jueves, 24 de julio de 2008

El patriota

Hace una semana me quedé estudiando hasta tarde y pude ver en vivo, por televisión, el extravagante desenlace del debate que se llevó adelante en el Senado por la infausta Resolución 125. ¿Por qué uso el adjetivo "extravagante"? Me cuesta explicarlo más allá del aura de irrealidad que parecía envolver toda la puesta en escena. Porque...

¿Qué hace que una instrumentación aduanera tenga a todos, a los 72 senadores, reunidos por primera vez en el recinto desde 1983?; ¿Qué hace que Eduardo Menem saque a su hermano del sanatorio y lo mande en un estado lamentable a emitir un voto?; ¿Qué hace que a las tres de la mañana unos tipos estén sentados mirando una pantalla gigante como en una suerte de festival de rock?; ¿Qué hace que una plaza parezca salida de una historieta de Asterix por las carpas que hay instaladas?; ¿Qué hace que los televisores se dividan en cuatro recuadros para transmitir sillas vacías o rostros haciendo gestos?; ¿Qué hace que se grafiquen titulares como "Llegó Rached" o "¿Dónde está Cobos?"?; ¿Qué hace que a un vicepresidente se le quiebre la voz y recuerde anécdotas de su juventud antes de cumplir con el deber de su voto?; ¿Qué hace que, ante su decisión, la reacción espontánea de muchos sea cargar una virgen de nosédónde y cantar el "oíd mortales" a llanto pelado?; ¿Qué hace que miles de sujetos estemos en vilo, a las cuatro de la mañana, escuchando estas anécdotas, mirando estas pantallas, tragándonos discursos infinitos, en vez de irnos a dormir?;

¿Esto es lo bueno de la democracia?; ¿O es solo un dramático y genial y entretenido reality-show?

Son muchas preguntas que tal vez tengan todas una misma respuesta. Ciertamente no vale la pena encontrarla, ahora que cosas mucho más importantes han quedado resueltas. O no, porque nunca se sabe: la historia de Argentina tiene esa capacidad de volver a sorprender cuando uno se creía que ya lo había visto todo. Y esa capacidad, también (y por suerte) de obligarnos a estar un poco más despiertos, a reaccionar, a pensar aunque sea "¿Qué es lo que pasa acá?". Aún cuando tal cosa como una respuesta definitiva nunca llegue, porque en este país pareciera que todo es coyuntura.

Lo más irreal entre lo irreal: la decisión final de Julio Cobos cuando tuvo que romper el 36 a 36. Mentiría si dijera que no la esperaba, (una lenta, agonizante espera) y aún así me quedé helado, como incrédulo, cuando escuché de su boca: "La historia me juzgará, perdón si me equivoco, mi voto no es positivo". El momento venía ya tan deseado, tan inflado, tan demorado, tan sobrecargado de morbo, que, efectivamente, esa escueta sentencia va quedar en la historia, aunque luego nadie lo juzgue, y aunque realmente no lo merezca. Aún debo admitir que el gesto de liquidar - cuando estuvo en sus manos y en las de nadie más - una ley que había sido convertida (por los medios, por la oposición, por el mismo oficialismo) casi que en la razón de existir del gobierno al que él mismo pertenece por voto popular, no es un gesto nada menor. Hay quienes dijeron que tuvo muchos huevos para hacer algo así (los del campo lo agasajaron con un afiche nada alegórico al respecto). Yo digo que, por lo que la difunta ley implicaba en términos de proyecto político, había que tener el doble de huevos para votar positivamente.

Huevos o no huevos, la Resolución 125 es historia. Poco antes de que Cobos apretara el botón de la bomba-H, la busqué en Internet e intenté entenderla, con la ilusión de determinar, de una buena vez y para siempre, si era una ley sensata o una ley insensata o una ley con cosas sensatas y cosas que no. Sus tecnicismos no me dijeron nada (espero no dar vergüenza si confieso que no sé muy bien qué significa "alícuota"), por lo que tendré que resignarme al misterio, como todos. Después pensé, dado lo poco que fue referida la letra de la ley en el debate del Senado (y en todos lados), que no es tan importante entender de estas cosas, por fortuna. Hay otros aspectos más interesantes que tienen que ver con los símbolos y los epifenómenos que exceden largamente los aspectos técnicos de una política agropecuaria. Justamente a ellos, dos o tres cositas nomás, me quería referir.

Primero lo más importante: el significado que los medios y el ámbito político en general le atribuyeron a la decisión de Cobos. Ni había salido el sol que la historia, siempre apresurada, ya lo estaba juzgando: además de votar contra una ley con la que no estaba de acuerdo, parece que Cobos acabó con la arrogancia, derrotó a la obsecuencia, dio por tierra con un "estilo", le dio nuevos aires a la democracia, le dio esperanzas a la clase política, revitalizó el valor de las propias convicciones, se perfiló como presidenciable, escuchó la voz del pueblo, aportó un ejemplo de diálogo y consenso, demostró agallas, fue honesto, fue valiente, fue patriota, encontró la vacuna contra el cáncer, resolvió la cuadratura del círculo y fundó una nueva sociedad global. Con razón estaba tan nervioso al rogar con la mirada, con los gestos, que no le tiren el fardo a él; no cualquiera está listo para ser tan groso de la noche a la mañana (o, más bien, de la mañana a la mañana-pero-un-poco-más-tarde).

Hace tres años, Lorenzo Borocotó, diputado electo por la Ciudad para la bancada del PRO, se pasó al bloque kirchnerista antes de asumir. Fue, lo recordarán, un escándalo mayúsculo, una traición; el tipo era - y nadie lo defendió - una lacra política, un garca total, un oportunista que había vomitado sobre los votos que le dieron el puesto. Los medios pusieron el grito en el cielo; la democracia estaba herida de muerte. Hasta se recurrió a la justicia para que semejante paria no pudiera jurar. Cobos, ahora, tiene otra chapa: él sí puede, aunque lo hayan votado, unirse alegremente al bloque opositor para abortar una ley clave de una política que es la causa - al menos verbal - de este gobierno. No solo está muy bien, sino que es poco menos que Jesucristo que viene de visita y encima trae una torta.

Entiendo que no es lo mismo: Cobos ya había manifestado cierta disidencia con respecto a la forma en la que se manejó el diálogo con el campo, además de que, en definitiva, el hombre tiene todo el derecho de votar según su opinión como miembro del Senado. Pero si hubo un 60% del padrón que lo eligió para vicepresidente, implícitamente apoyando las políticas kirchneristas, el espíritu de su gesto no se aleja tanto del de Borocotó como para dividir las aguas simbólicas tan abruptamente. ¿Y qué si Borocotó cambió de opinión y fue, "sincero" y "transparente" al respecto? ¿Y qué si Cobos votó en contra para despegarse de un gobierno erosionado y, de paso, darle el golpe de gracia?

En realidad el debate no pasa por estos gestos, de grandeza o de bajeza según quién los emita, sino por la valorización que se haga del gobierno de Cristina Kirchner, el cual puede ser buenísimo, bueno, mediocre, malo o malísimo. Hoy la prensa parece coincidir en que es malísimo (o que no le conviene, lo cual a sus efectos es lo mismo), y por eso mismo cualquier maniobra opositora se convierte en epopeya por default, como cualquier maniobra oficialista es obsecuente, arrogante y divide al país, también por default. No hay más evidente prueba de cómo los medios asignan los significados con un margen de maniobrabilidad impresionante, y de cómo los que estamos del otro lado, cual loritos amaestrados, abrazamos a los héroes y detestamos a los canallas que alguien nos inventa. El peligro está en que, un buen día, ya no seamos capaces de distinguir a los héroes y canallas falsos de los verdaderos.

La segunda cuestión tiene que ver con el argumento de Cobos para sostener su decisión. El hombre no habló (porque no debe saber ni le debe interesar) de la resolución, ni de sus vericuetos técnicos, ni de las compensaciones, ni de sus objetivos, ni de sus posibles límites. Se limitó a opinar que no veía lógico sancionar una ley sin consenso. A primera vista, parece una postura muy sensata; es fácil convencer a cualquiera de que la Argentina no puede estar tan dividida por una mera cuestión agropecuaria, o industrial, o de turismo o de lo que sea (suponiendo que sea solo esa la causa ¿no?).

Hasta que uno lo piensa un poco más y se pregunta si acaso es condición sinequanon para una ley gozar de "consenso". ¿No se trata la democracia, justamente, de aceptar la legislación más allá de estar de acuerdo o no? Cuando no haya mucho en juego tal vez sí, tal vez podamos imaginar junto a Cobos un escenario idílico en el que todos estén más o menos de acuerdo, pero ninguna ley importante que afecte intereses de peso puede llegar a tener tal cosa como consenso. Ni acá, ni en ningún país democrático del mundo. Una ley que aumente los salarios no tendrá el consenso de los patrones. Una ley que aumente las tarifas no tendrá el consenso de los usuarios. Y así sucesivamente. Después sí: expresarse, manifestarse, hacer lobby en contra o favor de una ley, se puede hacer (aunque sin llegar a niveles cuasi-extorsivos como en el caso del Campo). Pero que el Congreso finalmente la apruebe o no, no es algo que tenga que ver estrictamente con el consenso; en los sistemas democráticos, debería estar claro, la mitad más uno ya es mayoría. ¿Acaso había consenso, en este caso, para que NO se promulgara la ley? No, tampoco. Y aún así, hay que aceptarlo. No es la muerte de nadie, en principio.

Finalmente, un tercer interrogante, y es el que más me incomoda de todos. ¿Qué bicho tienen en el cerebro ciertos habitantes de este país para, con cacerolazos, banderazos y manifestaciones, apoyar tan masivamente a un sector minúsculo que produce soja?; ¿Dónde están los cacerolazos y banderazos para pedir que haya mejores sueldos, más vacaciones o mejores hospitales?; ¿Dónde están las manifestaciones para pedir que no haya más hambre o gente viviendo en villas? Entiendo que la clase media marche por sus ahorros en el corralito, que marche por la inseguridad, que se la agarre contra los piqueteros; después de todo, todo eso es congruente con sus intereses de clase. Pero ¿Marchas para apoyar al CAMPO?; ¿Banderas, vírgenes, himno, cacerolazos, y gritos de "viva la patria" para apoyar AL CAMPO?; ¿Junta de firmas para propietarios que se la pasan de bien a muy bien sin generar siquiera un volumen significativo de empleo en blanco? Es demasiado. Solo porque algo así me resulta totalmente ridículo es que no llego a enojarme tanto. Sería hasta gracioso, claro, si este tipo de ridiculeces no hubieran motivado ya varios golpes de estado con sus correspondientes bombardeos, censuras y genocidios.

Hablando de coyunturas, si hay algo que no cambió en Argentina desde el siglo XIX, si hay algo que compone nuestro ADN, es confundir los intereses del Campo con los de "La Patria" (palabra que eliminaría del diccionario si pudiera). Cristina, Cobos y vos, tampoco se ponen de acuerdo en cambiarlo. Y así nos va.

miércoles, 16 de julio de 2008

125

Seré conciso, por primera y última vez, porque tendría que estar haciendo otra cosa menos importante.

La escena: Santo Biasati charlando con De Angeli en "Otro Tema" (que tiene como cortina un hit de Jethro Tull pasado por una pasteurizadora orquestal). Previsiblemente, el amable diálogo gira en torno al debate del Senado - en estos momentos llevándose a cabo - sobre las retenciones móviles de LA SOJA y EL GIRASOL. O sea: la SOJA de las milanesas de soja y el GIRASOL de las pipas (las semillas esas de merda cuya cáscara había que escupir por ahí).

Santo, re-quete-contra incisivo, riguroso, polémico, le pregunta a su paisano cosas como: "¿Qué hay de racional en el plan del Gobierno?" (¿cómplice yooo? nah!); el entrerriano contesta cosas como: "¡NADA!" (¿qué otra cosa va a decir si a su juego lo llamaron?) y, a continuación, se explaya a placer con su simpático histrionismo, alegremente repitiendo que esto es una tiranía y clamando que si la Resolución 125 se aprueba como ley, dentro de poco vamos a tener que IMPORTAR LECHE (!?!?!?).

Santo, para mi gran perplejidad, no le pregunta inmediatamente por qué usa el término "tiranía" en el contexto de una votación parlamentaria, ni qué carajo tienen que ver las retenciones a la soja y el girasol con la producción lechera (que por ahí tienen mucho que ver, qué se yo, pero sería lo mínimo que se puede preguntar en una entrevista más o menos lúcida ¿no?).

Pero no.

En cambio, le pregunta si mañana (por hoy) se va a volver a su casa o se va a quedar para la votación del Senado, recordándole que cuando fue la votación en Diputados estaba en Entre Ríos y eso le dio mala suerte (sic). Le pregunta qué van a hacer los del campo si mañana (por hoy) se aprueba la 125, con una mirada en sus ojos tan condescendiente que si preguntara "¿Qué vamos a hacer?", sería mucho menos chocante.

Después entiendo (porque soy medio boludo y tardo en entender). TN. Grupo Clarín. Hasta el nombre del programa, "Otro Tema", es increíblemente apropiado.

Es tan burdo, tan indecoroso, que ya no da ni para enojarse. Zizek ya lo ha dicho con claridad: estamos en la era del cinismo. "Ellos saben lo que hacen, pero aún así, lo hacen". Ya no hace falta ni disimularlo. Porque a nadie le importa. Ni siquiera a mí.

Es entonces cuando apago la TV.

jueves, 3 de julio de 2008

3 = 4

... entonces me siento en un comidas al paso de Belgrano a las cuatro de la tarde, ordeno dos choripanes porque con uno solo alcanza pero igual, por las dudas, porque no almorcé y el color verdoso-gusano-flúo de una Quilmes porrón que está fría sobre la mesa, donde se desencuentra con los dos primeros módulos de Comunicación III regurgitando nociones sobre idealismo, que es Hegel, y materialismo que es Marx (...) pero el joven Marx todavía está medio en el limbo, sin saber exactamente a qué pileta tirarse y por lo tanto se me hace un buen tipo encaramado al sincretismo, un poco como yo y un poco como todos los que están ahora a mi alrededor sin que repare muy bien en ellos, porque levanto la cabeza y veo que los dos televisores tienen a Crónica anunciando que liberaron a Ingrid Betancourt en un operativo y entiendo que de pronto Colombia vuelve a aparecer en el mapa y el malvado Uribe de pronto es un héroe y Chávez de pronto ya no apologiza a las Fuerzas Armadas Revolucionarias o directamente ni aparece, porque todo lo que nos rodea es aparecer y desaparecer de elementos varios; ahora está, ahora no está, como en el tren cuando me subo para ir a Retiro y lo que no está es el boleto porque las máquinas expendedoras no tragan monedas de diez centavos sin las muescas en los bordes, que ahora vienen así, y lo que sí está es el tan temido trovador pelilargo que no ha hecho un solo progreso desde la primera vez que lo escuché sodomizar a una indefensa guitarra a la sombra de sus balidos neosabinescos (...) pero ahí está poniéndole ganas a un todavía cantamos, todavía soñamos, todavía reímos, todavía esperamos, incluyendo una pequeña modificación ad-hoc sobre los treintamil desaparecidos y cerrando con un discurso sobre cuándo los culpables recibirán castigo en este país, para que un pasajero exaltado al que solo puedo verle la nuca le conteste que los garcas están todos con carpas en el congreso y que hay que poner una bomba para que salten todos, y así el diálogo y así la respuesta de que con violencia no, mientras el resto de los pasajeros hacemos el papel de siempre, de enclavarnos en nosotros justo cuando más expuestos estamos a todo lo otro, a la condición humana enlatada en en un vagón (...) caras prototípicas que no me miran, espaldas que me dan la espalda, y yo igual me sonrío y la ventana sí me deja espiar una ciudad iluminada por el último sol, que parece un suspiro de resignación similar al que sale de mis labios cuando intento recargar una tarjeta movistar pero la voz de mujer me responde en primera persona que lo siente, que no es posible en este momento y yo que ya entré como veinte veces el dichoso numerito que lo guardo para más tarde, pero más tarde no porque la última clase de Teorías del Aprendizaje dura tres horas interminables, porque cuando vuelvo a casa la final de la copa toyota libertadores también es un circo interminable y por eso llora el Patón Bauza, y por eso la madre de Ingrid llora también y por eso Lanata suelta unas dedicatorias previsibles en los Martín Fierro con las que luego se relamerá en su propio periódico y por eso por hoy ya no me importa nada, y por eso dan ganas de tener sexo o de escuchar un buen disco o de irse a dormir, y por eso se me congela el puntero del mouse y tengo que desenchufarlo y enchufarlo otra vez para que ande, como un respirador...

Todo esto me pasa mientras trato de no acordarme, y todo esto lo escribo y lo leo, también, para no acordarme. Todo esto, naturalmente, es en vano.