viernes, 31 de octubre de 2008

Pilgrimage (Peregrinaje)

Ahí contraté todo lo que son turcos ladrones, geishas desnudas, carminas buranas y ansiolíticos para duendes de belfos con silueta de cono. Todo lo que tiene que ver con el síndromo, el palíndromo y el anticonceptivo de emergencia. Todo lo relacionado con el gran vertidor de epopeyas y los profes proxenetas que acopian cantimpalo. Porque ahora en el campo está muy en boga lo que llaman un rollo, un amigovio, un perejil, un tuerca. Están saliendo también mucho los arcos y flechas, los ombúes/portales, los magos del tenis, los obstetras metaleros y, cúando no, los piluqui. Y ahora, más adelante, se avecinan las diligencias del miedo (Quiroga va en coche al muere, supuse), los potros del ártico y las águilas de mal agüero con sus capas luctuosas y sus chambergos.

Para qué quiero yo ahora los pisos de goma, los tubos de helio, los cristales de azufre y las bambalinas transatlántias. Hay huecos en la ciudad donde se mea, se lamenta, se duerme y se derraman lágrimas de aceite de oliva extra-virgen. En estas calles se han visto remises alados, purretes en remojo, algas pluricéfalas, entierros en cápsula y tantos de esos jardines verticales que se recorren con la velocidad de los sueños. Y quién pudiera regresar a los días venturosos, de lunas errabundas, volcanes calcinados y médanos de oro, allí donde pastan los coloridos mandriles, los desplumados buitres, los homínidos de pueblerinas certezas. Fue allí donde alcé mis binoculares al astro rey y descubrí el triangular secreto de los caleidoscopios.

Todo lo vinculado al caudal, al fueye, al metatango y a la esclerosis. Casi todo lo que importa menos que un ópalo, un zafiro de gloria, un mocasín en la penumbra. Aquello que vinculamos con la esfinge macabra, el mártir soldado, el shot de fernet o la Colombia uribista que intercambia rehenes por porcentajes en las encuestas de popularidad. Si me nombran que me nombren esclavo, servidor, hijastro de ésta, mi patria égloga y de deidades greco-romanas, de Machiavelli y Macbeth, su servidor literario incondicional. O que me lleven con respirador artificial a las planicies de Alabama donde los del norte han liberado al supermercado, por fin oh! por fin, de los confederados negreros, de estancias e inquilinatos, de fatigadas banderolas de la Confederación.

Y, en caso de ser posible, mi último deseo; abandonar de una vez este tablero, esta jaula de vidrio, este calendario que no es más que un obstinado mapeo del tiempo, para montar de una vez sobre las tormentas de Arabia y regresar por los avinagrados ríos y las avinagradas noches hasta la aorta desgarrada de mi pueblo, mi Mecca, mi Medina, mi última visión, mi última montaña o despojo de nombres, con la ansiosa esperanza de que en algún postrero refugio del espíritu se me versione en mil mañanas distintas, en mil frutos comestibles, en mil iones que serán disparados por lo incalculable del universo esquelético, tendiendo un rechinante puente entre el mundo de los aún-no-nacidos y el de los felizmente muertos. Ese puente que es la vida, esa cosa imposible de escribir, que es el desatino al elegir, que es la ignorancia o la indiferencia, que son las muecas impías del orgasmo, que es el vacío tenebroso del futuro, futuro espeso, del color de un vendaval, de un laberinto, de un esófago-acueducto romano que encauza mis pensamientos-vómitos hacia el albañal de los sueños, o de un vulgar Cristo en miniatura - yo mismo - que al tercer día resucita, arte de magia, y descorre la piedra de la vagina de su madre María en el pesebre viviente: sepulcro del sexo, hábitat de juglares con cosquillas y néctares frutícolas, volviendo a nacer como cuando su vientre de tambor alumbró una ciudad, y de cuando sus pechos de propóleo amamantaron una ciudad, una Roma, una Getsemaní, una Atlántida, una Buenos Aires correosa y enamorada de la lluvia, una Habana en 1959, y sus coches antiguos como tumbas rodantes, como epitafiando que aquí yace una utopía, una religión, un ideal, un amor, un sistema de seres humanos que se devoran mutuamente hasta el hartazgo pero que, aún, siguen exclamando: ¡MÁS!.

Tales los colores de mi ensoñación, magra como esta tristeza.

martes, 21 de octubre de 2008

President

Más de una vez le han preguntado a Herminius Watt en qué país le gustaría vivir si no lo hiciera ya en esta habitual - e irresoluta - República Argentina. La mayoría de las veces ha contestado sin mentiras: en Estados Unidos.

Tal respuesta, me comenta, tiende a provocar en sus interlocutores reacciones que pendulan entre la la sorpresa y el rechazo (con sus correspondientes muecas incrédulas). Sorpresa y rechazo que suele comprender con inmediatez, lo cual lo lleva a no defender demasiado su torpe elección para, en cambio, aclarar que ¡claro!, también le gustarían Inglaterra, España, Letonia, Marruecos, Egipto, Singapur, Islas Maldivas, etc.

Tenemos claro que para incorporar una experiencia de vida culta y cool y literata hay que mandarse a Europa (aterrizando en pólis como Amsterdam o Barcelona, más bien, y no en Zürich o Liverpool) ¿Para qué? Para amamantar la modernidad progre de la Unión; para viajar en pulcros trenes bala entre ciudadelas medievales; para comprar vinilos, hablar en lenguas y conocer gente bella al amparo de pintorescas luces.

Si, por el contrario, quisiéramos descubrir las vísceras profundas de una Latinoamérica de la que formamos parte sin tal vez sospecharlo - tan cosmopolitas que somos en B.A. -, nada más exótico que internarse una temporada en Bolivia y Perú (Paraguay nunca va a estar de moda, que nos perdone Saturnino) ¿Y para qué? Para volver - porque de allá volvemos - exclamando que cómo puede ser que estos cholos tomen coca-cola de bolsitas y que se amontonen como animalejos en colectivos maltrechos y que vivan o hablen o huelan así (eso sí: el paisaje, increíble).

Últimamente parece que también otorga mucho status irse a Nueva Zelanda a trabajar de mesero, valet parking o cualquier cosa. Te hacés unos dólares, conocés un país pletórico de animales curiosos, selvas vacías y montañas nevadas, además de que los locales vienen con todas las ventajas primermundistas (hablan inglés, juegan al rubgy, navegan, gente civilizada) sin sus contraindicaciones (no te van a hablar de armas de destrucción masiva, ni del precio del petróleo, además de que son, fundamentalmente, muy pocos).

El último grito de la moda, según entendemos, es Costa Rica. Ni Panamá ni Nicaragua: Costa Rica. Litorales Atlántico y Pacífico a una conveniente hora de distancia; mucha playa, sol y algún que otro chubasco tropical; no mucho más para ver o hacer. Da para fogatas en la arena, escuchar dub en algún bar rústico, fumarse todos los porros del mundo y filosofar sobre la existencia o no de un alma inmortal. Si alguien se puede sacar toda esa modorra de encima, hay un par de junglas para hacer canopy y otras aventurillas turístico-familiares súper espontáneas. Sobre la plebe vernácula y su forma de vida, poco y nada para interesarse. Óptimo.

Y Herminius, ante tanta oferta tentadora, contesta: en Estados Unidos. Tierra de los seres más fóbicos y estresados del planeta; paraíso del consumo épico de huevadas y el coleccionismo de rifles; autores intelectuales del fast-food y el cine pochoclero; factoría de insulsos prejucios; vaticano del culto al propio ombligo; fan-club del anodino libre mercado. Este Herminius debe ser un pelotudo.

Así lo explica él con sus propias palabras: "vos anda a vivir a donde quieras; pero si realmente querés entender el mundo contradictorio en el que vivimos, hay que ir a las fuentes. Y los EEUU son la fuente, el manantial; todas las incongruencias y fabulaciones sobre las que construimos nuestra vida de cada día se encuentran condensadas en ese extraño conglomerado de gente agrupada bajo el administrativo nombre de "Estados Unidos de América" (denominación de la cual los lugareños rescatan el "América", para furia del resto del continente).

No nos engañemos: Estados Unidos, así como lo ven, es una de las mayores potencias culturales del mundo. Y aquí hablamos de cultura "culta" como de cultura popular y masiva. El mismo país que fabrica cantidades incomprensibles de bombas - tantas que a cada rato necesita salir a dejarlas caer por ahí - es el país que parió cineastas como Woody Allen, artistas como Bob Dylan y ensayistas como Susan Sontag. El mismo país repleto de niños obesos que solo comen papas fritas es el país que produjo películas magistrales como "El Padrino", sátiras de culto como "Los Simpsons" y obras musicales seminales como "The Black Saint And The Sinner Lady". El mismo país que nos vende carroña como "American Idol" nos da las películas de David Lynch. El mismo país donde cada tanto algún estudiante sale a los tiros por la facu nos dejó la poesía de Whitman, Elliot y Poe. El mismo país que ve viable construir una muralla en una de sus fronteras (al mejor estilo de la dinastía Ming) es el mismo que le abrió las puertas a inmigrantes de las más variadas procedencias y religiones. El mismo país cuyos habitantes no tienen la menor idea de dónde queda ni qué es Chile - es solo un ejemplo milimétrico - es el que desarrolló los artefactos de información más poderosos de la historia como lo son la televisión e Internet. El mismo país que encolumna un sistema financiero mastodóntico regido por el laissez-faire no duda en nacionalizar todo lo que camine cuando los numeritos se caen. El mismo país que vota a Bush y marcha con él en su cruzada mesiánica, lo condena a la temible mazmorra del papelón. El mismo país que alumbra a Martin Luther King, lo mata.

Y así, sucesivamente.

Este video incómodo, hasta shockeante, da una idea tenebrosa del costado más choto de los Estados Unidos. El republicano John McCain, que basó su campaña en cuestionar el patriotismo y la legitimidad de su rival Obama, se encuentra cara a cara con "la sal de la tierra" que lo va a votar y no puede disimular su disgusto. Es en parte su culpa, cierto, pero si le queda algo de ética e inteligencia, debería odiarse a sí mismo por asociarse a semejante nivel de ignominia. Y la misma nación que mece la cuna de estos renacuajos de inoperante cerebro es la que nos da, oh! tantas cosas.



Un asco. Pero Herminius Watt no tiene dudas: Estados Unidos es un país fascinante.

jueves, 9 de octubre de 2008

NOTICIA DE ÚLTIMO MOMENTO: Interpol intensifica la búsqueda de Mano "Invisible" del Mercado, peligrosa villana prófuga desde el siglo XVIII cuando se coló por una hendija de la pintoresca novela de ciencia-ficción intitulada "La Riqueza de las Naciones". Sospechada de propiciar repetidos descalabros vandálicos en balanzas comerciales, índices de precios, bolsas de valores, almacenes de la esquina y bolsillos de pobres pantalones, se le acusa además de mal desempeño en sus funciones, incumplimiento de sus promesas y difusión de ingentes patrañas tales como "el derrame", "la libertad de elegir" y la "ley de oferta-demanda", entre muchas otras. Según expertos del organismo internacional, cuesta bastante seguirle el rastro, ya que nadie la vio por última vez (claro, porque es invisible) con excepción de un par de savants conocidos como un tal Friedman y un tal Hayek, ambos demasiado muertos como para poder testificar. Aunque su máximo golpe - sumamente sangriento - data de 1929, los expertos afirman que volvió a las andanzas en los años 70 y 80 - de la mano de sus secuaces Bonnie "Margarita" y Clyde "Ronaldito" -, y muchos temen que quiera revisitar la escena del crimen en estos precisos días. No por ser harto conocido su modus-operandi deja de ser eficaz. Apadrinada por sus ingenuos peones - conocidos como "los garcas" o "los ratas" (aunque una ínfima minoría adepta al eufemismo y el decoro sigue denominándolos "banqueros") - esta peligrosa villana hace metástasis con un pueril disfraz de sensualidad para luego explotar como dinamita justamente en aquellos tejidos que le dan más albergue y hospitalidad. Los detectives-espías más encumbrados afirman que su nomadismo representa una dificultad no menor para las pesquisas, aunque creen saber que le gusta retozar entre Despachos Vidriados y Campos de Golf de los Estados Fundidos de América, aunque otros aseveran que últimamente ha encontrado una calidez y una complicidad análogas en la otra orilla del Pacífico, donde le han bajado los lienzos de la Gran Muralla y de la Ciudad Prohibida para sentir el incomparable tacto de su invisible dedo mayor en el achinado orificio rectal. Si usted puede proporcionar alguna información, llame de inmediato al 911; estaremos esperando su ayuda casi desesperadamente, antes de que todo lo que usted y yo conocemos se vaya a la mierda.

A la memoria del Prof. Nicolás Casullo