domingo, 30 de diciembre de 2007

Buenos Aires Wild Side

Vos agarrás la línea E, la violeta viste, y le das derecho, derecho hasta el final, hasta la estación cabecera que se llama Plaza de los Virreyes. Te vas a dar cuenta cuando estés por llegar porque las estaciones empiezan a hacerse medio raras; Emilio Mitre (donde salís a Parque Chacabuco), Medalla Milagrosa, Varela. Esas tres se inauguraron en 1985 y son diferentes a todas las demás estaciones de la red. Tienen azulejos marrones, unos techos re de oficina, son bastante espaciosas y vacías. No sé, tienen una atmósfera distante, nocturna, casi alienígena, como si estuvieras en otro país en otra parte del mundo, donde la gente habla en voz baja una lengua eslava o así. Virreyes es como más normal, vuelve el color violeta en las paredes. Durante muchos años, hasta que se abrió Ministro Carranza (otra estación que tiene su personalidad propia), fue la más nueva de todas, la inauguraron en 1986, año del gol a los ingleses en México. Pero bueno, vos llegás, subís la escalera que no es mecánica ni nada, y enseguida está el premetro. Es medio desconcertante todo porque en realidad ya no ves ninguna plaza. No, salís y aparecés en un tinglado onda terminal de ómnibus, justo debajo de la autopista 25 de mayo. Eso queda en el barrio de Flores, al sur. Paredón y después.

Yo digo siempre que Buenos Aires ofrece algunos espectáculos realmente sobrecogedores para quien es capaz de asomar la cabeza por sobre la vorágine diaria. Por ejemplo, caminar por la 9 de julio cualquier día de semana al mediodía (aunque ahora en enero y febrero no sirve porque movieron el escenario a Mar del Plata). El flujo de movimiento simultáneo, que pareciera materializarse espontáneamente en todas partes, como lluvia, para donde mires, es tan monstruoso y fascinante que hasta pierde sentido y te hundís en un sopor extrañado. Te preguntás qué mierda hace toda esta gente acá. Es terrible.

Otros se ven mejor desde autopistas, por ejemplo, andar en auto por la 25 de mayo (ya que hablamos de ella). Cuando agarrás la 25 de mayo desde el centro, sentís que estás huyendo de la ciudad. Pasás por la 9 de julio y ves el obelisco a lo lejos y desaparecés. Y vas rápido, ponele que vas a 120 por hora, entonces parece que estás desesperadamente huyendo de las fauces de la ciudad, como en una película, que buscás un espacio abierto y con aire. Pero no. Mirás a tu alrededor y es un océano impresionante de cemento puro, de siluetas rectilíneas, de lápidas con ventanas que emergen ahí nomás pero también a lo lejos, en un allá que no tiene nombres. No termina nunca. Te da la sensación de que vas a estar manejando toda tu vida y los edificios no se van a acabar jamás. ¿Sabías que desde un punto hasta ves la Torre Le Parc? Esa torre enorme donde vive Tinelli y no sé quién mas, la que está en Oro y Cerviño (Palermo) esa cosa, se ve, te lo juro. Lo que quiero decirte es que desde ahí arriba la ciudad es como invasiva, como un tsumani gigante que cubrió todo, y vos querés salir pero no ves nada más que eso, que esa ciudad tan extravagante, y sentís que te vas a ahogar en cualquier momento. Por eso seguís huyendo como loco, hasta que la General Paz te corta el mambo. Después de todo no aterrizaste de un ovni ¿o sí?. Vos también sos eso de lo que querías huir.

Ir en premetro es uno de esos viajes mágicos y misteriosos. Nadie puede jactarse de conocer Buenos Aires si no se animó nunca a una vuelta por estos radiantes tranvías inaugurados en 1987. El invento del año, sin duda, después del Plan Primavera. Por algún motivo me acuerdo del premetro. Yo pensaba que era "pemetro", sin la primera "r" (que, para ser sinceros, lo hace medio trabalenguas al nombre) y me acuerdo perfectamente de un noticiero que cubría las peripecias iniciales del nuevo transporte urbano, con un movilero bobalicón que le preguntaba a los pasajeros cómo iba todo, qué le parecía y eso. Como si mi cabeza fuera un magnetoscopio, retengo la imagen tomada desde dentro del premetro, mientras este iba cruzando el puente sobre las vías del Belgrano Sur, directamente sacada de la pantalla de catorce pulgadas (y sin control remoto). En esa época y a esa edad, ese puente era muy alto, te voy a decir. Ahora ya no tanto.

El premetro sale directo para el sur; ¿te acordás del slogan de que "El sur también existe"?. ¡Ya lo creo que existe! Existe y mucho. El sur es Barracas y Nueva Pompeya. Es Soldati, Lugano, Riachuelo, por ahí por donde pernoctan los toposaurios, donde flamean los juncos y arden los baldíos, donde ropajes colorinches se encaraman sobre el pathos urgente de las viviendas sociales, mientras, sin punto cardinal, se van recortando varios horizontes escalonados, y en medio los lechones de fin de año, las gomerías anunciadas en pizarrones callejeros, los pases de magia del trabajo humano. Como una bahía de Matanza en Capital, como una explosión de realidad maravillosa, así se pintarrajea el mundo Soldati, el mundo Lugano. Te lo dije. Lo vas a ver. Muchos están acostumbrados a vivir acá, pero para quien solo sabe de los distritos newyorkinos de Palermo (y esto sí puede pasar en una polis así de grande), Lugano es el dominio de lo impensado.

Lugano es también una ciudad suiza, ubicada en el cantón de Ticino a orillas del lago homónimo (que también se llama Ceresio, pero entre Lugano y Ceresio, me quedo con Lugano). Es una de esas zonas de Suiza donde se parla italiano y que no te extrañe porque está muy cerca de la frontera. Incluso hay un diminuto enclave italiano ahí nomás, llamado Campione D'Italia. La homenajea Buenos Aires con el nombre, porque cuando todo esto era campo parecía Suiza, con sus lomadas verdes y el sol de entonces. Y debe ser así porque su fundador, José Soldati, era suizo de Lugano, así que habrá que creerle. Villa Lugano es el segundo barrio capitalino después de Palermo (otro homenaje italiano y van...), tanto en tamaño como en cantidad de habitantes. Tiene una parte vieja, tradicional, más hacia el oeste, donde está la estación, y una parte nueva sobre el Parque Almirante Brown. Vos decís parque y por ahí te imaginaste los bosques de palermo, pero este parque es otra cosa, ya vas a ver.

Te subís al premetro y terminás en el sur de Lugano, justo frente al Autódromo Oscar Gálvez y al Complejo Habitacional Gral. Savio, más conocido como Lugano 1 y 2. No es broma, es uno de los paisajes más imponentes de la ciudad. En vez de ir a la telaraña turística de Caminito, los visitantes deberían venir acá. Para cierto imaginario esto es zona de cascotazos en las ventanas, de chacales, de que bajás y no te dejan ni los huesos. Viajar en premetro sería algo así como un imprudente safari etnográfico. Mentira. Esto es un barrio y punto. De gente que vuelve de trabajar todo el día, de esquinas con negocios, de estaciones, balcones y puertas. Te pueden robar como te pueden robar en cualquier parte, y en ciertos aspectos es mucho más moderno, más "europeo" (esa palabrita es crítica) que la mayoría de los barrios. Posta que sí.

Pero volvamos a Plaza de los Virreyes porque te vas a perder. Ahí está la estación cabecera Intendente Saguier. Este tipo era el padre de los actuales accionistas de La Nación y fue intentente de la ciudad, cuando todavía había intendentes en vez de jefes de gobierno. Se llamaba Julio César y era radical. Murió en el mismo año en el que se inauguró el premetro, todavía en ejercicio del cargo. Así que el nombre estaba cantado. Salís de Saguier con el premetro y lo primero es el Cementerio de Flores, que es raro. Raro porque está perimetrado por un muro de ladrillos, como cualquier cementerio, pero a la vez está sobre una lomada de tierra bastante alta. O sea que tenés el muro rodeando una loma de tierra y arriba las tumbas y los pinos y todo ese cotillón de cementerio. Ahí tenés el cruce con Balbastro, y mirando hacia el norte vas a decir que estoy loco pero parece Suiza. O sea, es una callecita curva que sube, y hay unas casas, con techito y no sé. Quizás solo me sugestione el nombre... Lugano. Aunque esto todavía sea Flores.

Cuando el tranvía este llega a la Avenida Castañares y Perito Moreno entrás en Villa Soldati. Por ahí cerca está la cancha de San Lorenzo, pero más para el este, en Nueva Pompeya. Acá tenés un buen ejemplo de las cosas raras de los porteños. Un club que es de Boedo, pero se llama San Lorenzo de Almagro, tiene la cancha en Nueva Pompeya y la gente la ubica en el Bajo Flores. Es para el diván, no te parece. No es el único caso eh, la gente acá no le da bola a la nomenclatura oficial, entonces la cancha de River es Nuñez aunque quede en Belgrano, la cancha de Vélez es Liniers aunque quede en Villa Luro y así.

En Villa Soldati también está el Parque de la Ciudad. Se lo construyó en los 80 como el parque de diversiones más grande de Sudamérica y no se qué. Hoy está abandonado, desde el premetro ves las montañas rusas (los Urales oxidados viste, bien de salón te lo tiré ahí), los cables de los teleféricos y es medio triste todo. Yo fui una vez para el día del niño, cuando funkaba el asunto, y fue una masa. Era como el Ital-Park. No sé si andará algún juego, yo igual no me subiría. Se puede ir a hacer algún picnic por una módica suma, supongo, pero la entrada esta completamente vacía. Lo que ves ya pasando a Villa Soldati es la torre espacial esa. La gente no la conoce porque, salvo desde la 25 de mayo (desde donde es imponente) o desde algún puente del Riachuelo, no la alcanzás a ver, pero es como Seattle, San Antonio, Toronto... O sea, tenemos esas torres-confiterías en Buenos Aires también. Tenemos todo. No sé cuánto mide, pero ponele que ochenta pisos tenés. Es la cosa más alta de Buenos Aires y andá a buscar algo más alto en esta pampa chata, chata... para mí que tenés que irte hasta Sierra de los Padres. Es grosa esta torre; tiene miradores y todo. Me pregunto cómo se verá la ciudad desde ahí arriba. ¿Sabés de dónde la trajeron a esta torre? De Austria. Desarmada en cajas supongo, pero de Austria. Si esta no es la parte más europea de Buenos Aires, no sé cuál es viejo. Ojalá que se abra todo de nuevo; hay un cartelón grande que pone "Estamos trabajando para recuperar el espacio público de los ciudadanos", o algo por el estilo. Con el revival de los 80 que tenemos, estaría bueno que el Parque de la Ciudad vuelva. Yo voy, te juro que voy y me subo a los autitos chocadores.

Y así avanza el premetro, dobla por Castañares y después por Mariano Acosta se interna en la Soldati Profunda. Es medio villa todo esto, pero son esas villas re turísticas donde se hacen tours y mateadas. Tenés el club deportivo Riestra, que a veces aparece en ese programa de TN donde te pasan los partidos de todas las divisiones y vos ves esas canchas de polvo que ni tribuna tienen. A los costados, y volviendo a Mariano Acosta, ves cosas, ves basurales, ves una familia que se hizo un living con el sofá en la vereda, ves un esqueleto viviente que revuelve containers, ves quasi-caballos atados que quieren irse al carajo, y de repente por ahí un Mercedes clase A blanco impecable que sale de avenidas con nombres como Ana María Janer. El tranvía sigue hasta las vías del Belgrano Sur y ahí dobla para Lugano. Para Suiza.

Y ahí la ciudad como que se abre. Acá no es ese masacote ridículo de hormigón y cemento sin interrupción, sino que vuelven los espacios. El vaivén de los llenos y los vacíos. Vacíos naturales, verdes, interminables, de cielo ancho (TODO el cielo, diría un tanguero) surcados por ocasionales complejos de viviendas. Es pobre la zona, pobre, pobre, pero el concepto es re europeo. Re alemán. Ahí mientras pasás frente al Parque de la Ciudad o frente al Jumbo, de repente aparece una cancha de Golf; y seguís un poco y hay largos terrenos donde miles de pibes juegan al fútbol. Y por el medio este trencito eléctrico ecológico que te lleva y te trae. Al mismo tiempo, pensá, la gente vive acá. Es el segundo barrio más poblado y vos ves todos esos espacios diáfanos, donde el resto de la ciudad se puede adivinar en ocasionales skylines lejanísimos, entre nimbos majestuosos que intuyen el río y la inmensidad. Y ahí decís, che pero entonces tenemos otros modelos urbanos. Una ciudad con espacio, con aire, con verde, y con gente viviendo. Así que todo eso es compatible. Lugano es compatible, decís. Y te imaginás una ciudad que sea toda así, y está bueno.

Y entonces el final, el barrio Savio, la cordillera de monoblocks. Siempre me pregunté cuándo es monoblock y cuándo es edificio de departamentos. Si es lo mismo ¿o no? O sea, estos tienen un estilo particular medio setentoso, pero siguen siendo edificios de departamentos, y bastante altos eh. Quince, veinte pisos. Parece el chiste del blanco con alas angelito y el negro con alas murciélago. Esas cosas del lenguaje. Sin embargo en estos monoblocks o edificios viven como treinta mil personas. Tienen baños, tienen livings (sí, en inglés también). Lo que impresiona es la cantidad de edificios construidos simultáneamente en el mismo lugar y con el mismo estilo viste. Se nota que alguien estaba soñando con la ciudad del futuro. Lo de ciudad más o menos salió, lo de futuro no tanto. Porque quedaron muy aislados y aún con toda la vida que se desencadena en sus parques y calles internas una tarde cualquiera, todo tiene un aire desolado, industrial si se quiere, como celdas de un panal gigante, como jaulas de un ejército de reserva. Mientras tanto, el sol del verano se desploma entre las pirámides de hormigón. El premetro funciona solo hasta las 21. Bajás en Savio sí o sí porque ahí termina el recorrido. No va más te van a decir. Te cruzás al andén, si querés, y te volvés en el mismo vagón en el que viniste.

Y te volvés. Mientras el premetro está parado frente a un semáforo en rojo, alguien grita hacia afuera "Gordo, bajate que vas a romper la bici!!!". Al mirar por la ventana, en efecto, un gordo pedalea pesadamente en el parque, mientras las gomas se asfixian al achatarse sobre el pasto. El gordo mira a ver quién le gritó, pero ya no podrá vengarse. El premetro avanza y se pierde entre las villas, las lomadas, los juncales, el sur mientras cae la noche y se enciende una luz de almacén.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Lista de elementos imprescindibles

a) una fachada o caparazón que refracte la indiferencia ajena con una indiferencia aún superior - b) un nutrido bagaje de valores morales indeclinables, como la honestidad, la transparencia, la dedicación o la tolerancia (pero pueden ser más) - c) una profesión, un título o un saber-hacer comprobable que cotice en el mercado laboral - d) buena presencia y trato cordial con los semejantes - e) el mínimo de caridad y/o condescendencia hacia quienes pertenecen a estamentos sociales inferiores - f) una sana envidia y el consiguiente deseo de superación ante quienes se ubican en los estamentos superiores - g) saber sonreír agradablemente cuando la situación lo amerite - h) un capital cultural más o menos competente, nutrido de ciertas lecturas clásicas, un segundo idioma y lo básico para comprender las normas o lenguajes protocolares, cada uno en su contexto - i) una meta clara, concisa, y una noción de los pasos a seguir para llegar a su concreción - j) conciencia plena de los propios derechos y de las vías diplomáticas para garantizar su cumplimiento - k) avidez medianamente constante de dinero con la consecuente capacidad de diseño de mecanismos legales para su periódica recaudación - l) un grupo de amigos con los cuales ir a tomar cerveza y que llamen para felicitar por el cumpleaños - m) gustos moderados, sin vicios ni excesos - n) mesura en la ira y la concupiscencia, aunque con un margen suficiente para el flujo de las pasiones naturales o explotables comercialmente - ñ) hábitat que puede ser más o menos modesto pero siempre higiénico - o) deseo esporádico y legítimo de vacaciones, aunque sin deponer la consiguiente motivación para volver a las tareas habituales - p) manifiesto, aunque convenientemente morigerado, inconformismo con el mundo circundante, especialmente en lo referido a responsabilidades suceptibles de hallar depositarios ajenos - q) un hambre inconfesable de viajes, exotismos y revelaciones mágicas, aunque con una férrea supeditación ante la realidad y las necesidades del sistema productivo - r) lápices y reglas para trazar las geometrías de generaciones venideras - s) conciencia del propio lugar en el espacio y la consiguiente resistencia a la tentación de tomar desvíos y acampar en zonas privadas - t) un credo, de índole religioso, político o ambos, sobre el cual poder fosilizar miedos, frustraciones e impulsos violentos - u) dosis no especificada de curiosidad por las preguntas filosóficas históricas, el devenir humano y los confines del universo - v) capacidad de reaccionar ante lo inesperado, descifrar lo desconocido y elaborar los duelos - w) toma de posición medianamente justificada frente a los temas de agenda que determinan los medios - x) una capacidad inquebrantable de simular y disimular en forma casi permanente - y) cordura - z) más cordura.

Todo lo cual se puede sintetizar en: encontrar la razón de ser en un mundo que no es tuyo.

Y esto viene a cuento. A veces las calles de Buenos Aires, de tan angostas se vuelven confidenciales y extrañas, como cuellos de botella donde el señor de corbata y portafolio cohabita con el lumpemproletario errante. Cada cual, sin proponérselo, delata con cuentagotas su historia desconocida. El primero habla de negocios, de logotipos estilizados, de un futuro brillante que podría ser amputado por un suicidio o accidente de tránsito, de varios brindis que, como los señaladores de un libro, irán anclando los sucesivos escalones ascendentes del éxito, entre conocidos perfumados y salas de convenciones y rodados de lujo. Probablemente se subiría a un púlpito para dictar saberes sobre el mundo de las finanzas, las inversiones y el panorama del sector terciario. El segundo, en cambio, habla de un mundo de desventuras sin forma, de trabajos temporales en sitios lejanos, de hoteles carcomidos por las ratoneras y desvelos casi eternos, en cuyos sonidos entrecortados por el silencio y las lágrimas sintió alguna vez la paz de la resignación. Probablemente solo huiría con ojos asustados y terminaría tumbado contra alguna balaustrada anónima como única comodidad, entre charcos de hojas, chicles viejos y maderas. ¿Y quién soy yo entre toda esa gente paralela que nunca llega a verse entre sí? ¿Qué hay para mí detrás de estas incontables ventanas vidriadas? ¿Cuál es exactamente mi rumbo en una cuadrícula perfecta de manzanas que amenaza con no tener horizonte?

En medio de este gran cementerio de mitos que algunos apodan con el eufemismo de "ciudad", es donde yo veo con incruenta nitidez mis carencias. Ahora que no volveré a casa, porque eso no existe más, es que tengo que armarme algo con todo eso que aparece y desaparece en el desenfreno. Y es donde comienzo a hacer mi lista, mi lista de elementos imprescindibles para sobrevivir. Tras mucho anotar, tachar lo que ya tengo, subrayar lo más urgente y garabatear miles de figuritas sin forma, esto es lo que queda. Para mi disgusto, se parece demasiado a una estrategia. Y demasiado poco a lo que sueño cuando, por fin, logro dormir.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Policías en acción

stand up (fragmento) - message in a bottle - synchronicity II - walking on the moon - voices inside my head / when the world is running down you make the best of what's still around - don't stand so close to me - driven to tears - hole in my life - truth hits everybody - every little thing she does is magic - wrapped around your finger - de do do do, de da da da - invisible sun - walking in your footsteps - can't stand losing you / reggatta de blanc - roxanne - [BIS] king of pain - so lonely - every breath you take - next to you.

El bajo de Sting lució más vapuleado por los lustros que su propio intérprete, por lo que esta vez el cliché periodístico de los años, las canas y los kilos de más quedará demorado: los dos, instrumentista e instrumento, sonaron lo suficientemente bien como para sepultar los discursos que gustan de ponerle fecha de vencimiento a los músicos de rock. Quizás la vuelta de The Police haya servido más que nada para recordarnos que Sting es - además de un muy mediático promotor del sexo tántrico y ocasional documentalista de partos humanos - un bajista. Y uno más bien tirando a bueno. Junto con el hiperkinético Copeland, diseñaron uno de los ensembles rítmicos más singulares que ha dado el rock en toda su historia. Ya que está otorguémosle su crédito al bueno de Summers, cuya Stratocaster siempre fue más empapelado y tapiz que fuegos artificiales. ¿Es exagerado hipotetizar ahora que los Stings sin los Summers ni los Copelands no tenían mucho sentido? ¿Y que por eso está bien que volvieran a juntarse después de un largo rato de olvido? Tal vez lo sea, pero por qué no imaginar que existe una pulsión musical además de la otra, la de las cifras; por qué no suponer que aunque sea un espectro de autenticidad anidó este último fin de semana en los hi-hats más exquisitos que se hayan escuchado en River.

Pero mejor no, mejor no caigamos en el lugar común de especular por vez enésima dónde termina el rock auténtico y dónde empieza el show-business. En todo caso The Police nunca disimuló su golosa vocación mercantil, menos aún en sus años mozos, cuando les convenía hacerse pasar por punks para lograr un contrato discográfico. Bastante más rapaces que las bandas punk promedio, supieron desde siempre dónde estaba la papa y qué caminos eran los correctos para conseguirla. Juntarse para colectar unos billetes no es exactamente una traición de The Police a sí mismos sino, au contraire, una confirmación de sus prioridades. Por lo menos hay que reconocerles que si fueron comerciales, lo fueron sin renunciar a reinvenciones de géneros ni a pesquisas sonoras. O lo que es aún más asombroso: cómo les alcanzaba con dos o tres hitazos por álbum para salirse con la suya, aún cuando el resto fuera más bien relleno inestable (ejem, Zenyatta Mondatta, ejem). Difícilmente haya habido una banda más inteligente desde que estos tres se juntaron por primera vez. Ahora que se juntan una segunda: si las canciones que tocan son esas mismas que (casi) todo el mundo sigue queriendo escuchar, qué más da. O sea, ¿A quién no le gusta Message In A Bottle?

Message In A Bottle, justamente esa pieza de orfebrería musical, justamente la obra maestra del grupo, fue la elegida por The Police para zumbillirse en las dos noches porteñas. Lo bueno: no podían elegir una mejor canción. Lo malo: versión abreviada. Lo aún peor: le cortaron LA parte, que es la repetición triunfal del riff antes de la coda. Lo bueno otra vez: que a nadie le importó, porque la banda sonó realmente muy ajustada durante todo el recital. Además de sorpresivamente ruidosa, en una versión mucho más "power" del trío que por momentos hasta cortaba la respiración, sucitando posibles preguntas estilo "¿son solo tres tipos haciendo este quilombo?" (pero que tampoco alcanzó a levantar a los cuerpos contemplativos, que solo se animaron con algún tímido saltito con Bottle y después yoga).

A partir de allí lo que vino fue el esperado rosario de aspen-classics más alguna que otra anomalía, como la impecable Hole In My Life (gema olvidada del primer álbum, aparentemente solo la tocaron el domingo) y la bizarra Walking In Your Footsteps (y su simbología con dinosaurios que da pie al chiste fácil, en una acertadísima revisita blusera). Sting por suerte habló muy poco, apenas para saludar y decirle al público que cantaba muy bien (¿o aseverando que éra él quién cantaba muy bien? Difícil diferenciarlo en su lábil castellano). No hubo discursos sobre el medio ambiente ni los derechos humanos, y la correción política tan cara al bajista apareció solo en su mínima expresión, con las arquetípicas fotos del buen salvaje en las pantallas durante Invisble Sun.

Los hits por su parte fueron infalibles, saltando los unos detrás de los otros sin apenas espacios para la anticipación ni, por ende, para la curva dramática. Desde la electricidad apoteósica de Synchronicity II apenas comenzado el show, pasando por la tensa calma de Walking On The Moon, hasta la elegancia sobrecogedora de Wrapped Around Your Finger (cuando Copeland fue la vedette con sus floridos artículos de percusión), fueron muchísimos los aciertos y casi nulos los bajones. Tal vez Voices Inside My Head haya echado de menos a la propulsión del original, tal vez Don't Stand So Close To Me no sea tan interesante después de todo, tal vez Roxanne no haya tenido el estribillo glorioso de toda la vida (Sting ya no llega a las notas y los espectadores que ni lo intenten). Aún así, se trata solo de buscar moscas en la sopa casi por obsesión. El show definió el concepto de "profesional".

Un accésit de honor va con certeza para Driven To Tears, un tema no demasiado estelar de Zenyatta Mondatta que cobra renovado vigor en vivo, gracias a una revisión apocalíptica a la manera de Bullet The Blue Sky. Y de paso un memo para todos los aspirantes a rockeros: una nota grave, pesada de guitarra, martillada en el momento justo, hace maravillas con los cimientos del alma. Más carne a la parrilla tiraron con la fe-no-me-nal Truth Hits Everybody, uno de los pocos temas realmente punkeros de los que pueden ufanarse (lógico, del Outlandos D'Amour, el primer y mejor álbum), solo que dos o tres velocidades más abajo. Se entiende: el pulso es otro.

El bis o encore descerrajó simplemente los clásicos que faltaban y que todo el mundo sabía cuáles iban a ser. King Of Pain, So Lonely y la ubicua Every Breath You Take, en la que todo el estadio se prendió a corear las palabras de un psicótico peligroso pensando tal vez que son muy románticas. Lo genial de la canción es justamente eso, que condescendemos alegremente con el Sting obsesivo y queremos vigilar con él cada paso que dé nuestro objeto del deseo. Pero el concierto no podía terminar en una nota tan ominosa, por lo que Andy Summers se hizo el que quería seguir tocando para arremeter con la furibunda aplanadora de Next To You. Irónicamente el tema con el que The Police escogió abrir su carrera sirve para cerrar sus shows y demostrar que sí, que también ellos son una banda de ere-o-ce-ka, ROCK. Ante todo eso.

Si hay que lamentar ausencias notorias, se pueden mencionar a Bring On The Night y Spirits In The Material World (Ghost In The Machine fue, comprensiblemente, el álbum más relegado, aunque no habría estado de más el gesto impopular de un Demolition Man por ahí). Seguramente alguno habra extrañado también la grandiosa Synchronicity I. Pero son pocos, muy pocos relegados; no es tan difícil complacer a todos para una banda de solo cinco álbumes.

Ah! Salvo que se venga uno nuevo para el hexágono. Ya veremos, por ahora nos quedaremos con estos tres tipos, ellos solos sobre un escenario casi vacío, retomando esos estribillos fáciles, que seguirán resonando como voces dentro de nuestras cabezas.

martes, 20 de noviembre de 2007

Inédito en el mundo
Es ley: se podrá volver de la muerte

No sabe aún cuándo comenzará a regir la normativa. Repercusiones dispares entre la población.

Tras una sesión extraordinaria que se extendió hasta la madrugada, la Cámara de Diputados aprobó finalmente ayer la polémica ley que permite volver de la muerte, con tres votos a favor, ninguno en contra y una abstención. La Argentina se convierte así en el primer país del mundo que avala esta normativa.

La ley fue impulsada por el diputado por Mendoza Ángel O’Demon quien anoche dijo sentirse “emocionado y profundamente satisfecho” por la sanción, la cual según él “representa un avance que el mundo imitará”. Agregó a además que esto es “lo mínimo que merecían nuestros muertos, quienes después de tanto votarnos han sido por fin escuchados”.

Por su parte, el presidente de la Cámara reconoció que el histórico hecho se trata de “un pequeño curro para un diputado, pero un gigantesco salto para la humanidad”.

No obstante, aún no se conoce con certeza el marco legal en el cual se hará efectiva la ley, ya que su plena aplicación requiere una serie de medidas que deberán ser coordinadas por todos los gobernadores. Para tal fin, la ley prevé una cumbre extraordinaria que será realizada en Mar del Plata el próximo mes, en una fecha aún por determinarse.

La sanción de la ley ha despertado diversas reacciones en los principales sectores del país. Para José Camposanto, titular del Gremio de funebreros, enterradores y serenos de cementerios la ley es “una locura”, que le quitará el pan de la mesa a “miles de familias que, aunque suene paradójico, viven de la muerte”. Laura Rigormortis, representante de la cámara de Funerarias y Cementerios Privados expresó también su disconformidad al afirmar que “esta ley no fue consensuada con el sector y le hace muy mal al negocio: si la gente ahora puede volver a ver a sus seres queridos, ya nadie va a querer juntarse a hacer un funeral”.

Algunos de sus colegas tienen una visión menos pesimista, como por ejemplo Ezequiel Eto; propietario de una funeraria desde hace veinte años, ya dijo que convertirá su negocio en una recepción para bienvenidas y fiestas de resurrecciones.

En el arco opuesto de la opinión pública se situaron distintos sectores de la sociedad civil, muchos de los cuales manifestaron espontáneamente su algarabía en las calles. Adriana Siempreviva, titular de la Asociación de Familiares de Gente Muerta, no podía disimular su alegría: “Todos tenemos derecho a la vida, y era injusto que algunos tuvieran que estar muertos. Ahora mucha gente va a poder conocer a sus bisabuelos que solo veían en fotos blanco y negro, y eso no tiene precio. Para todo lo demás existe Mastercard”.

Entre tanto, personas públicas como Charly García y Matilde Menéndez se apresuraron anoche a desmentir los rumores que los consideraban los primeros venidos del más allá. “Yo no vengo del más allá”, gritó Charly desde su jacuzzi, “De donde sí vengo es de Saturno. Qué planeta jodido”.

El Episcopado, que desde siempre se mantuvo contrario a la sanción de la ley, emitió un comunicado donde establece que “No se puede jugar con la volutad de Dios. Lo que está enterrado, debe seguir enterrado por los siglos de los siglos, amén”. El grupo Quebracho no tardó en responder: “Dicen eso porque no quieren que los muertos revelen la posta: que el cielo, Dios y todo eso no existen”. Desde el Vaticano el Papa Benedicto XVI manifestó también su preocupación. Según sus allegados cercanos, el Sumo Pontífice teme que se desate una ola de ateismo ya que, sin miedo a la muerte, la gente ya no va a necesitar creer en nada. Una fuente confesó a este medio que Ratzinger, al enterarse, habría exclamado: “Y qué hacemos nosotros, ¿dónde nos metemos todas las biblias y rosarios y campanarios?”.

Los sectores universitarios y académicos también se pronunciaron al respecto. El filósofo y escritor Paulo Cohelo, de visita en nuestro país, afirmó que “La vida sin la muerte no tiene valor, pierde especificidad, pierde historia; vivir para siempre es una trampa, y sobre eso va tratar el nuevo libro en el que estoy trabajando: ‘Los tiradores rojos de Rebecca’”. Por el contrario, su colega Jorge Bucay, opinó que “es una buena noticia” y auguró que tendrá más lectores “ya que todos los que me leen son unos muertos”.

La esfera del arte y el espectáculo tomó muy bien la noticia. Desde Estados Unidos Haley Joel Osment aplaudió la medida y declaró: “veo gente muerta”. Susana Gimenez y Mirta Legrand emitieron un comunicado conjunto en donde aclaran estar conformes con la nueva ley, aunque expresaron en varios programas de televisión que “las únicas divas somos nosotras”. El periodista y escritor Víctor Sueiro, conocido por haber vuelto de la muerte varias veces, se declaró aliviado: “Ahora que una ley me avala, ya me siento parte de la sociedad”.

Las únicas disidencias se registraron en el gremio de guionistas, para quienes ya no tendrá ninguna gracia resucitar muertos en las telenovelas y por lo tanto sus carreras están totalmente arruinadas.

Entre los detalles de la ley que aún deben ajustarse figuran cuestiones como los años de muerto mínimos y máximos que hay tener para poder volver, la eventual proscripción de ciertas resurrecciones (Ya hubo voces en contra de Juan Manuel de Rosas, Juan Perón, Pedro Aramburu y Rodrigo Bueno) y los procesos de adaptación que deberían sufrir los resurrectos al reinsertarse en la sociedad. Con respecto a esto último, la Socióloga Eva Autopsia aseguró que “No será fácil”, ya que los muertos “no están bien vistos en una sociedad de vivos”. Su colega Edmundo Formol coincide: “Fíjese la connotación que tiene la palabra ‘muerto’, es muy negativa. Esto va a traer problemas de discriminación”.

Sin embargo, la cuestión más complicada a resolver sería la forma en la cual los muertos volverían a la vida. Al respecto, el diputado O’Demon reconoció: “Sabemos que muchos cuerpos originales están en mal estado, medio comidos por los microbios, o incluso hechos cenizas”. Una comisión de expertos comenzará a trabajar a la brevedad para resolver este problema de infraestructura. Entre las varias alternativas que se manejan, la más ventajosa sería la donación de cuerpos por parte de aquellos vivos que ya no quieran vivir. Para O’Demon esta es “la mejor posibilidad”, ya que generaría “un intercambio fluido entre el más acá y el más allá que daría vigor a las relaciones bilaterales”.

La ley había sido aprobada el año pasado por el Senado, pero su debate por parte de Diputados quedó pendiente durante meses debido a la resistencia de las nuevas generaciones, para las cuales esta medida es “totalmente regresiva” y solo ayuda a “resucitar a los fantasmas del pasado”.

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Participe y vote: ¿A quién resucitaría primero?

lunes, 12 de noviembre de 2007

Invención

Con que es aquí donde vienen a morir los buscadores de oro cuando, en medio de las depresiones tropicales, pierden el rumbo.

Mi rival, ahora cabizbajo, se quedó escribiendo "cuando pierden el rumbo" unas dos o tres veces, y enseguida volvió al silencio. Yo sabía qué responderle, pero tampoco dije nada. Solo atiné a quedarme callado frente al tablero (mientras imaginaba una tormenta terrible, de esas que nos regocijan aunque mucha gente muere). Debo admitir que el juego estaba casi perdido: sus piezas maquinalmente erguidas parecían un perfecto ardid industrial, no dejaban brecha alguna, y acaso yo ya estaba aburrido de jugar.

Pero seguía pensando en ganarle. Juego al ajedrez como a los dados: apostando. Muevo el caballo a este o a aquel casillero porque intuyo que puede funcionar, que puede servir en algún momento. ¿Por qué no? Muchos adversarios me han sorprendido con uno de esos caballos, olvidados en las propias trincheras por pura ingenuidad; su movimiento es enigmático, invisible (además de que siempre se las ingenian para escapar, vuelan). Las consecuencias, lógicamente, siempre han sido devastadoras para mí; nadie se recupera a tiempo del trauma de una horquilla (que es cuando el caballo enemigo amenaza al mismo tiempo a dos piezas, y uno tiene que optar cuál sigue y cuál se va, salvo que una de ellas sea el rey). Ah! Caballos malditos. Por eso adelanto los míos, sin mayor plan que ese, con la esperanza de replicar este tipo de proezas espectaculares cuando el otro se distraiga. A veces funciona.

Un rato después, ya anochecía, mi rival me dio jaque mate. No digo que fuese inesperado, porque a esas alturas estaba claro que mi rey tenía que morir sí o sí. Simplemente las blancas (yo era negras) tenían todo un repertorio de mates posibles para elegir, y yo no podía preverlos todos. Moviendo la torre del fondo (que siempre molestan aunque estén ahí lejos, casi fuera del tablero), la dama en diagonal, la dama de frente, hasta un peón adelantado. Cuando un peón mete miedo es porque algo no salió como debía. Pues bien, el mate escogido por mi rival, y a esto iba, fue uno de una belleza tan extraordinaria que ninguno de los dos dijo nada durante un par de minutos. Como cuando vas al cine y la película te deja mudo un rato, necesitando un lapso de tiempo para volver gradualmente al mundo real. Casi fue así.

Rival, oponente, contrincante, adversario, antagonista, contendiente. Suelo ser calmo en la derrota porque me derrotan seguido. La próxima vez deberé volver a la apertura del peón de rey, que es aquella en la que me muevo con mayor naturalidad. Claro que jugar con negras me condiciona muchísimo en tanto se me veda la primera jugada de la partida. Con las demás (aperturas) me confundo bastante. Siempre pensé, igual, que saber la teoría de las aperturas le quitaba gracia al juego, que sería como tener un libreto, un guión sobre qué mover, cuando, a dónde. No. Qué es eso. Cuál es la gracia de jugar un juego escrito de antemano. Por qué simplemente no colmarse con la primeridad descalza de lo que no tiene proyecto, con los espacios infinitos entre los renglones, con las diagonales de los carriles, las quebradas sobre las laderas o las napas en cuencas subterráneas. Qué diversión hay en dejarse arrestar por las recetas conocidas, las máximas que ya todo el mundo sabe que funcionan, los moldes de los que siempre salen esos muñequitos horneados. Por qué los catecismos, las constituciones, los códigos, los mapas, las deontologías, los pasos a seguir, la conciencia que regula el mundo (esa abuela). ¿No es mejor inventar algo distinto en cada movida, aunque el precio sea casi siempre la derrota? Cualquier victoria supone la derrota de pensar que ya está. Pero encontrar la verdad, nadie la encuentra. No tendría gracia; todo es invención.

Mi rival se había ido sin dirigirme la palabra. Se había ido por el camino de siempre, a su morada de siempre, y probablemente me volverá a ganar como me gana siempre. Seguí pensando dónde moví mal, donde se produjo el recodo detrás del cual mi rival vió la victoria clarísima. Pero luego me aburrí y dejé flotar la noche a través de sus susurros y sus ululares y sus clicks. Afuera alguien se movió entre las sombras; yo solo me senté en un escalón, esperando que se acercara.

Con que es aquí donde vienen a morir los buscadores de oro cuando, en medio de las depresiones tropicales, pierden el rumbo.
Con que es así como te ves parada a lo lejos, buscándome con la mirada.

Y con que era esto lo que narraban los atardeceres silenciosos, cuando al volver a casa pensando demasiado en todo, me hallaba solo y con la mente llena de cuerpos extraños.
Prefiero vivir en el misterio, la indefinición, el desatino. Y te querré ahí cuando pierda el rumbo yo también.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Paradoja

Che, cuando estaba al pedo se me ocurrió una pregunta:

¿Qué es exactamente lo que va a ocurrir el día en que se ponga de moda eludir las modas?

martes, 6 de noviembre de 2007

Adivinanza

Nunca supo cómo fue que aprendió a bajar siempre la cabeza. Hace poco se quedó despierto esperando el amanecer, y se dio cuenta de que estaba nublado. Nadie sabe que sigue rezando antes de dormirse. Nunca creyó en Dios. Detesta que los pies le asomen por debajo de la sábana. Cuando era chico se sabía de memoria cincuenta decimales del número pi. Rara vez termina algo de lo que empieza (se aburre rápido de todo, aunque siempre come lo mismo). Supone que aún tiene la mente de un niño, pero no está seguro. No cree que sea imprescindible pedir perdón. Piensa bastante en dinero, cosa que jamás le interesó. Hace décadas que no dibuja, y no sabe exactamente porqué dejó de hacerlo. Tal vez se haya aburrido. Dibujó él mismo todas las tarjetas de su primera comunión. Antes de ayer copió la cara de alguien en una caja vacía de cigarrillos y le salió perfecta. Últimamente fuma mucho. Dice que un fumador nunca realmente deja (a lo sumo espera más de la cuenta para encender el próximo). Se graduó con honores de una carrera que nunca le gustó. Cuando sale de su casa a trabajar tiene la impresión de que ese día va a ser diferente. Le dura un rato. Vive solo. Le molesta la gente que en el tren se abalanza sobre los asientos. Le molestan otras cosas también, pero nunca dice nada. Cuando tenía nueve años se cayó de una hamaca y se dio contra un borde, casi se desmaya. A los pocos días su familia se mudó y nunca más volvió a esa plaza. Sin darse cuenta se acuerda de ella todos los días. Se acuerda de muchas cosas. Le gusta salir a la ruta. Una noche no se podía dormir. Daba vueltas en la cama y hablaba para adentro. En vez de tomarse un té agarró el auto y se fue a Rosario. Ya van a ser quince años o más. Todavía no estaba completa la autopista, pero tardó menos de tres horas. En una estación de servicio se compró unos sandwiches de miga envasados al vacío. Se acuerda de eso también. Llegó cuando ya no estaba oscuro. No sabía realmente qué hacer pero estaba feliz, o algo por el estilo. Ese día tenía que ir a trabajar. Estacionó y se quedó sentado al volante mirando a unos chicos que iban para el colegio. Encendió la radio pero solo escuchó zumbidos. Después de un rato se aburrió otra vez. Nunca había estado en Rosario. Nunca había estado en ninguna parte. Llovía. En el viaje de vuelta casi se mata. Vendió el auto poco tiempo después. Una vez conoció a una mujer. Fue en la noche de año nuevo y se quedaron haciendo el amor bajo una escalera de incendios. Le pidió por teléfono que se vaya a vivir con él; ella le dijo que sí pero después cambió de planes. La vio hace poco en un shopping y miró para otro lado para no tener que saludarla. Iba sola. Desde entonces piensa que nadie se enamora de nadie. Le gustan los subtes. Cuando el subte está llegando se imagina que algún loco lo va a empujar a las vías. Dice que locos hay en todos lados. Mucho antes de lo de Rosario hablaron con un amigo, compraron unas máquinas en la zona sur y se pusieron a falsificar australes. No eran perfectos, pero salían bien. Los tiene guardados o los quemó. Nunca los descubrieron. El amigo murió pero no fue al entierro. Cree que tal vez lo cremaron. Quiere que a él también lo cremen. Es lo mejor, ya está viejo. Hace poco ganó dos mil pesos en la lotería provincial y puso unos juegos en el jardín de su casa para cuando su nieto lo fuera a visitar. Nunca tuvo hijos. Suele contar un sueño que tuvo hace cinco o cincuenta años: él corría por una ciudad y desde el aire lo perseguía un dirigible, con un motor ruidoso que le taladraba las orejas. A veces estaba lejos, a veces ahí nomás. Lo buscaba a él. No cree que haya podido escapar. Se acuerda de muchas cosas. Aunque ahora empieza a olvidarlas.

domingo, 28 de octubre de 2007

Presidenta!

Ante tanto furor mediático busqué el término presidenta en el diccionario online de la RAE y, para mi total desagrado, me apareció como válido. Y yo que pensaba que era un invento marketinero de la Cristina (que es Fernández, como yo) para subrayar su condición de mujer y de no-hombre, como si eso hiciera alguna diferencia crucial en la elección (o como si alguien se la fuera a confundir con un travesti con tanta operación que tiene). No obstante, aunque a mí me siga sonando para el tuje, la palabra existe y lo cierto es que, más allá del aval de la RAE, todo el mundo la usa y la seguirá usando. Así, con el uso, es que se transfiguran las lenguas, y en este caso no hay bótox que valga: nada se puede hacer para evitarlo. Mientras tanto sospecho que para el feminismo la consolidación del término se trata de una importantísima conquista de profundas implicancias político-sociales (aunque no al nivel de recibir besos, tarjetas y flores en el Día de la Mujer, eso es groso). Pues bien compañeras; no hay que dormirse en los laureles, la lucha debe continuar; como nunca urge imponer otros cambios de sexo en la lengua tales como residenta, pacienta, videnta, recienta, urgenta, evidenta, inteligenta, calienta, excelenta, sobresalienta, dolienta, consistenta, agonizanta, aspiranta, insurgenta, significanta, exasperanta, farsanta, fascinanta, faltanta, rumianta, secanta, toleranta, extenuanta, incipienta, asfixianta, terminanta, obsecuenta, latenta, clementa, representanta, consecuenta, coagulanta, paralizanta, amenazanta, inmanenta, renuenta, reticenta, sufrienta, potenta, lactanta, ingenta, entranta, salienta, presenta, ausenta, anticongelanta, antideslizanta, trashumanta y enta.

Todas bah, salvo una que, todo lo contrario, hay que eliminar, y rápido: sirvienta, por supuesto.

martes, 23 de octubre de 2007

Una buena canción (volvió Soda, etc.)

some day one day (fragmento) - juego de seducción - tele-ka - imágenes retro - texturas - hombre al agua - en camino - en la ciudad de la furia - picnic en el 4ºb - zoom - cuando pase el temblor - corazón delator - signos - sobredosis de tv - danza rota - persiana americana - fue - en remolinos - primavera cero - no existes - sueles dejarme solo - (en) el séptimo día - un millón de años luz - de música ligera - [BIS] disco eterno - cae el sol - prófugos - [BIS] zona de promesas - nada personal.


No hay un modo, no hay un punto exacto.

Las palabras están sobrevaloradas. Esta afirmación no implica que tengamos que dejar de escribir, o de leer, pero sí que ellas (las palabras, no lo olviden), cuando las articulamos solo para llenar huecos, tienden a crear nébulas de significados pomposos que, una vez contrastadas con el mundo concreto (o sea, a la hora de los bifes), terminan desvaneciéndose en el aire o en el ridículo. Esta vez no me refiero a declaraciones de amor, o a promesas de políticos; todo eso que se habló, todo eso que se escribió sobre el regreso de Soda Stereo en no sé cuántos meses, antes de que la banda siquiera tocara un acorde, también se hizo trizas. Y se hizo trizas, no tras las dos horas y media del concierto del viernes pasado (el primero de todos), sino ya en los segundos iniciales de Juego de Seducción, cuando ese acorde único, eléctrico, suspendido, rasgó las vestiduras de la noche en una Buenos Aires ventosa. Las palabras, gente, son frágiles; hasta un guitarrazo las destierra al olvido.

Que vuelven por la plata, que no hacen nuevo disco, que es todo una careteada, que es todo marketing, que los tipos se siguen odiando, que es pura nostalgia, que está todo forzado, que las entradas son muy caras, que no van a sonar ajustados, patatín, que patatán. Todo ese blablablá enfermizo que nos gusta practicar. Todo por una banda de músicos que deciden volver a tocar juntos después de un tiempo, para ofrecer un puñado de canciones a su público. Algo tan normal, tan legítimo, y sin embargo no: chantas, ladris, mentirosos, marketineros sin alma y qué se yo qué más. Pero cuando las canciones empiezan a sonar, simplemente no hay con qué darles.

Hablando de las canciones, son viejas dirán algunos. ¿Y qué? Se habla demasiado del tiempo, del pasado, de la nostalgia. Hay, incluso en el periodismo, una obsesión malsana por anclar las canciones a una época o a un lugar determinado cuando justamente el atributo máximo de una buena canción (y Soda tiene unas cuantas, por favor créanme) es la atemporalidad. ¿Alguien se queja de que la quinta de Beethoven es muy vieja? Entonces porqué caemos como moscas en la banalidad de criticar a ciertas bandas porque siguen revisitando sus viejos clásicos. La pregunta es: ¿qué tiene de malo? Si sabemos perfectamente que, por más temas nuevos que siga sacando una banda, las canciones más emocionantes en un concierto siempre son los clásicos, también llamados temas "caretas" o "para la gilada", que a lo mejor tienen más años que nosotros. Y eso no ocurre solo porque le recuerden a alguno un verano que ya quedó atrás, sino porque son excelentes canciones que pueden significar miles de cosas en distintos momentos, tanto para el cuarentón que la escuchó por primera vez apenas salido el álbum, allá por la década del nosecuánto, como para el pendejo de quince años cuya cabeza acaba de ser volada por En la ciudad de la furia, descubierta por casualidad entre viejos discos, o aún más probable, entre downloads en mp3.

Soda no viene a hacer un disco nuevo. No lo necesita. Lleva a cuestas un equipaje de canciones inolvidables, que no tienen ni tiempo ni lugar, que no van a ser viejas ni cumpliendo cien años y que viene perfecto volver a escuchar en todo su poderío, sobretodo cuando el rock nacional al día de hoy no encuentra nada que realmente pueda reemplazarlas. Eso es en esencia la vuelta de Soda. Lo demás, el marketing, los rumores, los discursos, es en parte lógica de lo inevitable (vivimos en un mundo capitalista muchachos, nadie labura gratis), en parte cotillón discursivo del más barato. Cuando Soda volvió a tocar, cuando Juego de Seducción reventó River en pedazos, puedo apostar que nadie entre los 65.000 espectadores estaba pensando en comprarse un móvil marca Personal. Porque es la música, ese idioma inexplicablemente atractivo, misterioso, intraducible, lo que justifica con creces que Cerati, Zeta y Charly vuelvan a reunirse en el mismo escenario para tocar, sí, las mismas canciones de siempre.

El recital del viernes entonces es contundencia pura. El sonido, salvando alguna que otra vacilación en Signos o en Corazón Delator es aplastante por donde se lo mire, incluso mejor que el de, por ejemplo, los Rolling Stones o U2 hace dos años. No faltará después el que se queje de que los tipos "no tenían onda" con el público o entre ellos, como si Soda Stereo alguna vez hubiera sido una de esas bandas tribuneras que aprovechan las pausas entre los temas para contar chistes o mandarse algún discurso contra el Papa. Tocan 28 temas uno tras otro. Sin descanso. Sin desajustar una nota. Dos horas y media. Y Gustavo hasta deja que el público cante algunos versos ¿Qué más onda, qué más carisma que ese se necesita de una banda?

No faltará tampoco el que advierta cierta frialdad del público, que no grita demasiado en las pausas previas a los bises, o que no interrumpe el show con ovaciones de cinco minutos (recuerdo el interminable olé Richards cuando tocaron los Stones) o que no canta con toda la fuerza que debería, o que no baila todo lo que haría falta, etcétera. Puede ser, pero no hay que olvidar que el público de Soda tiende a ser de un nivel socioeconómico que no se comunica tanto con el cuerpo. Ya sea el fanático de toda la vida, el careta casual que va con su remera fachera, o el intelectualoide que además de Soda escucha a Bartok. Ninguno va a permitir salirse demasiado de cuadro. Eso es cosa de marginados, excluidos, de gente a la que de pronto se le va la vida en el rock. Gente a la que Soda Stereo, vamos a admitirlo, no se dirige muy directamente. Aún así, al menos según la percepción desde la San Martín alta, sí existen momentos de auténtico delirio colectivo, como por ejemplo el comienzo del show, Sobredosis de TV (en la que Cerati mismo sugiere bailar), Persiana Americana, De Música Ligera (obvio) y Prófugos (donde el Liberti literalmente cruje con el estribillo potenciado por tanta cuerda vocal).

El setlist de la gira navega sobre un balance perfecto entre himnos populacheros (solamente El Rito y Lo que Sangra siguen aguardando expectantes saltar a la cancha) y guiños a recovecos menos frecuentados, como la encantadora Texturas, En Camino o la remota Zona de Promesas. También se aprecia el hecho de que rescatan material de cada uno de los siete álbumes, haciendo especial hincapié en Nada Personal (cosa que no me esperaba), Signos y esa mina de diamantes que es Canción Animal. También le dan bastante manija a Dynamo, su álbum menos complaciente, con nada menos que cuatro fijas todas las noches. De todas formas el hecho de que tocan todo con un nivel de energía sónica superlativo hace que se borroneen las fronteras entre los clásicos y los no tanto. Por momentos hay serenidad, por momentos todo está al palo, pero casi ninguna canción se toca con displicencia. Quizás le haya faltado algo de profundidad a Corazón Delator para hacerle total justicia (pero gracias por tocarla, es un tema zarpado), algo de potencia a Persiana Americana (la del "último" concierto, ahora "anterior", sonó más al límite), pero todo lo demás casi diez puntos. Las cumbres más altas las encuentro en Sobredosis de TV (impresionante el ritmo que machacan), No existes, con ese bajo retumbando como un mefistófeles anfetaminado, la revalorizada Sueles Dejarme Solo (en la que Cerati como que tira la guitarra al carajo no?) y Signos, que más allá de su mezcla un tanto despareja, converge en una sensación de intimidad sublime, no muy fácil de lograr en una cancha de fútbol.

Y después las obvias. Hombre al Agua, En la Ciudad de la Furia, Un Millón de Años Luz, De Música Ligera, Prófugos, Nada Personal, todas cumplen sin decepcionar, dándole a probar al desprevenido la contundencia inverosímil del misal que amasaron estos pibes en solo siete álbumes. Y después, saliendo ya del recital y entre imágenes que van cayendo (porque, como siempre, uno se da cuenta tarde de lo que vivió) se podrá analizar la especificidad de Soda Stereo. Si fueron originales o no. Si representan la escencia del rock argentino o no. Si abrieron nuevos caminos o solo se machetearon de big-bangs de otros nortes. Serán lindas palabras para elucubrar, sin duda, pero que ineluctablemente terminarán borradas una y otra vez. Porque las palabras son frágiles. No pueden más que una buena canción.

lunes, 22 de octubre de 2007

Línea H catálogo de pósters

Llegó la nueva línea "H" y, como no podías esperar, ya están en venta los imperdibles posters a todo color de la misma. Para tu casa, para decorar habitaciones de telos futuristas o simplemente para regalarle a tu novia en su cumpleaños. 20 pesos cada uno. Envío a domicilio opcional por 5 pesos. Llame YA al número en su pantalla. Si llama dentro de los próximos quince segundos le regalamos un subtepass de dos viajes y un termo Lumilagro. (Los posters de la línea "H" llegan a su casa por cortesía de Metrovías SA y Policías Corruptos del ex-aparato Duhaldista).

Once



Once



Once



Jujuy



Venezuela



Venezuela



Inclán



Venezuela



Vagón (es verdad, HAY un matafuegos)



Once



Caseros



Venezuela



Humberto 1°



Venezuela



Dentro



Once



Caseros



Caseros



Once

martes, 16 de octubre de 2007

De Córdoba Capital

Con algo de dolor empieza Buenos Aires a degradarse. Es larga y polvorienta la transición hacia su sustrato (eso que era en un principio): la inmensidad vacía, las distancias indeterminadas cruzando bajo cielos sin descanso. Ninguna convención ha forjado aún límite alguno, excepto una soledad barnizando el paisaje chato, o una llanura que, cada vez más nítida, empequeñece indefectiblemente todo cuanto el hombre se empecina en edificar sobre ella. Es todavía una ciudad, supongo, pero una ciudad de pozos y lápidas. Una ciudad de galpones, chimeneas, charcos, usinas grises, tanques de agua, estaciones de servicio abandonadas, esqueletos retorcidos de carteles en desuso, construcciones truncas, montañas de ladrillos, rollos de cable, sendas de tierra fugándose en la nada, autos chocados que se hunden en el barro, vías de tren tapadas por yuyales, riachos sin nombre, rótulos borrados. El mundo acá es un lugar tenue y desmembrado. Paradójicamente, lo que veo es la ciudad gateando, la ciudad incipiente que marca el terreno por donde se expandirá (como una supernova). Y sin embargo todo parece agonizante, estéril y hasta diría que insignificante. Uno lo que quiere es simplemente seguir alejándose, cada vez más.

Ruta 9. Casi antes de sentir que estoy por fin en el campo, la autovía 9 se choca con Rosario y sus villas miseria repletas de árboles. Lo que tiene Rosario es que sus torres más altas pueden verse desde la ruta si se mira hacia lo muy lejos. Quizás sea porque la ciudad (que es grande pero tampoco tanto) empieza y termina de golpe, sin esa sensación gradual de estar llegando a alguna parte: manejando desde Buenos Aires todo es campo y de repente, casi que de la nada, aparece la ciudad. Extraño fenómeno éste (que puede confirmarse en Google Earth). Luego, ya poniendo proa hacia Córdoba, la 9 pierde rápido sus foros de autopista y se convierte en un tracto de lenta digestión, con todos esos pueblos justo en el medio y sus deprimentes estaciones de ómnibus. Y sus semáforos domingueros sobre la misma ruta, siempre predispuestos a esas largas siestas de luz roja que celan caminos laterales desiertos, sin destino comprobable. Me pregunto qué cosas pasan en estos pueblos todos iguales uno al otro, todos tristones, ralos, sin arquitectura. El Chevallier lechero de las diez, para colmo, se detiene en cada uno de ellos, aunque sea para que el conductor se baje a firmar el papelito (no sé, supongo que alguien dando fe de que el micro efectivamente se detuvo), o para cargar algún paquete que hay que llevar a algún lado. Carcarañá, Cañada de Gómez, Marcos Juárez, Leones, Bell Ville, Villa María y así.

(En la estación de CAÑADA DE GÓMEZ, de la gran "E" mayúscula de GÓMEZ cuelga un pajarito muerto, como un plumífero arcángel ahorcado. Y me pregunto: qué onda)

Música que voy escuchando en el viaje, y ciertas revelaciones que surgen al respecto: Red Rose Speedway de Paul McCartney (My Love no es TAN mala, Little Lamb Dragonfly es un puto temazo); Led Zeppelin I (Los últimos minutos de How Many More Times son el equivalente rockero al finale de la Novena Sinfonía de Beethoven... no es hipérbole). Mientras tanto la entrada a Rosario se demora como una hora gracias a dos camiones despatarrados en la circunvalación. El ómnibus juega una carrera de tortugas con un camión que porta un manojo de vacas todas transpiradas, con clips amarillos en las orejas y números dibujados en el cuero. Las miro fijo a los ojos y no veo nada; la vaca es uno de los pocos animales que no inspiran ni ternura, ni respeto, ni gracia: solo ganas de comer una buena parrillada. Recuerdo que tengo hambre, hablando de parrilladas, porque solo almorcé unas fajitas Tía Maruca. Bryter Layter de Nick Drake, ya saliendo de Rosario bajo un sol oblicuo que penetra todo (Mejor disco de Nick Drake, aunque la segunda mitad la escucho dormitando), Peter Gabriel III (Family Snapshot no tiene onda, In Through The Wire es irritante, pero Intruder, I Don't Remember y Games Without Frontiers son más o menos una masa). Qué mas. Don't Believe The Truth de Oasis (firme, muy psicodélico, me jodo y digo que lo prefiero a los famosos primeros dos). Y por último, The Name Of This Band Is Talking Heads, cidí 1, que dura justo el lapso entre Villa María y Córdoba, mientras el cielo estrellado me inventa constelaciones (Este no necesita ningún tipo de comentarios).

Llegada. La Docta me recibe por primera vez cuando ya es muy de noche. Aún en la distancia uno advierte su resplandor unívoco iluminando un sudario de nubes bajas; tal es su intensidad que hasta se adivinan las siluetas serranas que emergen más allá. Ver por primera vez las Sierras de Córdoba es parte del rito de viajar hacia el oeste; la llanura aburrida por fin dice basta, y se entrega a ese serpenteo misterioso que nos veda para siempre el horizonte. Más allá las Altas Cumbres, más allá Traslasierra, más allá La Rioja, más allá Cuyo, más allá los Andes. Lo que me fascina de las montañas (o las sierras) es justamente eso: que siempre hay algo detrás, algo que no podemos ver pero que forzosamente imaginamos.

Córdoba Capital. Es la segunda ciudad argentina que, percibida desde adentro o mientras voy llegando, me provoca esa sensación de infinitud. La primera, lógicamente, fue Buenos Aires. Porque Rosario no se anima a cruzar el Paraná, porque Mendoza y San Juan caben en la palma de una mano, porque Neuquén está demasiado fragmentada entre promontorios rojizos, porque Salta calza en un golpe de vista desde el San Bernardo y porque Mar del Plata se intuye totalmente desde la cima de un tanque de agua. Si bien nada de lo que veo (al llegar, al volver) se compara con esa experiencia pavorosa que implica recorrer la AU 25 de mayo de punta a punta, Córdoba es en cierta manera infinita (como debe ser cualquier ciudad que se precie de tal). Son las once de la noche; las luces blancas y amarillas salpican hasta donde mi vista se pierde, al entrar desde la parte alta, mirando hacia abajo.

Chevallier lechero. Digamos que aunque el micro se para para cualquier cosa excepto para chocar, dos condiciones le dan al viaje un matiz agradable. La primera es que no pasan ninguna película. Detesto que me pasen películas cuando no quiero ver ninguna película, y en los micros de larga distancia lo hacen. No sé con la autorización de quién o el consenso de quiénes, pero lo hacen. Y es muy molesto. Básicamente porque no se pueden evadir, básicamente porque las pantallas están o muy lejos o muy oblicuas, básicamente porque por lo general suelen ir de malas a pésimas, pasando por muy malas, bastante malas y taaan malas. Pero este viaje es película-free; habría que inventar esa categoría y cobrar más caro. La segunda condición agradable es que no tengo a nadie sentado al lado. Puedo sonar odioso, pero no. No es que me moleste particularmente tener a alguien ubicado al lado, pero siempre está la posibilidad de que te caiga uno de esos pasajeros que sienten, porque da la casualidad de que estás ahí, la extraña urgencia de ponerse a darte charla. Y te empiezan a preguntar veleidades (ejemplo: ¿A dónde vas? ¿Con qué objetivo? ¿Cuándo volvés?); y uno contesta, para no ser descortés; pero no repregunta, para dar a entender que la idea de conversar todo el viaje no le apasiona. No importa, porque el pasajero en cuestión seguramente se turnará para contestar sus propias preguntas, y terminará hablando de que tiene tres hijas, que una vive en Corrientes, y que viaja seguido, y que tiene que trabajar y que bueno, todo mal. Uno contesta: "aahhh". En papel a veces teorizo sobre cómo nuestras vidas se podrían enriquecer si nos animáramos a hablar con quien se sienta al lado en el tren o en el colectivo; en la práctica, supongo que la gran mayoría de nosotros no tiene nada interesante para decir a un extraño. Así que bien que puedo sentarme yo, con la ventanilla, y un asiento al lado para apoyar lo que haya que apoyar.

Córdoba Capital revisitada. Ni muy linda, ni muy fea. No es ni muy Mendoza o Mar del Plata, pero tampoco muy Santiago del Estero o Bahía Blanca. Tiene eso sí un ritmo de ciudad grande, y está muy bien: porque uno se toma un taxi, se manda para cualquier lado, cruza el río y tras múltiples cuadras todavía encuentra plazas, boliches, lugares para estar. Su especificidad arquitectónica son los rascacielos de ladrillo. Hay montones, por todas partes. Algunas de sus avenidas o encrucijadas emplazan marcos urbanos imponentes; Estrada trepando para Plaza España, la intersección entre Vélez Sarsfield e Illia (que es como la Times Square cordobesa), el Paseo del Buen Pastor con la gótica iglesia de los Capuchinos asomando detrás (sobre todo de noche), el cabildo (que es un cabildo de verdad, no como el que tenemos acá) o incluso los varios edificios coloniales del centro (como el rectorado de la Nacional, o la Iglesia de la Compañía de Jesus, que por momentos me ilusiona con estar en Asís o algo así). Por otro lado, ciertas partes de la zona céntrica parecen recodos de un pueblo pampeano cualunque, hay muchos edificios medio venidos a menos, algún que otro mamotreto edilicio y por lo general muy pocos árboles. La impresión no obstante sigue siendo positiva: es una ciudad para caminarla, desnudarla y descubrir sus ángulos más agudos.

Catedral. Está toda manchada de negro, como si fuera una torta con baño parcial de chocolate. Intenté entrar tres veces; las dos primeras estaba cerrada (aunque admito que no había muchas esperanzas la vez primera, dado que eran las dos de la madrugada). El tercer intento, domingo al atardecer, se ve frustrado por una mazorca de católicos belicosos que plantan un cordón humano en las escalinatas de entrada. Detrás, una grandiosa lámina que muestra la mano de un bebé apretando el dedo de un no-bebé: se trata, a todas luces, de una manifestación a favor de la vida y en contra de la muerte, o sea, en contra de la legalización del aborto (o aún más, en contra de cualquier debate sobre la legalización del aborto). Son mayoría de jóvenes, y parecen bastante fieros. Uno o dos o tres catequistas los arengan con un megáfono ("nos van a venir a provocar, pero nosotros somos gente pacífica, resistiremos con respeto", o algo del género). El aire es tenso, y nadie se atreve a acercarse a ellos. De pronto uno se planta enfrente del muro humano y empuña en lo alto un rosario blanco como arma de guerra. A rezar: diostesalvemaríallenaeresdegracia, y así sucesivamente hasta que las palabras pierden todo sentido y se derriten en un mantra robótico. Alguien, un hombre, se nos acerca y nos pregunta "¿Ustedes son católicos?", a lo que mi amigo Federico contesta "no, solo pasábamos por acá". En realidad, en mi grupo hay un agnóstico, una judía, una católica jesuita y un católico confirmado autoexcomulgado (yo). Pero ninguno dice nada, sólo pasábamos por acá. El hombre nos previene: "mejor tengan cuidado porque se viene una banda de abortistas y vienen con armas, está jodido el tema". En efecto, por la calle San Jerónimo avanzan marchando las tropas abortistas, que superan geométricamente en número a los católicos. Entonan cánticos encolerizados que, a medida que se acercan, van eclipsando el rezo del rosario con sus consignas. Iglesia basura, vos sos la dictadura; un hit dedicado a los curas abusadores; nosotras parimos, nosotras decidimos; anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir. No morir. Parece que están a favor de la vida también, por qué tanto alboroto entonces. Ahora las abortistas (que resultan ser son TODAS mujeres) están de frente a la catedral y le tiran cosas a los católicos (bolsas o botellas, quién sabe, ya está bastante oscuro). Hay bombos, carteles de la CTA, de la CCC, típico cotillón de piquete, mientras reclaman a viva voz la potestad de acribillar fetos a su arbitrio. Casi todas llevan un pañuelo verde en la cabeza y le preguntamos a una por qué el verde: "porque es el color por la legalización del aborto". Esclarecedor. De repente los católicos fanáticos, que siguen en las escalinatas, me provocan más simpatía que estas gritonas aparatosas. De todas formas, resulta curioso tanto encono público por personas abstractas, es decir, personas que todavía no nacieron o que ya murieron. Después nos alejamos, y cada tanto nos cruzamos con asustadizos escuadrones de policías, que corren en todas direcciones por las calles de Córdoba.

Oktoberfest. Consiste en mucha gente tomando cerveza en la calle. No más que eso. La plaza de la cerveza está vallada y entrar cuesta veinte pesos. VEINTE PESOS. Estarán aprovechando el pedo generalizado para estafar con impunidad. Uno cuando está en pedo sí paga veinte pesos para entrar, pero nosotros no estamos en pedo, así que no pagamos. Nos perdemos de esto: una plaza con puestos de venta de cerveza (iguales a los muchos que hay afuera), puestos de venta de helados (que de todas formas están vacíos) y uno de esos shows deprimentes donde se elige a la reina o princesa de algo, en este caso de la cerveza (intuyo en un rapto de ingenio). Nos pasamos la tarde vagabundeando con cervezas en la mano, mirando pasar a la gente disfrazada, borracha, o solamente curiosa. El highlight es un viejo que transita con un corderito disfrazado de Peter Pan a upa. Pero hay de todo. Lo mejor de Villa General Belgrano termina siendo la parrillada que incorporamos a las tres de la tarde en un restaurant que estaba a punto de cerrar. Y unos pavos reales. No juzgo que sea el festival más excitante del mundo, precisamente.

Vuelta. El chevallier de medianoche sí pasa película, maldito sea. Tal como me temo, es un bodrio poderoso. Exactamente igual a las pelis que pasan por Film Zone en trasnoche pero con escenas de lucha en cámara lenta reemplazando a las minas en bolas. Imagínense el trance. Arranca con una escena de soldados que avanzan por la jungla sigilosamente, con la cara pintarrajeada y el traje camuflado para mimetizarse con el ambiente. Eso sí, llevan de rehén una chica con vestido rojo chillón, maquillaje y escote furibundo. Como visible a diez kilómetros más o menos. Un chiste. Así me despide Córdoba, mientras me hundo en la madrugada. Esta vez solo paramos en Villa María y Rosario. Llegamos rápido. Casi demasiado.

Dos días y nada más. Pasa en los viajes. En dos días se tienen más sensaciones juntas que en semanas enteras de rutina citadina. Hay que irse a la mierda más seguido, pienso.

miércoles, 3 de octubre de 2007

El diego de los sueños

El set viene a ser una enorme estación terminal de trenes. Por el medio corre algo que sería la vía, la cual atraviesa todo el estudio, dividiendo la tribuna en dos sectores. Donde se acaba la tribuna y comienza el escenario, a la izquierda, hay algo que sería un vagón de tren. Al fondo unas anchas escalinatas trepan hacia un balcón que, como emulando los palcos de un teatro, circunvalan el set casi por completo. Y más atrás, más hacia arriba, una pantalla gigante. Todo bien grotesco, como corresponde.

Siempre, pero siempre (da lo mismo la hora en la que se sintonice) están esos programas de TV, tan deprimentes como inclasificables, grabados en sets aparatosos, llenos de luces, decorados y tribunas enormes. Más alguna modelo tetona (la animadora) vociferando cualquier cosa, más entrevistados poco relevantes (por lo general siempre están de pie y por lo general son siempre los mismos), más siempre algún payaso embarazoso gateando a través de su rutina.

Eso. En este mundo todos son programas de esa onda. Cada día uno nuevo. Como Showmatch, digamos. Acá tenemos uno o dos. Allá parecen tener cien, los infelices.

Justo la animadora (rubia y tetona, por supuesto) está anunciando como invitado al mejor futbolista de la historia “insieme con Pelé”. Quién otro va a ser ¿Guardiola? Es gracioso cómo siempre salen con lo mismo: junto con Pelé. Por qué aclararlo, por qué no dirán el mejor futbolista de la historia y ya, si el invitado es Maradona. Cuando el invitado sea Pelé, que digan lo mismo. Qué más da. Ni como demagogia sirve. Maradona no quiere escuchar “insieme con Pelé”, el público tampoco, y Pelé ni se debe haber enterado de nada.

Luego del anuncio todos miran hacia la pantalla gigante, que está mostrando goles y festejos del Diego. La secuencia de imágenes arranca con el segundo gol al equipo inglés en México’86, naturalmente. De hecho, en ese momento toda la cosa desfonda memorias de ese bochorno auto-celebratorio que conducía Diego en canal trece. La noche del diez. Menos mal que no siguió eso (aunque nunca se puede estar seguro, teniendo en cuenta Showmatch y todo).

La cuestión es que aparece Diego, en efecto es él, bajando por la escalerita y el público lo ovaciona como si fueran todos argentinos fanáticos. En un alarde de sagacidad, el musicalizador mete de fondo “We are the champions”. La tetona recibe a Diego y se ponen a conversar de pie. Dicen dos o tres cosas de las que lógicamente nadie se acuerda. Algo sobre el calcio. Algo sobre que Maradona es sinónimo de calcio. La típica alabanza, bah, de esas que cualquiera le haría al Diez en furibundos raptos de pusilanimidad. Podría de paso preguntarle cómo no se aburre Diego de ser Diego.

Diego, a propósito de él, se ve bien. Algo voluminoso, pero sin escaparle a una saludable normalidad. Se expresa en italiano con fluidez (nada queda de esa medusa de pliegues adiposos que apenas se las ingeniaba con monosílabos de una lengua desconocida). Cada vez que puede abraza a la tetona, aunque no se llega a advertir si le roza, o no, los glúteos. Podría aprovechar, claro.

Dato de importancia: Diego lleva en su mano unos papeles, y eso llama un poco la atención. La conductora entonces le explica a la audiencia que Diego está acá porque ha recibido la carta de una familia y, tras su lectura, se ha conmovido de tal manera que dijo hay que hacer algo. Claro, esos papeles que tiene Diego son una copia de dicha carta, y por eso. La familia que la escribió, siguen informando, está en el estudio, entre el público… Diego no los conoce, así que la conductora los presenta. Se vierte un mix de abrazos, música emocionante y algunas lágrimas. La cosa empieza a vender.

La familia misteriosa es papá, mamá y dos hijas: una diminuta, inquieta, lleva anteojos y sufre alguna dificultad motriz ostensible; la otra alta, adulta, cara de italiana unívoca, un alfajor de dulce de leche con crema y nueces. Todos napolitanos, del sur, de África septentrional diría algún norteño malicioso. Pero qué tiene que ver Diego con esa familia y por qué la carta.

Preguntas cómo éstas son las que mantienen a una audiencia, esa masa amorfa, cautiva. Se puede ir a regar las plantas o mirar la puesta del sol, pero no. Queremos saberlo. Entonces vamos a averiguarlo, dice la conductora, y a la pantalla gigante otra vez. Se desarrolla entonces la típica historia melodramática, editada con meticulosidad, que tanto garpa en televisión.

Stefani era la hija más joven del clan, un pan de Dios, un canto a la vida (y un alfajor también, a juzgar por varias fotos). Pues bien, de pronto le había entrado la manía de deprimirse, hasta que un día, a los veinte años, optó por el suicidio arrojándose por una ventana de la casa (estando la familia presente, para darle un retoque siniestro). Eso sí, dejó un mensaje junto a su taza de café explicando que el mundo era real, era cruel y no quería animarse a enfrentarlo. Estaba contenta de irse al carajo. Pasa.

(Pero los suicidas nunca nos podrán convencer de que es mejor que no estén. Y menos después de haber logrado su cometido).

Después encontraron una hija adoptiva (enviada por Stefani, según ellos) para saldar la horrenda pérdida. Una bebé, pero todo mal. Tenía deformaciones cerebrales que afectaban su capacidad motriz; era un ente inmóvil cuasi-vegetal y los médicos más sabiondos aseguraban que nunca iba a poder caminar o hablar. Pero un día, en medio de la misa (es más, justo durante la consagración, en la que cospeles de pan ácimo se gradúan de cuerpo de Cristo), el milagro. La chica desde el cochecito dijo “mamá” y “papá”, y levantó su manita para acariciarlos. Eso solo.

A partir de dicho episodio la chica empezó a mejorar y a mejorar muchas veces hasta poder caminar sin ayuda de andador o cosas del género. Con torpeza, pero caminar al fin. Nunca se supo, ni se sabrá, qué mano invisible (qué voluntad caprichosa) hizo posible una recuperación tan improbable. Para la familia la respuesta, de todas formas, es fácil: Dios. Quién más.

Ahora bien, el asunto es el siguiente: los pasillos de la casa familiar napolitana son tan angostos que a la chica (el nombre no importa) le cuesta desplazarse a través de ellos, por más recuperada que esté. A todo el mundo siempre algo le falta. No importa cuán felices estemos, al día siguiente probablemente ya estemos insatisfechos por algo, cualquier cosa. Esta no es la excepción, porque los pasillos son muy angostos, los vemos en pantalla.

Se anuncia entonces, una vez transcurrido el informe, que la producción del programa costeará un equipo de albañiles para realizar las reformas edilicias necesarias en la casa familiar. Para que la chica pueda andar libremente, sin tropezarse con estrecheces (que ya bastantes tendrá, salvo que en algún momento prefiera imitar a su enterrada hermana adoptiva). Como para convencernos de que esto será efectivamente así, sale del vagón de tren un inverosímil ejército de presuntos albañiles (que, a juzgar por su estereotipado disfraz, más bien parecen preservativos humanos a punto de salir a la calle a repartir volantes: ¡¡No seas forro!!).

Lo que no se sabe, al menos no lo explican, es qué papel cumple exactamente Diego en toda esta telenovela de bajo costo. No se sabe, por ejemplo, por qué le mandaron una carta contándole la situación. Seguramente Diego tendrá algo que ver en la contratación de los albañiles, pero no deja de ser llamativo que para justificar un premio tan pedestre hayan tenido que gratificarnos con un superlativo dramón como ese. O sea, no es el sucidio de una hija lo que te hace merecer la refacción de tu casa.

Diego igual vuelve a abrazar a todos, muy especialmente a la hija mayor que es realmente un alfajor de dulce de leche. No se va a andar con amagues él, justo ahora, el diez.

Desaparece entonces la familia napolitana, se va al fuera de campo. Pero Diego se queda, y más vale que así sea. No se va a ir a Italia para hacer ensanchar unos pasillos. Ya se hizo la mitad, pero todavía queda una misión que cumplir.

Empiezan pues las claves para enterarnos de qué se trata. Hay un auto que en este mismo momento se está acercando al lugar… en el asiento trasero viajan padre e hijo, y podemos verlos gracias a una camarita hábilmente oculta en la zona del espejito retrovisor. Ninguno de los dos sabe nada acerca del destino de su extraño viaje (al menos el hijo no lo sabe seguro, a juzgar por su pose), y cabe preguntarse por el señuelo que los ha conducido hasta estas instancias.

De todas maneras, el auto va al encuentro de Diego. Mientras lo esperan, la rubia tetona vuelve a entrevistarlo un poco; preguntas sobre los amigos, la familia y el football, pero entonces algo pasa. De improviso (y sin que se sepa bien por dónde) entra en el estudio el auto que estaban esperando, el cual resulta ser un Alfa Romeo negro. Pero no se supone que entre al estudio tan rápido, se supone que Diego tiene que estar escondido o algo, así tiene algo de gracia la sorpresa ¿No? Se arma pues una confusión.

La rubia tetona medio que se arroja contra el auto para que los choferes den marcha atrás y salgan del lugar. Mientras reculan, Diego se agazapa y empieza a subir la escalera para salir de escena y que no lo vean. La secuencia tiene algo de patético y algo de atrapante. Parece que zafan, parece que nadie en el auto lo alcanza a ver a Diego. Igual, algo deben estar sospechando.

Una vez que Diego ya está oculto en los balcones de arriba, donde nadie lo podría ver excepto que se de la vuelta y mire hacia allí, entonces sí, que pase el auto. La conductora se acerca y quiere abrir la puerta trasera pero no puede. Abren desde adentro y se bajan padre e hijo, vestidos todo de negro como si fuesen dos mafiosos importantes.

El tema es así. Al flaco, al hijo, el padre le puso Diego Armando Maradona de nombre (el apellido es Mollica o algo así). La onda es que conozca al Diego Armando Maradona original. Mientras la conductora le pide que muestre su documento de identidad a la cámara (de verdad le pusieron Diego Armando Maradona al pobre), desde arriba el Diego verdadero hace gestos impacientes como diciendo que es un impostor, que el verdadero Diego es él (y menos mal que lo aclara).

Cuando la charla con el Diego trucho no da para más (Y qué te decían en la escuela, etc.) la tetona simplemente presenta al Diego de verdad, el cual baja y se dispone a abrazar padre e hijo como si éstos fueran Dalma y Gianina, o viejos conocidos. Sospechosamente, no parecen muy sorprendidos, pero el Diego trucho ensaya algún lagrimeo poco convincente. Lo más probable es que ni siquiera le guste tanto el fútbol al pobre.

A partir de esta instancia todo se empieza a poner más bizarro todavía. La conductora le pregunta al Diego trucho si quiere cantarle algo al Diego verdadero. Cantarle, por qué cantarle. El Diego verdadero, justificadamente, pone cara de susto y para colmo el Diego trucho acepta la oferta. Sí, va a cantar.

Se manda a capella algún tema romántico qué no se sabe qué es. No es que tenga mala voz, pero desafina. Un poco al principio, con énfasis después. Mientras tanto lo abraza al Diego verdadero, y todos lo escuchan en silencio. La cara que pone el Diego verdadero cuando termina es elocuente: los ojos girándole y la boca estrujando una risa, como queriendo decir: "bue, qué le vamos a hacer". Pero igual aplaude, con lentitud.

La rubia tetona entonces les pregunta si quieren una foto juntos. Bueno, dale. Entonces agarra una vieja cámara Polaroid, la cual admite no saber usar. En efecto, no tiene idea de cómo usarla, así que la foto no sale. Manipula el aparato peligrosamente, lo cierra, lo abre, lo golpea. Finalmente, un minuto después, el coso dispara y sale la instantánea.

Pero lo que sale es un papel que está todo negro. Supuestamente, dice la conductora, esto al toque tiene que revelarse. Pero no se revela, sigue negra. La tetona agita la foto en el aire como quien apaga un fósforo. Piensa que eso podría ayudar. Súbitamente el Diego trucho se embola (no le interesa mucho la foto) y declara ominosamente que quiere seguir cantando.

Oh Dios.

Entonces le arrebata el micrófono a la tetona y se pone a farfullar una de esas típicas canciones italianas excesivamente animadas y que citan indeterminadas veces la palara "mamma". Todo el público canta con él esta vez. A todo esto la tetona sigue agitando la Polaroid, que finalmente parece estar revelándose, pero que no muestra a cámara, imagino que porque no hay nada que mostrar; solo dos Diegos abrazados.

Y ya no queda nada más. El Diego verdadero se despide por fin del Diego trucho (otro abrazo) y se van. Sigue la entrevista a Maradona. La tetona le pregunta de qué cosas se arrepiente. Diego contesta que se arrepiente de haber tomado tanta droga, las cuales le han impedido ver crecer a sus hijas. Aprovecha ya que sale el tema para habla otra vez de sus hijas (que también son famosas en Italia, parece) y de los novios de sus hijas y de cómo todo bien con ellos. Todo en italiano, que sigue sin trabarse.

Finalmente se va. Caminando como un superhéroe por la vía que atraviesa la gran estación de trenes, mientras una granizada de vítores lo despide. La gente lo quiere tocar y saludar. Un grandulón enfervorizado, al borde del colapso nervioso, le pide a llanto pelado que le firme una remera. Mientras Diego se la firma con un aire indiferente, su fan parece poseído por un espíritu que vocifera cosas. Y Diego, que no se aburre de ser Diego porque ser Diego sigue siendo genial, se va.

Finalmente se va. El programa, horror, sigue.

Es entonces cuando apago la TV.