martes, 28 de diciembre de 2010

La canción de la lluvia


These things are clear to all from time to time.

¿Qué hacer con esa canción que me mostraste que tanto te gusta? Sí: algo tengo que hacer. Para darle cabida, para que no te pierdas. Ahora, sumarla a mi colección como otro anclaje de mi "capital cultural", incluso buscando el álbum completo en el que se incluyó, me parece solo una rutina. ¿Qué hacer? Escucharla una y otra vez hasta aburrirme, preguntándome como un loco qué puede significar esta canción en mi vida, sería como vaciarla y vaciarme, desmantelar toda esta imaginación invertida durante el día ¿Qué hago? ¿Decís que me aprenda la letra? ¿Que aprenda a cantarla? Puedo investigar un poco sobre el artista, su trayectoria, sus discos. Pero no quiero toquetear algo precioso que se puede romper en pedazos con un leve gesto torpe. Es increíble cómo nada es irrompible. ¿Sabés? Siento como si algo se escapara horriblemente de entre mis dedos, o peor, de lo que puedo delimitar con palabras. Qué pequeño tirano es el idioma cuando comprobás que no sirve para expresar ni de la mitad de lo que importa. Todo enunciado es malversación. Ahora me parece que la canción me gusta, creo que me gusta, solo porque te gustaba a vos, porque fuiste a internet, buscaste y la escuchamos juntos una vez. Solo una vez en la mañana; ¡qué miseria! No supe qué decir al respecto en ese momento porque no suelo emitir juicios tan inmediatos: ¿Me gustó o no? Qué se yo, pasó todo tan de golpe. En la memoria todo pasa de golpe ¿viste? Seguramente tendría otras mil cosas en la cabeza como para que de verdad le pudiera prestar atención a la música o a la letra. Deberíamos ser más tontos, tener solo unos pocos pensamientos no tan perennes como éstos. Pero entonces estabas vos ahí, y no había nada claro. No sabía si me estabas dando algo tuyo o me estabas sacando algo. Lo pienso en términos de propiedad, de dar y recibir y decir gracias, pero la canción no es tuya después de todo. Tampoco era tuyo ese pelo y esa sonrisa y ese gesto que hacías. Nada es de nadie, porque todo es del día que pasó. Entonces, cuando la escuchábamos, yo ni sabía qué iba a ocurrir después y estaba ansioso. Pero ahora siento esta incomodidad de que tengo que hacer algo más con eso, con esa canción, esas naves prendiéndose fuego junto al hombro de Orión. Empuñarlas, controlarlas ¿Dictar yo su significado? Sea como sea, no duerme, no quiere quedarse ahí, hay una inquietud nómade en mí que no puedo desterrar ni caminando varias cuadras por calles céntricas. Porque hasta hoy, cada vez que alguien menciona la canción o el artista me distraigo, dejo de pensar en lo que venía pensando, se me hace un vacío en el esternón y no sé por qué. No sé cómo llamarlo. Pienso que no retuve algo cúlmine. Una sombra que mutó en la periferia de mi campo visual, sin que pueda llegar a saber si fue un pez que saltó en el lago.

Quiero ser obvio; encontrarte y decirte "te acordás de esta canción, sí: ésta o aquella, me gustó, me gustó mucho, gracias por mostrármela, gracias por ese momento, lo podemos repetir eh, cuándo vos quieras". Algo así como bajarte a tierra de una vez, algo normal. Qué pequeño tirano es el idioma. Qué turbia, qué inmensa es la música, y qué raro lo que hace con la mente de uno.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Apostillas desde el barro


Hace algo más de un mes se murió "K". Quise escribir algo acá, pero no quise. Me lo impidió el chisporroteo en mi cabeza. Me lo impidió la retransmisión de discursos y contradiscursos al respecto, que no cesan porque son recíprocos. Me lo impidió cierta incredulidad. Me lo impidió el no tener lágrimas porque la muerte, como la vida, no me es fácil de lamentar. Me lo sugería, por el contrario, la gran conmoción ante lo palpable: la Historia.

Quién me niega que la Historia es así; cada tanto le escapa al recuento bíblico y extiende su vaho sobre la ciudad como si tuviera cuerpo propio y maleable, que lo tiene. Hubo Historia con la muerte (por un tiempo no hará falta decir de quién, se va a entender) porque dio toda la sensación de que lo invisible comenzó a verse y lo impensado comenzó a repensarse. En términos más callejeros: nos agarró en off-side. Se tuvieron que quemar muchos manuales y yo descubrí que mis manos quemaban el teclado de la computadora. La mayoría de las veces me sabe que la realidad es inefable. Y aunque es plausible que no exista realidad por fuera del discurso, los dichos multiplicados por "K" fueron una topadora de lugares comunes. El tipo ahí, aún ardiente, y la sociedad discursiva ya lo juzgaba. Yo soy de digestión lenta.

Ahora algo decantó. Quiero escribir esto en primera persona, aunque me remuerda después (me incomodan un poco las confidencias). Fui a La Plaza de Mayo; dos veces. La primera apenas me enteré de la noticia. Pocas veces fue Buenos Aires una ciudad tan solitaria; las banderas albicelestes ya flameaban a media asta y ese lugar solo tenía un silencio de mediodía. Fue la plaza espectral, de cuando tironéas todavía de algo para desandar las últimas 24 horas y evitar la despedida. Mientras las cámaras de la TV apuntaban aún dormidas a la Casa Rosada, anticipando andá a saber qué escena, intenté imaginar cómo habría sido esa misma Plaza el 25 de mayo de 1810. Tal vez por esto de que ahí mismo, de pronto, sentís que la Historia te llama por tu nombre de pila; que ese momento pasará a formar parte de un imaginario colectivo, y vos, nada menos que vos, ya lo estás imaginando.

Después vinieron los días - cuatro o cinco - del querer caer y no poder. Volví a la Plaza el jueves a la noche. Me fui para allá vía directa por línea D después del laburo: arriado, sí, pero no por el choripan sino por la necesidad inobjetable de ver, de estar, y sobre todo de burlar la aduana de los shows noticiosos. Encontré una Plaza de luto y fiesta, poblada de incondicionales y curiosos (Sebreli, no está mal ser curioso; significa querer saber qué pasa). Los mensajes afectuosos, los dibujos hechos con birome o crayón hacían de los vallados un emocionante palimpsesto. Y eso lo quería ver. Porque mostraban la huella del amor, pero sobre todo la de las múltiples experiencias; un país gigantesco. En la Plaza ya no había un muerto, sino miles que vivían.

Se dijo tanto sobre Néstor Kirchner y su muerte que solo puedo ofercer un tardío tributario a tanta loa y diatriba junta. Por ende no me interesa hablar de Kirchner como persona; no lo conocí. No me interesa hablar del bonachón rompe-protocolos ni del maniático de poder; tales atributos suponen una retórica romántica que no me place y de la que no puedo dar fe. No soy personalista, me tienta más hablar de políticas, que son - valga la redundancia estúpida - la esencia de lo político. Hace falta hacerlo porque es lo que más se reteacea; la industria mediática se quedó en el corralito y sigue comunicándonos que lo político se resume en los ajedreces del poder, que toda decisión es electoralista por defecto. Por eso tal vez cuando murió Kirchner la oposición dedicó obituarios a un "gran luchador" sin siquiera dejar entrever aquello por y contra lo cual luchaba. Operación comprensible si tenemos en cuenta la bilis que le causa. Hipócrita si recordamos que lo que más le recriminaron durante años fue, precisamente, su "estilo confrontativo". En última instancia es una operación trivial; hasta Adolf fue un gran luchador.

Pero compilar un ranking de aciertos de Kirchner y su esposa - muerto Néstor, ni al más simpatizante le hizo asco admitir que gobernaban juntos - tampoco sería de un mayor empeño; basta sintonizar cualquiera de los programas de PPT cualquier día para verlos murmurados como un Credo. A nivel intelectual desconfío de estos constantes replays porque me arriman al axioma, a algo que se desangra de contenido como el dar la paz en la misa. Para colmo tapan deliberadamente temas como el INDEC (ahora adiestrado por el FMI !?!) o el gusano de Jaime y me salta la alarma anti-tonto. Me agarra el síndrome Caparrós. Por supuesto, también entiendo que hay un mensaje que debe hacerse escuchar en espacios reducidos; entonces no alcanza una sola vez ni es oportuno matizar tanto. Hay que viralizar, hasta que Magdalena se resigne o explote de rabia. Entonces lo tomo, un poquito todos los días, y lo retransmito cuando puedo o cuando creo necesario. ¿Síndrome Gramsci?

Quienes elogian a Kirchner desde esta perspectiva siempre empiezan por la asignación universal por hijo (el buque insignia) y siguen con la Corte Suprema, los derechos humanos, la gobernabilidad, la recuperación del PBI, el desendeudamiento, la obra pública, las jubilaciones, la ley de medios, el matrimonio igualitario, la no represión de la protesta, las paritarias, la unión latinoamericana y así hasta el Canal Encuentro no paramos. La lista impresiona: se trata de verdaderos hechos políticos que trascienden el mero enunciado. Son más bien concretos y difíciles de desmentir. Una vez consumados, hasta la parlanchina oposición político-mediática desiste de impugnarlos; prefiere más bien el franco ninguneo. Así de establecido está el "kanon", como para que venga yo a refritarlo por quichicentésima vez (lo hice ¿no?)

Por eso quiero acotarme a rectificar una de las "críticas" que le han hecho a Néstor Kirchner hasta colmarnos el cerebro de siesta. Tal vez la más omnímoda, la más asumida y, por ende, la más definitivamente muerta. Hablo, claro, del "estilo confrontativo". Motes alternativos: dividir al país, sembrar el odio, la crispación, el todo o nada, la falta de diálogo, la falta de consensos, la erosión de la institucionalidad, divide y reinarás, que el opositor un enemigo, que el disidente un traidor y así hasta desgranar un relato automático a medida de quienes ya no tienen la esperanza de pensar (ni distinto ni igual). Desde hace años, no se ha visto día sin estas acusaciones siendo eyaculadas desde surtidas muecas (las que hace Carrió con la boca cada vez que enciende un petardito). El estado de este discurso es tan monolítico y tan falto de una auténtica elaboración que eclipsa, a próposito seguramente, lo medular: que el "estilo confrontativo" de Kirchner no es realmente un "estilo" sino un aspecto intrínseco de las políticas y reformas que llevó a cabo. Atacar el "estilo confrontativo" es en realidad una forma pusilánime o encubierta  - según como se mire - de atacar el corazón mismo de lo más importante que logró hacer el Presidente Patagónico.

Tratemos de no ser ilusos. Muchas de las decisiones fundamentales que tomaron Néstor Kirchner y su esposa durante sus respectivos gobiernos estaban destinadas a generar bruscas controversias casi por ontología. Los reclamos insistentes de "diálogo", "consenso" e "institucionalidad" emanados desde cierta prensa solo pueden leerse como camuflados anhelos de transigencia. Es decir: pactos, trueques, medias tintas que hubieran implicado desnaturalizar muchas de las políticas, hoy claves, de los K. El problema con el consenso y el diálogo es que se los fue recitando en un plano demasiado conceptual que en la práctica resulta inconducente: ¿Cómo lograr el "consenso" para establecer el matrimonio igualitario? ¿Sentándose a revisar las Sagradas Escrituras con las cúpulas eclesiásticas de Ciudad Gótica?; ¿Cómo lograr el "consenso" para sancionar la Ley de Medios Audiovisuales? ¿Invitando a Magnetto y Herrera de Noble a que modifiquen varios de los artículos de la misma luego de su elaboración en múltiples foros en todo el país?; ¿Cómo lograr el "consenso" para aplicar la 125? ¿Llevando a la mesa de enlace a un tour villero?; ¿Cómo lograr el "consenso" para bajar los cuadros de Videlas y enjuiciar genocidas? ¿Regalando a todos los Fernando Ciro y Elena Cruz del país la discografía completa de Gieco? Los ejemplos son fáciles de hallar en todo caso; en cualquiera de estos y otros escenarios de los últimos años, "consenso" y "conservadurismo" se unen en santa sinonimia.

La sociedad democrática ha instituido las mayorías representativas para dirimir luchas de poder. No podría haber consenso o paz social ante reformas importantes, puesto que cualquier reforma lo es, precisamente, cuando promueve el desafuero de privilegios estructurales que - por mero instinto de supervivencia - reaccionan siempre. Y dividen las aguas. En este sentido hay muchísima hipocresía: los que reaccionan también van "a todo o nada" y contra "el enemigo" en la defensa de sus quintas y si no lo creen, basta hojear tres o cuatro páginas de un solo ejemplar de Clarín. Las polémicas de la era K no aparecen solo cuando el gobierno crispado propone y la oposición se opone en defensa de la "institucionalidad" y el "sentido común"; lo hacen también cuando los medios promocionan su propia agenda de infiernillos diarios para friccionar a ese poder por el que se sienten amenazados (inseguridad creciente, inflación asesina de niños, sanidad mental de la Señora Presidenta, lavado de dinero de Wikileaks, etc). Ocurre lo que ha ocurrido siempre en todas partes y todo tiempo: para pelearse hacen falta dos.

Por supuesto que a todos nos alienta el diálogo pulcro y el entendimiento entre las partes. Naturalmente que de repente nos agobia tener cada mes un conflicto donde todos despotrican. Lógicamente nos gustaría sonreírnos, abrazarnos, "tirar todos para el mismo lado" y sacar el país adelante. Todo muy lindo, pero tenemos que ser lo suficientemente vivos para reconocer que éste no es momento para todo eso. Es momento para otra cosa; es momento para salir voluntariamente de la boludez y animársele por fin a las discusiones de fondo. De ir por la vida reputeándose con parientes y amigos, de escuchar en la tele lo que dicen personajes simpáticos y siniestros, de buscar y tragar estadísticas y datos, de leer todos los diarios y todas las columnas aunque algunas nos den arcadas, de entrecomillar todos los significantes vacíos y sobre todo, salir a la calle y ver con los ojos propios qué pasa o que pasó o qué puede pasar. Si algo entendió muy bien Néstor Kirchner, más allá de la devoción y el rencor que pudo despertar su persona, es que la política todavía tiene pulmón para generar rupturas y conciencias en lo profundo de la sociedad y que éstas eran inevitables.

Y ahí está la cuestión: es la Historia misma, esa que ví reptar en la Plaza del 27 de octubre, la que nos trajo hasta aquí y no tanto la figura de Kirchner, que en suma es un mortal y pudo equivocarse. Esta "crispación permamente" que hoy muchos lamentan es la propia de una sociedad a la que, tras haber orillado la disolución en 2001, no le queda otro camino que reformularse a sí misma, volver a poner todas las discusiones sobre la mesa, no dejar un solo dogma sin maltratar. Si lo tenemos que hacer a los gritos y sin caretas (aunque con varias mentiras) es porque no estamos discutiendo pavadas. Y si lo tenemos que hacer desde el barro, es porque hay que moldear todo de nuevo, con una nueva forma.

Mal rayo nos parta si después de aquel 20 de diciembre no se hubieran planteado en el proscenio de la Argentina otros focos y otras deudas; si se hubiera reeditado lo anterior, con el beneplácito de los mismos de siempre, haciendo como que aquí no pasó nada. Hoy, entre tanto quilombo y crispación, somos un país bendito.