domingo, 18 de marzo de 2007

Pigs on the wing

We'll meet again, don't know where, don't know when,
But I know we'll meet again, some sunny day.


En un recital precioso, calculado hasta la última nota del último solo de guitarra, Roger Waters volvió a tocar en Buenos Aires cinco años después de su debut en tierras argentinas, en aquel Vélez lluvioso del dólar a 1,40 y el relámpago de "Welcome To The Machine". Entonces el campo trasero costaba 45 pesos. Esta vez fue en River, y los precios, naturalmente, fueron un poco (mucho) más impopulares. No importa, se llenó de gente, como era de esperarse, y al final, el ex-bajista de Pink Floyd logró justificar cada billete invertido.

No hubo mucho lugar para la espontaneidad; a un setlist riguroso que jamás se altera de fecha a fecha, repitiendo las mismas canciones en el mismo orden, hay que sumar las típicas performances que caracterizan la música en vivo del Pink Floyd clásico: impecables, en piloto automático y virtualmente clonadas de los álbumes de estudio grabados hace más de 25 años. Suele ser la norma en este tipo de megashows donde los músicos deben ajustarse a un libreto de contratos, sincronías y secuencias de la puesta en escena. En contraprestación, la entrega de Waters fue irreprochable y la calidad de sonido brillante, logrando que las canciones destilaran su máxima expresión emocional, y demostrando que ante todo siguen siendo eso: excelentes canciones. Lo demás va y viene.

En el aspecto visual, Roger Waters llevó la escenografía un poco más lejos que en aquel sobrio recital en Vélez, incluyendo explosiones, llamaradas, el infausto cerdo volador de "Animals" y la espectacular réplica láser del prisma del "Dark Side". Tampoco faltó la pantalla de cine de altísima definición mostrando la tradicional iconografía floydiana, complementadas por referencias nostálgicas a décadas pasadas. Por otra parte, los juegos de luces fueron más bien austeros. Y esta vez, quizás la máxima decepción de la noche, no se trajo los relámpagos.

El recital puso primera con una serie de clásicos surtidos de su banda de siempre, entre las cuales sobresalieron especialmente la siniestra "Set The Controls For The Heart Of The Sun", reflotando sus raíces de psicodelia hardcore (además, la única con un arreglo sensiblemente diferente a la versión original), y el debut argentino de la humeante "Have A Cigar", cuyo ritmo funky, envenenado, quebró el molde letárgico que venía imponiendo la velada. Una versión acortada de "Shine On" en homenaje al difunto Syd Barrett y "Wish You Were Here", con su inolvidable estribillo, redondearon la primera media hora.

Siguieron un par de reflexiones lánguidas de "The Final Cut" ("Southampton Dock" y "Fletcher Memorial Home"), en las que Waters volvió a lamentarse por la Guerra de Malvinas, aunque sin referencias explícitas, cuando se cumplen ya 25 años de dicha tragedia. A la pregunta "Maggie, what have you done?" el estadio respondió con una silbatina unánime, demostrando que a la Thatcher mucho, lo que se dice mucho, no la estimamos. Un momento duro, emocionante, aunque musicalmente un tanto chato; ninguna sorpresa tratándose de "The Final Cut". La misma onda política prosiguió con sus solistas "Perfect Sense" y, especialmente, "Leaving Beirut", una proclama pacifista en la cual Roger hizo "la Gran Bono", sin poder resistir a la tentación de subirse al pedestal, levantar el dedo índice y dictar su cátedra iluminada de cómo debería ser el mundo.

Esta sección levemente tediosa fue sólo la antesala para el momento cumbre de todo el concierto con "Sheep" y su brutal alegoría de la revolución. Una revolución violenta y definitiva que, en la mitología de "Animals", el mejor álbum de Pink Floyd, imagina a las ovejas idiotas masacrando a sus opresores en un baño de sangre. La explosión final de acordes eléctricos fue ayer lo que fue siempre: el instante más catárquico de toda la discografía de la banda. Acompañó a este temazo el cerdo inflable sobrevolando el Monumental, quizás una de las pocas sorpresas del recital para quien previamente no hubiera leído nada sobre la gira. Adornado con grafitis como "Encierren a Bush antes de que nos mate a todos" y "Dónde está Julio López", el cerdo acabó siendo más una distracción circense para que la gente saque fotitos con el celular, y menos la metáfora del capitalista mirando a las ovejas desde arriba, vigilando silenciosamente la marcha de su factoría global.

Seguramente el Waters moralista no será nunca tan intrigante como el Waters músico, y siempre queda cierta sensación de incomodidad cuando se utilizan cuestiones políticas para hacer show. Que la desaparición de Julio López, por ejemplo, haya pasado como un elemento más en la parafernalia de un recital caro puede parecer, en el peor de los casos, banalización extrema o bien, más razonablemente, emergente de una sociedad compleja donde industria, arte, entretenimiento y política aparecen siempre imbricadas en una semántica de contornos etéreos.

Por otro lado el tipo está expresando sus ideas y el arte ha sido siempre, en parte, expresión; de ideas, de sentimientos, de las consecuencias de estar en el mundo que nos rodea. Quien habla de demagogia es porque no conoce bien la obra y el pensamiento de Waters, quien ya desde "Dark Side Of The Moon" daba rienda suelta a sus posiciones antibelicistas y anticapitalistas, las cuales no hicieron más que reforzarse con hormigón en los álbumes subsiguientes. Es decir, el tipo dice lo que dice no para quedar bien (de hecho, muchas veces queda mal) sino porque así lo piensa. Eso es algo que merece aceptación, se concuerde ideológicamente o no, y aunque lo haga a través de frases poco sutiles, como "Oh George! Oh George! That Texas education must have fucked you up when you were very small", o excesivamente sermoneadoras como "America, America, please hear us when we call (...) You got great beaches, wildernesses and malls, don't let the might, the Christian right, fuck it all up, for you and the rest of the world". (Ambas de "Leaving Beirut").

La bacanal de "Sheep" cerró a todo trapo el primer segmento del recital y, tras unos quince minutos, llegó lo más esperado: "The Dark Side Of The Moon" completo. Fue una rendición inmaculada y al pie de la letra que no agregó nada a lo ya escuchado tantas veces en el álbum original, salvo el hecho, claro está, de disfrutarlo en vivo y en comunión con otros. Digna de mencionarse es la calidad del sonido que reproducía los efectos y las voces con una nitidez asombrosa, gracias a una distribución cuadrafónica que los hacía provenir de diferentes puntos del estadio, envolviendo a la audiencia de risas lunáticas perdidas en la noche.

Entre la magra dosis de sorpresas de este segmento vale la pena resaltar el rendimiento de la cantante Carol Kenyon en "The Great Gig In The Sky", haciéndole honor a una de las performances vocales más legendarias de la historia de la música sin vacilar en una sola nota, entregando todo. También fueron bastante contundentes las versiones de "On The Run" y especialmente "Any Colour You Like", las cuales soltaron toda su esquizofrenia ácida con una voluptuosidad sonora probablemente aún mayor que en el disco grabado.

El encore se compuso exclusivamente de temas de "The Wall", incluyendo el introito de "Vera" y "Bring The Boys Back Home" antes del epílogo de "Confortably Numb", cuando las tribunas se convirtieron en una constelación de móviles encendidos, y algunos encendedores también, ya pasados de moda. Para "Another Brick In The Wall, Part II", Waters invitó a unos chicos del Instituto River Plate a subir al escenario, aunque luego, en la estrofa famosa que supuestamente iban a corear, se superpuso un sampleado del tema original. Más pour la galerie que otra cosa; y de paso publicidad para el instituto River, que de seguro no le vendrá mal. Huelga decir que esta parte del show terminó de encender las almas presentes, hasta el punto de que en "The Happiest Days Of Our Lives" muchos hasta se animaron a saltar en un tradicional "pogo". Fue, junto con "Sheep", el momento de mayor energía canalizada desde la banda hacia el público.

Y así concluyó el recital, que a muchos se les habrá pasado volando a pesar de que fue, en rigor, bastante largo y hasta predecible por momentos. Quizás la próxima vez (si es que la hay) se pueda pensar en algún gesto radical, como que de repente la banda mande todo al mismo demonio y se lance a una improvisación disparatada sobre "Insterstellar Overdrive", por ejemplo, rescatando un poco esa inestabilidad volátil de los primeros años de Pink Floyd, para que el estadio no termine pareciendo una extensión un poco más grande del living de nuestras casas, donde pasivos y aletargados nos abandonamos a una música placentera. La prolijidad milimétrica de los álbumes de la era clásica, excelentes como son, no agota, ni mucho menos, el extraordinario aporte que la banda de Waters, Gilmour, Wright, Mason (y Barrett) han hecho a la historia de la música.

Este detalle, no obstante, queda reducido a una oblicua nota al pie en lo que fue un espectáculo desbordante tanto artística como técnicamente y que, más que nada, tuvo la grandeza de traernos a Sudamérica esas enormes canciones que en realidad ya estaban, desde siempre. Y si en las noches de River el primer despunte de "Breathe", el descontrol final de "Sheep" o la honda tristeza de "Wish You Were Here" alcanzaron las fibras de todo lo que esta música ha sintetizado en las vidas de los presentes durante tantos años - aquella amistad, aquel amor, aquella soledad - entonces no habrá crítica que valga. Es cuando las palabras no tienen ya más función que cumplir.


PD: Leyendo las notas acerca del concierto aparecidas en los principales diarios argentinos me quedé perplejo ante la incompetencia sistemática del periodismo local para escribir el título del segundo álbum de Pink Floyd ("A Saucerful Of Secrets"). La Rolling Stone (o sea, La Nación) lo llama "A Source Full Of Secrets" (sic). Clarín se acerca un poco más, pero tampoco la pega: "Asauserfull Of Secrets" (sic), además de llamar al disco solista de Waters "A Mused To Dead" (sic!!) y establecer que "Vera" es un simple de 1979 (Gran política de chequeo de información eh?). Página zafa porque su crónica no menciona el disco, e Infobae zafa porque no presentó aún su crónica, ocupado con titulares de sección claves como "Claudia tiene una nueva oportunidad en Gran Hermano" y "Florencia de la V ahora es rockera". Veremos quién es el primero en acertar.

martes, 6 de marzo de 2007

Noticias de la Guerra (Letters from Iwo Jima)


He's a hero of the war
All the neighborhood is talkin' 'bout your son
Mrs. Reiley get his medals, hand them 'round to everyone
Show his gun to all the children in the street
It's too bad he can't shake hands or move his feet

He's a hero of the war
You can see his picture in the local news
Mrs. Reiley seems the girl next door is nowhere to be found
Once you couldn't keep that boy from hangin' 'round
Never mind dear, you're with your mum once more

He's a hero of the war
Like his dad he gave his life the war before
It was tragic how you almost died of pain when he was born
With no husband there beside you through it all
Ring the bell if you get hungry or you fall

You're a hero of the war
Why those teardrops on your cheek? it's so absurd
Feelin' empty it's the emptiness of heroes like your son
And what made him leave his mother for a gun
Driven forward driven back and nothing more


Scott Walker
Hero Of The War
Scott 4 - 1969


Tengo problemas con las películas bélicas. He visto unas cuantas, la mayoría muy buenas, pero usualmente me quedo con la insatisfactoria sensación de que el mensaje no es completo. Siempre llego a la misma conclusión: por más explosiones, llantos y ríos de sangre que se muestren en pantalla, un filme nunca podrá comunicar cabalmente la locura de la guerra. Nunca podrá, lo ilumino con otras palabras, lograr que el espectador comprenda en carne propia lo que puede significar para una persona ser arrancado de su vida, reducido a soldado y llevado al desperdicio de una muerte y/o mutilación dictada por burocracias invisibles.

Tal falencia carece de peso en películas que utilizan la guerra como mero contexto para contar alguna aventurita de acción y suspenso (Caso True Lies, por citar un quasi-ejemplo). Pero las grandes épicas bélicas, como Letters From Iwo Jima, son en realidad anti-bélicas en su expresión y siempre quieren contarnos algo más: contarnos, básicamente, que la guerra es una mierda. La aventura y la acción pasan a un plano secundario; lo que se resalta es el descenso espiritual que implica la guerra moderna para un combatiente, en franca oposición a discursos tradicionales que enaltecen abstracciones como el "honor", la "hombría", el "patriotismo" y el "orgullo" de pelear por la nación.

En realidad, el mensaje es claro; pero como espectador lo que hago es descifrarlo a partir de las imágenes e incorporarlo a una suerte de base de datos junto con otros mensajes tales como publicidades, recortes de diarios, noticieros, etcétera. Entonces queda en mi cabeza una bonita colección de enunciados: "sí, el soldado se volvió loco por toda la cagada que lo rodea", "sí, pobre tipo, qué garrón debe ser saber que te vas a morir", "sí, mala leche la esposa que se queda viuda", "sí, qué triste cuando el otro se muere en la explosión" y "sí, la verdad es que la guerra es una mierda, viejo".

Hasta ahí todo fenómeno. Entiendo el mensaje y, aún mejor, me pongo totalmente de acuerdo con él. Pero nunca, nunca jamás, logro abarcar realmente lo que le pasa a los soldados. Veo montada en la pantalla toda esa destrucción, esa muerte, ese dolor, ese sintentido; entiendo racionalmente la trama y también sé que no es un invento sino algo que incluso está pasando ahora mismo en Irak. Ahora, salgo del cine y me voy a mi casa tranquilo a dormir o a tomar unos mates. Me olvido del tema. El muerto, el mutilado y el que está por morir pasan a ser anécdota, objeto de comentarios con conocidos que vieron la película. No soy insensible: la realidad de la guerra debe ser de una dimensión tan grotesca, tan terrible y tan alejada de mi órbita que no me queda otra que ser sustancialmente ajeno a ella. Y así como la enésima noticia sobre 34 muertos en Irak pasa de página para llegar a la sección deportiva, las crueldades de Iwo Jima quedan atrás cuando uno vuelve de ver la película y se reencuentra con lo suyo.

En contraste con otro tipo de emociones que se pueden ver plasmadas en la pantalla en simetría con la propia vida, las emociones de la guerra sobrepasan el entendimiento normal, y no pueden ser completamente encapsuladas en una película. Los guiones que tratan sobre, por ejemplo, problemas de pareja, alienación en la gran ciudad o conflictos laborales, se encaminan fácilmente a ser comprendidos en cuanto el espectador pone en juego parte de su propia experiencia para darles sentido completo. Una película de guerra es, en lo que a las emociones de los personajes respecta, una caricatura. El espectador que no sabe lo que es estar en la guerra no puede entender con exactitud qué pasa por la cabeza y el corazón de un combatiente, aunque lo vea en pantalla. Cómo será así que, en la realidad, los soldados que vuelven cuentan poco de lo que han visto; ni siquiera ellos tienen palabras. El esfuerzo de un filme bélico tiene una enorme validez artística, pero conlleva una limitación congénita difícil de remediar. Es el precio, pienso, de aventurarse con un tema de semejante complejidad.

Más allá de tal visicitud (y sí, necesité cinco párrafos para explicarla, vaya economía), Letters From Iwo Jima tiene el mérito de ser una de las películas del género que con mayor simpleza ponen sobre la mesa su mensaje. Sin recurrir a los excesos alegóricos de un Apocalypse Now o al distractivo humor negro de un Full Metal Jacket, la película expone a la vista del espectador ni más ni menos que lo que necesita para expresar lo que se propone. Por eso, además de sus escenas de combate impecablemente filmadas (recuerda mucho a Saving Private Ryan, que no casualmente narra un episodio contemporáneo como el desembarco en Normandía) y de un guión que no escatima en momentos de cortante tensión, la película consigue dar relieve al aspecto más hondamente humano de los supuestos estrategas y hombres de hierro del campo de batalla.

El soldado es, antes, un ser humano. Y para el ser humano, enfrentado a la situación límite de la guerra, muy en el fondo no significan nada el tan mentado "honor" ni la tan mentada "patria" en comparación con todo aquello que lo sigue invitando a la supervivencia: la familia que está en casa esperando, las cosas del vecindario que siguen su marcha, el mundo que más allá de las nubes de pólvora sigue respirando. Letters From Iwo Jima es un poderoso manifiesto no sólo contra la guerra en general, sino contra el militarismo: el soldado convertido en una máquina de matar, insensible para la piedad y sin el más mínimo apego a la vida, sometido a técnicas de imbecilidad servil y suicidio "patriótico". El hombre deformado para que sea simplemente un autómata más en la gigantesca industria de la guerra.

Los personajes principales de la película de Eastwood no revelan su grandeza en tanto artífices de heroicas hazañas militares en una campaña predestinada al fracaso, sino como rebeldes de corazón ante la implacable logística que los condena. Con esa rebeldía, impotente y plena de desesperanza, estará la simpatía de los que fuimos a ver Letters From Iwo Jima.