martes, 29 de septiembre de 2009

Democratizadora ley de destrucción de medios K

¿Qué se encuentra en los medios sobre la Ley de Medios? Básicamente, desinformación.

Se habla mucho, demasiado. Se dice poco, nada.

Debemos sospechar, suponiendo que realmente nos interesa lo que pasa y lo que puede pasar a nuestro alrededor, de la información ausente, la que se retacea, se censura o no se publica en los medios de comunicación. Pero mucho más aún debemos - y no solo porque es más fácil - sospechar de aquella que de repente empieza a manar como un aluvión incesante, como un zumbido de sordomudo que se da manija a lo pavote sin más argumento que pronósticos agoreros o, también, coloridas promesas de edenes y encantamientos. No hay peor desinformación, y me sujeto con uñas y dientes a mi propia opinión, que el exceso de información que no sirve para nada.

Afortunadamente, el tema de la Ley de Radiodifusión se ha arraigado con fuerza en la agenda mediática, ya sea a causa de la infatuación de algunos o del espanto de otros, dados lógicamente por la relación directa entre las competencias del proyecto y las actividades que realizan estos algunos y estos otros. No es que no exista el debate, como acusa, frustrada en TN, la legisladora Patricia Bullrich; al contrario, hay un debate encendido, jugado de pasiones e intereses, que colma a toda hora el espectro audiovisual y los periódicos y los blogs y todo lo demás. Todos (los que aparecen en los medios) se pronuncian. Todos (los que aparecen en los medios) quieren decir algo al respecto. En principio, es casi para pellizcarse de incredulidad que este debate esté floreciendo y que no haya muerto antes de gatear, como tantas otras veces, en extemporales freezers guardados por lobbystas y operadores de diversa calaña. Hay que repetirlo a riesgo de caer en el cliché que trato de criticar: que ya de por sí se esté hablando de esto, y que ni el más aguerrido de los contreras se atreva a sostener que es mejor mantener la actual Ley 22.285, es un triunfo (no del gobierno, no de la democracia; un triunfo sin depositario, un triunfo puro).

Pero, como canta la canción, el debate hace bien tanto como hace mal. Y así como es legítimo celebrar que se hable y se hable coralmente de algo tan necesario y tan pendiente, también es legítimo cuestionar, sospechar (me gusta "sospechar" porque lo mío no es la fe ciega) acerca de qué se habla y qué se dice y qué se opina. En síntesis: cuál es el valor de servicio de todo lo que se informa sobre el proyecto. Un debate en el que todos hablan, todos se encienden y todos velan por sus intereses e ideologías, así como es a todas luces democrático y polifónico, solo puede generar confusión en el espectador cuando no está anclado a nada. Mejor dicho, cuando está anclado a la propia cruzada, al embanderamiento enamoradizo, al atrincheramiento en una posición irreductible que no se presume deba ser explicada. Mejor dicho aún, cuando está anclado, tan solo, a símbolos.

Lo que se está sacando a relucir en el debate sobre la Ley de Medios consiste, a mi entender, en una suerte de pautado guión discursivo que varía diametralmente según el "bando" en el que unos y otros actores militen, según quién pague sueldo o sobresueldo, según de dónde llueva la pauta publicitaria o la dádiva de turno. He aquí el problema de la mayoría de las cuestiones políticas importantes - y la ley de medios es, como ninguna, una cuestión importante - que se debaten en la democracia televisada, esta especie de batalla naval cuyas coordenadas son verbos y símbolos: el problema es que terminamos arrancándonos los pelos y los ojos en torno a significantes comodines, vacíos e inútiles (tales como "libertad de expresión", "derechos humanos", "democracia", "dictadura", "pluralidad de voces", "K") pero a nadie (o a pocos) se le ocurre leer textualmente un mísero artículo de la ley al aire y discutir a fondo - durante días y bajo muchas luces - sus implicancias, sus eventuales resultados, su justicia o injusticia, algo que haga a la "educación" del oyente, el tan mentado "ciudadano común" que, porque no le queda otra, habla siempre por boca de ganso. El ganso es los medios.

¿Cuán exasperante puede llegar a ser un debate cuando la dichosa ley es llamada de maneras tan irreconciliables como "Ley de control de medios K", "Ley de destrucción de medios", "Ley de Radio Defunción" (los que están en contra) y "Ley de medios para todos", "Ley anti-monopolio" o "Ley de medios democráticos" (los que están a favor)? En última instancia, se ve a leguas que hasta la forma de nominar las cosas (los sustantivos) responde a interpretaciones libres pero interesadas que nunca aparecen cabalmente argumentadas y se quieren hacer pasar por llana información. Ese es, por llamarlo de alguna manera, el drama de significación del debate sobre la ley: no es aberrante o condenable que haya posiciones tomadas a favor o en contra (nunca podría serlo), pero se cae en la manipulación - incluso en la llana mentira - cuando ninguno de los que hablan y hablan y repiten y repiten conceptos como si fueran verdades reveladas tiene la suficiente honestidad como para blanquear esas posiciones y justificarlas con la letra de ley.

Clarín bombardea con institucionales autocompasivos y mete zócalos en TN sobre la "Ley de Medios K" (la "K" te mata). Sus empleados (casi tirando más bien a "empapelados") se refieren a la "mordaza" al periodismo, a los cercenamientos de la "libertad de expresión" y a la amenaza inminente de los "derechos adquiridos". Morales Solá especula desde el llano y desde su columna en La Nación con la creación de un holding mediático propiedad de los Kirchner que vendría a reemplazar un monopolio por otro, al tiempo que denuncia el desguace de los grupos mediáticos actuales con el non-sancto objetivo de someter a los periodistas al ya tópico "estilo autoritario K". Cuando no se compara el proyecto con las políticas de Hugo Chávez o Evo Morales (viles demonios), gente como Vila lo hace nada menos que con la última dictadura militar. Macri y Cobos se ponen la camiseta y acusan al gobierno de atropellar la sanción de la ley con un congreso que "no es el que eligió el pueblo en las últimas elecciones"; no dudan en hablar de "improvisación" cuando la ley recibe cambios en una de las cámaras y acusan a ciertos bloques de diputados (como el Socialismo) de "venderse" y "traicionar a sus votantes" cuando, luego de lograr algunos cambios explícitamente solicitados por ellos mismos, votan a favor de la ley. Ninguna de estas espectaculares acusaciones, conspiraciones y escenarios apocalípticos aparecen jamás respaldados con la cita de algún artículo concreto, con número, apartado e inciso, de la letra de la ley. No aparece el artículo que demuestre ni la mordaza, ni el ataque a la libertad de expresión, ni la coima ni nada de nada de lo que sostienen.

Del otro lado la retórica no necesariamente resulta más servicial. En Radio Nacional, ATC y Página 12 (escenarios de los discursos con una mayor militancia - esa es la palabra - a favor de la ley) se asume que el nuevo proyecto es poco menos que la panacea simplemente porque la actual ley es un decreto promulgado por una dictadura genocida (obviando que algunos de los mayores defectos de la regulación vigente fueron introducidos en democracia). Frente a las acusaciones de la oposición, se limitan a burlarse de Macri o Cobos (blanco fácil si los hay), hablan de gorilismo, de que es todo mentira y que hay que tomarlo como de quien viene, o sea, Grupo Clarín. Ninguna de estas celebraciones exaltadas de alegría y esperanzas aparecen solventadas por alguna cita de la ley que despeje dudas. Unos y otros declaran para su tribuna de fieles convencidos, dejando información clave y útil que podría convencer a muchos más flotando en una nebulosa.

En esencia, tenemos una especie de duelo de simbolos en medio de una problemática que de simbólica - incurriré en un marxismo algo ortodoxo - tiene poco y nada (siempre están la tajada grande y la tajada chica y la no tajada detrás). La ley es democrática o no es democrática. La ley fomenta la libertad de expresión o atenta contra ella. La ley desmantela monopolios o los reemplaza por otros aún más siniestros. La ley está hecha a imagen y semejanza de las potencias europeas o a imagen y semejanza de Venezuela y Cuba. La ley es de todo un pueblo o de los nefastísimos "K". Y así sucesivamente. Quien haya podido leer el proyecto de ley y tenga un mínimo de conocimiento técnico sobre las cuestiones que en ella se dirimen tienen los elementos para, con esfuerzo, superar estas engañosas dicotomías y decidir con cierto conocimiento de causa de qué lado está la razón, a quién le creen más y a quiénes menos (cosa que personalmente ya hice). Pero el ya mencionado "ciudadano medio", que nunca va a leer la ley entera pero irónicamente es a quien más le compete todo lo que está en juego, no tiene nada en claro y nadie le explica nada. En cambio, se le ofrecen slogans atractivamente marketeados como quien anda vendiendo puerta por puerta. Así, no tiene a qué aferrarse más allá de la simpatía o el grado de identificación que le produzan Mirtha Legrand o Sandra Russo; Joaquín Morales Solá o Victor Hugo Morales (cada uno con su moral, permítaseme el oportuno chiste malo); Macri o Cristina; Merkel o Chávez.

Los buenos y los malos. Los malos y los buenos.

Con esta introducción me propongo dar inicio a un ciclo de posteos acerca del nuevo proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (tal es su título, escasamente aludido) en donde intentaré, con lo que tengo a mano (entre otras cosas, el texto completo del proyecto), reflexionar sobre lo que se dice en los medios sobre la ley y lo que la ley dice sobre (los futuros) medios. Es bueno que haya un debate; esto es lo que, desde mi lugar, puedo y quiero aportar en este momento tan importante de la vida democrática argentina. Naturalmente, esto también es una invitación implícita a quien lea para contrastar con su propios puntos de vista a riesgo de que, en un intento por aclarar un poco las cosas, terminemos embrollándonos cada vez más.

Que es lo que siempre termina pasando.

Cáncer

Labios rojos. Curvas perfectas. Miradas de papel tapiz. Musas de grandes diseñadores y pasatiempo de miles de hombres aficionados al estupro mental. Favorecidas por la sutil combinatoria genética y por casi todos los cánones estéticos socialmente impuestos. Bijouterie de los orfebres de la iluminación eléctrica, del prosaico arte del copy-paste. Mutantes plásticos, sumisos a las reformas de la postproducción informática y otros anestesiantes certeros. Rehenes de una pátina higiénica como toda mediación posible. Inmaculadas militantes del vaticano trashumante de la moda. Sumergidas en un formol de momentáneo xenón ya ni defecan, ni orinan, ni respiran el aire enfermizo. Derrotadas, fulminadas bajo un meticuloso bronceado y un brillo cadavérico. Sometidas al imbécil congelador fotográfico y su mordaza. Repeticiones pixeladas de nada. Codificaciones o eslabones de una red criminal de castidad.

Cómo ansío tus muslos en los míos, pegoteados y saludables, y tu boca desbordándose como un panal destrozado, como gelatina.