miércoles, 6 de abril de 2011

Bailar sobre arquitectura


The King Of Limbs, junto con la edad avanzada, me van convenciendo de que “revisar” discos es una tarea perversa. Las impresiones personales sobre las “obras de arte”, revitalizadas por los matices intrínsecos de la misma o los sucesivos contextos anímicos de quien escucha o mira, mutan de maneras que en última instancia son inefables. ¿Qué juicio conciso puedo hacer hoy sobre The King Of Limbs cuanto todavía no sé bien qué me pasa cuando escucho Hail To The Thief? ¿O cuando no tengo muy claro dónde ubicar a Amnesiac entre mis preferencias? ¿O cuando recién me estoy animando a afirmar que In Rainbows es, en efecto, un disco que me gusta realmente mucho? Hace poco puse The Wall, de Pink Floyd, y me resultó indigesto; en algún momento ese bodoque me fascinaba y en algún otro momento volverá a hacerlo. La música, incluso más que ningún otro arte, es imposible de parafrasear y no por mil veces dicho deja esto de inquietarme al querer analizar cualquier opus con el rudimento de la prosa. Un disco de sonidos – si solo eso fuera The King Of Limbs – puede significar millones de cosas en millones de momentos. Escribir una crítica sobre él sería, a lo sumo, un mundano acto de cartografía, suponiendo que alguien necesite un mapa para no perderse (¡pero si la idea de la música es perderse en ella, es maravillarse, rascarse la cabeza!). Aunque me sigue gustando leerlas por algún motivo, escribir una crítica musical es un acto heroico de tan idiota. Permítanme entonces la hipocresía y lo heroico. Permítanme la idiotez.

El más reciente álbum de Radiohead pareciera hecho específicamente para elidir rótulos atolondrados. Que son, justamente, los que más a mano tiene una vasta jauría de twitteros y bloggeros ávidos de apretujar su voz en el espectro de la Web ante una publicación sorpresa de estas características. Es un álbum fantasma y sin concepto sobre el que, al menos por el momento y con honestidad, no puedo decir nada grandilocuente. No puedo decir si es peor o mejor que los antecesores; no puedo decir cuánto refiere a ellos (o a The Eraser); no puedo decir si es un disco de electrónica o pop o ambient o trip-hop; no puedo decir si es un disco donde Thom Yorke hizo todo y Ed O’Brien no hizo nada; no puedo decir si Radiohead puso el piloto automático o se fue por nuevos rumbos; no puedo decir cuál es legado que aporta al panorama musical actual; no puedo decir cuánto toma del panóptico musical actual (Four Tet, Flying Lotus, Burial); no puedo decir qué hubiera pasado si este mismo disco lo hubiese grabado cualquier otra banda; no puedo decir cuántas estrellas le vamos a poner. No puedo decir justamente lo que se dijo, multiplicado por montones, en todas partes. Y esto es lo que me parece centralmente maravilloso de The King Of Limbs y, por extensión, de Radiohead: cómo te deja sin definiciones; cómo desafía todo lo que los críticos de rock comúnmente entienden como su función; el encasillamiento, la rotulación que quiere ser profesional pero que intuitivamente se debe descartar poco después de formulada.

Esta es mi impresión. Esta es mi impresión de The King Of Limbs cuando ya lo estoy escuchando por vigésima vez y todavía no sé bien qué hacer con el o qué decir de él. A qué atarlo, dónde anclarlo. ¿Hay necesidad de dicho anclaje? ¿Hay necesidad de calificar? ¿De decidir si “bueno” o “malo”? Su escucha hace válida la pregunta o la reflexión en torno a la pregunta. Esta es mi impresión. Y por ende, casi no me queda otra que ser impresionista. Es decir, dar meras impresiones gaseosas, personales, nada lógicas, recogidas a lo largo de las escuchas continuadas.

Percibo ante todo, con una percepción que a estas alturas podría llamar perenne, que The King Of Limbs es muy poco espectacular y profundamente adictivo. No sé si llamar a esto una contradicción; pensándolo con frialdad no tiene por qué serlo. Lo espectacular, así como lo uniformemente emotivo, a la larga quema la cabeza o cansa (véase The Bends; léase Ok Computer). Hoy me encuentro volviendo al álbum sin poder explicar muy bien a nadie el por qué. Hasta el momento, no es nada obvio. Los temas se me hacen livianos, mínimos y escasamente desarrollados más allá de una adusta proposición inicial que se repite en bucles. Es un poco como que Radiohead, a diferencia de otros momentos de su historia, no tiene nada muy urgente para decirle a nadie. El disco todavía no parece incluir canciones-monumento inequívocas, de esas con efectismos despampanantes que hacen a cualquier fan de Radiohead derrapar y poner piel de gallina (El final de "There There", la entrada del piano en "You And Whose Army?", los clímaxes de "Exit Music" o "Let Down", la secuencia épica de "Reckoner"). Aún así, cada una invita a la reescucha atenta, a la sospecha de que hay varios matices por sonsacar de entre la presunta insignificancia. Y que esos matices pueden llegar deformarse, a la larga, en una de esas canciones-monumento, solo que redefinidas (¿"Lotus Flower"?)

The King Of Limbs es corto, todos lo han señalado, pero yo presumo más bien que se hace corto. Y esto porque cada canción individualmente se hace corta. ¿Había alguien reparado que "Bloom" dura más de cinco minutos? Honestamente, jamás lo habría pensado. No es solo que no lo habría notado, sino que ni me habría hecho la consabida pregunta del tiempo. Y eso que "Bloom", una suerte de trip-hop sinfónico, no es exactamente "Bohemian Rhapsody". Simplemente, mientras dura, la cuestión del tiempo deja de tener relevancia; solo fluye como si fuera perfecta. Hay algo ahí, algún mecanismo del crear, del hacer, que no es nada obvio y funciona a la perfección. The King Of Limbs parece un álbum más para deleitar con auriculares porque sí, en íntimo onanismo, que para romperle las bolas al vecino o enamorar a tu chica en un mar de pasiones compartidas. Podés poner "Morning Mr Magpie", un sucedáneo de Fela Kuti mezclado con Talking Heads, con el volumen al mango y nunca va a aturdir a nadie. Tampoco va a levantar la temperatura de una fiesta. Eso que a priori parece un grave defecto de repente es más bien semejante a una virtud; la virtud de poder escuchar y reescuchar sin cansarse, y sin dejar de estar un poco extrañado, descentrado o con la vaga ilusión de estar escuchando la canción por primera vez indefinidamente. La sensación ni siquiera es plácida.

El álbum no tiene mucho sentido del clímax; no hay momentos intencionalmente bajos que te preparen para el estallido glorioso donde las nubes de descorren y mil gavilanes surcan los cielos al compás de todas tus experiencias pasadas y futuras. Y si los hay, son empedernidamente sutiles. Pienso más que nada en el final, en "Separator", que inicia como un garabato impresciso para recién a los dos minutos y medio arrancar con algo parecido a una canción. Uno ahí siente la satisfacción por primera vez y espera que la cosa crezca y crezca hasta un final monolítico, pero no: los tipos retienen la modestia a tal punto que "Separator" ni bien llega empieza a desintegrarse sola y lentamente hasta desaparecer detrás de sí misma. Se comprende, si uno se pone en el lugar del otro, que para ciertos oyentes acostumbrados a un buen mazazo en la cabeza esto pueda ser más que frustrante; después de todo hay fans – pobres – que siguen quejándose de la falta de guitarras y preguntándose por qué Radiohead no vuelve a hacer un disco como The Bends. En mi caso, este tipo de ausencias hacen que quiera escuchar de nuevo, una y otra vez, para ver cuál es el chiste. Porque hay uno, supongo.

Esto no implica que el recorrido del álbum sea previsible. Es un recorrido más bien plano: es como estar en una estepa de sonido, pero no dejamos nunca de movernos por diferentes texturas superpuestas, atravesándolas. Están los polirritmos de la primera mitad, allí donde el mini homenaje a Can que es "Little By Little" se da el gustazo de escupir una síncopa monstruosa que ha generado ya algún cupo de retardados clamando que Radiohead “está fuera de ritmo”. Están los impecables beats electrónicos y líneas de bajo de "Lotus Flower", un single relativamente abstracto cuyas posibilidades de convertirse en clásico referencial se condensan más que nunca en la blusera y solitaria interpretación vocal de Yorke. Y está también – tal vez como ejemplo extremo de la vocación espartana de este Radiohead – ese par angélico-pastoral de "Codex" y "Give Up The Ghost", que ya ni llegan a modelarse como canciones plenas. Puesto que se arrogan poco más que el título de espectros de sonido, parecen emanar más desde adentro de nuestras propias cabezas en vapor que de un conjunto de instrumentos. Toda una incógnita.

Esto es The King Of Limbs por ahora. Varias impresiones que no acaban de converger entre sí. Pasada la verbosidad plomiza de Hail To The Thief y la (muy) relativa vuelta a las raíces de In Rainbows Radiohead se versiona con una postura indefinida, humilde y poco pretenciosa que es difícil imaginar hasta qué punto fue deliberada o si surgió espontáneamente del legendario cansancio de Thom Yorke. Lo que sí parece estar claro es que no buscaron grabar otro álbum que sacudiera cimientos ni algo concientemente a la altura de cierta reputación que deben, en teoría, enaltecer. Radiohead es casi demasiado libre a estas alturas para hacer una cosa así. Dado que es hasta difícil responder si es un disco oscuro o luminoso, The King Of Limbs desarma al oyente colmado de expectativas basadas en el pasado. ¿Es ese el mérito? Podría ser. En realidad, si nos gusta Radiohead es porque un poco nos gusta que nos desarmen ¿no?

El gesto, por supuesto, puede llegar a ser falaz. Digo, si dentro de unos años empezamos a sentir, por fin, que éste es simplemente uno más en la imponente seguidilla de obras maestras de la banda, sabremos que hemos sido seducidos y engañados de vuelta. Por ahora, el no poder decir nada definitivo, conciso, o siquiera razonable sobre The King Of Limbs es, sin paradoja alguna, lo que más goce me provee; por lo inesperado.

Publicado en Revista Spazz