identificación que le produzan Mirtha Legrand o Sandra Russo; Joaquín Morales Solá o Victor Hugo Morales (cada uno con su moral, permítaseme el oportuno chiste malo); Macri o Cristina; Merkel o Chávez.

Los buenos y los malos. Los malos y los buenos.

Con esta introducción me propongo dar inicio a un ciclo de posteos acerca del nuevo proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (tal es su título, escasamente aludido) en donde intentaré, con lo que tengo a mano (entre otras cosas, el texto completo del proyecto), reflexionar sobre lo que se dice en los medios sobre la ley y lo que la ley dice sobre (los futuros) medios. Es bueno que haya un debate; esto es lo que, desde mi lugar, puedo y quiero aportar en este momento tan importante de la vida democrática argentina. Naturalmente, esto también es una invitación implícita a quien lea para contrastar con su propios puntos de vista a riesgo de que, en un intento por aclarar un poco las cosas, terminemos embrollándonos cada vez más.

Que es lo que siempre termina pasando.

Cáncer

Labios rojos. Curvas perfectas. Miradas de papel tapiz. Musas de grandes diseñadores y pasatiempo de miles de hombres aficionados al estupro mental. Favorecidas por la sutil combinatoria genética y por casi todos los cánones estéticos socialmente impuestos. Bijouterie de los orfebres de la iluminación eléctrica, del prosaico arte del copy-paste. Mutantes plásticos, sumisos a las reformas de la postproducción informática y otros anestesiantes certeros. Rehenes de una pátina higiénica como toda mediación posible. Inmaculadas militantes del vaticano trashumante de la moda. Sumergidas en un formol de momentáneo xenón ya ni defecan, ni orinan, ni respiran el aire enfermizo. Derrotadas, fulminadas bajo un meticuloso bronceado y un brillo cadavérico. Sometidas al imbécil congelador fotográfico y su mordaza. Repeticiones pixeladas de nada. Codificaciones o eslabones de una red criminal de castidad.

Cómo ansío tus muslos en los míos, pegoteados y saludables, y tu boca desbordándose como un panal destrozado, como gelatina.

jueves, 26 de marzo de 2009

Really happening

15 step - airbag - there there - all i need - kid a - karma police - nude - weird fishes / arpeggi - the national anthem - the gloaming - no surprises - pyramid song - street spirit (fade out) - jigsaw falling into place - idioteque - bodysnatchers - how to disappear completely [BIS] videotape - paranoid android - house of cards - reckoner - planet telex [BIS] go slowly - 2+2=5 - everything in its right place - creep.


En determinado momento de Idioteque, Thom Yorke declama con elocuencia que "this is really happening"; dos canciones más tarde, en How To Disappear Completely, se despacha con una frase similar, pero al revés: "this isn't happening". Con toda probabilidad, no hay contradicción más clarividente - más sincera - para desentrañar con el lenguaje lo que se pudo haber sentido en el Club Ciudad de Buenos Aires la noche del último feriado, cuando Radiohead por fin se presentó en Argentina por única vez.

Porque ¿Cuántas veces nos habremos detenido, sumidos en la vorágine de un apretujamiento de nervios y transpiración, a caer en que sí, esto "realmente está sucediendo"? ¿Y cuántas más nos habremos quedado mudos, convencidos de que - más allá de toda evidencia - la irrealidad prevalecía triunfal? Y así, canción tras canción hasta que, sin advertirlo (por estar en las nubes), las dos horas se pasaran volando con el inconfundible regusto de lo efímero, lo inaprensible, o quizás lo onírico.

¿Demasiado aspaviento para un espectáculo de música y luces? Tal vez, pero hay que entenderlo en perspectiva: luego de años oyendo estas canciones en cinta, CD, mp3, streaming o el soporte que sea; luego de años escuchándolas en habitaciones vacías, bares concurridos, trenes repletos o autos varados en el tránsito; luego de años incorporándolas a la memoria, a la piel, haciéndolas símbolos o usándolas de señaladores para las páginas de nuestras vidas, de nuestras secretas elucubraciones mentales... Luego de todo eso, es muy difícil creerse la corporalidad brutal de la banda en vivo. No es tan sencillo como pareciera aceptar que los flacos están ahí y están tocando. Que no es que otra vez le dimos "play" a algo y nos pusimos, como de costumbre, a ensoñar.

Mi hipótesis, no obstante, es que a pesar de la borrachera y la resaca, Radiohead realmente pasó en el Club Ciudad. Que un tímido pero expresivo Thom Yorke, un circunspecto Jonny Greenwood, un afable Ed O'Brien, un sobrio Phil Selway y un entusiasmadísimo Colin Greenwood pasaron en el Club Ciudad. Y que dieron un show desbordante, intenso, de esos que no estamos acostumbrados a presenciar. Un show que amén del profesionalismo impecable (luces impecables, sonido impecable, performance impecable) trascendió el mero circo para convertirse en un genuino ritual, capaz de lo sumamente vandálico (2+2=5, sobre el final) como de lo solitario e íntimo (Pyramid Song, y un nudo en la garganta).

Pero la inteligencia del setlist no se agotó en su ancho abanico de emociones. Haber interpretado In Rainbows casi en su totalidad sirvió para confirmar en carne viva sus credenciales de álbum clásico. Weird Fishes, con sus intoxicantes arpegios a todo volumen, se logró inmisucir como un viejo hit; Jigsaw Falling Into Place, esa obra maestra del crescendo y el no dar respiro, dinamitó todo con una virulenta versión eléctrica que bien pudo haber aniquilado a su público; Reckoner directamente fue como un himno. El único signo de debilidad lo aportó Nude, una canción vieja en la peor connotación de la palabra, una parodia apenas maquillada por sus lujosos colchones de cuerdas y la fenomenal performance vocal de Yorke (y su voz de sirena en un naufragio).

Otro acierto relevante fue la inclusión de un puñado de arreglos alternativos entre tanto calco de estudio, sobre todo en los números más electrónicos del recurrente Kid A y Hail To The Thief, como la embrujadísima The Gloaming ("genie let out of the bottle, it is now the witching hour"), una monstruosa The National Anthem con el escenario prendiéndose fuego y la excelente versión neo-fiestera de Everything In Its Right Place (introducida con un pequeño homenaje de Thom a Tim Buckley y Song To The Siren) con su extensa coda llena de clicks y beeps y cositas funky ante las cuales era improbable mantener el cuerpo estático.

El segmento bajonero de rigor estuvo capitaneado por esa sobrecogedora oda a la muerte que es Pyramid Song, que con su elegante piano a lo Satie, su psicodelia y sus guitarras tocadas como cellos fue el único, y oportuno, giño al olvidado Amnesiac. Complementaron una versión algo plana de No Surprises y la sorpresiva inclusión de su análoga Go Slowly, un tema del disco bonus In Rainbows que amenaza todo el tiempo con reventar sin hacerlo nunca. La depresiva in-extremis How To Disappear Completely, fue tocada expresamente (O'Brien dixit) para homenajear a los 30.000 desaparecidos del PRN en el feriado del 24 de marzo, gesto que fusionó de manera brillante la correccion política clásica con el humor negro.

El Radiohead más guitarrero también se sumó a la deliciosa marea de contrastes, aunque el legendario The Bends fue escasamente revisitado. En compensación, se presentó quizás el tema más emotivo de aquel álbum, la desolada Street Spirit, mientras que Planet Telex, con su tremolo a lo How Soon Is Now?, fue una grotesca medusa de distorsión pegoteándose a los oídos. Otros momentos bien al palo fueron otorgados por el infravalorado Hail To The Thief (el final de There There y 2+2=5 provocaron la absoluta apoteosis del público) y la ubérrima Paranoid Android, el momento clave; el momento en el que muchos de los presentes nos apiolamos de que todo esto estaba "really happening".

La frutilla del postre fue, inesperadamente o no tanto, Creep, aquel hit maldito de Pablo Honey al que se le da más prensa (positiva y negativa) de la que merece. Una canción adolescente, sólida como cualquier otra, ostensiblemente manoteada del clásico de Phil Everly y The Hollies The Air That I Breathe y llevada a la inmortalidad por esos paranoides eructos eléctricos de Jonny Greenwood. La respuesta de amor y odio que genera en los fans hace que su inclusión no pueda escapar a los comentarios y bisbiseos. Luego de años de repudio por parte de propia la banda, la aparición de Creep puede ser leida de múltiples maneras: una señal de pura y llana hipocresía; una reconciliación con las raíces; una crítica implícita al snobismo que la banda abrazó con discos como Kid A; una ironía apenas disfrazada; una pequeña concesión a la nostalgia por ser este el primer tour en Sudamérica; o cualquier cosa.

Poco importa después de todo, ya que el final-final, con Yorke en primer plano, cantando casi a cappella las siempre resonantes "What the hell I'm doing here, I don't belong here" y el público coreando a todo pulmón, fue un epílogo más que apropiado para uno de los mejores conciertos de rock que jamás se hayan visto en Buenos Aires.

BONUS:

LAS ENTRADAS: carííííísimas, nos vieron la cara, pero ya fue.
EL LUGAR: medio choto, pero así suelen ser los festivales, qué se le va hacer.
LA GENTE: quilombera, empujones, forcejeos, desmayos, paquetes masculinos en mi culo, encima varios filmando como boludos con las camaritas y celulares, pero bue.
KRAFTWERK: muy groso, especialmente Radioactivity.
LA PORTUARIA: muy groso también, qué se yo.

Se nota que me chupa todo un huevo después del flor de recital que se mandó Radiohead ¿no?

lunes, 9 de febrero de 2009

Vida o muerte

Cada vez que salen a la luz casos de eutanasia como el de Eluana Englaro – la italiana que vivió 17 años en coma irreversible hasta que le desconectaron la alimentación artificial – las pasiones humanas se ven azuzadas de tal manera que casi nadie puede o quiere permanecer indiferente ante los hechos. Hechos que, por lo general, le ocurren a gente anónima, gente desconocida, gente que muchas veces vive a miles de kilómetros, en otros países o continentes. Hechos que, además, no son más que coletazos de acontecimientos olvidados: accidentes, tragedias de hace diez o veinte años que ya nadie tiene presentes y cuyas consecuencias a nadie afectan (exceptuando, claro está, a los familiares de las víctimas). En suma: hechos que, tristes como son, pertenecen al ámbito estricto de lo privado.

Con todo, ante el anuncio público de una eventual eutanasia, algo explota. De pronto los medios del mundo comienzan a publicar fotos sonrientes de la persona (¿la llamamos víctima? ¿la llamamos sobreviviente? ¿la llamamos algo?) en sus portadas. Los políticos se ven irresitiblemente movidos a pronunciarse - y actuar - con una vehemencia que desafía cualquier razón (lo de Berlusconi declarando que Eluana podría tener un hijo es maravilloso), para ser insultados como parias y aplaudidos como héroes. La iglesia, por su parte, se lanza a proferir advertencias y tampoco sus dichos caen en saco roto; conmueven o resienten profundamente a quien las reciba. Gente “equis” que hasta hace poco nada sabía - y que probablemente siga sin saber - del tema se aglomera en las puertas de alguna clínica encendiendo velas, desplegando pancartas e improvisando martirios (tales como bloquear el paso de una ambulancia). A todo esto, los familiares que resolvieron, con el aval de la justicia, la desconexión de respiradores y sondas sienten de golpe que el mundo los señala con el índice, aprobándolos y condenándolos por partes iguales, casi sin medias tintas. El hecho en principio lejano, privado, anónimo, de repente ha conmovido una fibra colectiva irrefrenable; y sin proponérselo en absoluto – porque ya tiene bastante – calienta el caldo para el más variopinto guiso de dogmas y fanatismos.

No es para menos: despues de todo la persona, esa persona sonriente y viva que nos mira desde diarios y revistas, va a morir. Y no solo eso, sino que va a morir asesinada. ¿Quién puede mantenerse ajeno?

Uno de los aspectos más perturbadores de este tipo de debates – y acá cuentan también los que versan sobre el aborto o el suicidio – es cómo siempre acaban planteándose en términos de “vida” versus “muerte”, como si se tratara de un superclásico del domingo. La postura a adoptar no es a favor o en contra de la eutanasia: es a favor o en contra de “la vida” y a favor o en contra de “la muerte”. Claro que sin obviar las sutilezas semánticas de rigor: los que dicen bancar a “la vida” acusarán a sus antagonistas de apoyar a “la muerte”. Los que apoyan a “la muerte" replicarán, con un poco más de ayuda del léxico, que en realidad están a favor de “la muerte digna” y acusarán a sus oponenetes de defender “la vida en condiciones indignas”. Lo que comienza como una discusión sobre un procedimiento clínico concreto (mantener, o no, viva a una persona con mecanismos artificiales) termina jugándose en un terreno tan abstracto que se hace insoluble, quimérico. Y aún así, ambos términos están tan arraigados en nuestra cultura simbólica que son pocas las personas que se toman un minuto para extrañarse de su propio discurso y preguntarse: ¿Existe acaso algo más tenebrosamente ridículo que pronunciarse a favor o en contra de la vida y de la muerte?

Esta aparatosa danza de significantes vacíos, la utilización de “la vida” y “la muerte” como palabras-comodines que se llenan con el sentido que la ideología disponga, no responde simplemente a una manipulación intencional del lenguaje. Hay algo estructural, mucho más problemático, obrando en los entretelones de casos como el de Eluana: y eso es, sin más, el pensamiento que concibe la vida y la muerte como opuestos. Esta falsa antinomia, esta nefasta y horrenda antinomia sigue siendo - a pesar del racionalismo y el iluminismo y el secularismo y toda esa inútil parafernalia moderna - el molde del que se extrae buena parte de la cosmovisión occidental.

La vida y la muerte son inseparables. Son lo mismo. No existe, no es concebible, no es pensable la una sin la otra. Solo aspira a morir quien está vivo; solo vive quien aspira a morir. La vida es un proceso bioquímico que, al realizarse, no tiene otra opción que destruirse a sí mismo y a otras vidas, cumpliendo así su ciclo para dar comienzo a otros nuevos. ¿Cómo? Tomemos el ejemplo de la cadena alimenticia: ¿De qué nos alimentamos? De seres vivos - lechugas, peces, vacas - que, para cumplir con la burocracia nutritiva, deben previamente pasar por el trámite de morir (o incluso abortar la procreación como ocurre con las frutas y las semillas). En síntesis; nos alimentamos de muerte, de vida, para seguir viviendo. Si preferimos un abordaje menos prosaico, aunque análogo, entonces digamos que la muerte no niega la vida sino que la reafirma y le da valor. Solo ante la muerte podemos observar, con plena certeza y más que nunca, que eso que se está completando es vida y no algún fenómeno monstruoso. Y es solo ante la perspectiva de la propia muerte - algún día, viejos, enfermos o estrolados contra una vidriera - que podemos argumentar que nuestra vida tiene algún valor (de igual forma que el placer sexual se disfruta por su condición efímera; quien lograra provocar un orgasmo perpetuo podría jactarse de haber inventado la más siniestra de las torturas).

Cuando, guiados por alguna retorcida superstición, pretendemos separar de la vida la naturaleza de la muerte, aislándola como si fuera una cosa diferente y negadora, ésta se transforma en un fantasma pútrido, incomprensible, terrorífico, como bien lo caracteriza Settembrini en La Montaña Mágica. Y ese concepto puramente negativo de la muerte, que la asocia con imaginería macabra y colores oscuros, es el que lleva a estos enfrentamientos increíbles en los que se elige entre estar a favor de la vida o de la muerte, armando bandos de cruzados que se descalifican mutuamente, con todo el pathos que el protocolo de la imbecilidad exige.

Lo profundamente irónico es que esta deplorable concepción de la vida y la muerte como antónimos se inspira tanto en la religión como en el secularismo moderno. Son el Antiguo Testamento y el Evangelio los que introducen con fuerza esta idea extravagante de la “salvación”, de salvarse y salvarnos. ¿Salvarnos de qué? De la muerte, claro, socia por excelencia el pecado original. ¿Qué logró Jesús al resucitar sino hacernos zafar de la muerte? Es a partir de la mitología bíblica que toda una civilización entendió, sin más, que la muerte, esa especie de enemigo, de terror, era algo de lo que debíamos - o debemos aún - ser salvados. Lo interesante es que, una vez derrotada, la muerte quedaba reducida a nada, a un mero boquete en la eternidad. Es por eso que en la Edad Media, momento histórico asociado al mayor oscurantismo religioso, la muerte biológica ya no tenía mala reputación; después de todo, era el momento en el que por fin se abandonaba este Valle de Lágrimas para retozar eternamente en la gracia divina. Nuestros antepasados de la Edad Media - cuyos carnavales celebraban el nacimiento, el sexo y la muerte como una misma cosa - hubieran llorado de la risa de solo pensar en mantener viva a una persona a través de tubos y sondas.

Es con el advenimiento de la igualmente extravagante idea de “progreso” que la ecuación de la muerte vuelve a oscurecerse. Dado que por intermedio de la industria y las artes la plenitud puede alcanzarse físicamente, aquí y ahora, en este mismo mundo, la degradación de la muerte se convierte en un soberano insulto a la humanidad. Y esta vez, iluminismo mediante, ya no hay Reino de los Cielos que valga. La Iglesia sigue proclamando la salvación, pero los tiempos que corren ya no le creen. ¿Qué mejor demostración que la propia postura de la Iglesia sobre la eutanasia? Le parece más piadoso mantener artificialmente con vida a alguien que debería haber muerto hace rato, que dejarlo cruzar el umbral y llegar hasta Dios. A pesar de amparar su postura en una supuesta “sacralidad de la vida”, la Iglesia parece tenerle demasiada fe a la medicina, y muy poca a sus buenas noticias de felicidad eterna.

¿Qué estoy queriendo probar con toda esta disgresión? ¿Que es absurdo llorar seres queridos que fallecen? ¿Que no es tan terrible pegarle un tiro a cualquiera en la cabeza? No. Solamente procuro resaltar la bestialidad de algunos discursos que se dieron con respecto al caso de Eluana Englaro. Hacía diecisiete años que sobrevivía como un conjunto de funciones sin conciencia de sí, sin esperanza alguna de recobrarla; ¿Qué extraño sentido de la compasión quiere ver vivir a toda costa a alguien en ese estado? ¿Qué tan infame puede ser que una colección de tejidos alimentados por electricidad y fármacos se deslice de a poco a su anhelada, a su prometida muerte? ¿De dónde viene ese fanatismo que carga contra un padre que simplemente hizo lo que creyó adecuado, después de esperar en vano diecisiete años? ¿Qué tan terrible, qué tan doloroso, qué tan malo puede ser morir en estas circunstancias?