martes, 15 de enero de 2008

Arcoirises

I. Regresiones.

In Rainbows de Radiohead nació siendo más célebre por su inédita estrategia de comercialización que por sus propias canciones. Tantos ríos de tinta ví despilfarrarse en referencias a la "patada en los huevos a las discográficas" que aquel legendario diez de octubre, bajo el hechizo de una ilusa insubordinación y la altanera temeridad de nadar contra la corriente, le escapé a la vorágine de bajarlo por nada y esperé sin apuros su lanzamiento en el viejo, anticuado y rayable formato CD, yéndoseme en el proceso la módica suma de treinta pesos.

Si tuviera que justificarme arrancaría con una confesión. Me gusta el Compact Disc. No es que sea conservador, ni nostálgico, ni amigo de las discográficas diabólicas, pero me gusta el Compact Disc y punto. Los que ahora me miran con desdén son los pobres infelices que nunca en sus vidas - igualmente infelices - supieron lo que es ansiar un álbum, esperar ardorosamente para comprarlo, buscarlo incansablemente de sucucho en sucucho como un tesoro perdido. No saben lo que es acopiar varios vueltos hasta llegar a unos mugrosos veinticinco pesos, lo que es salir en bicicleta o en colectivo a la disquería amiga más cercana, lo que es encontrarlo de pronto radiante (esa sensación de triunfo) entre los demás discos anónimos - o simplmente explorar afanosamente entre mil tapas y leer mil tracklists para elegir solo uno - lo que es volver a casa con el amado paquetito todo apretujado en el bolsillo, lo que es abrirlo (el apuro al comprobar que ese plástico de mierda no se rompe), ver la tapa con sus detalles, los colores, los títulos de las canciones, los nombres de sus autores entre paréntesis, el olor a nuevo de los libritos. Y después, quedarse escuchando hasta la medianoche, absorbiendo cada nota, sorprendiéndose con cada momento. Y despertarse al día siguiente y seguir, y seguir, y seguir dándole vueltitas al circulito ese hasta saber cantárselo de memoria, hasta que todos esos días, esas sensaciones, esos pensamientos sin lenguaje quedaran para siempre fosilizados en ese álbum particular, no como un mero recuerdo sino como un deja-vu carnal que nos rejuvenece un segundo o dos cuando, mucho tiempo después, se nos ocurre desempolvarlo. Pero todos esos infelices no saben de lo que hablo, porque nunca en sus vidas compraron un disco.

Esos infelices arrancaron directamente con el kazaa, el audiogalaxy, el emule y toda la pindonga del mp3, para atiborrarse el winamp de playlists histéricos, remixes cuadrúpedos, temas huérfanos de contexto, algunos incluso mal nombrados, con clicks, saltos y mala calidad de sonido, para escucharlos dos o tres veces antes de olvidárselos para siempre, sin saber ni el año ni el álbum, o siquiera el artista o el mismísimo título de la canción. La música, para esos infelices, no es más que un silencio adornado, un batifondo que suena mientras revisan el mail o chatean por msn o miran gratis una secuencia de sexo oral en el Windows Media.

Pero el evangelio "liberador" del mp3 fue - tampoco soy tecnofóbico - inevitable, y algunos pensamos que lo podíamos utilizar a nuestro favor para diferenciarnos tajantemente de los infelices anteriormente mencionados y, además, acceder a ciertos artistas cuyos álbumes son inhallables. Fue lo que nos terminó arrojando de lleno en una espiral de vicio y tormento. Hablo de los que hospedamos en nuestros discos rígidos más de 1500 álbumes bajados en 192kbps, de los cuales un generoso 50% no han sido escuchados jamás, y un restante 40% han sido monitoreados - apenas eso - un par de veces. Radiohead, haciendo simplemente lo que más les conviene, le hacen el juego sin querer a esa adúltera promiscuidad, a esa obscena mascarada de falsa abundancia donde las melodías se extravían en un océano de megabytes anónimos, intercambiables o, en una palabra más concreta, hartantes.

Por eso esperé. Haber bajado In Rainbows el día mismo de su "puesta a disposición" (fue, vamos a decirlo, un leak apañado) habría significado meterlo en una carpeta más entre tantas, dejarlo arrastrar por la inercia del desgano y la urgencia de tener tanto para escuchar, ponerlo a sonar frente a un monitor encendido (siempre dispuesto a ser interrumpido por el jingle de la publicidad de una página de internet, por los clicks del mouse, por los videos de YouTube). Por eso esperé. Porque quise reencontrarme, a través de In Rainbows, con esos momentos dedicados en los que solía digerir agradablemente un álbum, con el preámbulo de irlo a buscar a la disquería, escucharlo en diferentes lugares, simplemente sentado sin hacer nada más, o acostado con los ojos cerrados, dejando que las imágenes imbricadas entre las notas se cuelen en mis neuronas para construir el mundo. Ese otro mundo que tal vez vuelva la próxima vez que ponga el CD a girar. O que tal vez, solo tal vez, sea uno distinto.

II. Concreciones.

Pero entonces... ¿Valió la pena semejante ritual meticulosamente planeado? El hecho de haber abordado a In Rainbows de tan cuidada manera me impide negar que tenía una inusual expectativa al respecto, pero al mismo tiempo no puedo decir que esperara algo distinto a lo que finalmente encontré. Los que ya son discursos tópicos al respecto de In Rainbows son fundamentalmente ciertos: es una música bastante más relajada, cálida y amigable que la que veníamos siguiendo en los últimos álbumes (especialmente en los muy esquizofrénicos Amnesiac y Hail To The Thief). No hay casi nada de extraño en un disco como In Rainbows, y sí mucho de seductor. Mucho colchón de cuerdas embellecedor, mucho coro angelical, mucha secuencia de acordes efectistas.

Aún así es un disco que requiere su tiempo y sus escuchas para abarcarlo plenamente; esto pasa, se me ocurre, porque los flacos estos siguen siendo excelentes arquitectos del sonido, y aún en lo que tal vez sea su álbum más accesible se las ingenian para guardarnos unas cuantas sorpresas sin repetirse: desde la impecable percusión de Reckoner hasta los intersticios jazzeros de Jigsaw Falling Into Place o los homeopáticos toques de reggae en House Of Cards, el álbum fluye en un vasto mundo de matices expertamente manipulados. Muy, pero muy lejos del tedio anodino de, por ejemplo, un disco de Coldplay o cualquiera de esos supuestos sucesores.

Si hay que comparar In Rainbows con el resto de la obra de Radiohead (y sí, hay que hacerlo para tener qué escribir), diría que remite más que nada a Ok Computer; son esas mismas texturas, es esa misma fascinación con los detalles y las sutilezas pero con un Thom Yorke más o menos curado de la claustrofobia. Frases como aquella que inicia House Of Cards ("I don't want to be your friend, I just want to be your lover"), por ejemplo, habrían sido impensables en aquel blanquecino álbum de fin de siglo. Lo cierto es que la alquimia entre esta visión más optimista y el renovado cuidado por los detalles arroja como resultado un disco que, sin la obsesiva experimentación de otras etapas, logra una especificidad con peso propio en el catálogo de Radiohead.

Aún después de unas cuantas escuchas en diferentes contextos (incluyendo viaje nocturno en autobus y lago bajo la luna) no emerge ningún "hit" obvio. Tampoco bajones relevantes. Es un álbum parejo, muy bien secuenciado y repleto de remates lujuriosos que garantizan que nunca se ponga aburrido, aún cuando, de diez temas, siete son baladas. Los primeros segundos - pura percusión electrónica - hacen pensar enseguida en algún momento perdido de Idioteque, pero la guitarra de Greenwood entra con una pincelada inmaculada, y ahí la sintonía cambia. De hecho, con sus resabios de blues sincopado entre sábanas electrónicas, y muchas cosas interesantes pasando en el medio, 15 Step se revela como una de las canciones más memorables (y originales) de la colección.

Las dos que siguen, el caótico hard-rock de Bodysnatchers y Nude, son tal vez todo lo contrario. Nude, especialmente, orilla lo que podríamos llamar "Radiohead genérico" (y lo bautizo porque hasta ahora tal cosa parecía no existir); intentado replicar la atmósfera despojada - y a la vez lujosa - de temas como Exit Music, la balada merodea a través de una belleza demasiado calculada para su propio bien. La voz angelada de Yorke y esa letra de un pesimismo casi caricaturesco ("Don't get any big ideas / They're not gonna happen") convergen en el reciclaje de fórmulas más torpe del álbum. Aunque teniendo en cuenta que el tema fue compuesto en la misma época de Ok Computer y no ahora, hay cosas que se le perdonan.

Weird Fishes / Arpeggi logra, en cambio, reinventar el Radiohead etéreo con mucha más eficacia, gracias a un crescendo de arpegios impresionante (haciendo honor al título) y una segunda mitad fantasmal que trae inequívocas reverberaciones de Where I End And You Begin, del álbum anterior. La seguidilla interminable de baladas sigue con la ominosa All I Need, y no se interrumpe hasta la trepidante Jigsaw Falling Into Place, que apareciendo en penúltimo lugar pareciera tratar de disimular que es el tema definitivo del disco (aunque su lanzamiento como single recupera la autoestima). No suena como ninguna canción de Radiohead hecha hasta el momento; sus guitarras acústicas se intercomunican en insólitos espasmos de jazz mientras Yorke sueña una historia de conquistas sexuales a máxima velocidad. Su performance vocal, maníaca y verbosa como pocas, prácticamente hace a la canción, que se va proyectando sin concesiones hasta un clímax embriagador. En el medio quedaron la irrelevante pero bonita Faust Arp (con su punteo a lo Blackbird), el exquisito mantra de Reckoner y la hermosísima House Of Cards, que suena casi como un himno romántico de U2.

El epílogo llega con la líricamente ambigua Videotape ("You are my center when I spin away"). Entre fúnebres martilleos de piano que recuerdan a Pyramid Song, es con diferencia la mejor balada del disco y una de las mejores de Radiohead. Sus acordes irresueltos y su percusión, que ingeniosamente juega entre lo órganico y lo electrónico, revelan la mayor fortaleza de este álbum: un modo artesanal, cuidado, impecable de configurar el espacio con sonidos y melodías.

Ciertos devotos de la banda se mostrarán disconformes y se preguntarán con sospecha si acaso Radiohead no está empezando a activar el piloto automático. Es que In Rainbows, con su filtro lánguido y etéreo, tiene, es innegable, ese tufillo a banda bien establecida, a banda que no tiene más nada que probar. Lo que me pregunto, ante dichos comentarios, es qué más les podemos pedir a quienes son responsables tanto por Ok Computer como por Kid A, dos álbumes por los que cualquier banda actual tranquilamente mataría. Pretender otro "marking-time album" es ser demasiado insaciable; a estas alturas de su carrera, solo con la rúbrica de calidad esperable en Radiohead, esta vez, pareciera alcanzar. Los días para hacer historia son ya de otras bandas que seguramente existen, solo que están tardando en aparecer.

PostData: Aún en la versión de CD, la calidad de la compresión es pésima. Ponés el coso y los bajos te detonan la casa. Mi lector (que igual muy bueno no debe ser, de hecho debe ser una garompa) hasta salta si subo demasiado el volumen. Cómo odio el CD. Aguante el cassette.

lunes, 7 de enero de 2008

Cuarenta o más de térmica

Cuando el espacio está muerto y aterciopelado. Cuando las nubes parecen óleos a una distancia incalculable. Cuando el sol es una puñalada dirigida desde el cielo. Cuando hasta el mínimo roce nos fulmina. Cuando todo es resplandor. Cuando todo se aplasta bajo una menarca rojiza que discurre lentamente por entre las calles y las tejas. Cuando el concreto refracta un masacote de aire que levita en vahos invisibles y espejados. Cuando las plantas se repliegan como gusanos agonizando. Cuando la vida se desploma, se achata, se hunde en los surcos de la brea burbujeante.

Cuarenta o más de térmica. La ciudad se pudre, se hace inmunda, colapsa en su propia sinrrazón de ser. Las calles son esos viaductos vacíos de los que la gente huye con indisimulado pavor. Un colectivo cruza a lo lejos como una ondulación deforme. Una lágrima mercurial cuya imprecisión es la que nos arranca el aliento, la que nos duele de solo contemplar con los ojos vidriosos. La ciudad es un fósil. La ciudad no existe más. Los edificios amontonados son chatarra en un basural demasiado antiguo. La muerte sale a rondar como un perro sin dientes, como un animal crucificado que aúlla venganza. Un pozo, un pantano aguachento, una maceta de andrajos y bichos chamuscados, eso es la ciudad hoy.

Y quién me lo va a negar. Si todos estamos ahora en cueros, apoltronados en sillones a la sombra, evitando la motricidad como peste, con los hocicos aferrados a una botella de colores chillones. Ataviados estamos con los últimos resabios de nuestro pudor, con mallas o redes a duras penas conteniendo el rebalse de la ingeniería adiposa, los pechos marchitos, la piel derretida entre lociones y goteos titiladores. Recostados estamos, como ostras bajo el aleteo inútil de un ventilador de techo, esa máquina infernal de la que solo sopla una brisa nefasta. Aquí estamos, así es, chapoteando en nuestra inmovilidad cartesiana, en nuestras edades somníferas que claman una muerte serena, en nuestros treintayseis grados que nos van cremando desde el núcleo del monstruo interior. Mientras, latimos groseramente como un puchero cavernoso y nos lamentamos por esta vida que vemos sigilosamente ser exudada por múltiples poros entreabiertos. Como vaginas dilatadas, como floreceres macabros, como plantas carnívoras que se untan de veneno ante la inminencia de una mosca o de un ocaso.

El asco nos subleva, la vida en combustión, este panvitalismo odioso, queremos ser rocas, queremos ser astros o planetas perdidos en el gélido universo; no este desequilibro de tejidos y humedades, no este laboratorio ambulante que inventa sufrimiento. Que se quema.

De pronto, hosanna, un capricho del aire transporta una frescura que nos emponzoña el alma. El alivio es esa cortina descorrida sin querer, pero es solo un paréntesis, un engaño gratuito que al desaparecer reinventa el horror, el morbo calcinante de una sed estrepitosa. Entonces, gritos silenciosos se elevan de la tierra blanquecina por sobre los osarios y las grietas y las lápidas crujientes, cuando el sol cobarde raja los suelos moribundos donde habitan las hienas en celo.

Cuándo acabará este día, oh Dios. Cuándo acabará.