El atardecer naranja tiembla en tus pupilas; será, tal vez, que algo teme en su negrura. El océano, ya gris, también calla, y algo nos convence de que es hora de alejarnos. Conforme andamos, las playas distantes se desvanecen en murmullos; te voy siguiendo detrás y veo cómo tus pies dibujan derroteros en la arena. Cómo se alarga tu sombra. Te voy siguiendo detrás; siempre detrás, como dejándote ir. Y así, mientras tanto, sigo escribiendo:
"No hay nada en ella que sea demasiado trivial. Se narra a sí misma como una gota de corrosión pura que busca el mundo sin altisonancias, incluso sin coordenadas corpóreas. Apenas dos o tres invitaciones que me ha dejado caer como promesas; por ejemplo, cuando nuestros dedos se entreveraron inquietos por un momento, (ese momento, buscado) y sus ojos resinosos me miraron alucinados. Pero ¿Cómo catalogar entonces todo eso? De ser lujuria, es de una cepa que no calcina, sino que más bien paraliza. Por lo demás toda ella es un ánima fría, taciturna. Casi siempre, inaprensible".
A veces no impugno mirarte porque no me queda otra opción. Más bien pronto, un día, te vas a ir, te vas a disipar como si fueras en realidad una veta en algún cristal empañado. El devenir me llevará a olvidarte. Tantas cosas he tenido que olvidar que ya ni me acuerdo. Qué hay que sea distinto esta vez, me pregunto mientras te miro. Y no lo sé. Confío que nada, solo el desenlace inevitable, ese que se vislumbra varias jugadas antes, y después del cual ya no vas a volver, ni a escuchar cuando te invoque con mis palabras equilibristas. Por eso te observo a veces, con algo de fastidio, enterado de que tus formas son las de mi vía crucis y mi mansa locura. Al final, quién te dice, voy a hacerte migrar de mi cabeza. Es cuestión de burlar uno esos albedríos poco lúcidos que salen a cabalgar envueltos en misterio, sobre todo cuando es verano y no hay nada que los entretenga.
Pero hoy, entonces, te anhelo sin razón alguna. O tal vez con; nunca logré evitar la sospecha agnóstica de que las cosas no pueden ocurrir porque sí. Procuro, por supuesto, que no te des cuenta, porque en general soy un poco cobarde. Por eso esta meticulosa indiferencia. Por eso también espero, y cómo, a que te duermas, a que tus párpados caigan rendidos de una buena vez. Sólo entonces consiento en vulnerarte, percibirte con osadía en la penumbra, aunque no dejo de pensar que si de pronto abrieras tus ojos, o falsamente sonrieras desde un sueño, podrías clausurar la brecha antes de tiempo. Luego, me aparto. Es como un ritual; casi me desprecio al suponer que alcanzará con eso, con esa cuaresma infinita junto a tu talla inmóvil, semidesnuda y, sin embago, aún enfática.
Espero. Falta un poco. Ahora el cielo va prolongando su oscurecer, depositando sobre la planicie toda su melancolía. Estamos atrapados en ese rato fantasmal en el que no es más de día, pero tampoco de noche. Las ráfagas de aire que estriban desde el sudeste dejan inhalar un océano intermitente y en lo alto Sirio tirita congelada. Todo lo que sin esfuerzo vislumbro cómo querrá volver, cuando no sea más que un resto diurno agonizando al dormitar. Sonrío vagamente al pensar en casa y en las grietas de la ruina cotidiana; pero vuelvo al sol tajante bajo el que estúpidamente vimos caducar el día como una pérdida, como un dulce desperdicio.
Te miro de nuevo. Y se me ocurre imaginar tu cara cuando ya no la pueda imaginar. Supongo entonces: una ausencia de electricidad imprecisa, ya sin trazos, incapaz siquiera de moverse. Distante. Descarto que a la larga, cuando los días sean demasiados y la apatía coagule como debe, ya no me va a perder el hálito de tu aparición. Mientras tanto, escribo:
“La pensé, pero no la pensé así nunca. Está aquí mismo, muy cerca. Si extendiera mi brazo la tocaría; pero apenas me muevo. En cambio, me quedo atónito ante los vasos sanguíneos que se bifurcan como genealogías debajo de su piel. Su piel, que es una perfecta hoja de calcar desocultando el andamiaje sombrío de su musculatura. Y por debajo estos filamentos morados que aparentan nadar hacia la comisura de sus labios. Si la miro fijo, muy fijo, en un par de segundos intuyo en mi saliva el latido de su boca al dejarse besar. Sólo por ese instante perecedero su espectro se encarna, su sexo se dilata, su porosidad se degrada con sumisión hacia un brote de desborde físico, de enfermedad, de una fruición incomensurable”.
Esta noche sos algo especial. Estás demasiado viva; respirás demasiado y tus globos oculares oscilan como un periscopio. Sos la mujer sin héroes que ambicioné diseñar tantas veces; sos la opinión en el núcleo de la ciencia. Puedo amar tu idioma, la órbita cárnea de tus pechos ínfimos, la falacia de tu carcajada agria cuando condena. Llego a vacilar porque siento que me delatás, cuando te volvés porque sí. Cada mísero ademán tuyo se me va por la cabeza como una bocanada de humo avinagrado, como una borrachera que, delirante, entibia mis cánones y los empasta unos contra otros, reformándolos. Cómo me animo, no sabés, a creer que no me importás en lo más mínimo. Pero bajo este calor, y afuera esa oscuridad febril, entiendo que no existe el gesto que te suprima.
La mayoría de las veces, como ahora, no nos decimos nada, porque no hay nada para decir. Solo te quedas ahí acurrucada, atenazada a tu pantomima. Las nubes, que hoy tienen bordes dorados, se desflecan con pereza en un vértice de la ventana. Oímos música, como una música que alguien ha puesto a sonar, y en cierta forma nos trenzamos a través de ella, lamiéndonos en la síncopa, entregados al vaho seductor de su timbre. Dejo, y vos también, que suene. Música. Ojalá las cronologías detuvieran su huída hacia ninguna parte y nos abandonaran a una cuarentena en la que no me faltes. Y mientras tanto no parecés entender. Que me llevás. Que hoy me llevás a dónde querés, porque estás maldita.
Y me llevás de vuelta al mar. Mientras, escribo con el dedo en la arena húmeda:
“Será, tal vez, que algo temen en su negrura. Las olas, al zanjarle un camino en la laguna infinita del mar; el viento, al desenhebrar su cabellera con gentileza exagerada; la luz solar, al descubrir su cuerpo con la incredulidad de un amante que no la merece. Temen, sin duda. Pero ella no se puede dar cuenta, porque hoy por fin no es más que ella misma, aislada de golpe en el monólogo de su imperfección. Alguien que, desde lejos, ya no es el esbozo de la imaginación más perversa, ni una figura perdida en la topografía de mis desesperanzas. Sino alguien que, desde lejos, sólo creo divisar moviéndose en el agua”.
Desde lejos. Siempre en otra parte.
Como dejándote ir, como olvidándote para siempre, mientras tus pies van dibujando derroteros en la arena.
"No hay nada en ella que sea demasiado trivial. Se narra a sí misma como una gota de corrosión pura que busca el mundo sin altisonancias, incluso sin coordenadas corpóreas. Apenas dos o tres invitaciones que me ha dejado caer como promesas; por ejemplo, cuando nuestros dedos se entreveraron inquietos por un momento, (ese momento, buscado) y sus ojos resinosos me miraron alucinados. Pero ¿Cómo catalogar entonces todo eso? De ser lujuria, es de una cepa que no calcina, sino que más bien paraliza. Por lo demás toda ella es un ánima fría, taciturna. Casi siempre, inaprensible".
A veces no impugno mirarte porque no me queda otra opción. Más bien pronto, un día, te vas a ir, te vas a disipar como si fueras en realidad una veta en algún cristal empañado. El devenir me llevará a olvidarte. Tantas cosas he tenido que olvidar que ya ni me acuerdo. Qué hay que sea distinto esta vez, me pregunto mientras te miro. Y no lo sé. Confío que nada, solo el desenlace inevitable, ese que se vislumbra varias jugadas antes, y después del cual ya no vas a volver, ni a escuchar cuando te invoque con mis palabras equilibristas. Por eso te observo a veces, con algo de fastidio, enterado de que tus formas son las de mi vía crucis y mi mansa locura. Al final, quién te dice, voy a hacerte migrar de mi cabeza. Es cuestión de burlar uno esos albedríos poco lúcidos que salen a cabalgar envueltos en misterio, sobre todo cuando es verano y no hay nada que los entretenga.
Pero hoy, entonces, te anhelo sin razón alguna. O tal vez con; nunca logré evitar la sospecha agnóstica de que las cosas no pueden ocurrir porque sí. Procuro, por supuesto, que no te des cuenta, porque en general soy un poco cobarde. Por eso esta meticulosa indiferencia. Por eso también espero, y cómo, a que te duermas, a que tus párpados caigan rendidos de una buena vez. Sólo entonces consiento en vulnerarte, percibirte con osadía en la penumbra, aunque no dejo de pensar que si de pronto abrieras tus ojos, o falsamente sonrieras desde un sueño, podrías clausurar la brecha antes de tiempo. Luego, me aparto. Es como un ritual; casi me desprecio al suponer que alcanzará con eso, con esa cuaresma infinita junto a tu talla inmóvil, semidesnuda y, sin embago, aún enfática.
Espero. Falta un poco. Ahora el cielo va prolongando su oscurecer, depositando sobre la planicie toda su melancolía. Estamos atrapados en ese rato fantasmal en el que no es más de día, pero tampoco de noche. Las ráfagas de aire que estriban desde el sudeste dejan inhalar un océano intermitente y en lo alto Sirio tirita congelada. Todo lo que sin esfuerzo vislumbro cómo querrá volver, cuando no sea más que un resto diurno agonizando al dormitar. Sonrío vagamente al pensar en casa y en las grietas de la ruina cotidiana; pero vuelvo al sol tajante bajo el que estúpidamente vimos caducar el día como una pérdida, como un dulce desperdicio.
Te miro de nuevo. Y se me ocurre imaginar tu cara cuando ya no la pueda imaginar. Supongo entonces: una ausencia de electricidad imprecisa, ya sin trazos, incapaz siquiera de moverse. Distante. Descarto que a la larga, cuando los días sean demasiados y la apatía coagule como debe, ya no me va a perder el hálito de tu aparición. Mientras tanto, escribo:
“La pensé, pero no la pensé así nunca. Está aquí mismo, muy cerca. Si extendiera mi brazo la tocaría; pero apenas me muevo. En cambio, me quedo atónito ante los vasos sanguíneos que se bifurcan como genealogías debajo de su piel. Su piel, que es una perfecta hoja de calcar desocultando el andamiaje sombrío de su musculatura. Y por debajo estos filamentos morados que aparentan nadar hacia la comisura de sus labios. Si la miro fijo, muy fijo, en un par de segundos intuyo en mi saliva el latido de su boca al dejarse besar. Sólo por ese instante perecedero su espectro se encarna, su sexo se dilata, su porosidad se degrada con sumisión hacia un brote de desborde físico, de enfermedad, de una fruición incomensurable”.
Esta noche sos algo especial. Estás demasiado viva; respirás demasiado y tus globos oculares oscilan como un periscopio. Sos la mujer sin héroes que ambicioné diseñar tantas veces; sos la opinión en el núcleo de la ciencia. Puedo amar tu idioma, la órbita cárnea de tus pechos ínfimos, la falacia de tu carcajada agria cuando condena. Llego a vacilar porque siento que me delatás, cuando te volvés porque sí. Cada mísero ademán tuyo se me va por la cabeza como una bocanada de humo avinagrado, como una borrachera que, delirante, entibia mis cánones y los empasta unos contra otros, reformándolos. Cómo me animo, no sabés, a creer que no me importás en lo más mínimo. Pero bajo este calor, y afuera esa oscuridad febril, entiendo que no existe el gesto que te suprima.
La mayoría de las veces, como ahora, no nos decimos nada, porque no hay nada para decir. Solo te quedas ahí acurrucada, atenazada a tu pantomima. Las nubes, que hoy tienen bordes dorados, se desflecan con pereza en un vértice de la ventana. Oímos música, como una música que alguien ha puesto a sonar, y en cierta forma nos trenzamos a través de ella, lamiéndonos en la síncopa, entregados al vaho seductor de su timbre. Dejo, y vos también, que suene. Música. Ojalá las cronologías detuvieran su huída hacia ninguna parte y nos abandonaran a una cuarentena en la que no me faltes. Y mientras tanto no parecés entender. Que me llevás. Que hoy me llevás a dónde querés, porque estás maldita.
Y me llevás de vuelta al mar. Mientras, escribo con el dedo en la arena húmeda:
“Será, tal vez, que algo temen en su negrura. Las olas, al zanjarle un camino en la laguna infinita del mar; el viento, al desenhebrar su cabellera con gentileza exagerada; la luz solar, al descubrir su cuerpo con la incredulidad de un amante que no la merece. Temen, sin duda. Pero ella no se puede dar cuenta, porque hoy por fin no es más que ella misma, aislada de golpe en el monólogo de su imperfección. Alguien que, desde lejos, ya no es el esbozo de la imaginación más perversa, ni una figura perdida en la topografía de mis desesperanzas. Sino alguien que, desde lejos, sólo creo divisar moviéndose en el agua”.
Desde lejos. Siempre en otra parte.
Como dejándote ir, como olvidándote para siempre, mientras tus pies van dibujando derroteros en la arena.
2 comentarios:
Me encantó. Y voy a admitir que no es la primera vez que estoy a punto de escribir un comentario en tu blog, pero después de leer cosas como esta siento que mis palabras son tan... comunes. Pero, ya que de todas formas escribo, aprovecho también para decirte que me pareció excelente lo que escribiste sobre las Malvinas. Comparto tus ideas y admito mi ignorancia respecto a la historia de las islas.
Bueno, y termino con mi presentación =P Soy Ce, amiga de Ju y Fede.
Saludillos desde Córdoba!
A mí me dice "Ju" en la familia. Muy bien. Escritura madura. Espero el comentario de lo que te mandé el otro día.
As: 2000 Man - The Rolling Stones (40 años del Sgt. Peppers pronto).
Atte: Juan Ramón Velázquez Mora.
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