some day one day (fragmento) - juego de seducción - tele-ka - imágenes retro - texturas - hombre al agua - en camino - en la ciudad de la furia - picnic en el 4ºb - zoom - cuando pase el temblor - corazón delator - signos - sobredosis de tv - danza rota - persiana americana - fue - en remolinos - primavera cero - no existes - sueles dejarme solo - (en) el séptimo día - un millón de años luz - de música ligera - [BIS] disco eterno - cae el sol - prófugos - [BIS] zona de promesas - nada personal.
No hay un modo, no hay un punto exacto.
Las palabras están sobrevaloradas. Esta afirmación no implica que tengamos que dejar de escribir, o de leer, pero sí que ellas (las palabras, no lo olviden), cuando las articulamos solo para llenar huecos, tienden a crear nébulas de significados pomposos que, una vez contrastadas con el mundo concreto (o sea, a la hora de los bifes), terminan desvaneciéndose en el aire o en el ridículo. Esta vez no me refiero a declaraciones de amor, o a promesas de políticos; todo eso que se habló, todo eso que se escribió sobre el regreso de Soda Stereo en no sé cuántos meses, antes de que la banda siquiera tocara un acorde, también se hizo trizas. Y se hizo trizas, no tras las dos horas y media del concierto del viernes pasado (el primero de todos), sino ya en los segundos iniciales de Juego de Seducción, cuando ese acorde único, eléctrico, suspendido, rasgó las vestiduras de la noche en una Buenos Aires ventosa. Las palabras, gente, son frágiles; hasta un guitarrazo las destierra al olvido.
Que vuelven por la plata, que no hacen nuevo disco, que es todo una careteada, que es todo marketing, que los tipos se siguen odiando, que es pura nostalgia, que está todo forzado, que las entradas son muy caras, que no van a sonar ajustados, patatín, que patatán. Todo ese blablablá enfermizo que nos gusta practicar. Todo por una banda de músicos que deciden volver a tocar juntos después de un tiempo, para ofrecer un puñado de canciones a su público. Algo tan normal, tan legítimo, y sin embargo no: chantas, ladris, mentirosos, marketineros sin alma y qué se yo qué más. Pero cuando las canciones empiezan a sonar, simplemente no hay con qué darles.
Hablando de las canciones, son viejas dirán algunos. ¿Y qué? Se habla demasiado del tiempo, del pasado, de la nostalgia. Hay, incluso en el periodismo, una obsesión malsana por anclar las canciones a una época o a un lugar determinado cuando justamente el atributo máximo de una buena canción (y Soda tiene unas cuantas, por favor créanme) es la atemporalidad. ¿Alguien se queja de que la quinta de Beethoven es muy vieja? Entonces porqué caemos como moscas en la banalidad de criticar a ciertas bandas porque siguen revisitando sus viejos clásicos. La pregunta es: ¿qué tiene de malo? Si sabemos perfectamente que, por más temas nuevos que siga sacando una banda, las canciones más emocionantes en un concierto siempre son los clásicos, también llamados temas "caretas" o "para la gilada", que a lo mejor tienen más años que nosotros. Y eso no ocurre solo porque le recuerden a alguno un verano que ya quedó atrás, sino porque son excelentes canciones que pueden significar miles de cosas en distintos momentos, tanto para el cuarentón que la escuchó por primera vez apenas salido el álbum, allá por la década del nosecuánto, como para el pendejo de quince años cuya cabeza acaba de ser volada por En la ciudad de la furia, descubierta por casualidad entre viejos discos, o aún más probable, entre downloads en mp3.
Soda no viene a hacer un disco nuevo. No lo necesita. Lleva a cuestas un equipaje de canciones inolvidables, que no tienen ni tiempo ni lugar, que no van a ser viejas ni cumpliendo cien años y que viene perfecto volver a escuchar en todo su poderío, sobretodo cuando el rock nacional al día de hoy no encuentra nada que realmente pueda reemplazarlas. Eso es en esencia la vuelta de Soda. Lo demás, el marketing, los rumores, los discursos, es en parte lógica de lo inevitable (vivimos en un mundo capitalista muchachos, nadie labura gratis), en parte cotillón discursivo del más barato. Cuando Soda volvió a tocar, cuando Juego de Seducción reventó River en pedazos, puedo apostar que nadie entre los 65.000 espectadores estaba pensando en comprarse un móvil marca Personal. Porque es la música, ese idioma inexplicablemente atractivo, misterioso, intraducible, lo que justifica con creces que Cerati, Zeta y Charly vuelvan a reunirse en el mismo escenario para tocar, sí, las mismas canciones de siempre.
El recital del viernes entonces es contundencia pura. El sonido, salvando alguna que otra vacilación en Signos o en Corazón Delator es aplastante por donde se lo mire, incluso mejor que el de, por ejemplo, los Rolling Stones o U2 hace dos años. No faltará después el que se queje de que los tipos "no tenían onda" con el público o entre ellos, como si Soda Stereo alguna vez hubiera sido una de esas bandas tribuneras que aprovechan las pausas entre los temas para contar chistes o mandarse algún discurso contra el Papa. Tocan 28 temas uno tras otro. Sin descanso. Sin desajustar una nota. Dos horas y media. Y Gustavo hasta deja que el público cante algunos versos ¿Qué más onda, qué más carisma que ese se necesita de una banda?
No faltará tampoco el que advierta cierta frialdad del público, que no grita demasiado en las pausas previas a los bises, o que no interrumpe el show con ovaciones de cinco minutos (recuerdo el interminable olé Richards cuando tocaron los Stones) o que no canta con toda la fuerza que debería, o que no baila todo lo que haría falta, etcétera. Puede ser, pero no hay que olvidar que el público de Soda tiende a ser de un nivel socioeconómico que no se comunica tanto con el cuerpo. Ya sea el fanático de toda la vida, el careta casual que va con su remera fachera, o el intelectualoide que además de Soda escucha a Bartok. Ninguno va a permitir salirse demasiado de cuadro. Eso es cosa de marginados, excluidos, de gente a la que de pronto se le va la vida en el rock. Gente a la que Soda Stereo, vamos a admitirlo, no se dirige muy directamente. Aún así, al menos según la percepción desde la San Martín alta, sí existen momentos de auténtico delirio colectivo, como por ejemplo el comienzo del show, Sobredosis de TV (en la que Cerati mismo sugiere bailar), Persiana Americana, De Música Ligera (obvio) y Prófugos (donde el Liberti literalmente cruje con el estribillo potenciado por tanta cuerda vocal).
El setlist de la gira navega sobre un balance perfecto entre himnos populacheros (solamente El Rito y Lo que Sangra siguen aguardando expectantes saltar a la cancha) y guiños a recovecos menos frecuentados, como la encantadora Texturas, En Camino o la remota Zona de Promesas. También se aprecia el hecho de que rescatan material de cada uno de los siete álbumes, haciendo especial hincapié en Nada Personal (cosa que no me esperaba), Signos y esa mina de diamantes que es Canción Animal. También le dan bastante manija a Dynamo, su álbum menos complaciente, con nada menos que cuatro fijas todas las noches. De todas formas el hecho de que tocan todo con un nivel de energía sónica superlativo hace que se borroneen las fronteras entre los clásicos y los no tanto. Por momentos hay serenidad, por momentos todo está al palo, pero casi ninguna canción se toca con displicencia. Quizás le haya faltado algo de profundidad a Corazón Delator para hacerle total justicia (pero gracias por tocarla, es un tema zarpado), algo de potencia a Persiana Americana (la del "último" concierto, ahora "anterior", sonó más al límite), pero todo lo demás casi diez puntos. Las cumbres más altas las encuentro en Sobredosis de TV (impresionante el ritmo que machacan), No existes, con ese bajo retumbando como un mefistófeles anfetaminado, la revalorizada Sueles Dejarme Solo (en la que Cerati como que tira la guitarra al carajo no?) y Signos, que más allá de su mezcla un tanto despareja, converge en una sensación de intimidad sublime, no muy fácil de lograr en una cancha de fútbol.
Y después las obvias. Hombre al Agua, En la Ciudad de la Furia, Un Millón de Años Luz, De Música Ligera, Prófugos, Nada Personal, todas cumplen sin decepcionar, dándole a probar al desprevenido la contundencia inverosímil del misal que amasaron estos pibes en solo siete álbumes. Y después, saliendo ya del recital y entre imágenes que van cayendo (porque, como siempre, uno se da cuenta tarde de lo que vivió) se podrá analizar la especificidad de Soda Stereo. Si fueron originales o no. Si representan la escencia del rock argentino o no. Si abrieron nuevos caminos o solo se machetearon de big-bangs de otros nortes. Serán lindas palabras para elucubrar, sin duda, pero que ineluctablemente terminarán borradas una y otra vez. Porque las palabras son frágiles. No pueden más que una buena canción.
Que vuelven por la plata, que no hacen nuevo disco, que es todo una careteada, que es todo marketing, que los tipos se siguen odiando, que es pura nostalgia, que está todo forzado, que las entradas son muy caras, que no van a sonar ajustados, patatín, que patatán. Todo ese blablablá enfermizo que nos gusta practicar. Todo por una banda de músicos que deciden volver a tocar juntos después de un tiempo, para ofrecer un puñado de canciones a su público. Algo tan normal, tan legítimo, y sin embargo no: chantas, ladris, mentirosos, marketineros sin alma y qué se yo qué más. Pero cuando las canciones empiezan a sonar, simplemente no hay con qué darles.
Hablando de las canciones, son viejas dirán algunos. ¿Y qué? Se habla demasiado del tiempo, del pasado, de la nostalgia. Hay, incluso en el periodismo, una obsesión malsana por anclar las canciones a una época o a un lugar determinado cuando justamente el atributo máximo de una buena canción (y Soda tiene unas cuantas, por favor créanme) es la atemporalidad. ¿Alguien se queja de que la quinta de Beethoven es muy vieja? Entonces porqué caemos como moscas en la banalidad de criticar a ciertas bandas porque siguen revisitando sus viejos clásicos. La pregunta es: ¿qué tiene de malo? Si sabemos perfectamente que, por más temas nuevos que siga sacando una banda, las canciones más emocionantes en un concierto siempre son los clásicos, también llamados temas "caretas" o "para la gilada", que a lo mejor tienen más años que nosotros. Y eso no ocurre solo porque le recuerden a alguno un verano que ya quedó atrás, sino porque son excelentes canciones que pueden significar miles de cosas en distintos momentos, tanto para el cuarentón que la escuchó por primera vez apenas salido el álbum, allá por la década del nosecuánto, como para el pendejo de quince años cuya cabeza acaba de ser volada por En la ciudad de la furia, descubierta por casualidad entre viejos discos, o aún más probable, entre downloads en mp3.
Soda no viene a hacer un disco nuevo. No lo necesita. Lleva a cuestas un equipaje de canciones inolvidables, que no tienen ni tiempo ni lugar, que no van a ser viejas ni cumpliendo cien años y que viene perfecto volver a escuchar en todo su poderío, sobretodo cuando el rock nacional al día de hoy no encuentra nada que realmente pueda reemplazarlas. Eso es en esencia la vuelta de Soda. Lo demás, el marketing, los rumores, los discursos, es en parte lógica de lo inevitable (vivimos en un mundo capitalista muchachos, nadie labura gratis), en parte cotillón discursivo del más barato. Cuando Soda volvió a tocar, cuando Juego de Seducción reventó River en pedazos, puedo apostar que nadie entre los 65.000 espectadores estaba pensando en comprarse un móvil marca Personal. Porque es la música, ese idioma inexplicablemente atractivo, misterioso, intraducible, lo que justifica con creces que Cerati, Zeta y Charly vuelvan a reunirse en el mismo escenario para tocar, sí, las mismas canciones de siempre.
El recital del viernes entonces es contundencia pura. El sonido, salvando alguna que otra vacilación en Signos o en Corazón Delator es aplastante por donde se lo mire, incluso mejor que el de, por ejemplo, los Rolling Stones o U2 hace dos años. No faltará después el que se queje de que los tipos "no tenían onda" con el público o entre ellos, como si Soda Stereo alguna vez hubiera sido una de esas bandas tribuneras que aprovechan las pausas entre los temas para contar chistes o mandarse algún discurso contra el Papa. Tocan 28 temas uno tras otro. Sin descanso. Sin desajustar una nota. Dos horas y media. Y Gustavo hasta deja que el público cante algunos versos ¿Qué más onda, qué más carisma que ese se necesita de una banda?
No faltará tampoco el que advierta cierta frialdad del público, que no grita demasiado en las pausas previas a los bises, o que no interrumpe el show con ovaciones de cinco minutos (recuerdo el interminable olé Richards cuando tocaron los Stones) o que no canta con toda la fuerza que debería, o que no baila todo lo que haría falta, etcétera. Puede ser, pero no hay que olvidar que el público de Soda tiende a ser de un nivel socioeconómico que no se comunica tanto con el cuerpo. Ya sea el fanático de toda la vida, el careta casual que va con su remera fachera, o el intelectualoide que además de Soda escucha a Bartok. Ninguno va a permitir salirse demasiado de cuadro. Eso es cosa de marginados, excluidos, de gente a la que de pronto se le va la vida en el rock. Gente a la que Soda Stereo, vamos a admitirlo, no se dirige muy directamente. Aún así, al menos según la percepción desde la San Martín alta, sí existen momentos de auténtico delirio colectivo, como por ejemplo el comienzo del show, Sobredosis de TV (en la que Cerati mismo sugiere bailar), Persiana Americana, De Música Ligera (obvio) y Prófugos (donde el Liberti literalmente cruje con el estribillo potenciado por tanta cuerda vocal).
El setlist de la gira navega sobre un balance perfecto entre himnos populacheros (solamente El Rito y Lo que Sangra siguen aguardando expectantes saltar a la cancha) y guiños a recovecos menos frecuentados, como la encantadora Texturas, En Camino o la remota Zona de Promesas. También se aprecia el hecho de que rescatan material de cada uno de los siete álbumes, haciendo especial hincapié en Nada Personal (cosa que no me esperaba), Signos y esa mina de diamantes que es Canción Animal. También le dan bastante manija a Dynamo, su álbum menos complaciente, con nada menos que cuatro fijas todas las noches. De todas formas el hecho de que tocan todo con un nivel de energía sónica superlativo hace que se borroneen las fronteras entre los clásicos y los no tanto. Por momentos hay serenidad, por momentos todo está al palo, pero casi ninguna canción se toca con displicencia. Quizás le haya faltado algo de profundidad a Corazón Delator para hacerle total justicia (pero gracias por tocarla, es un tema zarpado), algo de potencia a Persiana Americana (la del "último" concierto, ahora "anterior", sonó más al límite), pero todo lo demás casi diez puntos. Las cumbres más altas las encuentro en Sobredosis de TV (impresionante el ritmo que machacan), No existes, con ese bajo retumbando como un mefistófeles anfetaminado, la revalorizada Sueles Dejarme Solo (en la que Cerati como que tira la guitarra al carajo no?) y Signos, que más allá de su mezcla un tanto despareja, converge en una sensación de intimidad sublime, no muy fácil de lograr en una cancha de fútbol.
Y después las obvias. Hombre al Agua, En la Ciudad de la Furia, Un Millón de Años Luz, De Música Ligera, Prófugos, Nada Personal, todas cumplen sin decepcionar, dándole a probar al desprevenido la contundencia inverosímil del misal que amasaron estos pibes en solo siete álbumes. Y después, saliendo ya del recital y entre imágenes que van cayendo (porque, como siempre, uno se da cuenta tarde de lo que vivió) se podrá analizar la especificidad de Soda Stereo. Si fueron originales o no. Si representan la escencia del rock argentino o no. Si abrieron nuevos caminos o solo se machetearon de big-bangs de otros nortes. Serán lindas palabras para elucubrar, sin duda, pero que ineluctablemente terminarán borradas una y otra vez. Porque las palabras son frágiles. No pueden más que una buena canción.
5 comentarios:
Debe haber estado excelente!! Uno de mis compañeros de trabajo dice que se juntaron para juntar guita en pala. Yo no sé si seré ingenua, pero lo groso que es tocar en vivo con un estadio lleno vale más que toda la plata que puedan juntar en sus vidas!!!
Otra vez te salió lo argentino: ¿De cuándo a acá te gusta tanto Soda? Grande prosa, por cierto.
As: Killing In The Name Of - Rage Against The Machine.
Atte: Juan Ramón Velázquez Mora.
La vuelta de Soda me sirvió, no sólo para verlos en vivo -fui fanático de más pequeño pero no me alcanzó la edad para verlos- sino para revalorizar Nada Personal, el disco. También comprendí que Soda es una banda de rock del carajo, el sábado -día en que fui yo-, por momentos, humilló. Saludos. Muy buena la crónica.
"Eso es cosa de marginados, excluidos, de gente a la que de pronto se le va la vida en el rock."
Eso es lo que no quiero que se extinga, entendés? Soda Stero estuvo excelente y yo no les pido que salven nada ni a nadie, pero podríamos dejar de poner las fichas en lo que fue y apostar por lo que puede llegar a ser??
NO DEBATIR ESTOS TEMAS EN ESPACIOS VIRTUALES QUE ME PONGO LOCA!
el 8 y 9 tocaron acá, en Lima. Fuí a los dos conciertos. Cuando tocaron "Sueles dejarme solo" el 8, como que entré en shock. El 9, con la misma canción, se me "piantó un lagrimón"... Excelente presentación, increíble puesta, muy buena elección de temas (aunque moría por escuchar "En el Borde").
Los dos dias llenó el estadio, o sea que mas de 80.000 personas vieron a Soda, y nos quedamos con ganas de mas, pero fue.
Los veremos volver nuevamente?
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