jueves, 26 de marzo de 2009

Really happening

15 step - airbag - there there - all i need - kid a - karma police - nude - weird fishes / arpeggi - the national anthem - the gloaming - no surprises - pyramid song - street spirit (fade out) - jigsaw falling into place - idioteque - bodysnatchers - how to disappear completely [BIS] videotape - paranoid android - house of cards - reckoner - planet telex [BIS] go slowly - 2+2=5 - everything in its right place - creep.


En determinado momento de Idioteque, Thom Yorke declama con elocuencia que "this is really happening"; dos canciones más tarde, en How To Disappear Completely, se despacha con una frase similar, pero al revés: "this isn't happening". Con toda probabilidad, no hay contradicción más clarividente - más sincera - para desentrañar con el lenguaje lo que se pudo haber sentido en el Club Ciudad de Buenos Aires la noche del último feriado, cuando Radiohead por fin se presentó en Argentina por única vez.

Porque ¿Cuántas veces nos habremos detenido, sumidos en la vorágine de un apretujamiento de nervios y transpiración, a caer en que sí, esto "realmente está sucediendo"? ¿Y cuántas más nos habremos quedado mudos, convencidos de que - más allá de toda evidencia - la irrealidad prevalecía triunfal? Y así, canción tras canción hasta que, sin advertirlo (por estar en las nubes), las dos horas se pasaran volando con el inconfundible regusto de lo efímero, lo inaprensible, o quizás lo onírico.

¿Demasiado aspaviento para un espectáculo de música y luces? Tal vez, pero hay que entenderlo en perspectiva: luego de años oyendo estas canciones en cinta, CD, mp3, streaming o el soporte que sea; luego de años escuchándolas en habitaciones vacías, bares concurridos, trenes repletos o autos varados en el tránsito; luego de años incorporándolas a la memoria, a la piel, haciéndolas símbolos o usándolas de señaladores para las páginas de nuestras vidas, de nuestras secretas elucubraciones mentales... Luego de todo eso, es muy difícil creerse la corporalidad brutal de la banda en vivo. No es tan sencillo como pareciera aceptar que los flacos están ahí y están tocando. Que no es que otra vez le dimos "play" a algo y nos pusimos, como de costumbre, a ensoñar.

Mi hipótesis, no obstante, es que a pesar de la borrachera y la resaca, Radiohead realmente pasó en el Club Ciudad. Que un tímido pero expresivo Thom Yorke, un circunspecto Jonny Greenwood, un afable Ed O'Brien, un sobrio Phil Selway y un entusiasmadísimo Colin Greenwood pasaron en el Club Ciudad. Y que dieron un show desbordante, intenso, de esos que no estamos acostumbrados a presenciar. Un show que amén del profesionalismo impecable (luces impecables, sonido impecable, performance impecable) trascendió el mero circo para convertirse en un genuino ritual, capaz de lo sumamente vandálico (2+2=5, sobre el final) como de lo solitario e íntimo (Pyramid Song, y un nudo en la garganta).

Pero la inteligencia del setlist no se agotó en su ancho abanico de emociones. Haber interpretado In Rainbows casi en su totalidad sirvió para confirmar en carne viva sus credenciales de álbum clásico. Weird Fishes, con sus intoxicantes arpegios a todo volumen, se logró inmisucir como un viejo hit; Jigsaw Falling Into Place, esa obra maestra del crescendo y el no dar respiro, dinamitó todo con una virulenta versión eléctrica que bien pudo haber aniquilado a su público; Reckoner directamente fue como un himno. El único signo de debilidad lo aportó Nude, una canción vieja en la peor connotación de la palabra, una parodia apenas maquillada por sus lujosos colchones de cuerdas y la fenomenal performance vocal de Yorke (y su voz de sirena en un naufragio).

Otro acierto relevante fue la inclusión de un puñado de arreglos alternativos entre tanto calco de estudio, sobre todo en los números más electrónicos del recurrente Kid A y Hail To The Thief, como la embrujadísima The Gloaming ("genie let out of the bottle, it is now the witching hour"), una monstruosa The National Anthem con el escenario prendiéndose fuego y la excelente versión neo-fiestera de Everything In Its Right Place (introducida con un pequeño homenaje de Thom a Tim Buckley y Song To The Siren) con su extensa coda llena de clicks y beeps y cositas funky ante las cuales era improbable mantener el cuerpo estático.

El segmento bajonero de rigor estuvo capitaneado por esa sobrecogedora oda a la muerte que es Pyramid Song, que con su elegante piano a lo Satie, su psicodelia y sus guitarras tocadas como cellos fue el único, y oportuno, giño al olvidado Amnesiac. Complementaron una versión algo plana de No Surprises y la sorpresiva inclusión de su análoga Go Slowly, un tema del disco bonus In Rainbows que amenaza todo el tiempo con reventar sin hacerlo nunca. La depresiva in-extremis How To Disappear Completely, fue tocada expresamente (O'Brien dixit) para homenajear a los 30.000 desaparecidos del PRN en el feriado del 24 de marzo, gesto que fusionó de manera brillante la correccion política clásica con el humor negro.

El Radiohead más guitarrero también se sumó a la deliciosa marea de contrastes, aunque el legendario The Bends fue escasamente revisitado. En compensación, se presentó quizás el tema más emotivo de aquel álbum, la desolada Street Spirit, mientras que Planet Telex, con su tremolo a lo How Soon Is Now?, fue una grotesca medusa de distorsión pegoteándose a los oídos. Otros momentos bien al palo fueron otorgados por el infravalorado Hail To The Thief (el final de There There y 2+2=5 provocaron la absoluta apoteosis del público) y la ubérrima Paranoid Android, el momento clave; el momento en el que muchos de los presentes nos apiolamos de que todo esto estaba "really happening".

La frutilla del postre fue, inesperadamente o no tanto, Creep, aquel hit maldito de Pablo Honey al que se le da más prensa (positiva y negativa) de la que merece. Una canción adolescente, sólida como cualquier otra, ostensiblemente manoteada del clásico de Phil Everly y The Hollies The Air That I Breathe y llevada a la inmortalidad por esos paranoides eructos eléctricos de Jonny Greenwood. La respuesta de amor y odio que genera en los fans hace que su inclusión no pueda escapar a los comentarios y bisbiseos. Luego de años de repudio por parte de propia la banda, la aparición de Creep puede ser leida de múltiples maneras: una señal de pura y llana hipocresía; una reconciliación con las raíces; una crítica implícita al snobismo que la banda abrazó con discos como Kid A; una ironía apenas disfrazada; una pequeña concesión a la nostalgia por ser este el primer tour en Sudamérica; o cualquier cosa.

Poco importa después de todo, ya que el final-final, con Yorke en primer plano, cantando casi a cappella las siempre resonantes "What the hell I'm doing here, I don't belong here" y el público coreando a todo pulmón, fue un epílogo más que apropiado para uno de los mejores conciertos de rock que jamás se hayan visto en Buenos Aires.

BONUS:

LAS ENTRADAS: carííííísimas, nos vieron la cara, pero ya fue.
EL LUGAR: medio choto, pero así suelen ser los festivales, qué se le va hacer.
LA GENTE: quilombera, empujones, forcejeos, desmayos, paquetes masculinos en mi culo, encima varios filmando como boludos con las camaritas y celulares, pero bue.
KRAFTWERK: muy groso, especialmente Radioactivity.
LA PORTUARIA: muy groso también, qué se yo.

Se nota que me chupa todo un huevo después del flor de recital que se mandó Radiohead ¿no?