sábado, 30 de diciembre de 2006

Fantasmas del 2006

Noticia preliminar: No, esto no es exactamente un balance del 2006. El año nuevo es sólo un punto de partida para un par de reflexiones que empiezan en cualquier parte y terminan en cualquier parte, como toda reflexión que se precie de tal.


Dos mil seis. Será recordado, entre otras cosas, como un año oscuro para dictadores y ex-dictadores alrededor del mundo. Si no me creen, sólo aprecien qué ilustre xenotafio: Alfredo Stroessner, Augusto Pinochet, Slobodan Milosevic, Sadam Husein (este último, fiambre fresquito de nochevieja). Todos muertos de una vez y para siempre en el mismo año. ¡Ah! Y no deberíamos olvidar a uno que, si bien no logró completar la faena, ya ha comenzado a hacer las valijas: Fidel Castro. No le faltará mucho, y lo sabe, para unirse al selecto foro de tiranos difuntos.

Resulta llanamente fascinante atestiguar las pasiones que centrifugan estos personajes, esos tironeos de amor y odio que rasgan las vestiduras de sus cadáveres. Y nada mejor que esta hermosa colección de funerales para demostrar cuán caricaturescos son los discursos ideológicos alrededor el mundo. La ideología, entendida ya como una etiqueta que la gente se cuelga del cuello, y que pesa como un ancla que no deja pensar. El año que, marchito, se acaba de ir es pródigo en ejemplos.

En Chile, Pinochet fue el "Tirano Asesino" y el "Salvador de la Patria" simultáneamente. Lo único que quedó nuevamente probado a raíz del debate sobre su muerte es que los tan mentados derechos humanos no son, ni mucho menos, demasiado importantes para nadie. Queda claro, a la luz de los discursos que suelen escucharse, que si su violación se realiza en pos de ciertos valores que sostenemos como adecuados, está todo bien. Y parece que sí, que Pinochet habrá derrocado un gobierno legítimo, habrá torturado a un par, a otros los habrá arrojado desde aviones al mar, pero era el precio que se debía pagar por un Chile moderno, libre del yugo marxista. En otras palabras: si la noble meta es la consolidación del libre mercado frente a otras alternativas menos buenas (o bien, directamente, malvadas), entonces bienvenidas sean las picanas y las urnas bien guardadas. Son cosas que pasan; en todo caso excesos, desajustes que nada importan frente a la grandeza de, en este caso, un Chile del Primer Mundo.

Naturalmente, están en la vereda opuesta quienes desde pancartas y asociaciones claman priorizar la defensa de los derechos humanos. Pero quién les cree. Son los mismos que idolatran a Castro, a pesar de que en Cuba están todos manipulados, sin la opción de salir de su país, sin libertad siquiera para opinar en contra del régimen y sometidos a un refrito berreta de discursos oficiales como única fuente de información sobre el mundo. Contaremos también, por qué no hacerlo, las grandes cantidades de balseros muertos y disidentes fusilados sólo por ciertas rebeldías inofensivas. Entonces qué. Y bueno; todo bien, porque de todos modos en Cuba nadie se muere de hambre y todos tienen por lo menos un techo. Para qué tienen que irse. Para qué tienen que pensar u opinar sobre nada. Y en cuanto a los fusilados, es parte de toda revolución. En Cuba los derechos humanos tienen sobrados motivos para suspenderse también.

Importa la causa. Importa si se defiende al mercado y las libertades individuales o si, por el contrario, se prioriza el bienestar social de todos los ciudadanos. Parecen ser dos cosas cien por cien opuestas, como sectas entre las que uno debe elegir sin medias tintas. Y si defender la causa implicase en cierto momento matar y torturar a algunos adictos al desacato, o a quien simplemente se vea medio raro, pues avanti. Los derechos humanos pasan a ser sólo una retórica para defender un sistema o, mejor dicho, la idealización burda de un sistema. Pero nadie se lo cree en serio.

Lo que molesta es que este tipo de fundamentalismos está constantemente alimentado por los medios informativos, quienes en vez de tratar de encontrar un denominador común a cada tema, se empachan polarizando los discursos de todos los sectores al mejor estilo de estar con nosotros o estar con ellos. Entonces Pinochet no puede ser otra cosa que un santo o un demonio. Vende. Es un discurso que vende bien. Y a la histeria de la gente, incandescente, los medios le tiran cualquier cantidad de gasolina. Que arda.

Así florecen por todas partes ejemplos increíblemente ridículos de polarización. Algunos de parte de la izquierda, como que Sadam Husein de pronto es poco menos que un beato sólo porque quien lo manda a matar es el luzbelito de Bush. Si uno es el demonio, el otro ha de ser la Madre Teresa. Lógico. Análogos discursos se leen en quienes defienden que Irán jamás podría ser sospechado de pergeñar el atentado a la AMIA, ya que si son enemigos del malvado EEUU, es porque deben ser más buenos que el pan. Debe ser todo una vulgar operación de persecución imperialista. Sólo faltaría establecer que si de pronto sí instigaron la voladura de la mutual judía, alguna buena razón habrán tenido.

Y sobre la derecha no hace falta cavar muchos pozos. Desde la teoría de los dos demonios hasta disyunciones tales como "o están con nosotros o con los terroristas" y "eje del mal", queda claro que si una materia han aprobado con sobresaliente, ha sido la de plantar falsas dicotomías por todas partes con un lustroso sentido del maniqueísmo.

Dos mil seis vio la partida de otros personajes ilustres absolutamente relacionados con los anteriores tales como el ex Mr. President Gerald Ford y el celebérrimo economista Milton Friedman. Relacionados porque ambos de alguna manera contribuyeron a apadrinar la cobarde bravuconada militar en el sur; uno desde la logística y la política, el otro desde la ideología. Gerald Ford patrocinó con meticuloso entusiasmo todo tipo de gobiernos genocidas en todas partes de América con tal de que combatieran ideas raras como el comunismo. Por su parte, Friedman fue, junto a Hayek, el principal instigador de las ideas neoliberales, en tiempos lejanos en los que todavía era harto impopular ensayar discursos contra el estado de bienestar. En este sentido cabe recordar que el régimen de Pinochet fue, económicamente hablando, la gran prueba piloto del neoliberalismo a nivel mundial, comenzada diez años antes que las primeras políticas de desguace estatal y liberalización financiera de Thatcher y Reagan. Para estas gentes la democracia era claramente un escollo; desmantelar el estado de bienestar sería tan impopular que no cabía otra que anular cualquier oposición de las masas. En este contexto queda muy, pero muy claro, por qué había vía libre para derrocar, torturar y hacer desaparecer. Había objetivos muy definidos para un nuevo mundo neoliberal.

El mundo neoliberal sigue adelante, y ya es normal que en cualquier parte del mundo algunos, muchos, se mueran de hambre porque sí, o porque de repente a los grandes negocios que mueven el mundo no les compete. Ahí tampoco hay mucho derecho humano que tenga demasiada importancia, pero ¿Quién podría escandalizarse? Desde sus mismos orígenes la doctrina neoliberal reconoce que la justicia social no es su objetivo.

El mundo neoliberal sigue adelante, pero muchos de sus fantasmas han empezado a sucumbir. ¿Muerto el perro se acaba la rabia? Difícil aferrarse a una esperanza, pero queda un 2007 entero para ver cómo sigue la cosa esta en donde vivimos.

jueves, 7 de diciembre de 2006

kibet, et melisantropos

tiempo bajo tu nombre se esconde como una estalagtita bajo las uñas que quieren desear un café indonesio escurriéndose como esclavos árabes sobre los sobres anteriores a los tiempos en que todos los desiertos del mundo intentaban comprender el arte de lo mas novedoso que crearon los monjes inteligentemente preparados como piletones de hierro fundido esgrimiendo mil ventanas dichas por la noble palabra de un rufían arquetípico y no se escapa a la magia vil mentirosa de un soldado epicúreo bordando su propia letanía como un fantasma en miniatura lograría acobardar al más austral de los sextetos polares que intuyen su delicada situación como una sabiduría impregnada con un silogismo racial que se pudre incluido en una especie de sombra brutal que firma con tu nombre y jamás acompaña las fábulas que empiezan por tu abuelo cuyos hijos mas acostumbrados a las férreas tormentas de monosílabos y van surgiendo sobre el monte acuático esperanzado en una estrella que alguien vio por las dudas esperando tu hombre y cada tanto asomándose al mundo insuficiente de las crisálidas robustas que regulan la economía matriz de un sueño unívoco soñado por los más cálidos trópicos que insisten en guardar recato ante la mirada impávida de un guardián helicoidal y esperan debajo de un calor impresentable y comienzan por el buen fuego que quiere ser traidor a sus propias raices donde los prismas de Rosaura decantan en tímidas palanganas y entonces tiene que llegar el momento en el que aparezca una coma
, (coma)

martes, 28 de noviembre de 2006

Las diagonales del balompié

Noticia preliminar: Ayer se suspendió Racing - San Lorenzo debido a un nuevo piquete de hinchas, seguidores fervientes de la cátedra gualeguaychuense de Armas Tomar. El pueblo es, en definitiva, el que tiene que manejar las cosas. Pero ¿Es realmente el pueblo? ¿Los barrabravas? ¿Grondona dando un empujoncito? ¿Los del equipo contrario? ¿Los de la TV? ¿Los de los clubes europeos? Quién es quién. Dónde y cuándo. Con toda esta bosta, ¿A alguien le sigue importando el balompié?

El fútbol es primariamente un juego y, como suele ocurrir con los juegos, tiene sus reglas (y sus trampas). No es que sean reglas demasiado complejas. Veintidós hombres (o mujeres) divididos en dos equipos iguales remontan el césped tras un único cuerpo esférico, intentando encapsularlo bajo las redes de dos arcos durante noventa minutos. Y así, los veintidós hombres, se divierten, en teoría. Quizás sea simplificar demasiado, pero convendremos que no hay mucho más secreto en todo el asunto. Tan sencillo es, que el momento cumbre del juego está representado por el segundo monosílabo universal más aclamado después de “Dios”. El celebérrimo “gol”.

Pero toda sencillez siempre esconde algo de engañoso. En su sencillez, el fútbol, por ejemplo, ha sabido perfilarse como un juego lo suficientemente atractivo como para que, además de jugarlo, también sea viable asistir a él como espectador. Es que a las personas les gusta jugar al fútbol, lógico, pero también les gusta ver fútbol. Porque algunos juegan mejor que otros. Y qué mejor para los amantes del fútbol de todo el planeta que admirar a los que saben. El habilidoso del fútbol es, en rigor, mucho más que un alguien que quiere colgar el balón del ángulo para divertirse un rato: es un artista, un mago, un ilusionista. Entonces se hace viable levantar gradas alrededor de los campos de juego, para que otras personas se sienten cómodamente a seguir las alternativas de un encuentro mientras comen unos bizcochitos. Se hace incluso más viable apostar legiones de fotógrafos armados con intimidantes teleobjetivos a las orillas de las canchas, y gastar en costosas cámaras de TV para retransmitir cada movimiento al éter de la pantalla chica. Es un entretenimiento tan legítimo y universal como el cine, el teatro o la música. La gente mira fútbol, consume fútbol, compra fútbol. Hay demanda. Y el fútbol entonces puede venderse, como arte y como espectáculo y, por desprendimiento contiguísimo, como espacio de publicidad. Es, entonces, el fútbol, un negocio.

No acaba aquí. Según se ve, el fútbol parece ser también lo suficientemente emotivo como para que los espectadores, además de espectar y ver buen fútbol, se involucren emocionalmente con uno u otro jugador y con uno u otro equipo. El jugador, vamos, es menos incondicional: un día es héroe y al otro día villano. El equipo es distinto; es para toda la vida. Los colores del equipo no solo son objeto de veneración: forman parte la identidad, tanto como el grupo sanguíneo o el ADN. Llevar la indumentaria de un equipo es como el velo, la kipá o el crucifijo. A esos colores se les canta, se les reza, se les ofrenda, se los banca “a muerte”. Y aquellos colores de la vereda de enfrente: son... otros. Infieles, enemigos, satanes “negros sucios”. Su desdicha y humillación resultan tan encantadoras como la propia bonanza, y basta que un pobre infeliz lleve un “trapo” con esos "colores feos" para que sea digno de una soberana paliza justiciera. Por lógica, un jugador que se ha cambiado de equipo deberá pedir disculpas si, por casualidad, se le ocurre meter un gol contra su antigua prole. Juntar las manos, no festejar, sentirse muy apenado por la herejía, el horrendo pecado que acaba de cometer. Es, entonces, el fútbol, una religión.

Por ser atractivo y emotivo, el fútbol es también un asunto de agenda de suma importancia capaz de llenar el caudal de noticieros enteros, colmar las primeras planas de los diarios y hacerse eco en las conversaciones cotidianas, en el trabajo, en el café o en el happy-hour. Por eso, al final de cada partido de las divisiones oficiales es que hacen su entrada los noteros y cronistas del fútbol, quienes se encargan de interpelar a jugadores y técnicos con inspiradas frases disparadoras como “Fulano: ¡La noche soñada!” (si el jugador, por ejemplo, metió un gol), a lo que Fulano retrucará con profundos testimonios del tipo “Contento, pero más que nada por el equipo, porque queremos hacer las cosas bien; por suerte hoy se nos dio y pudimos sumar tres puntos importantes”. No se han descubierto, en rigor, más de tres o cuatro libretos diferentes, pero aún así los mendrugos discurivos post-partido repiquetean los massmedia como aforismos de sabiduría oriental. De ellos se hace un registro que será minuciosamente desmenuzado durante la semana, cual obra de Shakespeare, para tratar de dilucidar hasta la más recóndita entrelínea. Que la realidad nacional no pierda de vista ni un detalle de lo acontecido, de lo dicho, de lo jugado, de lo analizado. Dentro de la cancha (veremos una y otra vez los mismos goles durante días) y fuera de ella. Es, entonces, el fútbol, noticia.

Un juego. Y muchísimo más. Negocio, religión y noticia. El fútbol es todo. El fútbol nos cobija como distracción, pero a la larga nos atraviesa de lado a lado como una flecha. A partir de un juego, la sociedad ha ido trazando diferentes diagonales, las cuales están hoy más que nunca institucionalizadas, incorporadas a una sociedad argentina refundada en torno al esférico y los dos arcos y los veintidós hombres que han desplazado a la vida. Y estas diagonales, en otro momento novedosas, creadoras de fisuras sobre lo conocido, son hoy en día tan rígidas que no hay por donde escapar.

No hay por dónde escapar a las enormes fotos a color de jugadores abrazados que impregnan, todas iguales, las portadas de los periódicos del lunes. No hay por dónde escapar a los canales deportivos que a cualquier hora emanan partidos, aunque sea el diferido de un 0 a 0 de la liga rusa hace dos o tres días (o aunque solo veamos las caras de los hinchas, espectadores que son, sin suponerlo, también el espectáculo). No hay por donde escapar a las ardientes discusiones de Niembro ni a los poéticos versos de Víctor Hugo. No hay por donde escapar a los momentos Rexona, a los jugadores Gillette, ni a los goles Esso Ultron. El jugador tampoco puede escapar de la cancha sin brindar una buena nota, ya que se sabe que la TV es la que le paga el salario. Y el hincha no puede escapar de ese alambrado custodiado de policías que lo mantiene preso en su rutina dominguera; cantando, insultando y sudando a placer.

Pero ¿Tan hermético es en realidad todo? ¿Tan suturada están las diagonales del fútbol? Los recientes escándalos que han sacudido al campeonato argentino (derecho de admisión, partidos suspendidos, aprietes, etc.) nos hacen pensar en otra diagonal del fútbol que se va trazando cada vez con mayor perfección, solo que todavía no ha sido abrazada por los vórtices institucionales del status quo: los barrabravas.

No todos los hinchas son bravas. Éstos pertenecen a secciones de las aficiones que han visto la hendidura en una pared y han disparado por su propia diagonal, convirtiendo la rutina familiera de ir todos los domingos a alentar al propio equipo en una especie de autarquía. Una que los discursos oficiales sobre los que se encaraman gobiernos y medios no dudan en condenar airadamente. Pero que, siempre en off, ya tiene asegurada la mansedumbre cómplice de dirigentes y jugadores dentro de cada club, donde pocas redes de negociaciones se tejen sin una ayudita de “los muchachos”, y todo normal, que no pasa nada. Si hasta el recientemente declarado non-grato Rafa Di Zeo se dio el lujo de promocionarse yendo a regalar juguetes a los niños del Hospital Garrahan. La diagonal de los barras está chapoteando en el recodo del camino que separa la ruptura coyuntural con una institucionalización plena de derechos y garantías. Hacia allí va, tropezando.

Los barras han convertido de a poco el espacio rígido del mero consumidor de fútbol en un espacio creador de lucro y poder. Así como el básico juego de pelota había sido capaz de fugarse hacia estratosféricas nubes (nubarrones) de negocios (negociados) millonarios, hoy ya plenamente afincados en la cultura económica, los barras van ocupando espacios similares desde el lugar del espectador, burlándose de las instituciones que reciamente cierran filas en torno a un público idealmente cautivo, manso y comprador de cosas. Es así que para un buen barrabrava no es cuestión de vida o muerte si el equipo gana o si, por desgracia, se devora siete goles. Sí es bastante más importante ocuparse de la compra-venta de entradas, el estacionamiento, los pases de los jugadores, los arreglos de los partidos, la seguridad, las elecciones internas y otras tajadas de torta que siempre se pueden conseguir en este fabuloso emporio de negocios. Solo hay que proponérselo y saber por dónde encontrar el hueco en el alambre tejido.

Pero hay un detalle con cartel de problema: la sartén por el mango de los barras es, esencialmente, la violencia. La máxima herramienta de presión, la máxima tenaza para cortar ese alambre. Y desde el trampolín del poder logrado, muchos o todos han terminado zambulléndose en una etapa más peligrosa; la de la asumir la guerra por el amor a la guerra misma. Así, desviándose de la violencia sabiamente racionalizada para alcanzar objetivos políticos (ejemplo: “sabemos dónde queda el colegio de tus hijos”), se terminan fogueando pulsiones de muerte por todos lados. Emboscadas en las rutas que terminan con dos o tres fiambres, piedrazos (y "encendedorazos") en las canchas, suspensiones de partidos porque alguien del equipo le acaban de enhebrar un caño, faunísticos enfrentamientos cara a cara con aparatosos policías armados, etc. Todo producto de la ira más instintiva en donde ya nada importa. Ni siquiera, morir.

De la diagonal, la de la violencia utilizada para ganar espacios de poder, se ha descolgado una nueva diagonal no tan sistemática, la de la violencia desmedida por la violencia misma. La autodestrucción final de toda la podredumbre acumulada, ni más ni menos. Cabe preguntarse si existirá otra diagonal que se recicle a partir de ella, o entonces solo vendrá el vacío.

¿Vacío ha dicho alguien? Y por qué no... Qué mejor que un buen vacío para plantar unos arcos con mochilas, hacer rodar una pelota desinflada y armar un picadito con amigos. Y a empezar. Todo otra vez.

viernes, 10 de noviembre de 2006

La hora santa

Alrededor, y todo se mueve hacia el ocaso frenético. Es levantar la cabeza y allí están: los bloques tristes de Buenos Aires al norte, sus ventanas negras, sus reflejos que anestesian la calle con una tinta gris haciendo las veces de luz. Es además un muro cinemático de ruedas relamiendo el asfalto, y de piernas que, como si fueran tijeras, van recortando apesadumbradas distancias en infinito. A todo esto, tu silla quedó vacía por un instante, y a pesar de que la demencia de la hora pico no acepta treguas, ahora todo es silencio.

Tienta suponer que es el silencio de quien no ha aprendido nada. Del que bien se ufana de contemplar el mundo a través de sutiles diagonales, pero que al fin confiesa que no entiende bien cómo estrecharlo todo, por el amor de Dios, en sus manos.

Pero es simplemente un silencio de secreto gozo, una pausa en medio de los bríos demoledores de un atardecer de ciudad, en la que pueden contemplarse los fogonazos de un semáforo distante como viendo a través de música, y donde el berrido incansable de los autos se confunde de pronto con un aleteo que refracta en el cielo platense. Porque mi mente ha dejado por este instante de proyectarse hacia naderías futuras, se ha alejado de sí misma acaso, y simplemente se deja acariciar por el presente, ese remanso de cobardes para estar sumisamente allí.

En este atardecer de millones de plazas, de esquinas adormecidas en sus gargantas de luz eléctrica, y esos destinos de la ciudad profunda, caballeresca, andrógina, de instantes que van muriendo cada uno a su tiempo como desterrados al olvido. Este es, lo sé, uno de esos momentos que, presa de las canalladas de la finitud, extiende su agonía por varios minutos hermosos. Bajo esta sombra omnipotente de mi Buenos Aires hoy he vuelto a verte. Inverosímil, pero suspendida. Como si nada. Como si todo. Y unos acordes amargos disolverán el pentagrama de tu boca con un sigilo de distancia, cuando finalmente te de la espalda y me aleje caminando, por una vereda de baldosas rotas, ya sin volver la vista atrás.

Y justo entonces será. La hora santa.

martes, 7 de noviembre de 2006

Outside The Society

Noticia preeliminar: mi trabajosamente montado paréntesis de lujuria seudoliteraria (llámenlo "poesía", si gustan ser benévolos, o bien "literatura fantástica". A mí me gusta "hemorragia de palabras", muchas gracias) no tuvo mucho éxito a juzgar por los escasos comentarios de lectores recibidos. Igual qué me importa. Acepto ser un poeta maldito revindicado 100 años post-mortem. Pero qué mejor que otra poeta (aunque claramente menos dotada) para poner un recreo de sensatez en todo esto. Patti Smith tocó en Buenos Aires e, incidentalmente, quedan algunas palabras para decir.

En términos de duración, fue el recital más caro de mi vida. Una brecha de 91 pesos será desgarrada de mi cuenta el próximo mes y todo por 60 malditos minutos de rock and roll. "Lo bueno si breve, dos veces bueno", dicen algunos. Pero yo no me la creo; para reflexiones conformistas me quedo, en esta ocasión, con un muy entusiasta "más vale poco que nada".

Claro, alguno me dirá que también estaban los Elefant y los Beastie Boys y que sumado a Dios los Cría, la entrada valía por una tarde entera de música. Pero no me voy a engañar: Dios los Cría no le interesa a nadie, Elefant no existe y los Beastie Boys están en una esfera de las cosas que no aspiro a alcanzar en el corto plazo (aunque me estoy bajando Paul's Botique para empezar a desandar el arduo camino). Para mí la primera noche del Festival BUE tenía un solo nombre, Patti, y un solo apellido, Smith

60 minutos. Apenas 10 canciones. Pero ¿Qué canciones no? "Gimmie Shelter", sin ir más lejos, saldando en parte la espinita que me había quedado con el concierto de los Rolling Stones (la tocaron el jueves, yo fui el martes). Fue una versión que, siendo severos como Sofovich en Bailando por un sueño, no hizo ni fu ni fa. Pero "Gimmie Shelter", con toda probabilidad la mejor canción de rock de la historia, es a prueba de balas y, si obviamos una comparación con la original, se acepta de buen gusto.

"Because The Night" nunca me pareció gran cosa. Si era por canciones de tono romantico, hubiera preferido algo menos tribunero como la sublime "Dancing Barefoot"; pero, lo admito, en vivo timbra más bien relevante. "Because the night belong to lovers", la frase suena universal e íntima a la vez. Y rockera, porque esta señora mayor sabe rockear como los dioses. Y si bien sus poses salvajes sobre el escenario podrán resultar aparatosas para algún observador implacable, difícilmente sean falsas. Patti sigue creyendo en sí misma y en su mensaje. Y en medio de un ritual iniciático como este es lisa herejía negarlo.

Más. ¿Temas tranquilos? "Beneath The Southern Cross", del tardío "Gone Again", fue la que ofició de obertura con poncho incluído (luego se iría descamisando como la turra envenenada que es). Cuando todo estaba oscuro, en medio de una elegía fúnebre de cuerdas, resonó por primera vez esa voz maldita en Buenos Aires, pero como si el tiempo no hubiera transcurrido. Y fue inolvidable en serio.

Siguió "Redondo Beach", homenajeando a "Horses" a 30 años de su gesta y un relajado tintineo caribeño que alegró la noche, apenas empezado el recital.

Sobre el final apareció una modesta balada cuyo título aún sigo buscando para homenajear a las víctimas de las "guerras innecesarias" (vaya redundancia). Y claro, poco antes una rendición espectacular de "Pissing On A River", único representante del excelente "Radio Ethiopia", donde Smith demostró estar en APABULLANTE forma vocal

Pogos terribles: el himno anarco "People Have The Power", de "Dream Of Life", apuntaló la única seccion panfletaria de la noche, con obvia referencia a Bush y un no del todo elaborado discurso anti-institución. La iglesia salió especialmente mal parada en la silbatina y la gente entendió el inglés perfectamente; solo le faltó tener una abreviada idea de quién es Fred "Sonic" Smith, cuya mención no generó más que un par de aclamaciones descolgadas. También "Free Money", lógicamente, apelando a lo que mejor sabe hacer esta tipa: poner primera tranqui para ir masticando tensión hasta el reviente más devastador. Como un orgasmo, pero enojado.

Y para el final optó por desatar el infierno con la carnicería total de "Rock And Roll Nigger" y la celebración orgiástica de "Gloria", sus dos canciones más emblemáticas. Ni hace falta recordar la locura que se armó ahí abajo, justo donde estaba yo. Cuando la gente a tu alrededor entiende y sabe de qué se trata todo esto, la sensación es muy poderosa. Chau.

¿Que podría haber tocado "Pumping My Heart", "Ask The Angels" o "Dancing Barefoot"? Seguro, y no habría estado mal. Pero había un organigrama que cumplir y no se podía más. Por lo menos fueron 60 minutos (el tiempo que tardé en escribir esta cosa, figúrese) auténticos y al palo que lograron que lo que vino después (Beastie Boys) se antojara una bizarra payasada de un circo de irrelevancia. Me quedo con lo poco, pero lo bueno. Me quedo ahí cantando cuando en medio de "Rock And Roll Nigger", sorteando la debacle de punk que estaban armando los músicos (incluido el omnipresente Lenny Kaye en guitarra), Patti Smith peló viola eléctrica de golpe y desatando una ovación apiló unos acordes distorsionados TERRIBLES, para luego arrancar, literalmente, todas las cuerdas del instrumento. Esa es la imagen que quedará grabada para siempre en mi psicosis.

Cuando una noche fría de viernes la Sacerdotiza del Punk, de alguna manera, volvió a barrer con lo sagrado, tal vez cantando los pecados de alguien. Los míos también.

lunes, 30 de octubre de 2006

(El) momento de verte

El momento de verte fue un retazo de creación.
Una angustia que debió haberse hamacado entre tus ojos blancos,
de pronto, como una memoria en clave de darse a luz a sí misma.
Envejecida hasta doler antes de tiempo,
como una quejumbrosa salvación, y un hálito de dulce, dulce envidia.

El momento de verte no pudo ser más soberbio
cuando esa salvaje humareda de abecedarios trepó por diversos toboganes,
Hasta virar en melodrama, como un evangelio, como un semidiós.
Estabas pegada a vos misma, sin un solo atisbo de miedo.
Palabra que fue cuando todo, muy despacio, acabó contando,
murmurando su flaqueza cada vez que te dejabas inteligir.

El momento de verte estuvo plagado de errores.
Pues en el páramo ondulado de tus labios creí advertir un suspiro,
de los que entretienen un temblor al dejarse caer.
Y en el cóagulo arabesco de tu iris juré ver la mañana,
adentrándose en mis noches como un fiordo de tenue oleaje.
Y a la palma irreverente de tu frente se arrimó un gorrión
envilecido en ese gris, a buscar matar la sed.

El momento de verte fue también el derrumbe.
Y una canción oblicua y su palidez de cielorraso
Porque solo un parpadeo y no pude vislumbrar a nadie,
excepto a dos ángeles labradores inventando tu contorno.
Me pregunto a dónde han huído sus alas de abanico,
En la estepa de tu horizonte, donde ya naufraga el sol.

El momento de verte fue más bien una trampa
La conspiración de un sabio recluido en su pozo de ánimas,
Allí donde se descifran las entrelíneas ancestrales,
Afincadas en papiros, digregadas por el mar
Nunca, lo confieso, han de traicionarme otras miradas,
Como aquella de tu rostro laico, al volverse como la marea.

El momento de verte fue una torre de Babel
Ese monolítico relato, de mil lenguas disfrazadas
Una oscura rendición sepultada allí, tan abajo y tan deprisa.
Que supuso recordarte incluso en tu presencia,
como quien te escrutara de golpe en un sueño borracho.
Al volver a demudarte con mi mente, percibo que renaces.
Y tus distancias egipcias se vuelven, como si la vida,
tan solo un buen trecho a pie.

lunes, 9 de octubre de 2006

Yo. Y vos.

Yo.
Me llamo a mí mismo el estigma corticoidal
Soberano de avenidas demasiado largas y difusas y vacías
Entiendo de placeres solitarios y otras venturas
Soy mi propio juez, pero no siempre mi propio verdugo
Abandonado a una categoría insólita de seducción,
Navego sobre algunas montañas sin hacer daño
Bajo la luz de los planetas equiláteros del sistema solar
Nadie ha venido a fiscalizar mi destino,
Y aún así, estigma corticoidal que soy, salvo el rumbo
Amaino tempestades solamente con mis globos oculares
Amortiguo mi caída, españolizo mi acento,
Y empiezo siempre por el final, hoy o mañana
Tal vez como Arquímedes, me hundo sin dejar estela
Ni trazo agónico que permita rastrearme
Hilvano meridianos con la rueca de mis vigilias vanas
Y guardo el orden con celo, como un carabinero
Hace tiempo he viajado a vuelo de cisne
Por las páginas amarillentas de una fábula
Pero hoy cautamente recluído en un nido sin mástil
Lugarteniente de mi zozobra, vengador de mi almanaque
Seré quizás mañana una penumbra gregaria y errante
O bien seré hoy, mejor, el huésped de honor de tus pecados

Vos.
Los crucigramas, ya lo sabrás, no tienen prefacio ni final,
Y allí en una vertical difícil se parapetaron tus agonías
Tus fichas mal jugadas, tus cartas salvadoras
Y en la horizontal tu flacidez, tu mano de curandera,
Bajo las cetrinas medusas de tus ojos se desenvainaron tus rencores
Se emanciparon tus aleluyas, y sufragaron tus espíritus
El lenguaje de tu carne blanquísima es incluso malvado
Malvado en sus aguijones perlados,
En las parábolas sibaritas de tus cejas,
En sus entrelíneas que germinan como yuyos
Sobre la orilla de esa nórdica laguna de tu mirada,
De tu palidez, de tus pupilas telegráficas.
Tu misiva es lozana, bífida como tu sexo y tu lengua
Mujer de espigadas catedrales, de lóbregas almenas
En la raíz de tu abundante cabello supe de refusilos
Anexados todos ellos a tu cráneo románico, doliente
Te fugaste tal vez como una pandemia china
Como una gaviota caníbal planeando en lontananza
Y también como un disidente herido,
Y su muerte, que habita el reborde de la cantimplora
Porque entibias las razones y amedrantas las lógicas
Y no por eso te sabes más dichosa,
Porque tu hambruna, tu sed, no tiene final
Pero en el alma arrancada de todas las cosas
Acabarás rotunda, crucificada, supurada
Hechizada, espero, por todos mis arcángeles
En carnaval, disfrazados de demonios.

Yo. Y vos.
Acaso en tu pirámide hay un adversario solapado
Acaso, estarías dispuesta a engañarlo…
Hoy es raro y se consume ya como fósforo,
Y la luz que por sabia todo lo horizontaliza,
se abrevia ahora con la némesis de su nocturnidad
El mar y las olas portuarias apuran a lo lejos
Se arriman a la eucaristía de un otoño nuevo
Pero yo sigo esperando en tu veranda,
Ensayando la víspera eterna,
Y, como un perro, raspando mis uñas contra tu portal.

miércoles, 27 de septiembre de 2006

Otros de un tiempo perdido

Escuché el trueno ladrando desde el cielo
Al pasar por una fuente repleta de doncellas
que trocaban sus ropajes por frutas y licor
No supe comprender que se venía una tormenta
Se partieron los bajeles allá en el Mar de Creta
Y callé bajo la lluvia como un santo en sus cadenas

Corrimos a refugiarnos hacia una carpa lejana
Justo cuando la noche se hacía crema americana
El sheik del tiempo nos recibió entre algodones
Con sangre de nobleza y un alma brusca de gorrión
Un cuento se abrió de páginas ante nosotros, callados
Afuera el viento aullaba como la luna perforada de luz

Crujían los huesos del pollo al mordisquear su carne
Mis ojos y los suyos se interceptaron entre rugidos
A veces es cuestión de saber vivir el segundo, de mirar
De contemplar caer la lluvia sobre los campos lejanos
La cena aún no había acabado y ya tenía sueño
Me fui a dormir bajo un susurro y allí morí por un rato

Quise despertarme en las laderas de sus pechos
Ahuecando sombras bajo una tenue luz de ningún lado
Brillaron mis ojos al recordar que estaba allí
Porque el sueño me había condenado al viaje y al encierro
Y un perfume se deslizaba en el frío crudo de la mañana
Y una humedad ronca se filtraba esa vez en las cortinas

Pensé en las rutas que llevaban hacia ningún lado
Allá lejos detrás de las montañas viejas y nubosas
Quise verme volando, quise surcar las ánimas del desierto
Supuse muy pronto que allí habría algo fascinante
Pero la conjetura se desbarató con la presencia del enemigo
Y otra vez me volví por el camino de siempre

martes, 15 de agosto de 2006

Luz (en una esquina y en un asiento de tren)

Veo tan solo un mosaico bidimensional de puntos que repudian la luz cada uno a su antojo. Aún así, no abrazan caprichos: aparentan ponerse de acuerdo para proyectar un reflejo nítido que hace tiempo solemos entender como normal.

La mía, también.

Tu cara.

Los volúmenes, los contornos, las texturas en tu superficie. Todo lo que veo ahora allí... no es más que la ilusión óptica de un juego de luces y sombras. Y ni eso, ya que las que llamamos "sombras" reúnen apenas a aquellas coordenadas que absorben más luz, o la reciben en menor cantidad. Entonces, un juego de qué. De luces y otras luces. Luces con mayor o menor intensidad. ¡Ni eso! Apenas reflejos. Ya la había usado; esa es la palabra.

Sin luz, francamente, no sé qué sos.

Con luz, es tu cara.

Cada vez un poco más familiar. Más vieja. Más otra vez.

Pero sabés qué. Me gusta. Y quiero hacer de cuenta, quiero dejarme engañar. Voy a actuar por un ratito a creer que tenés luz propia. Y que iluminás. Y que estás ahí. Soy un tonto.

No pude verte más allá de la ficción; creí imaginarte.

Y en esa imagen, lo confieso, he vuelto a perderme de la manera más cruel.

martes, 8 de agosto de 2006

Cruzada contra una campanilla

Sres. de TBA:

La campanilla del cruce peatonal a nivel de la calle Presidente Roca (en el ramal Retiro - Tigre, entre las estaciones Beccar y Victoria) no funciona. O, mejor dicho, funciona, pero a su manera. Desde hace ya varios días, se activa y desactiva en forma aleatoria; y de esta dinámica no se desprende unívocamente la certeza de si se aproxima un tren o no. Lo sabemos, la camapanilla se ha emancipado de la digna función para la que ha sido creada. Y busca perpetuarse en su redescubierto libertinaje.

Desafortunadamente, en este ocioso vaivén suyo, la campanilla tiende a preferir quedarse sonando antes que callada. La ha venido tomando el gustito a esto de tocar su vibráfono cuando no tiene realmente por qué hacerlo, sin aparente culminación. Eventualidad que, lógicamente, afecta los intereses de todos aquellos quienes, por los azares de la vida, tenemos nuestro hábitat en su órbita.

Hablemos, en buena hora, de su sonido.

En su falta de ampulosidad, es un sonido considerablemente irritante. Rítmico y obstinado, opera como una tortura china que lenta pero implacablemente va degradando las cortezas de nuestros cerebros. Cerebros que, de pronto, se ven impedidos de afrontar sus recodos cotidianos sin ese trasfondo tintineante e invasivo que ama la permanencia, se acuesta con la infinitud y pacta con la eternidad.

A pesar de que se trata de un problema que se viene reiterando de manera cíclica desde hace voluminosos años, la empresa TBA no ha tenido nunca la pericia ni el prospecto para poner fin a tal inconveniente. En esta oportunidad, ya van varios días de carnaval y nadie en la concesión parece saber que se han soltado los cabos. Y la señal sonora, poco más que un asceta poste de metal negro, sigue impune. Prolonga su sobernía. Nos gobierna.

Como tantas veces antes, volvemos a apelar a TBA. Jugamos un pleno a nuestra fe. TBA es una empresa en la que nos cuesta confiar. Una empresa que clausura un paso a nivel para vehículos colocando tan solo un viejo rail oxidado; una empresa que goza de aparatosas máquinas para sacar boletos que, no obstante, están inoperativas la mitad del tiempo; una empresa que mira de reojo sus formaciones cada vez más deterioradas; una empresa que acostumbra a demorar los servicios sin dar explicaciones de ningún tipo; una empresa que pone en circulación vagones sin asientos, una empresa que deja de vender pasajes a sus clientes por no tener cambio de diez pesos en las boleterías. Y, oh, un sinfín de cosas más.

Pero qué otro camino nos queda acaso. Tener esperanza es algo que a veces sirve... y a veces no. Una cosa es cierta: la belle-époque de esta campanilla tiene sus días contados. La alternativa de que siga averiada durante un período galáctico de tiempo no tiene cabida en este mundo. No solo por los disturbios que ocasiona, especialmente en la noche, sino porque no cumple con la vital misión de seguridad que le ha dado, en primer lugar, la potestad para emitir ondas sonoras.

Será TBA quién se encarque del tema, lo más pronto posible (de aquí a dos o tres días). O seremos otros.

Por el bien de la sensatez, confiamos en que sea más bien lo primero. Amén.

Cordiales saludos
En espera de una respuesta satisfactoria,

Vecinos del barrio de Beccar, y de la señal sonora que, por lo visto, está muy contenta con lo de "sonora" y no tanto con lo de "señal".

jueves, 3 de agosto de 2006

El gran dilema edilicio

No sé qué decirle. Entonces, simplemente me quedo callado. Me vendría bien, ahora mismo, poder recostar el mentón sobre mis manos entrelazadas y mirar al frente sin pensar en nada. Decidir de una vez que no me entregaré a esto. Porque: ¿Quién, más que yo mismo, me está obligando a ser partícipe? Debo burlar esta necesidad apócrifa, desequilibrada, de decir lo que no tengo por qué decir; de soltar, una tras otra, terminologías sin arquitectura; de probar lo que tantas veces antes resultó improbable. Y, aún así, suficiente para mí. También (Y esto, ¡Cómo cuesta!), el rechazar con toda solemnidad la vigilia por una palabra suya. Pero es que el silencio, que a veces es aliado, ahora recorre la trinchera enemiga con la moral por las nubes, hirsuto como un avispal y demasiado violento. Quiero maldecirlo.

Es imposible, pero también busco deshacerme de una peligrosa idea fija: quizás, detrás de un disfraz de desdén, oculta sin que la advierta entre esos lugares que no son aquí (y esos tiempos que no son ahora), exista la cavidad por donde se hayan filtrado mis tropas mercenarias. Aquellas que, desde el principio, se sublevaron con un gesto altivo ante el timorato mando central. En ese caso, mascullo, habrán tomado algún bastión para la bandera; habrán comenzado con la maquinaria propagandística. Montado ese escenario, el silencio tan temido bien podría, ahora mismo, estar marchando con la sombra de una duda tildando sus pisadas. La chispa de una imaginación que de pronto empieza a pervertirse.

Entonces, cunde la alarma. Y cada atisbo de transparencia en el frente enemigo, ya, puede ser tomado como una debilidad. Incluso, como un fonema de victoria. En el círculo íntimo causará un espasmo de celebración lo que bien podría ser solo una mascarada de corrección política. Pero, solamente cuando todos se hayan retirado, quedará expuesto el tendal de interrogantes. ¿Acaso hay algo más que la especulación? El frente se volverá de pronto tan pixelado como antes, y se desdibujarán irremediablemente las fronteras entre la concesión y la sangría. Si me preguntan, está claro: quiero que sangre, pero las hemorragias, si las hay, son demasiado internas. No se dejan inteligir. (Suponiendo que, claro, haya una inteligencia como Satanás manda para deshilvanarlas desde el otro lado).

Por eso. Abajo con todo. No llegaré a nada con unas falacias amontonadas como escombros, asoléandose como lagartos. En esto estoy; sigo cruzando mis dedos frente a mis ojos. Solvento una apariencia meticulosamente estudiada, casi de manual de estilo. Sensatez. Necesariamente debe ser así ahora. El régimen no puede desestabilizarse, no debe haber señales de inquietud, exageradas o no. Si allí en el sótano las aldeas se incendian y los espectros connotan efervescencia, las terrazas se obligarán a lucir brillantes, celebrando sin culminaciones una fiesta de sociedad, animada con personajes que llegarán navegando en angelados sedanes. Y trasnoches que sigan desfilando iguales, sin más que un cascabeleo de copas en la distancia. Lo decreto sin miramientos, porque es lo que me parece justo.

La única estrategia se desmaya. No se puede saber qué senderos minar si no hay certezas. He aquí al verdadero enemigo. La carencia de certezas: heredera natural de ese silencio que, una vez más, ha sembrado con un genio cabal su hilera infinita de peones. Aquellos que se arman del desconcierto, al dejar una brecha invitante para luego tomar al paso. Noble o plebeyo, caerá el primero que se aventure en su impericia. El viejo truco. El viejo evangelio de los viejos zorros. Noble y plebeyo, me niego a ser yo el que caiga en la trampa. Justamente por nunca haberme desplomado en ella, la imagino demasiado.

Aún así, a pesar de su sometimiento, queda un palmo de orgullo trazando espirales hacia arriba y hacia abajo por el conducto de mi espina. Suficiente, al parecer, como para no abandonar los ejes cartesianos. Aquellos donde, me han confiado hace mucho tiempo, se hunden los sabios y florecen los intrépidos. Sordo, o acaso aturdido, procuraré por hoy rociar dardos sobre esquinados laberintos. El blanco yace muerto como un mártir, y allí estaré cuando el tiempo lo decida. Después de todo; ¿Quién toma mejores decisiones que el tiempo?

No yo. Ahora que lo pienso.

Sueños que nacen dormidos

Pará, pará un poquito, un poquito. No seas un doble finito
Doy todo ¿Todo? Y por cuál se irá el dodo ¿Dodo?
Un fideo, veo, creo, intercedo. Solo por un fideo.
Peso el pescuezo y después doy un rezo. Eso. ¿Querésonoqueréseso?
Universo, en verso es el universo
en soneto es solo un alma que tuerzo
Cumbre, lumbre, por todos los antidioses que un hombre insume
(con insomnio)
Ya te dio, te dio ¿Te dolió? Porque yo.
Yo no puedo, me quedo. Solo espero
Son dos sonidos, uno querido, otro aún más perdido,
como un herido, flotando en el esperma del unicornio
Tetracordio; el alfil movió (solo una vez ¿Por qué no se?)
y dio jaque al exordio
Jaque! aulló un vendedor de balizas
en la intersección de Lloyd y Esturiza
Doy cien por el terraplén y no conozco más tu cien
¡Decidí que no me conoces! Dicen algunos
Pero entonces
¿Dónde quedan los faros (o los paros) que labró el labrado?
Paz = inverosimilitud inducida. Vómito central, es el mal;
llamala a Mamá
Decile que venga que hay algo fuera de mi normal.
Es normal pero esta menos mal.
Cara están las caras. Son solo dos caras.
La moneda tiene también una cara autobiográfica que no se dice.
Suelen pensar. ¿Dónde pasar? (Pedile a Juanjo que ralle un tomate)
Pero juanjo toma un mate y se nutre de escaparates.
Mueble. El día más mueble de tu vida está por acercarse.
Aplomo piden los gnomos
(Entre paréntesis: el escudo que me vendiste se pudrió y exijo uno nuevo)
Pero no un huevo, uno nuevo. ¿Me escuchás?
Me escuchás, sacate el taladro de la oreja
Vieja, te voy a pegar con todos los fierros.
No son míos pero son de hierro. ¿Qué hierro?
Su número atómico constaba en el acta. Mario pacta.
Con sus hijos (¿Hijos o rastrillos?)
Entonces bueno. Decime que ya está,
que ya no tengo que volverme en colectivo.
Malas noticias; el número se equivocó de canal
y marca un paso para el olvido.
Cero más cero a veces da resultados inciertos
que tienden a estar MUERTOS
Y en el puerto siempre quieren escapar los huesos,
de sus jaulas en enclaves nocturnos
Haremos el amor en un pesebre, niña orfebre,
queremos fiebre (ahora falta una liebre)
como un cálculo inmanentista que quedó dormido
en el ángulo más amarillento del subterfugio.
Voz en clave ¿Orejas que ignoran la tiza?
¡La tiza, pisa una joven emperatrisa!
Creo en lo que veo pero lo mismo que era mío ahora es del concenso.
(los municipios ocultos de una región secreta se rebelan)
Como torres; torres y de plomo.
Que se caen siempre sobre el lomo que se coce en una grilla.
Torres acumulativas que el corsario
(El corsario ama los pinos, sobre todo si siguen vivos)
DADME UN POCO DE ARROZ, CLAMAN LOS ROMANOS CON UN JALEO
Traed su oscuridad con su tiempo que impide la reconstrucción del sueño. Maravillosa espiga que crece en tus senos
¿Oh Marina, danza fría que estorbas todo con tu mirada?
Vámos, firme acá, no se haga el duro /// que podemos aprender a hacer los pozos más empinados.
Basta de cuchillos, yo soy el tordillo que amordaza los instintos mas laboriegos de los espías suecos.
Espías con suecos que vienen de lejos.
Ahora estoy mirando un miembro orgánico musical clavado en los ojos de su dueña, una.

martes, 1 de agosto de 2006

Esos trabajadores

Noticia preeliminar: Iridiscente alarde de redacción de nuestros amigos de lanacion.com, tal cual se pudo leer cerca de la una de la mañana del primer día de agosto:

Título: Descarriló el tren blanco en Almagro

"(Télam).- Un tren cartonero que circulaba vacío, luego de haber dejado a esos trabajadores en la estación Plaza Miserere, descarriló en el barrio porteño de Almagro, a la altura del cruce de la calle Billinghurst, informaron fuentes de la concesionaria del servicio".

Lo digo: me hace ruido la palabra "esos" puesta antes de "trabajadores".

Y me pregunto si el texto había hecho una mención previa e inmediata al sustantivo común "cartoneros", lo cual justificaría la búsqueda de un referente similar para eludir una aliteración objetable.

Dado que este escenario no se comprueba - solo hay una mención al tren cartonero; "esos trabajadores" es la primera referencia que se hace a los propios pasajeros - ¿Soy malpensado si huelo en "esos"... ya saben, algún incienso de menoscabo?

Dada la competente trayectoria del diario La Nación en el arte de demonizar clases sociales, no me animo a dejarlo pasar como un desliz fortuito.

Ni siquiera un "aquellos".

"Esos".

Acompañar con un ademán despectivo de la mano, como haciendo a un lado algo que de todas formas ya está bien lejos; y al mismo tiempo un gesto descompuesto, con la mirada en otra dirección.

De palpable ironía calificaré el que hayan tenido la indulgencia de continuar la frase llamando "trabajadores" a los cartoneros cuando perfectamente podrían haber dibujado un "esa gente"; o "esos vagos"; o "esos cirujas"; o "esos delincuentes"; o "esos bichos mugrosos"; o "esas ratas de puerto", o incluso un infalible "esos zootipos que tiran de carritos entorpeciendo el tráfico vehicular ciudadano y republicano".

Me debería callar la boca, pero... ¿Hay realmente ironía? ¿No será que "trabajadores" tiene, para La Nación, una connotación similar?

Nada, nada. La Nación solo pega cables. Es todo culpa de Télam.

martes, 11 de julio de 2006

Il bello gioco

Noticia preeliminar: é finito el Mundial. ¿Nostalgia? Más bien, la sensación que me queda de este último mes es que el fútbol es una ciencia. Y qué mejor manera de cerrar el mundial con una tesis doctoral.


Cuando encuadran el primer plano de Grosso antes de torpedear a Barthez, se anticipa la locura muy claramente. La emoción que siente el muchacho, las ansias sexuales que sufre por meter la pelota dentro, estan a flor de piel, temblando de insanidad en sus ojos parpadeantes. Por supuesto, su disparo no fallará... e Italia, o más bien su selección, se conviertirá así en campeón por cuarta vez en la historia.

Pero vamos a ser honestos: no es un campeón muy popular; in situ mismo, mientras ellos, los tanos, festejan y se abrazan, los comentarios de los periodistas deportivos en la tele y en la radio parecen unánimes en su poco disimulado descontento: vuelven a hablar, ante todo, de inmerecimientos, casualidades, injusticias y mezquindades. Ni los fuegos artificiales de Berlín saben poner un paréntesis en la diatriba antiazurra. No hay emoción; los estómagos futboleros están vacíos. Pero allí abajo en el manto verde, los italianos se burlan: intercambian dulces fellatios con la copa dorada que los demás han deseado, sí, pero no más que eso.

Desear, desea todo el mundo.

Lo dije antes. Lo vuelvo a decir ahora. No existen los merecimientos en el fútbol. Quien habla de ellos es solo un sofista de poca monta; está bien para colmar vacíos con bella retórica, pero no cambia nada. Italia es campeón. ¿Campeón justo? Pregunta estúpida si las hay; los panteones del fútbol no hablarán jamás de justicia sino de lógica. Los campeones son solo eso, campeones. Nadie hizo lo que había que hacer para ganarles; ellos hicieron lo que había que hacer para ganar. Todo lo demás es cotillón. Barato.

Fuera de eso, soy de los que se animan a pensar que salir campeón no es lo único que vale a los efectos del disfrute del fútbol; los perdedores también han dejado en Alemania, aún con cuentagotas, cosas que recordaremos por mucho tiempo; el ballet jovato de Zidane contra unos supuestos brasileños, la coda de Cambiasso al himno geométrico de Gelsenkirchen. Los lusitanos se acordarán del avión Ricardo y los ingleses no se acordarán de nada (el golazo de Cole, como mucho). Todo eso, insisto, sirve tanto a la emoción del hincha como a las cuentas de la FIFA. Pero no equivale a merecer ganar.

Asumiré ahora el papel de abogado del diablo y me dispondré a desarticular la red de sofismas que han intentado desacreditar el nuevo título de Italia, a fin de que, de una vez por todas, el mundo salude como corresponde al azulado campeón.

El juego de Italia es, y todo esto reflotado a partir del mundial, tibio nido de arraigados lugares comunes. "Juegan feo", "No juegan a nada", "Se cuelgan del travesaño", "No ofrecen espectáculo", "Son mezquinos", "Son especulativos", "No atacan". La historia con Italia ha sido la misma desde que existe la memoria. Admitamos todos: nunca fueron el emblema del juego estético, ni el becerro de los paladares negros. Su juego es, desde el punto de vista de lo bello y lo valiente del fútbol, más bien miserable. No obstante, sería ingenuo interpretar su reciente título mundial como una aberración caníbal. Nada de eso. Lo que culminó el 9 de julio en Berlín es el mapa de una realidad econométrica: Italia es, mal que pese a muchos, el campeón idóneo y justo de nuestros tiempos, congruente palmo a palmo con la esencia del fútbol profesional.

Quienes insisten en criticar a Italia por sus planteos puramente utilitaristas tienen que entender de una vez y para siempre una cosa: el "jogo bonito" se ha extinguido. No existe más. O bien existe, pero para cazarlo habrá que apagar la tele y asomarse desde otras azoteas: las de los baldíos perdidos, las playas lejanas, los anchos campos y las canchitas de alquiler. Allí se juega al fútbol también; juegan los pobres y los ricos; los cracks se mezclan con los troncos; y nadie gana dinero... el objetivo es divertirse metiendo goles uno tras otro. Y punto. Perseguir el gol es perseguir la felicidad efímera de un momento, y después a seguir con la rutina. O a buscar, por qué no, otro gol

Pero el fútbol profesional se está convirtiendo, cada vez más, en una cosa totalmente diferente. Los goles ya no son alegrías sino herramientas. La meta impuesta es ganar el partido para luego ganar el torneo; y en la persecución de esta meta, engolosinarse con los goles no está de moda. Claro, el gol hay que hacerlo... pero se ha hecho tan difícil meter un gol, que tanto su afanosa búsqueda como el posterior aprovechamiento de sus frutos no es ya una diversión de cabriolas y dibujos hermosos, sino más bien una angustiosa contienda física, un procedimiento burocráctico donde el margen de error, como tal, no existe.

No es que los equipos de hoy no quieran meter un gol. Saben que es poco menos que imposible. Donde hace veinticinco años había extensos prados verdes que invitaban a crear hoy hay dos o tres defensores hambrientos que se arrojan en sincronía a estrangular los pies y el cogote del delantero (o de cualquier otra forma de vida que se mueva). Donde hace veinticinco años había largas autopistas por donde la pelota podía rodar y llegar profundo, hoy hay cientos de piernas, cabezas, pechos, glúteos, manos y puntas de botín dispuestos a bloquear cualquier pase con hartante obstinación. Donde hace veinticinco años se podía andar al trote barajando opciones, hoy hay que picar hasta el fondo a toda velocidad antes de que te barran. ¿La opción? Hacer lo que se pueda, encontrar el hueco imposible con el último hálito de vida. Pensar, ni pensarlo.

El juego defensivo evolucionó admirablemente, desplegando un manojo de músculos incansables. El juego ofensivo no tiene nuevas ideas; es el mismo de siempre pretendiendo tener magia cuando lo que siempre tuvo fue, simplemente, espacios. Por eso, en la alta competición, hoy para hacer un gol la jugada tiene que ser absolutamente perfecta, milimétrica, milagrosa. El pase justo, el momento indicado, el ángulo exacto y el centro preciso. Un poco más allá, un poco más acá; un poco antes y un poco después; un poco más alto, un poco más bajo y ya está. Ya está. No hay gol.

Y esto no lo inventa Italia. Lo vemos en la liga Argentina, donde los partidos son cada vez más tácticos y físicos; lo vemos en todas partes. E Italia es, simplemente, la selección que mejor sabe leer el nuevo fútbol. Sabe que atacar siempre y en todo momento no sirve cuando los partidos de fútbol son casi de ajedrez; como en un tablero, sabe cuánto más conviene a veces jugar un enroque que sacar a volar la dama. Como en un tablero, sabe cuándo una muralla de hacendosos peones no se puede penetrar con corajeadas vanas. Y sabe ir socavando un punto débil, aunque tenga que esperar eternidades para penetrarlo.

Argentina fue al frente con Alemania casi todo el partido de cuartos, pero no supo qué hacer ante una defensa más o menos armada; Tevez hizo gala de una guapeza espasmódica que levantó tribunas sin sobresaltar a los alemanes. Cuando Italia enfrentó al mismo rival supo exactamente cuándo convenía entibiar el énfasis para ahorrar energías, y cuándo Alemania estaba para el golpe de knock-out (Momento en el cual no dudó en saltar con cuatro delanteros y dos tiros en los palos). Italia sabe que los partidos, como las narraciones, se juegan con nudo y desenlace; que a cada momento le corresponde una estrategia diferente; que a veces esa estrategia puede, oh pecado, forzar un relajamiento de la sed goleadora y enfocar sobre la única esfera de la cancha donde todavía hay tiempos para pensar un partido: la defensa. Y a veces, todo lo contrario. Un golpecito de palmas de Lippi, y el libreto da vuelta la página.

El mérito del campeón es esta gran versatilidad llevada adelante, además, por un equipo voluntarioso que no se amparó en ninguna figura descollante, sino en un trabajo conjunto. Funcionó realmente como un equipo y no como una constelación de frotadores de lámparas; la prueba está en que casi todos sus jugadores anotaron goles y que sus goleadores fueron Toni y Materazzi; el primero un suplente; el segundo... un defensor.

No faltará aquel lamentoso que condene el título de Italia porque le regalaron un penal en el no muy buen partido jugado contra Australia. Regalos ha habido siempre: el penal de Sensini en el mundial del 90; el "gol" inventado a favor de Inglaterra en la final del 66; ninguno más obsceno que el gol con la mano de Maradona en el 86. Regalos. A la postre nunca acaban en ellos los méritos de un equipo que logra ser campeón mundial.

Cómo queda parada Italia a los efectos del "espectáculo" y la "belleza" del fútbol. Difícil decirlo; hay quienes creen que el vértigo, el drama físico, la desesperante odisea de los partidos actuales constituye un espectáculo perfectamente redituable. Hay quienes solo suspiran por el juego bonito de los toques, los moños y las rabonas que va camino a la extinción. Está claro que Italia de esto último sabe poco y nada; y mucho no le interesa saber. Son verdaderos progresistas.

Los paradigmas, se sabe, caen con el tiempo. Y se cambian lenta e inexorablemente por otros. Quizás haya que señalar ya el momento en el cual el linaje del "jogo bonito" como expresión máxima del fútbol guarde en un cajón la magia y el circo para representar al estilo especulativo e implacable de nuestra querida selección italiana. Sería apropiado, claro, hacer una sencilla tradución:

Calcio, Il bello gioco.

jueves, 6 de julio de 2006

RandomPlay

Noticia preeliminar: abro el el Windows Media Player (R), dispongo una lista con toda la música que tengo, marco "reproducción aleatoria de temas". Y le doy. Tengo como 50 GB de archivos en mp3 (solo álbumes completos), entre las cuales habré escuchado a conciencia apenas un cuarto o algo por el estilo. Así que puede salir cualquier cosa; hasta diez. WishMeLuck!

1- George Harrison / Not Guilty. (Album: George Harrison)

Bueno, no empezamos mal. No escuché el álbum completo, pero esta canción simpre la tuve en mi cabeza porque formó parte de las sesiones del White Album de los Beatles. Increíble melodía, hermosas humaredas de jazz y un ambiente entre malicioso y amenazante que seduce inevitablemente. A decir, una de las pocas canciones realmente grosas que hizo George más allá de "All Things Must Pass"

2- Frank Zappa & The Mothers Of Invention / Let's Make The Water Turn Black (Album: We're Only In It For The Money)

Novelty music. Podría ser más fanático de Zappa si no apelara a veces demasiado a estas cosas saltarinas y frikis que no parecen ir a ningún lado. Ojo, el flaco tiene temazos increíbles... Este no es uno de ellos, aunque está bien. Supongo que un par de escuchas más y termino intoxicado. Otro álbum que aún no me senté a absorber con detenimiento.

3- Elton John / The Scaffold (Album: Empty Sky)

Inconfundible el sello de Elton desde las primeras notas. Es notable como ya en su debut el tipo puede escribir una balada del montón (entre las miles que ha escrito) y que aún así ya tenga una calidad de eternindad. Como curiosidad: no hay piano en esta canción. Solo teclados electrónicos y una guitarra de jazz.

4- Carole King / It's Too Late (Album: Tapestry)

Admito que esta lista aleatoria se está dejando llevar por cauces de rock adultoso (y yo soy un adolescente rebelde como pocos). No obstante, esta es una bella canción... de las mejores del disco. Por lo tanto, que corra.

5- The Doors / Lament (Album: An American Prayer)

Nunca escuché este híbrido y no planeo hacerlo pronto. Esto es poesía de Morrison leída por él mismo con música incidental de fondo. Interesante atmósfera. La frase para la posteridad: Death and my cock are the world.

6- Felt / Down But Not Yet Out (Album: Forever Breathes The Lonely Word)

Se supone que Felt es el púlpito de la música ochentosa para los nerds musicales (como yo). Y cada vez que me animo siempre me topo con estas canciones saltarinas ochentosas, de melodías imprecisas y sin filo. Pero es inútil, al minuto tengo que admitir que me gusta. Y mucho. Y ese organito de mierda me seduce. Qué bajo he caído. El tipo canta parecido a Lou Reed y el nombre del álbum es hermoso.

7- Rush / The Twilight Zone (Album: 2112)

Caramba! Cuando empezó la canción pensé que era PJ Harvey o algo así. No puede ser que un hombre (si es que alguien que se llama Geddy Lee merece tal mote) cante así. Lo amen o lo odien, esta es una aceptable canción progresiva. Hay varias ideas, pero se mezclan unas con otras. La línea de guitarra es impecable. Me gusta!

8- Frank Zappa / Suicide Gump (Album: You Are What You Is)

Este sistema aleatorio no sabe nada de estadística y probabilidades. Habiendo tantos artistas para elegir, vuelve a insistir con Zappa. Pero esta canción patea más glúteos que la anterior... tanto que no puedo clasificar el género de la canción (y aún así sacudo la cabeza). Tiene alma de blues mezclado con doowop, pero no va en serio. Algún día tengo que escuchar este disco, ensalzado por muchos como el mejor del Genio.

9- Donovan / The Fat Angel (Album: Sunshine Superman)

Claro que estaría mucho más feliz si hubiese saltado Season Of The Witch (La misma que aparece en la película de Nicole Kidman donde ella es periodista y termina patinando sola en el hielo). Esta es del mismo álbum, y no está mal. Psicodelia liviana. Excelente para poner de fondo (aunque a todo volumen, si no pega) y fumarse un rollo de papel higiénico.

10 - Siouxsie & The Banshees / Cascade (Album: A Kiss In The Dreamhouse)

Una onda ochentera, dark-goth; invita a bañarse en la sangre de noches demasiado serenas como para ser feliz. Opino que le falta más punch e ideas, pero la identidad está. Excelentes toques de clavicordio.

Fin de la auditoría. El mejor tema es el de Harrison seguido de cerca por el de Felt. Si esto fuera un álbum compilado, le pondría una calificación de 6 puntos.

Otra vez, la distancia

Apenas tus ojos han comenzado a arder,
dos infartos luminosos y estelas rubias en tu piel
En un ángulo, una sombra o dos,
caminando la cornisa de una borrachera,
brindan por una noche oscura y larga.

Las grietas en tus labios, las sé húmedas.
Espirales fantasmas de jazz serpentean en tus muslos.
Y en la hondonada de tus pechos, un hormigueo de silencio.
No aparentas ningún cálculo del tiempo,
ningún sismo en tu cigarillo apagado,
ni en el pentagrama prendido a tu cuello.
Estás solamente allí. Hoy.

Grises como perlas, van ahora ascendiendo,
desde el fondo, ínfimas espinas de anhelo.
Como burbujas en la cerveza, redactan líneas.
Dibujan momentos, aspiran a más.

Mil versículos de ninfas se marean en mis venas.
Pero por fuera, estoy de nuevo como una piedra.

Y al final:
Me preguntaré si era cuestión de apresarte,
cuando ya te hayas ido.

martes, 4 de julio de 2006

Gli azurri ci insegnano

Noticia preeliminar: Un blog con un nombre como "Pentagrama de Cirros" subestima sus propias aspiraciones arrancando con dos posts seguidos sobre algo tan banal y populachero como el fútbol. ¿Y qué? El Mundial excusa. ¿O hay algo más de qué hablar?

Catenaccio las pelotas

La reciente victoria de Italia sobre Alemania en la primera semifinal de la Copa del Mundo planta una lápida sobre la Gran Mentira Germana ensayando una clamoroso epitafio: los Alemanes son de madera.

Reculo: tan malos no deben ser si llegaron hasta esta instancia y pudieron con la temible Argentina del 6-0 a Serbia, pero por la escasa relevancia visual de su juego irresoluto, anónimo, ordinario, uno ya comenzaba a mascullar que si un equipo así llegaba a jugar la final del mundial, el fútbol comenzaría a valer un poquito menos la pena. Pero Italia (SI!, Italia) metió cuatro delanteros en el tiempo suplementario y acabó con los sueños teutones. Lehmann se tuvo que guardar el prospecto adjunto de los penales para otra ocasión ¿El gol que abrió las cosas? Fue de un... ejem... defensor. Eso es lo que yo llamo "Catenaccio al revés".

Era casi inevitable hinchar furiosamente por Italia (yo lo hice a mi manera, por dentro) luego de ver y oír a los alemanes creerse poco menos que Gardel después de pasarla muy feo ante Argentina. Poco importó que sean los mismos italianos que solemos acusar de amarretes, defensivos, troncos, sucios, miedosos... etc. Aguante la azurra forever.

Este partido me da pie para reflexionar algunas claves del Argentina - Alemania. Ya lo dije en el post anterior: la eliminación fue injustamente demonizada por algunos periodistas, sin saber rescatar algunas cosas positivas que habían dejado los de Pekerman para la posteridad. Ahora bien; queda claro que si Argentina no pudo con estos botes de remos vestidos de blanco, algunas críticas se merece el equipo. Aquí van las mías. Para vos Pekerman, que lo leés por Internet.

1) Fea la actitud. Se te da un gol de pelota parada (luego de un primer tiempo sin generar situaciones genuinas, ni nada parecido) y a continuación jugas al famoso juego de "Atacame A Ver Si Podés" (también conocido en variantes como "Parémonos De Contraataque Pero Sin Tener Idea De Cómo Contraatacar" o "Cedamos El Control De La Pelota A Un Equipo Que No Piensa En Otra Cosa Que Meternos Un Gol" o el más contundente "Tiremos La Pelota A La Mierda, Que La Vayan A Buscar Si Quieren"). Juego bastante popular hoy en día, ya exitosamente aplicado contra un equipo llamado Costa del Marfil, pero poco saludable frente a unos voluntariosos alemanes. El gol del empate estaba cantado. Después de dejarles hacer el gol, claro, a atacar de vuelta y sin ideas, cuando ya es tarde.

2) Sin imaginación. Olvidémonos del partido de Serbia y Montenegro. Cuando tenés enfrente una defensa mas o menos competente, no tenés ideas para generar situaciones claras de gol. Ni con Saviola, ni con Tévez, ni con Messi. Holanda: sin goles... México: gol de pelota parada y gol de otro partido... Alemania: gol de pelota parada. ¿Y el tiqui taca ofensivo dónde quedó? ¿Solo sirve para Serbios y Montenegreros? La cuestión es que en el primer tiempo contra Teutolandia, a Lehmann ni le vimos la cara. Se dice que estaba repatingado en una cama solar en una ciudad vecina, repasando la lista de los penales con una rubia abanicando.

3) Sin contragolpe. No sabés contraatacar. Te parás de contraataque aprovechando la presión del otro equipo, pero cuando recuperás la pelota la tirás bien lejos para que no joda o salís tocando lento a para que se rehagan atrás los infieles. Dejás a jugadores que saben de esto (Aimar, Saviola, Messi) en el banco. Así no sirve.

4) Sin remate de media distancia. Empezás a probar por desesperación, a último momento, y mal, cuando están todos cansados y con la mente nublada.

5) Cambios un poco especulativos. Tenés a Alemania contra las cuerdas y en vez de salir a rematarlo, cuidás un resultado que no es diferencia sacando a Riquelme sin meter a Aimar, y haciendo un cambio mentiroso como Crespo x Cruz (que es, a nivel táctico, cambiar un billete de dos por dos monedas de uno). La excusa del 9 de área alto para cabecear no tiene peso en un equipo claramente diseñado para jugar al toque hasta la misma raya del arco. Si se comparan estos cambios con los que hizo hoy Italia en el mismo contexto... son muy discutibles. Respetaste demasiado a los troncos estos.

En definitiva. Entregaste el control de pelota luego de sacar la mínima diferencia. El control de pelota para un equipo de estas características es como la Vigen de la Buena Suerte. Solo sabés atacar con el control de la pelota (tocando y tocando para llegar al arco y definir) y solo sabés defender con el control de la pelota (tocando intrascendentemente para dormir al rival)... Decime ¿Qué posibilidades había dejándole la iniciativa a los Alemanes que tiran y tiran centros hasta que alguna embocan? ¿No hubo ningún aprendizaje de los amistosos con Inglaterra y Croacia?

Otras claves del partido:

a) El árbitro no tuvo nada que ver con el resultado. Lo perdió Argentina solito, y el tipo bien pudo cobrar un par de penales de Ayala a delanteros alemanes.

b) Los penales no son una lotería. Es una prueba de fortaleza mental, anímica y precisión con la pegada. La diferencia estuvo en que mientras Pekerman no los practicaba porque según él no iba a haber penales (Cambiá de astróloga), los Alemanes hicieron la gran TVR y estudiaron todos los penales pateados anteriorimente por todos los jugadores argentinos para establecer un coefinciente de probabilidad. Se sacaron el Gordo.

c) Me gustaría disentir con los que dicen que Riquelme es un pechofrío. Pero no puedo. ¿Cómo sale cansado un jugador que apenas corre, luego de seis días para descansar? ¿Por qué un jugador que se destaca por meter pases de gol claros y remates peligrosos no hace ni lo uno ni lo otro en todo el partido?

Y bueno. La verdad es que me extendí demasiado. Después de todo... ¿A alguien le importa el mundial?

sábado, 1 de julio de 2006

Argentina vs. Deutschland.

Noticia preeliminar: El siguiente comentario es absolutamente imparcial y desconocedor de toda tristeza. Soy portugués. Aliento a Portugal desde que me tocó aterrizar en un pueblito de las Azores cuyo nombre hoy he olvidado. Naturalmente, quiero que Portugal sea el campeón. Es un sentimiento y no puedo parar, olé, olé, etc.

Argentina jugó bien. Pero no ganó. ¿Sirve para algo?

PARA LOS DEMASIADO OPTIMISTAS:

Por una cuestión de lógica, siempre me opuse a hablar de "merecimientos" en el fútbol. Los partidos no se merecen; se ganan o se pierden. Si como equipo ganaste un partido, no es porque alguien sacó una bolilla y te colgó el cartel de ganador: es porque dentro de la cancha hiciste lo necesario para ganar y tu rival no. En el caso del fútbol, hiciste los goles. ¿Qué otra cosa cuentan los marcadores?

Argentina no mereció ganarle a Alemania; digo incluso que no mereció pasar a semifinales, y que la prueba está en el resultado. Cuando los periodistas argentinos hablan de una labor "mediocre" de Alemania y destacan el "partidazo" que hicieron sus albicelestes, algo no está siendo del todo sopesado: no debe haber sido tan bueno lo de Argentina si termina empatando con un equipo "mediocre"; no debe haber sido tan malo lo de Alemania si logra empatarle a un equipo que hace un "partidazo". Pero siguen. No son comentarios aislados: quien encienda la TV lo va a seguir escuchando una y otra vez, en boca de todos los sabios. Lo más atinado sería suponer que ni Argentina fue tan bueno, ni que Alemania fue tan malo. Y listo.

El tema es, claro... Argentina tuvo más la pelota, atacó más y generó jugadas más interesantes. No te hace merecer el partido, pero...

PARA LOS DEMASIADO PESIMISTAS:

... pero, en defensa de la selección argentina, hay algo que pareciera estar siendo olvidado últimamente: un resultado no es lo único que cuenta.

Para algunos sí, naturalmente; no faltaron los periodistas que el día del 6-0 a Serbia estaban iridiscentes de euforia, pero que a pocas horas de la eliminación aseguraban que esta selección "va a ser olvidada de aquí a pocos años".

Pareciera que hoy en día, en fútbol, solo retribuye ganar y no se puede aplaudir a los perdedores. Si no ganás el mundial sos un fracasado, un inútil. No importa que se vayan a cumplir veinticuatro años sin que Argentina sea campeón del mundo; tampoco importa que haya otros equipos que van tras lo mismo y que ante ellos, oh rareza, se pueda perder. Si Argentina no llega a la final, la campaña es un desastre (y cuidado con llegar a la final y no ganarla eh?).

Si en fútbol solo importara ganar, estaríamos alentando a la selección de damas chinas esperando, naturalmente, que gane el mundial de damas chinas. Pero no nos gustan las damas chinas; nos gusta el fútbol. No solo nos gusta, sino que nos enloquece. Y eso es porque el fútbol es también belleza, espectáculo y diversión. Argentina no se lleva la copa, pero ver a este equipo jugar, aún con todos sus defectos, fue de lo mejor que regaló el mundial para disfrutar un partido de fútbol. El baile a los serbios nadie lo va olvidar más, como no se olvida el triunfo sobre los brasileños en el 90, o el gran partido ante Grecia en el 94. Si la gracia y grandeza del fútbol se restringiera solo a ganar el mundial, nos quedarían 31 equipos y 713 jugadores irrelevantes bajo el pie de 23 Dioses del Olimpo.

Por suerte, la realidad es otra. El fútbol es más grande y más amplio que ganar un título. El fútbol se juega, y mientras se juega, puede haber magia. Lo demás son solo números y billetes.