martes, 15 de agosto de 2006

Luz (en una esquina y en un asiento de tren)

Veo tan solo un mosaico bidimensional de puntos que repudian la luz cada uno a su antojo. Aún así, no abrazan caprichos: aparentan ponerse de acuerdo para proyectar un reflejo nítido que hace tiempo solemos entender como normal.

La mía, también.

Tu cara.

Los volúmenes, los contornos, las texturas en tu superficie. Todo lo que veo ahora allí... no es más que la ilusión óptica de un juego de luces y sombras. Y ni eso, ya que las que llamamos "sombras" reúnen apenas a aquellas coordenadas que absorben más luz, o la reciben en menor cantidad. Entonces, un juego de qué. De luces y otras luces. Luces con mayor o menor intensidad. ¡Ni eso! Apenas reflejos. Ya la había usado; esa es la palabra.

Sin luz, francamente, no sé qué sos.

Con luz, es tu cara.

Cada vez un poco más familiar. Más vieja. Más otra vez.

Pero sabés qué. Me gusta. Y quiero hacer de cuenta, quiero dejarme engañar. Voy a actuar por un ratito a creer que tenés luz propia. Y que iluminás. Y que estás ahí. Soy un tonto.

No pude verte más allá de la ficción; creí imaginarte.

Y en esa imagen, lo confieso, he vuelto a perderme de la manera más cruel.

martes, 8 de agosto de 2006

Cruzada contra una campanilla

Sres. de TBA:

La campanilla del cruce peatonal a nivel de la calle Presidente Roca (en el ramal Retiro - Tigre, entre las estaciones Beccar y Victoria) no funciona. O, mejor dicho, funciona, pero a su manera. Desde hace ya varios días, se activa y desactiva en forma aleatoria; y de esta dinámica no se desprende unívocamente la certeza de si se aproxima un tren o no. Lo sabemos, la camapanilla se ha emancipado de la digna función para la que ha sido creada. Y busca perpetuarse en su redescubierto libertinaje.

Desafortunadamente, en este ocioso vaivén suyo, la campanilla tiende a preferir quedarse sonando antes que callada. La ha venido tomando el gustito a esto de tocar su vibráfono cuando no tiene realmente por qué hacerlo, sin aparente culminación. Eventualidad que, lógicamente, afecta los intereses de todos aquellos quienes, por los azares de la vida, tenemos nuestro hábitat en su órbita.

Hablemos, en buena hora, de su sonido.

En su falta de ampulosidad, es un sonido considerablemente irritante. Rítmico y obstinado, opera como una tortura china que lenta pero implacablemente va degradando las cortezas de nuestros cerebros. Cerebros que, de pronto, se ven impedidos de afrontar sus recodos cotidianos sin ese trasfondo tintineante e invasivo que ama la permanencia, se acuesta con la infinitud y pacta con la eternidad.

A pesar de que se trata de un problema que se viene reiterando de manera cíclica desde hace voluminosos años, la empresa TBA no ha tenido nunca la pericia ni el prospecto para poner fin a tal inconveniente. En esta oportunidad, ya van varios días de carnaval y nadie en la concesión parece saber que se han soltado los cabos. Y la señal sonora, poco más que un asceta poste de metal negro, sigue impune. Prolonga su sobernía. Nos gobierna.

Como tantas veces antes, volvemos a apelar a TBA. Jugamos un pleno a nuestra fe. TBA es una empresa en la que nos cuesta confiar. Una empresa que clausura un paso a nivel para vehículos colocando tan solo un viejo rail oxidado; una empresa que goza de aparatosas máquinas para sacar boletos que, no obstante, están inoperativas la mitad del tiempo; una empresa que mira de reojo sus formaciones cada vez más deterioradas; una empresa que acostumbra a demorar los servicios sin dar explicaciones de ningún tipo; una empresa que pone en circulación vagones sin asientos, una empresa que deja de vender pasajes a sus clientes por no tener cambio de diez pesos en las boleterías. Y, oh, un sinfín de cosas más.

Pero qué otro camino nos queda acaso. Tener esperanza es algo que a veces sirve... y a veces no. Una cosa es cierta: la belle-époque de esta campanilla tiene sus días contados. La alternativa de que siga averiada durante un período galáctico de tiempo no tiene cabida en este mundo. No solo por los disturbios que ocasiona, especialmente en la noche, sino porque no cumple con la vital misión de seguridad que le ha dado, en primer lugar, la potestad para emitir ondas sonoras.

Será TBA quién se encarque del tema, lo más pronto posible (de aquí a dos o tres días). O seremos otros.

Por el bien de la sensatez, confiamos en que sea más bien lo primero. Amén.

Cordiales saludos
En espera de una respuesta satisfactoria,

Vecinos del barrio de Beccar, y de la señal sonora que, por lo visto, está muy contenta con lo de "sonora" y no tanto con lo de "señal".

jueves, 3 de agosto de 2006

El gran dilema edilicio

No sé qué decirle. Entonces, simplemente me quedo callado. Me vendría bien, ahora mismo, poder recostar el mentón sobre mis manos entrelazadas y mirar al frente sin pensar en nada. Decidir de una vez que no me entregaré a esto. Porque: ¿Quién, más que yo mismo, me está obligando a ser partícipe? Debo burlar esta necesidad apócrifa, desequilibrada, de decir lo que no tengo por qué decir; de soltar, una tras otra, terminologías sin arquitectura; de probar lo que tantas veces antes resultó improbable. Y, aún así, suficiente para mí. También (Y esto, ¡Cómo cuesta!), el rechazar con toda solemnidad la vigilia por una palabra suya. Pero es que el silencio, que a veces es aliado, ahora recorre la trinchera enemiga con la moral por las nubes, hirsuto como un avispal y demasiado violento. Quiero maldecirlo.

Es imposible, pero también busco deshacerme de una peligrosa idea fija: quizás, detrás de un disfraz de desdén, oculta sin que la advierta entre esos lugares que no son aquí (y esos tiempos que no son ahora), exista la cavidad por donde se hayan filtrado mis tropas mercenarias. Aquellas que, desde el principio, se sublevaron con un gesto altivo ante el timorato mando central. En ese caso, mascullo, habrán tomado algún bastión para la bandera; habrán comenzado con la maquinaria propagandística. Montado ese escenario, el silencio tan temido bien podría, ahora mismo, estar marchando con la sombra de una duda tildando sus pisadas. La chispa de una imaginación que de pronto empieza a pervertirse.

Entonces, cunde la alarma. Y cada atisbo de transparencia en el frente enemigo, ya, puede ser tomado como una debilidad. Incluso, como un fonema de victoria. En el círculo íntimo causará un espasmo de celebración lo que bien podría ser solo una mascarada de corrección política. Pero, solamente cuando todos se hayan retirado, quedará expuesto el tendal de interrogantes. ¿Acaso hay algo más que la especulación? El frente se volverá de pronto tan pixelado como antes, y se desdibujarán irremediablemente las fronteras entre la concesión y la sangría. Si me preguntan, está claro: quiero que sangre, pero las hemorragias, si las hay, son demasiado internas. No se dejan inteligir. (Suponiendo que, claro, haya una inteligencia como Satanás manda para deshilvanarlas desde el otro lado).

Por eso. Abajo con todo. No llegaré a nada con unas falacias amontonadas como escombros, asoléandose como lagartos. En esto estoy; sigo cruzando mis dedos frente a mis ojos. Solvento una apariencia meticulosamente estudiada, casi de manual de estilo. Sensatez. Necesariamente debe ser así ahora. El régimen no puede desestabilizarse, no debe haber señales de inquietud, exageradas o no. Si allí en el sótano las aldeas se incendian y los espectros connotan efervescencia, las terrazas se obligarán a lucir brillantes, celebrando sin culminaciones una fiesta de sociedad, animada con personajes que llegarán navegando en angelados sedanes. Y trasnoches que sigan desfilando iguales, sin más que un cascabeleo de copas en la distancia. Lo decreto sin miramientos, porque es lo que me parece justo.

La única estrategia se desmaya. No se puede saber qué senderos minar si no hay certezas. He aquí al verdadero enemigo. La carencia de certezas: heredera natural de ese silencio que, una vez más, ha sembrado con un genio cabal su hilera infinita de peones. Aquellos que se arman del desconcierto, al dejar una brecha invitante para luego tomar al paso. Noble o plebeyo, caerá el primero que se aventure en su impericia. El viejo truco. El viejo evangelio de los viejos zorros. Noble y plebeyo, me niego a ser yo el que caiga en la trampa. Justamente por nunca haberme desplomado en ella, la imagino demasiado.

Aún así, a pesar de su sometimiento, queda un palmo de orgullo trazando espirales hacia arriba y hacia abajo por el conducto de mi espina. Suficiente, al parecer, como para no abandonar los ejes cartesianos. Aquellos donde, me han confiado hace mucho tiempo, se hunden los sabios y florecen los intrépidos. Sordo, o acaso aturdido, procuraré por hoy rociar dardos sobre esquinados laberintos. El blanco yace muerto como un mártir, y allí estaré cuando el tiempo lo decida. Después de todo; ¿Quién toma mejores decisiones que el tiempo?

No yo. Ahora que lo pienso.

Sueños que nacen dormidos

Pará, pará un poquito, un poquito. No seas un doble finito
Doy todo ¿Todo? Y por cuál se irá el dodo ¿Dodo?
Un fideo, veo, creo, intercedo. Solo por un fideo.
Peso el pescuezo y después doy un rezo. Eso. ¿Querésonoqueréseso?
Universo, en verso es el universo
en soneto es solo un alma que tuerzo
Cumbre, lumbre, por todos los antidioses que un hombre insume
(con insomnio)
Ya te dio, te dio ¿Te dolió? Porque yo.
Yo no puedo, me quedo. Solo espero
Son dos sonidos, uno querido, otro aún más perdido,
como un herido, flotando en el esperma del unicornio
Tetracordio; el alfil movió (solo una vez ¿Por qué no se?)
y dio jaque al exordio
Jaque! aulló un vendedor de balizas
en la intersección de Lloyd y Esturiza
Doy cien por el terraplén y no conozco más tu cien
¡Decidí que no me conoces! Dicen algunos
Pero entonces
¿Dónde quedan los faros (o los paros) que labró el labrado?
Paz = inverosimilitud inducida. Vómito central, es el mal;
llamala a Mamá
Decile que venga que hay algo fuera de mi normal.
Es normal pero esta menos mal.
Cara están las caras. Son solo dos caras.
La moneda tiene también una cara autobiográfica que no se dice.
Suelen pensar. ¿Dónde pasar? (Pedile a Juanjo que ralle un tomate)
Pero juanjo toma un mate y se nutre de escaparates.
Mueble. El día más mueble de tu vida está por acercarse.
Aplomo piden los gnomos
(Entre paréntesis: el escudo que me vendiste se pudrió y exijo uno nuevo)
Pero no un huevo, uno nuevo. ¿Me escuchás?
Me escuchás, sacate el taladro de la oreja
Vieja, te voy a pegar con todos los fierros.
No son míos pero son de hierro. ¿Qué hierro?
Su número atómico constaba en el acta. Mario pacta.
Con sus hijos (¿Hijos o rastrillos?)
Entonces bueno. Decime que ya está,
que ya no tengo que volverme en colectivo.
Malas noticias; el número se equivocó de canal
y marca un paso para el olvido.
Cero más cero a veces da resultados inciertos
que tienden a estar MUERTOS
Y en el puerto siempre quieren escapar los huesos,
de sus jaulas en enclaves nocturnos
Haremos el amor en un pesebre, niña orfebre,
queremos fiebre (ahora falta una liebre)
como un cálculo inmanentista que quedó dormido
en el ángulo más amarillento del subterfugio.
Voz en clave ¿Orejas que ignoran la tiza?
¡La tiza, pisa una joven emperatrisa!
Creo en lo que veo pero lo mismo que era mío ahora es del concenso.
(los municipios ocultos de una región secreta se rebelan)
Como torres; torres y de plomo.
Que se caen siempre sobre el lomo que se coce en una grilla.
Torres acumulativas que el corsario
(El corsario ama los pinos, sobre todo si siguen vivos)
DADME UN POCO DE ARROZ, CLAMAN LOS ROMANOS CON UN JALEO
Traed su oscuridad con su tiempo que impide la reconstrucción del sueño. Maravillosa espiga que crece en tus senos
¿Oh Marina, danza fría que estorbas todo con tu mirada?
Vámos, firme acá, no se haga el duro /// que podemos aprender a hacer los pozos más empinados.
Basta de cuchillos, yo soy el tordillo que amordaza los instintos mas laboriegos de los espías suecos.
Espías con suecos que vienen de lejos.
Ahora estoy mirando un miembro orgánico musical clavado en los ojos de su dueña, una.

martes, 1 de agosto de 2006

Esos trabajadores

Noticia preeliminar: Iridiscente alarde de redacción de nuestros amigos de lanacion.com, tal cual se pudo leer cerca de la una de la mañana del primer día de agosto:

Título: Descarriló el tren blanco en Almagro

"(Télam).- Un tren cartonero que circulaba vacío, luego de haber dejado a esos trabajadores en la estación Plaza Miserere, descarriló en el barrio porteño de Almagro, a la altura del cruce de la calle Billinghurst, informaron fuentes de la concesionaria del servicio".

Lo digo: me hace ruido la palabra "esos" puesta antes de "trabajadores".

Y me pregunto si el texto había hecho una mención previa e inmediata al sustantivo común "cartoneros", lo cual justificaría la búsqueda de un referente similar para eludir una aliteración objetable.

Dado que este escenario no se comprueba - solo hay una mención al tren cartonero; "esos trabajadores" es la primera referencia que se hace a los propios pasajeros - ¿Soy malpensado si huelo en "esos"... ya saben, algún incienso de menoscabo?

Dada la competente trayectoria del diario La Nación en el arte de demonizar clases sociales, no me animo a dejarlo pasar como un desliz fortuito.

Ni siquiera un "aquellos".

"Esos".

Acompañar con un ademán despectivo de la mano, como haciendo a un lado algo que de todas formas ya está bien lejos; y al mismo tiempo un gesto descompuesto, con la mirada en otra dirección.

De palpable ironía calificaré el que hayan tenido la indulgencia de continuar la frase llamando "trabajadores" a los cartoneros cuando perfectamente podrían haber dibujado un "esa gente"; o "esos vagos"; o "esos cirujas"; o "esos delincuentes"; o "esos bichos mugrosos"; o "esas ratas de puerto", o incluso un infalible "esos zootipos que tiran de carritos entorpeciendo el tráfico vehicular ciudadano y republicano".

Me debería callar la boca, pero... ¿Hay realmente ironía? ¿No será que "trabajadores" tiene, para La Nación, una connotación similar?

Nada, nada. La Nación solo pega cables. Es todo culpa de Télam.