sábado, 22 de noviembre de 2008

No hay banda - White Album 1968 - 2008

¿Qué nombre le ponemos al álbum? No sé, ni idea, a ver... ¿Cómo le habíamos puesto al anterior? "Banda de Corazones Solitarios del Sargento Pimienta" ¿no? El nombre de una banda ficticia. ¿Y por qué no hacemos lo mismo? O sea, otra banda ficticia. ¿Qué bandas ficticias se nos pueden ocurrir esta vez? Bueno, teniendo en cuenta cómo andamos por casa, una buena banda ficticia sería "The Beatles". De hecho.


Hoy, justamente, se cumplen cuarenta años - ¿ya? ¡cuarenta años! ¡cómo pasa el tiempo! - de la publicación de The Beatles, noveno álbum de estudio de la banda de rock ficticia del mismo nombre (décimo si contamos el EP "Magical Mystery Tour"). Son treinta canciones distribuidas en dos discos que suman noventa y tres minutos con cuarenta y tres segundos de pura música. Más allá de lo que ciertos trasnochados fans de los Beatles suelen sostener con loca pasión, los temas son en general bastante flojos. Aún así, el alienante efecto de aura que aporta el nombre sacrosanto "The Beatles", sumado a la frondosa megalomanía que se inhala desde los crujientes riffeos de Back In The USSR hasta el edulcorado final "joligudense" de Goodnight, convierten automáticamente a esta más bien inocua proyección de egos paralelos en una obra... ¿Maestra? Para ser justos, digamos, en todo caso: digna de ser discutida.

Sí, digna de ser discutida aunque, en rigor, en estos cuarenta años se ha discutido hasta el hartazgo; como todo lo que han hecho y dejado de hacer los cuatro "fabulosos" de Liverpool pero, si cabe, aún más. Casi es imposible abordar cualquier verbalización sobre The Beatles - que en un rapto de ingenio la plebe ha rebautizado como el White Album - sin desplomarse en los más arratonados clichés. Tan imposible es, que yo mismo incursionaré, aquí mismo, en unos cuantos.

Empecemos por aquel que tiene que ver con si-tendría-que-haber-sido-o-no-un-álbum-simple. No, no tendría que haber sido un álbum simple. De haberlo sido, no habría llamado tanto la atención de los mitos y las leyendas. Porque ¿Qué tiene de llamativo un disco de los Beatles repleto de grandes canciones? Para eso están Rubber Soul, Revolver, el referido Sgt. Pepper's y tantos otros. No. Precisamente lo subversivo del White Album es que los Beatles renuncian a cualquier cosa que huela a control de calidad - incluso aquella que proviniese de ellos mismos - y le vomitan al oyente sus conspiraciones más espontáneas y descabelladas. Tras años de fatigante meticulosidad para hallar hasta el más recóndito ribete de coherencia - que los llevó a dejar de tocar en vivo para convertirse en bicharracos de estudio -, los Beatles se animan a ser cuatro tipos locos y exclamar con alegría "ey! somos los Beatles, podemos hacer lo que se nos ocurra (la gente lo va adorar, y si no, ¡Nos importa un soberano huevo!)". El nombre sacrosanto, que en otra oportunidad podría haber ejercido como un ajustado corsé - el que intentó abrocharles George Martin, quien quería solo canciones dignas de los "Beatles" - sorpresivamente hizo que se les suelte la correa. Eran tan poderosos entonces que podrían intentar, literalmente, cualquier cosa. No iban a fallar de ningún modo.

El White Album es una obra catártica, pero de catarsis individual. John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr no solo se liberan, en cierta forma, del supuesto estándar que los Beatles debían alcanzar por llamarse así, sino que fundamentalmente se liberan uno del otro. Todos, incluso Ringo en su escala, tienen pista libre para hacer con sus ideas lo que se les antoje la reverenda gana, sin censura de nada ni nadie, casi como si estuvieran trabajando en un proyecto solista. Y aquí aparece otro viejo y conocido cliché: aquel que dice que The Beatles suena como cuatro - dos y medio para ser justos - álbumes solistas entongados. Paul McCartney grabando Why Don't We Do It In The Road? solo con Ringo (a quien había apartado de la batería en Back In The USSR para tocar él mismo el ritmo que quería); Harrison invitando por su cuenta a Clapton a tocar en su While My Guitar Gently Weeps, Lennon con su novia japonesa masturbándose con las cintas de Revolution 9; son postales que hablan de cómo se gesta el álbum. Cada uno en la suya, alejado y desinteresado de los otros tres, elucubrando sus propios proyectos sin contar demasiado con nadie más. La sinergia que hasta entonces los convertía en algo mucho más grande que la suma de las partes, ya no existe más. Los Beatles para 1968 son cualquier cosa, excepto una banda de rock.

Y se nota desde kilómetros escuchando el álbum. Las canciones, en su mayoría, suenan secas, plomizas y carentes de gracia; esa vibración especial (única, compacta) por la que la habitación cambia de aire o de textura cada vez que suenan los Beatles, simplemente está ausente. Son viñetas desencantadas que solo parecen estar ahí para vehiculizar los caprichos fatuos de cuatro flacos, talentosos pero mezquinos, haciendo más o menos lo primero que se les viene a la cabeza. La cosa no se queda ahí: hay canciones verdaderamente impresentables en el álbum, y no hablo en términos relativos. Ringo, por ejemplo, debuta como compositor con resultados catastróficos (Don't Pass Me By); todo bien, adentro. A McCartney, indulgente consigo mismo, se le escapa una ventosidad anal y saca Why Don't We Do It In The Road?; todo bien, palo y a la bolsa. Lennon, sin quedarse corto ante tanto desatino, idea un collage cacofónico de diez minutos; todo bien, suma.

Pero lo que pierde en calidad intrínseca, el White Album lo gana en enigma. Lo gana en amplitud. Lo gana en alcance. Se ve claramente a los Beatles intentando una huída hacia todas partes, como una colonia de insectos que disparan para cualquier lado cuando se levanta una pierda del jardín; el resultado es, valga la redundancia, el álbum más increíblemente disparatado que existe. Lejos. Habrá obras más ambiciosas, más complejas, más elaboradas, sin dudas. Pero ninguna más incoherente; ninguna más sinuosa; ninguna más encantadoramente anárquica. En The Beatles cualquier cosa puede ocurrir, nada queda descartado y todo género está al alcance de la mano. Desde el ska de Ob-la-di Ob-la-da (diez años antes de Madness y The Specials) o el hard-rock extremo de Helter Skelter, hasta el country de Rocky Raccoon o la música concreta de Revolution 9, el álbum, hablando mal y pronto, da para todo. Un poco deja la impresión de que los Beatles quisieron escribir una enciclopedia que abarcara todos los tipos de canción que habían escuchado en sus vidas. Diría que, si esa fue la intención, no estuvieron nada errados.

Aún así, escuchar el White Album entero es un plan chino. En lo personal, hace años que se me hace una experiencia hondamente frustrante; tanto que ya ni lo intento. En determinado momento, antes de que termine el primer CD, el diluvio de temas "medio pelo" - aunque alternados con ocasionales joyas - se hace tan copioso que me genera un grave malestar y termino apagándolo todo con la cabeza quemada (y una sensación ambigua de alivio y fracaso).

Todavía me acuerdo cuando vi por primera vez los CD's en las bateas del Musimundo de Unicenter; una cosa gorda y completamente blanca, con una cubierta minimalista (diseñada por Richard Hamilton) que recuerda a una lápida, y títulos improbables como Everybody's Got Something To Hide Except Me And My Monkey. La fascinación fue inmediata, y cuando finalmente lo tuve en mis manos - regalo de navidad - me sumergí en su laberinto con un abandono exquisito. Mirando una por una las minúsculas fotos del librito, aprendiéndome poco a poco, afanosamente, el orden de las canciones y después las letras: un laborioso acto de amor que hoy en día ya no podría replicar con ningún otro álbum. Con el correr del tiempo, me volví mucho más gruñón e intolerante ante números auténticamente espantosos como Birthday, o simplemente abúlicos como I'm So Tired o Rocky Raccoon.

De todas formas sigue siendo, para mí, un artefacto muy especial. Siempre me gusta pensar en el White Album como la "Rayuela" del rock: un profuso mosaico de fragmentos para recortar y armar a gusto, saltando de un tema al otro, cambiando las secuencias, salteándose sin culpa las partes que se hacen engorrosas o sencillamente escuchado mis canciones favoritas (y las de todo el mundo), como la preciosa While My Guitar Gently Weeps, la imponente Dear Prudence o esa impactante gema dadaísta llamada Happiness Is A Warm Gun.

Entonces ahí está. Cuarenta años para uno de los álbumes más mitológicos, sino el más mitológico, que se haya grabado. No. No es el mejor álbum de los Beatles. Hay discos mejores de ellos mismos y muchísimos discos mejores de otras bandas. Hay discos más interesantes, más contundentes, más emocionales, más expresivos o con más propósito. Eso sí: no hay ningún disco igual. The Beatles, con esa cubierta sin maquillaje que anuncia de antemano las verrugas contenidas dentro, es en sí mismo una especie de un solo ejemplar. Tal vez por eso, merezca ser juzgado con una vara completamente diferente a la que usualmente se usa. Y en ese caso, un juicio definitivo sobre el mismo parece imposible, además de fútil.

Felicidades al White Album, y por cuarenta años más.

martes, 18 de noviembre de 2008

Sin problemas

Me miraste y me dijiste "¿no podés dormir?"; te dije "no, no me acostumbro a dormir al lado de alguien"; me dijiste "¿pero qué, te molesto?"; te dije "no, pero no quiero dormir, me quedo mirándote y pensando que no estoy tan apurado por escaparme"; me dijiste "¿escaparte?"; te dije "sí, dormir, soñar"; entonces te diste vuelta y apoyando la cabeza en la almohada me miraste más seriamente y me dijiste "¿por qué?"; te dije "no me hagas tantas preguntas, no sé qué contestarte"; me dijiste "está bien, no siempre tenés que contestar"; entonces no te contesté e hicimos silencio un rato; de repente me dijiste "a mí me gusta dormir con alguien al lado"; te dije "¿por qué?"; me dijiste "porque sí, porque está bueno, está bueno despertarme y que estés ahí"; te dije "¿aunque no me pueda dormir y me mueva todo el tiempo?"; me dijiste "sí"; te dije "pero vos dijiste alguien, y ese alguien podría ser cualquiera"; me dijiste "ahora sos vos"; yo te dije "mañana quién sabe"; te reíste, te reíste porque pensaste lo mismo; entonces me volviste a dar la espalda, te acurrucaste y me dijiste algo que no me puedo acordar; te dije "en vez de dormir me quedo mirando por ejemplo esto" y dejé caer mi mano abierta en la curvatura tonta de tu cadera; no me dijiste nada pero me parece que te seguías riendo o ya estabas medio dormida de nuevo; te dije "cuando voy por la calle siento que la ciudad tiene como un pulso perfecto, todos están yendo del punto x al punto y, pero yo estoy a destiempo, estoy de paso como una corriente de aire o como una llovizna y esté donde esté, estoy ahí sin ninguna razón de peso"; te dije "solo da la casualidad de que hay una ciudad, edificios, gente, justo por donde yo camino"; no sé si me escuchaste; te dije "pero cuando estoy acá y vos estás acá, eso no me pasa tanto, por eso no puedo dormir ¿entendés?"; no sé si me escuchaste; te dije "a mí también me gusta dormir con alguien, con vos, al lado"; no sé si me escuchaste; te dije "ey!"; después ya no te dije más nada porque no me escuchabas y porque por fin ya me había dado sueño. Esa fue una de las últimas veces que hablamos. Ahora me duermo sin problemas.

martes, 11 de noviembre de 2008

Ahí nomás...

Ahí nomás...

Igual:

A- El último álbum tampoco es para andar tirando cohetes.
B- Los precios de las entradas van a ser para desaparecer completamente y nunca ser encontrados.
C- Después del gran concierto de Maroon 5 de esta noche, a quién le puede importar esto...

En. Fin.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Ariembre

living well is the best revenge - i took your name - what's the frecuency kenneth? - drive - driver 8 - man-sized wreath - ignoreland - fall on me - electrolite - imitation of life - hollow man - everybody hurts - she just wants to be - the one i love - nightswimming - let me in - horse to water - bad day - orange crush - it's the end of the world as we know it (and i feel fine) [BIS] supernatural superserious - losing my religion - great beyond - man on the moon.


Twentieth century go and sleep.
Really deep.
We won’t blink.

Electrolite

Empezó noviembre. En mi caso particular, empezó noviembre con un soberano recital de R.E.M. en el Personal Fest, lo que me inspiró a chapucear uno de los más inefables títulos de la historia de este blog. Comentarios derogatorios de cualquier tipo: abstenerse, claro está.

Fue una espera diferente a otras, sin la adrenalina de luces que se apagan de golpe o de roadies probando instrumentos. Ni siquiera fue una espera, ya que apenas terminaron de tocar los Kaiser Chiefs en el segundo escenario - todavía no había encontrado mi lugar reservado entre la masa - en el escenario de enfrente apareció R.E.M. y procedió, como quien dice, a romperla.

Esta no es la típica banda de sexo, drogas y rock n' roll que uno iría a ver para hacer pogo o gesticular cuernitos a la Beavis and Butthead. Los tipos tomaron el nombre al azar de una enciclopedia y eso lo dice casi todo. R.E.M. - Rapid Eye Movement - es la fase del sueño en la que soñamos; en los sueños residirá acaso el dejo poético de un sustantivo propio que alardea ciencia y saber. Si su bandita universitaria no la hubiera pegado, estos tipos estarían en sus casas de Georgia, conjeturo, recortando enredaderas para que queden más prolijas y trabajando en negocios de computación. O administrando una granja, como lo hace hoy el ex batero Bill Berry en un elocuente ejemplo de lo mundano.

Por suerte para muchos, la banda la pegó y los otros tres - Michael Stipe, Michael Mills y Peter Buck - siguen grabando discos y haciendo giras, aunque alguno argumente, sin originalidad y con razón, que ya están lejos de sus días de gloria. Claro: no tiene mucho sentido hablar de "días de gloria" para bandas que ya han trascendido algo tan vulgar como el tiempo. R.E.M. fue y volvió muchas veces: el 1ro de noviembre, anteayer, volvió a Buenos Aires (después del Hot Festival en 2001) para presentar su flamante disco Accelerate.

Tal vez la palabra "profesional" sea demasiado glacial para calificar lo que fueron el sonido, lo visual y la performance de la banda. No obstante, ni más ni menos que eso fueron; profesionales. Kilómetros y años de giras encima no se cargan en vano; amén de la excelente reputación que tienen como banda en directo, la cual fue totalmente avalada en las puntuales dos horas de show que brindaron. Todo salió como tenía que salir: el sonido potente; la banda ajustada como un par de calzas; Stipe robándose la noche con sus credenciales de showman y una voz impecable que parecía directamente de estudio; y las pantallas gigantes dinamizando con un arte visual de una calidad inverosímil. En suma, hacieron valer el billete invertido.

El setlist se dio el grosero lujo de omitir material de los primeros dos álbumes, lo cual sería apenas un frívolo detalle sino fuera que Murmur (1983) es una de las obras de arte más perfectas que ha parido el rock - esto no es ocurrencia mía solamente - y que su sucesor Reckoning (1984) no le va en zaga. Un gesto al que no termino de prodigar aquiescencia, aún sabiendo que "el R.E.M. de la gente", apareció mucho después con el pase de IRS a Warner y el éxito espectacular de Out Of Time (1991) y Automatic For The People (1992). Que hace rato se hayan constituido en una rentable banda de (pequeños) estadios para (pequeños) burgueses no elimina que, en sus albores, R.E.M. hayan sido los padrinos absolutos de lo alternativo-indie-under o como-quieras-llamarlo. Y si la gente no lo sabe o lo olvidó, hay que recordárselo; hay que escupirle en la cara mitos como Radio Free Europe - temazo fundacional que hace años casi no tocan - o South Central Rain.

Sea como sea, que aún descartando su obra maestra hayan brindado un setlist del carajo, por decirlo así, habla a las claras del intimidante repertorio que hornearon estos muchachos en veinticinco años de trayectoria. Para compensar la mencionada omisión, dejaron constancia de todos los demás álbumes a excepción de Up (1998) y Around The Sun (2004). En efecto, hasta incluyeron un tema de Fables Of The Reconstruction (1985), aquel oscuro y poco mencionado tercer LP del cual no florecieron ni éxitos ni clásicos reconocidos. ¿La canción? Driver 8 ("we can reach our destination, but we're still a ways away"), dedicada expresamente a Barack Obama, en quien Stipe parece tener depositadas muchas esperanzas.

Esta canción, la más vieja de toda la noche (Stipe mismo lo reconoció: "this is a very old song"), sirvió de hecho para abrir el fuego del segmento más politizado, a lo largo del cual siguieron Man-Size Wreath, furibundo tema de Accelerate dedicado a George W. Bush, y Ignoreland, tema igualmente furibundo (esa carrera-hacia-el-estribillo me liquida) dedicado al otro Bush, al que no tiene la W. pero es igual de odiable y que también invadió Irak en algún momento. Por si no quedaba claro, Stipe subrayó que él - y todos los que compartían el escenario - odian al actual gobierno de EEUU, ese "very big and very strange place" del cual provienen.

Los guiños a las viejas épocas de IRS culminaron con la preciosa Fall On Me de Lifes Rich Pageant (1986), más las infaltables It's The End Of The World As We Know It - cerrando el show - y The One I Love, en la que Stipe fue presa de la síndrome-Bono y bajó del escenario para abrazarse con la gente; ocurrencia bastante ridícula si se tiene en cuenta que estabámos coreando una de las canciones más odiosas jamás escritas ("A simple prop to occupy my time, this one goes on to the one I love").

Como era de esperarse, Automatic For The People recibió una cobertura exhaustiva en la que no faltaron los clásicos Everybody Hurts, ramplona como siempre pero efectiva, Man On The Moon, Drive, la mencionada Ignoreland y la increíble, espeluznante, tristísima Nightswimming inaugurando el "momento bajonero" de la noche, con Mills al piano. En contraste, el otro caballito de batalla, Out Of Time, solo figuró a través de - no podía ser de otra manera - Losing My Religion, una de esas canciones monumentales de ácido desoxirribonucleico que nos sale cantar de memoria aunque no hayamos visto Out Of Time ni en figuritas (que no es mi caso, lógico, yo sí lo ví en figuritas).

Siguiendo con el desglose, se despacharon con tres (TRES!) canciones de Monster (1994), tal vez con la intención de reivindicar un álbum poco respetado, lo que dio como resultado algunos de los recodos menos memorables de la velada (salvando What's The Frequency, Kenneth?, claro). Hubo dos de Reveal (2001) - incluida la cantarina Imitation Of Life - y una sola de New Adventures In Hi-Fi (1996) - por lejos mi disco preferido de los cinco que sacaron en los 90 -, la hermosa Electrolite. Naturalmente, Accelerate fue profusamente promocionado con sus cuatro primeros temas, entre ellos el corte Supernatural Superserious que sonó a clásico en el BIS, más Horse To Water.

El momento más espectacular del show provino, sin embargo, del álbum Green (1988): una estremecedora rendición de Orange Crush, una cosa titánica que hizo saltar todo con su feedback desatado y su apoteósico coro, mientras Stipe correteaba por ahí medio loquito gritando con un megáfono. Bad Day y The Great Beyond, solo hallables en el compilado In Time, completaron el generoso panorama de un concierto que para mí ya es inolvidable.

¿Temas que extrañé? Muchos o muchísimos pero... ¿Qué más se le puede reclamar a un espectáculo de dos horas? Sí, podrían haber tocado Begin The Begin, que es mi canción favorita del grupo. De hecho, la tendrían que haber tocado. De hecho, cuentan los rumores malintencionados que estaba anotada en uno de los setlists que Stipe desparramó sobre el público al finalizar el concierto. Faltaron algunos hits como Stand (que de todas formas no me mueve tanto) y clásicos como These Days. Faltó que tocaran algo más de Hi-Fi, como la impresionante E-Bow The Letter. Faltó Houston, por lejos la mejor canción del último disco. Faltó, faltó, faltó. Siempre falta algo si nos lo proponemos.

Me cuesta hilvanar alguna conclusión profunda o remate con gancho para quedarse pensando. Las palabras se hacen fútiles con bandas como R.E.M., que hace tiempo que son leyenda y todo lo que se pueda escribir de ellos queda pequeño en comparación con lo que inspiraron y siguen inspirando sus canciones. Solo invito a seguir escuchando los discos y esperar a que vuelvan pronto a tocarnos más Murmur y más Reckoning.

SOBRE LOS APERITIVOS:

MARS VOLTA: Realmente no me pude meter en lo que vino a ofrecer The Mars Volta y tampoco me esforcé demasiado para tratar. Me acerqué a escucharlos con alguna expectativa, básicamente por Frances The Mute, una obra cumbre del rock progresivo de la cual no tocaron nada. De hecho, solamente interpretaron cuatro canciones (Drunkship Of Lanterns, Viscera Eyes, Wax Simulacra y Goliath) que sonaron todas más o menos a lo mismo: una zapada deforme y epiléptica para la cual no estaba demasiado predispuesto, a decir verdad. Una de las grandes virtudes de Frances The Mute es su cuidado balance entre freak-outs ensordecedores y pasajes más misteriosos donde hay lugar para el jazz, la psicodelia y hasta la música concreta. Lo de Mars Volta el sábado se hizo muy predecible y hasta monótono: estuvo bien que fuera improvisado, pero faltaron matices y picos de tensión. Se hizo muy difícil distinguir algo entre los aporreos interminables de Rodríguez López y los grititos de Bixer-Zavala. No es que me disguste este tipo de música: lo dije, me encanta Frances The Mute, solo que no estaba psicológicamente preparado para ese free-jazz-metal cósmico que trajeron, o como diablos se denomine esa cosa. Goliath, con sus claras influencias de King Crimson, fue lo que más disfruté. Cuando se fueron del escenario, no obstante, les agradecí de corazón el haberse llamado a silencio.

BLOC PARTY: No conozco Bloc Party y luego del derretimiento parcial de mi cerebro causado por los Mars Volta no tenía muchas pilas para iniciarme. Los escuché de lejos comiendo un paty y no sonaron para nada mal, pero tampoco me llamaron mucho la atención. Por momentos me recordaron a New Order. Fue música de fondo. No puedo opinar mucho.

KAISER CHIEFS: Divertidos y saltarines pero dolorosamente inocuos. El guitarrista parecía un Byrd. El cantante, un Beach Boy. El bajista, un Stroke. Suenan como un refrito de Blur y Supergrass, que a su vez eran un refrito de XTC. Honestamente estoy medio hasta los huevos de refritos; hace falta en Inglaterra alguien que quiera hacer algo original. Urgente. Es ante este tipo de fiascos que se me ocurre revalorizar un poco la propuesta ultra-arriesgada de Mars Volta. De todas formas reconozco que para lo que se proponen son muy efectivos: le ponen onda, son simpáticos, hacen canciones bailables y coreables y toda la bola. No tienen personalidad ni contenido alguno pero te hacen pasar el rato, como quien se divierte en una fiesta de cumpleaños. Ellos mismos no podían ponerlo más claro: everything is average nowadays.