domingo, 30 de diciembre de 2007

Buenos Aires Wild Side

Vos agarrás la línea E, la violeta viste, y le das derecho, derecho hasta el final, hasta la estación cabecera que se llama Plaza de los Virreyes. Te vas a dar cuenta cuando estés por llegar porque las estaciones empiezan a hacerse medio raras; Emilio Mitre (donde salís a Parque Chacabuco), Medalla Milagrosa, Varela. Esas tres se inauguraron en 1985 y son diferentes a todas las demás estaciones de la red. Tienen azulejos marrones, unos techos re de oficina, son bastante espaciosas y vacías. No sé, tienen una atmósfera distante, nocturna, casi alienígena, como si estuvieras en otro país en otra parte del mundo, donde la gente habla en voz baja una lengua eslava o así. Virreyes es como más normal, vuelve el color violeta en las paredes. Durante muchos años, hasta que se abrió Ministro Carranza (otra estación que tiene su personalidad propia), fue la más nueva de todas, la inauguraron en 1986, año del gol a los ingleses en México. Pero bueno, vos llegás, subís la escalera que no es mecánica ni nada, y enseguida está el premetro. Es medio desconcertante todo porque en realidad ya no ves ninguna plaza. No, salís y aparecés en un tinglado onda terminal de ómnibus, justo debajo de la autopista 25 de mayo. Eso queda en el barrio de Flores, al sur. Paredón y después.

Yo digo siempre que Buenos Aires ofrece algunos espectáculos realmente sobrecogedores para quien es capaz de asomar la cabeza por sobre la vorágine diaria. Por ejemplo, caminar por la 9 de julio cualquier día de semana al mediodía (aunque ahora en enero y febrero no sirve porque movieron el escenario a Mar del Plata). El flujo de movimiento simultáneo, que pareciera materializarse espontáneamente en todas partes, como lluvia, para donde mires, es tan monstruoso y fascinante que hasta pierde sentido y te hundís en un sopor extrañado. Te preguntás qué mierda hace toda esta gente acá. Es terrible.

Otros se ven mejor desde autopistas, por ejemplo, andar en auto por la 25 de mayo (ya que hablamos de ella). Cuando agarrás la 25 de mayo desde el centro, sentís que estás huyendo de la ciudad. Pasás por la 9 de julio y ves el obelisco a lo lejos y desaparecés. Y vas rápido, ponele que vas a 120 por hora, entonces parece que estás desesperadamente huyendo de las fauces de la ciudad, como en una película, que buscás un espacio abierto y con aire. Pero no. Mirás a tu alrededor y es un océano impresionante de cemento puro, de siluetas rectilíneas, de lápidas con ventanas que emergen ahí nomás pero también a lo lejos, en un allá que no tiene nombres. No termina nunca. Te da la sensación de que vas a estar manejando toda tu vida y los edificios no se van a acabar jamás. ¿Sabías que desde un punto hasta ves la Torre Le Parc? Esa torre enorme donde vive Tinelli y no sé quién mas, la que está en Oro y Cerviño (Palermo) esa cosa, se ve, te lo juro. Lo que quiero decirte es que desde ahí arriba la ciudad es como invasiva, como un tsumani gigante que cubrió todo, y vos querés salir pero no ves nada más que eso, que esa ciudad tan extravagante, y sentís que te vas a ahogar en cualquier momento. Por eso seguís huyendo como loco, hasta que la General Paz te corta el mambo. Después de todo no aterrizaste de un ovni ¿o sí?. Vos también sos eso de lo que querías huir.

Ir en premetro es uno de esos viajes mágicos y misteriosos. Nadie puede jactarse de conocer Buenos Aires si no se animó nunca a una vuelta por estos radiantes tranvías inaugurados en 1987. El invento del año, sin duda, después del Plan Primavera. Por algún motivo me acuerdo del premetro. Yo pensaba que era "pemetro", sin la primera "r" (que, para ser sinceros, lo hace medio trabalenguas al nombre) y me acuerdo perfectamente de un noticiero que cubría las peripecias iniciales del nuevo transporte urbano, con un movilero bobalicón que le preguntaba a los pasajeros cómo iba todo, qué le parecía y eso. Como si mi cabeza fuera un magnetoscopio, retengo la imagen tomada desde dentro del premetro, mientras este iba cruzando el puente sobre las vías del Belgrano Sur, directamente sacada de la pantalla de catorce pulgadas (y sin control remoto). En esa época y a esa edad, ese puente era muy alto, te voy a decir. Ahora ya no tanto.

El premetro sale directo para el sur; ¿te acordás del slogan de que "El sur también existe"?. ¡Ya lo creo que existe! Existe y mucho. El sur es Barracas y Nueva Pompeya. Es Soldati, Lugano, Riachuelo, por ahí por donde pernoctan los toposaurios, donde flamean los juncos y arden los baldíos, donde ropajes colorinches se encaraman sobre el pathos urgente de las viviendas sociales, mientras, sin punto cardinal, se van recortando varios horizontes escalonados, y en medio los lechones de fin de año, las gomerías anunciadas en pizarrones callejeros, los pases de magia del trabajo humano. Como una bahía de Matanza en Capital, como una explosión de realidad maravillosa, así se pintarrajea el mundo Soldati, el mundo Lugano. Te lo dije. Lo vas a ver. Muchos están acostumbrados a vivir acá, pero para quien solo sabe de los distritos newyorkinos de Palermo (y esto sí puede pasar en una polis así de grande), Lugano es el dominio de lo impensado.

Lugano es también una ciudad suiza, ubicada en el cantón de Ticino a orillas del lago homónimo (que también se llama Ceresio, pero entre Lugano y Ceresio, me quedo con Lugano). Es una de esas zonas de Suiza donde se parla italiano y que no te extrañe porque está muy cerca de la frontera. Incluso hay un diminuto enclave italiano ahí nomás, llamado Campione D'Italia. La homenajea Buenos Aires con el nombre, porque cuando todo esto era campo parecía Suiza, con sus lomadas verdes y el sol de entonces. Y debe ser así porque su fundador, José Soldati, era suizo de Lugano, así que habrá que creerle. Villa Lugano es el segundo barrio capitalino después de Palermo (otro homenaje italiano y van...), tanto en tamaño como en cantidad de habitantes. Tiene una parte vieja, tradicional, más hacia el oeste, donde está la estación, y una parte nueva sobre el Parque Almirante Brown. Vos decís parque y por ahí te imaginaste los bosques de palermo, pero este parque es otra cosa, ya vas a ver.

Te subís al premetro y terminás en el sur de Lugano, justo frente al Autódromo Oscar Gálvez y al Complejo Habitacional Gral. Savio, más conocido como Lugano 1 y 2. No es broma, es uno de los paisajes más imponentes de la ciudad. En vez de ir a la telaraña turística de Caminito, los visitantes deberían venir acá. Para cierto imaginario esto es zona de cascotazos en las ventanas, de chacales, de que bajás y no te dejan ni los huesos. Viajar en premetro sería algo así como un imprudente safari etnográfico. Mentira. Esto es un barrio y punto. De gente que vuelve de trabajar todo el día, de esquinas con negocios, de estaciones, balcones y puertas. Te pueden robar como te pueden robar en cualquier parte, y en ciertos aspectos es mucho más moderno, más "europeo" (esa palabrita es crítica) que la mayoría de los barrios. Posta que sí.

Pero volvamos a Plaza de los Virreyes porque te vas a perder. Ahí está la estación cabecera Intendente Saguier. Este tipo era el padre de los actuales accionistas de La Nación y fue intentente de la ciudad, cuando todavía había intendentes en vez de jefes de gobierno. Se llamaba Julio César y era radical. Murió en el mismo año en el que se inauguró el premetro, todavía en ejercicio del cargo. Así que el nombre estaba cantado. Salís de Saguier con el premetro y lo primero es el Cementerio de Flores, que es raro. Raro porque está perimetrado por un muro de ladrillos, como cualquier cementerio, pero a la vez está sobre una lomada de tierra bastante alta. O sea que tenés el muro rodeando una loma de tierra y arriba las tumbas y los pinos y todo ese cotillón de cementerio. Ahí tenés el cruce con Balbastro, y mirando hacia el norte vas a decir que estoy loco pero parece Suiza. O sea, es una callecita curva que sube, y hay unas casas, con techito y no sé. Quizás solo me sugestione el nombre... Lugano. Aunque esto todavía sea Flores.

Cuando el tranvía este llega a la Avenida Castañares y Perito Moreno entrás en Villa Soldati. Por ahí cerca está la cancha de San Lorenzo, pero más para el este, en Nueva Pompeya. Acá tenés un buen ejemplo de las cosas raras de los porteños. Un club que es de Boedo, pero se llama San Lorenzo de Almagro, tiene la cancha en Nueva Pompeya y la gente la ubica en el Bajo Flores. Es para el diván, no te parece. No es el único caso eh, la gente acá no le da bola a la nomenclatura oficial, entonces la cancha de River es Nuñez aunque quede en Belgrano, la cancha de Vélez es Liniers aunque quede en Villa Luro y así.

En Villa Soldati también está el Parque de la Ciudad. Se lo construyó en los 80 como el parque de diversiones más grande de Sudamérica y no se qué. Hoy está abandonado, desde el premetro ves las montañas rusas (los Urales oxidados viste, bien de salón te lo tiré ahí), los cables de los teleféricos y es medio triste todo. Yo fui una vez para el día del niño, cuando funkaba el asunto, y fue una masa. Era como el Ital-Park. No sé si andará algún juego, yo igual no me subiría. Se puede ir a hacer algún picnic por una módica suma, supongo, pero la entrada esta completamente vacía. Lo que ves ya pasando a Villa Soldati es la torre espacial esa. La gente no la conoce porque, salvo desde la 25 de mayo (desde donde es imponente) o desde algún puente del Riachuelo, no la alcanzás a ver, pero es como Seattle, San Antonio, Toronto... O sea, tenemos esas torres-confiterías en Buenos Aires también. Tenemos todo. No sé cuánto mide, pero ponele que ochenta pisos tenés. Es la cosa más alta de Buenos Aires y andá a buscar algo más alto en esta pampa chata, chata... para mí que tenés que irte hasta Sierra de los Padres. Es grosa esta torre; tiene miradores y todo. Me pregunto cómo se verá la ciudad desde ahí arriba. ¿Sabés de dónde la trajeron a esta torre? De Austria. Desarmada en cajas supongo, pero de Austria. Si esta no es la parte más europea de Buenos Aires, no sé cuál es viejo. Ojalá que se abra todo de nuevo; hay un cartelón grande que pone "Estamos trabajando para recuperar el espacio público de los ciudadanos", o algo por el estilo. Con el revival de los 80 que tenemos, estaría bueno que el Parque de la Ciudad vuelva. Yo voy, te juro que voy y me subo a los autitos chocadores.

Y así avanza el premetro, dobla por Castañares y después por Mariano Acosta se interna en la Soldati Profunda. Es medio villa todo esto, pero son esas villas re turísticas donde se hacen tours y mateadas. Tenés el club deportivo Riestra, que a veces aparece en ese programa de TN donde te pasan los partidos de todas las divisiones y vos ves esas canchas de polvo que ni tribuna tienen. A los costados, y volviendo a Mariano Acosta, ves cosas, ves basurales, ves una familia que se hizo un living con el sofá en la vereda, ves un esqueleto viviente que revuelve containers, ves quasi-caballos atados que quieren irse al carajo, y de repente por ahí un Mercedes clase A blanco impecable que sale de avenidas con nombres como Ana María Janer. El tranvía sigue hasta las vías del Belgrano Sur y ahí dobla para Lugano. Para Suiza.

Y ahí la ciudad como que se abre. Acá no es ese masacote ridículo de hormigón y cemento sin interrupción, sino que vuelven los espacios. El vaivén de los llenos y los vacíos. Vacíos naturales, verdes, interminables, de cielo ancho (TODO el cielo, diría un tanguero) surcados por ocasionales complejos de viviendas. Es pobre la zona, pobre, pobre, pero el concepto es re europeo. Re alemán. Ahí mientras pasás frente al Parque de la Ciudad o frente al Jumbo, de repente aparece una cancha de Golf; y seguís un poco y hay largos terrenos donde miles de pibes juegan al fútbol. Y por el medio este trencito eléctrico ecológico que te lleva y te trae. Al mismo tiempo, pensá, la gente vive acá. Es el segundo barrio más poblado y vos ves todos esos espacios diáfanos, donde el resto de la ciudad se puede adivinar en ocasionales skylines lejanísimos, entre nimbos majestuosos que intuyen el río y la inmensidad. Y ahí decís, che pero entonces tenemos otros modelos urbanos. Una ciudad con espacio, con aire, con verde, y con gente viviendo. Así que todo eso es compatible. Lugano es compatible, decís. Y te imaginás una ciudad que sea toda así, y está bueno.

Y entonces el final, el barrio Savio, la cordillera de monoblocks. Siempre me pregunté cuándo es monoblock y cuándo es edificio de departamentos. Si es lo mismo ¿o no? O sea, estos tienen un estilo particular medio setentoso, pero siguen siendo edificios de departamentos, y bastante altos eh. Quince, veinte pisos. Parece el chiste del blanco con alas angelito y el negro con alas murciélago. Esas cosas del lenguaje. Sin embargo en estos monoblocks o edificios viven como treinta mil personas. Tienen baños, tienen livings (sí, en inglés también). Lo que impresiona es la cantidad de edificios construidos simultáneamente en el mismo lugar y con el mismo estilo viste. Se nota que alguien estaba soñando con la ciudad del futuro. Lo de ciudad más o menos salió, lo de futuro no tanto. Porque quedaron muy aislados y aún con toda la vida que se desencadena en sus parques y calles internas una tarde cualquiera, todo tiene un aire desolado, industrial si se quiere, como celdas de un panal gigante, como jaulas de un ejército de reserva. Mientras tanto, el sol del verano se desploma entre las pirámides de hormigón. El premetro funciona solo hasta las 21. Bajás en Savio sí o sí porque ahí termina el recorrido. No va más te van a decir. Te cruzás al andén, si querés, y te volvés en el mismo vagón en el que viniste.

Y te volvés. Mientras el premetro está parado frente a un semáforo en rojo, alguien grita hacia afuera "Gordo, bajate que vas a romper la bici!!!". Al mirar por la ventana, en efecto, un gordo pedalea pesadamente en el parque, mientras las gomas se asfixian al achatarse sobre el pasto. El gordo mira a ver quién le gritó, pero ya no podrá vengarse. El premetro avanza y se pierde entre las villas, las lomadas, los juncales, el sur mientras cae la noche y se enciende una luz de almacén.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Lista de elementos imprescindibles

a) una fachada o caparazón que refracte la indiferencia ajena con una indiferencia aún superior - b) un nutrido bagaje de valores morales indeclinables, como la honestidad, la transparencia, la dedicación o la tolerancia (pero pueden ser más) - c) una profesión, un título o un saber-hacer comprobable que cotice en el mercado laboral - d) buena presencia y trato cordial con los semejantes - e) el mínimo de caridad y/o condescendencia hacia quienes pertenecen a estamentos sociales inferiores - f) una sana envidia y el consiguiente deseo de superación ante quienes se ubican en los estamentos superiores - g) saber sonreír agradablemente cuando la situación lo amerite - h) un capital cultural más o menos competente, nutrido de ciertas lecturas clásicas, un segundo idioma y lo básico para comprender las normas o lenguajes protocolares, cada uno en su contexto - i) una meta clara, concisa, y una noción de los pasos a seguir para llegar a su concreción - j) conciencia plena de los propios derechos y de las vías diplomáticas para garantizar su cumplimiento - k) avidez medianamente constante de dinero con la consecuente capacidad de diseño de mecanismos legales para su periódica recaudación - l) un grupo de amigos con los cuales ir a tomar cerveza y que llamen para felicitar por el cumpleaños - m) gustos moderados, sin vicios ni excesos - n) mesura en la ira y la concupiscencia, aunque con un margen suficiente para el flujo de las pasiones naturales o explotables comercialmente - ñ) hábitat que puede ser más o menos modesto pero siempre higiénico - o) deseo esporádico y legítimo de vacaciones, aunque sin deponer la consiguiente motivación para volver a las tareas habituales - p) manifiesto, aunque convenientemente morigerado, inconformismo con el mundo circundante, especialmente en lo referido a responsabilidades suceptibles de hallar depositarios ajenos - q) un hambre inconfesable de viajes, exotismos y revelaciones mágicas, aunque con una férrea supeditación ante la realidad y las necesidades del sistema productivo - r) lápices y reglas para trazar las geometrías de generaciones venideras - s) conciencia del propio lugar en el espacio y la consiguiente resistencia a la tentación de tomar desvíos y acampar en zonas privadas - t) un credo, de índole religioso, político o ambos, sobre el cual poder fosilizar miedos, frustraciones e impulsos violentos - u) dosis no especificada de curiosidad por las preguntas filosóficas históricas, el devenir humano y los confines del universo - v) capacidad de reaccionar ante lo inesperado, descifrar lo desconocido y elaborar los duelos - w) toma de posición medianamente justificada frente a los temas de agenda que determinan los medios - x) una capacidad inquebrantable de simular y disimular en forma casi permanente - y) cordura - z) más cordura.

Todo lo cual se puede sintetizar en: encontrar la razón de ser en un mundo que no es tuyo.

Y esto viene a cuento. A veces las calles de Buenos Aires, de tan angostas se vuelven confidenciales y extrañas, como cuellos de botella donde el señor de corbata y portafolio cohabita con el lumpemproletario errante. Cada cual, sin proponérselo, delata con cuentagotas su historia desconocida. El primero habla de negocios, de logotipos estilizados, de un futuro brillante que podría ser amputado por un suicidio o accidente de tránsito, de varios brindis que, como los señaladores de un libro, irán anclando los sucesivos escalones ascendentes del éxito, entre conocidos perfumados y salas de convenciones y rodados de lujo. Probablemente se subiría a un púlpito para dictar saberes sobre el mundo de las finanzas, las inversiones y el panorama del sector terciario. El segundo, en cambio, habla de un mundo de desventuras sin forma, de trabajos temporales en sitios lejanos, de hoteles carcomidos por las ratoneras y desvelos casi eternos, en cuyos sonidos entrecortados por el silencio y las lágrimas sintió alguna vez la paz de la resignación. Probablemente solo huiría con ojos asustados y terminaría tumbado contra alguna balaustrada anónima como única comodidad, entre charcos de hojas, chicles viejos y maderas. ¿Y quién soy yo entre toda esa gente paralela que nunca llega a verse entre sí? ¿Qué hay para mí detrás de estas incontables ventanas vidriadas? ¿Cuál es exactamente mi rumbo en una cuadrícula perfecta de manzanas que amenaza con no tener horizonte?

En medio de este gran cementerio de mitos que algunos apodan con el eufemismo de "ciudad", es donde yo veo con incruenta nitidez mis carencias. Ahora que no volveré a casa, porque eso no existe más, es que tengo que armarme algo con todo eso que aparece y desaparece en el desenfreno. Y es donde comienzo a hacer mi lista, mi lista de elementos imprescindibles para sobrevivir. Tras mucho anotar, tachar lo que ya tengo, subrayar lo más urgente y garabatear miles de figuritas sin forma, esto es lo que queda. Para mi disgusto, se parece demasiado a una estrategia. Y demasiado poco a lo que sueño cuando, por fin, logro dormir.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Policías en acción

stand up (fragmento) - message in a bottle - synchronicity II - walking on the moon - voices inside my head / when the world is running down you make the best of what's still around - don't stand so close to me - driven to tears - hole in my life - truth hits everybody - every little thing she does is magic - wrapped around your finger - de do do do, de da da da - invisible sun - walking in your footsteps - can't stand losing you / reggatta de blanc - roxanne - [BIS] king of pain - so lonely - every breath you take - next to you.

El bajo de Sting lució más vapuleado por los lustros que su propio intérprete, por lo que esta vez el cliché periodístico de los años, las canas y los kilos de más quedará demorado: los dos, instrumentista e instrumento, sonaron lo suficientemente bien como para sepultar los discursos que gustan de ponerle fecha de vencimiento a los músicos de rock. Quizás la vuelta de The Police haya servido más que nada para recordarnos que Sting es - además de un muy mediático promotor del sexo tántrico y ocasional documentalista de partos humanos - un bajista. Y uno más bien tirando a bueno. Junto con el hiperkinético Copeland, diseñaron uno de los ensembles rítmicos más singulares que ha dado el rock en toda su historia. Ya que está otorguémosle su crédito al bueno de Summers, cuya Stratocaster siempre fue más empapelado y tapiz que fuegos artificiales. ¿Es exagerado hipotetizar ahora que los Stings sin los Summers ni los Copelands no tenían mucho sentido? ¿Y que por eso está bien que volvieran a juntarse después de un largo rato de olvido? Tal vez lo sea, pero por qué no imaginar que existe una pulsión musical además de la otra, la de las cifras; por qué no suponer que aunque sea un espectro de autenticidad anidó este último fin de semana en los hi-hats más exquisitos que se hayan escuchado en River.

Pero mejor no, mejor no caigamos en el lugar común de especular por vez enésima dónde termina el rock auténtico y dónde empieza el show-business. En todo caso The Police nunca disimuló su golosa vocación mercantil, menos aún en sus años mozos, cuando les convenía hacerse pasar por punks para lograr un contrato discográfico. Bastante más rapaces que las bandas punk promedio, supieron desde siempre dónde estaba la papa y qué caminos eran los correctos para conseguirla. Juntarse para colectar unos billetes no es exactamente una traición de The Police a sí mismos sino, au contraire, una confirmación de sus prioridades. Por lo menos hay que reconocerles que si fueron comerciales, lo fueron sin renunciar a reinvenciones de géneros ni a pesquisas sonoras. O lo que es aún más asombroso: cómo les alcanzaba con dos o tres hitazos por álbum para salirse con la suya, aún cuando el resto fuera más bien relleno inestable (ejem, Zenyatta Mondatta, ejem). Difícilmente haya habido una banda más inteligente desde que estos tres se juntaron por primera vez. Ahora que se juntan una segunda: si las canciones que tocan son esas mismas que (casi) todo el mundo sigue queriendo escuchar, qué más da. O sea, ¿A quién no le gusta Message In A Bottle?

Message In A Bottle, justamente esa pieza de orfebrería musical, justamente la obra maestra del grupo, fue la elegida por The Police para zumbillirse en las dos noches porteñas. Lo bueno: no podían elegir una mejor canción. Lo malo: versión abreviada. Lo aún peor: le cortaron LA parte, que es la repetición triunfal del riff antes de la coda. Lo bueno otra vez: que a nadie le importó, porque la banda sonó realmente muy ajustada durante todo el recital. Además de sorpresivamente ruidosa, en una versión mucho más "power" del trío que por momentos hasta cortaba la respiración, sucitando posibles preguntas estilo "¿son solo tres tipos haciendo este quilombo?" (pero que tampoco alcanzó a levantar a los cuerpos contemplativos, que solo se animaron con algún tímido saltito con Bottle y después yoga).

A partir de allí lo que vino fue el esperado rosario de aspen-classics más alguna que otra anomalía, como la impecable Hole In My Life (gema olvidada del primer álbum, aparentemente solo la tocaron el domingo) y la bizarra Walking In Your Footsteps (y su simbología con dinosaurios que da pie al chiste fácil, en una acertadísima revisita blusera). Sting por suerte habló muy poco, apenas para saludar y decirle al público que cantaba muy bien (¿o aseverando que éra él quién cantaba muy bien? Difícil diferenciarlo en su lábil castellano). No hubo discursos sobre el medio ambiente ni los derechos humanos, y la correción política tan cara al bajista apareció solo en su mínima expresión, con las arquetípicas fotos del buen salvaje en las pantallas durante Invisble Sun.

Los hits por su parte fueron infalibles, saltando los unos detrás de los otros sin apenas espacios para la anticipación ni, por ende, para la curva dramática. Desde la electricidad apoteósica de Synchronicity II apenas comenzado el show, pasando por la tensa calma de Walking On The Moon, hasta la elegancia sobrecogedora de Wrapped Around Your Finger (cuando Copeland fue la vedette con sus floridos artículos de percusión), fueron muchísimos los aciertos y casi nulos los bajones. Tal vez Voices Inside My Head haya echado de menos a la propulsión del original, tal vez Don't Stand So Close To Me no sea tan interesante después de todo, tal vez Roxanne no haya tenido el estribillo glorioso de toda la vida (Sting ya no llega a las notas y los espectadores que ni lo intenten). Aún así, se trata solo de buscar moscas en la sopa casi por obsesión. El show definió el concepto de "profesional".

Un accésit de honor va con certeza para Driven To Tears, un tema no demasiado estelar de Zenyatta Mondatta que cobra renovado vigor en vivo, gracias a una revisión apocalíptica a la manera de Bullet The Blue Sky. Y de paso un memo para todos los aspirantes a rockeros: una nota grave, pesada de guitarra, martillada en el momento justo, hace maravillas con los cimientos del alma. Más carne a la parrilla tiraron con la fe-no-me-nal Truth Hits Everybody, uno de los pocos temas realmente punkeros de los que pueden ufanarse (lógico, del Outlandos D'Amour, el primer y mejor álbum), solo que dos o tres velocidades más abajo. Se entiende: el pulso es otro.

El bis o encore descerrajó simplemente los clásicos que faltaban y que todo el mundo sabía cuáles iban a ser. King Of Pain, So Lonely y la ubicua Every Breath You Take, en la que todo el estadio se prendió a corear las palabras de un psicótico peligroso pensando tal vez que son muy románticas. Lo genial de la canción es justamente eso, que condescendemos alegremente con el Sting obsesivo y queremos vigilar con él cada paso que dé nuestro objeto del deseo. Pero el concierto no podía terminar en una nota tan ominosa, por lo que Andy Summers se hizo el que quería seguir tocando para arremeter con la furibunda aplanadora de Next To You. Irónicamente el tema con el que The Police escogió abrir su carrera sirve para cerrar sus shows y demostrar que sí, que también ellos son una banda de ere-o-ce-ka, ROCK. Ante todo eso.

Si hay que lamentar ausencias notorias, se pueden mencionar a Bring On The Night y Spirits In The Material World (Ghost In The Machine fue, comprensiblemente, el álbum más relegado, aunque no habría estado de más el gesto impopular de un Demolition Man por ahí). Seguramente alguno habra extrañado también la grandiosa Synchronicity I. Pero son pocos, muy pocos relegados; no es tan difícil complacer a todos para una banda de solo cinco álbumes.

Ah! Salvo que se venga uno nuevo para el hexágono. Ya veremos, por ahora nos quedaremos con estos tres tipos, ellos solos sobre un escenario casi vacío, retomando esos estribillos fáciles, que seguirán resonando como voces dentro de nuestras cabezas.