lunes, 28 de abril de 2008

Jirones de otros

Salís. Ves la calle y sabés que ya es de noche. Las luces eléctricas amarillentas le dan al aire un tinte que puede ser triste o alegre, según el punto de vista. Podrías ir por cualquiera de las dos veredas, pero siempre vas por la misma: la de enfrente. Cruzás la calle siempre por el medio, aprovechando que allá en la esquina el semáforo está rojo y ya pasaron los dos o tres últimos autos que habían girado. Cruzás en diagonal, además, orientándote siempre en dirección a donde tenés que ir. Eso de que te marquen andariveles no es para vos, y aunque piensen cualquier cosa, siempre vas a terminar en lo mismo. Cruzando por el medio, buscando ser lo más libre posible en la cuadratura empedernida de la traza. Ni siquiera lo pensás, es el instinto el que te guía. Es una maravilla que todavía no te hayan atropellado.

Mientras caminás las veredas, casi sin darte cuenta, vas teniendo pantallazos de lo que pasa dentro de los negocios que desparraman sus charcos de luz débil sobre el pavimento. Algunos ya cierran, pero otros están en su apogeo. Pasás por un gimnasio, y ves lo que parecen cientos de cuerpecitos diversos matándose en aparatosas cintas para correr, una al lado de la otra. La postal es desoladora, pero ellos en ese momento se deben estar sintiendo sanos y activos. Alcanzás a preguntarte cómo podrías hacer vos para sentirte más sano y más activo, pero la verdad ya no te importa. Al pasar por una bocacalle, al malabarista de turno se le acaba de caer al piso una de las antorchas encendidas; igual se pone contento, se ríe, y, resignado, sigue con las que le quedan para que los automovilistas simpaticen mientras esperan la luz verde. No es la primera vez, ni la última, que se equivoca. Más atrás, sobre la esquina, un hombre se ha detenido porque sus dos hijos pequeños, uno a cada lado, están anonadados por el espectáculo callejero, un retazo de Desolation Row en medio del hormigón.

Vas ensayando un diálogo en tu cabeza, y puede que hasta lo digas en voz alta. El diálogo que será, que puede ser, que pudo haber sido. De pronto, allí mismo en la calle, las ideas toman forma triunfal por un instante, las palabras parecen claras y los significados encajan con sus significantes. Pasa alguien, te escucha balbucear y te mira mal. Hacés como que venís cantando alguna canción, tarareás, aunque eso de cantar por la vía pública tampoco está muy bien visto. La idea entonces termina deslizándose por algún lado. Hacés un esfuerzo por recuperarla. De todas formas, nunca será igual cuando tengas enfrente al interlocutor real. Se lo dirás todo de una manera tan confusa y tan torpe que, si tenés un poco de suerte, no te entenderá nada.

Sos vos quien atraviesa la ciudad, o es la ciudad la que te atraviesa. Parece una pregunta retórica, pero por un momento te lo planteás en serio. Hace algún tiempo alguien te dijo que bien pudiste haber sido un fantasma. Y tal vez finalmente eso terminaste siendo. Sin duda sos ahora un fantasma para los otros que vienen y van por la vereda, fantasmas a su vez todos ellos. Fantasmas de verdad, porque los voladores, espectrales, luminosos, esos llamarían demasiado la atención. Lo específico de un fantasma de ley es que nadie lo ve, a nadie asusta.

Recordás muy bien que esta soledad en algún momento te provocaba placer. Eso de ser anónimo, de derivar por calles angostas, entre pensamientos arrojados a la vastedad estremecedora del mundo. Eso de ir y venir sin pertenecer a nada ni a nadie. Eso de imaginar que detrás de cualquiera de esas ventanas distantes, iluminadas como un velorio gigantesco, podría estar tu lugar, tu trabajo ideal, la tranquilidad económica o el amor de tu vida. En suma: lo definitivo, el puerto del cual ya nunca vas a querer zarpar. Te gustaba fantasear con ello sin realmente encontrarlo, porque la búsqueda, el simple barajar de infinitas posibilidades, la idea misma de un futuro, era todo eso lo que te hacía sentir en movimiento y, en algún punto, más allá del bien y del mal.

Pero hoy ya no es tan así. Hay personas que te dan el mundo y a los dos días te lo sacan; personas que vienen, se quedan un rato compartiendo algo y luego simplemente se van. Así funciona. El truco es que nunca se van del todo, de alguna forma esas personas siguen estando, aunque sea por el hecho de que ya no conseguís ser el mismo de antes. Tratás de explicarte cómo se pudo pasar de la presencia - la colmación constante - a la ausencia; te preguntás si estuviste o no en ese lugar tantas veces imaginado, pero que a la vez no creías necesitar. En ese lugar del cual no te querrías haber ido. Es cuando comprendés que tarde o temprano ibas a terminar aferrándote a algo, que tarde o temprano ibas a apostar un pleno o dos en el mundo externo, el de todos los días. Por fin lo hiciste, pero eso te costó esa caparazón prehistórica, apátrida, indolente que solías arrastrar por las calles medio muertas. Te costó la identidad. O, para ser más exactos, te dio una nueva.

Hay personas que se convierten en un lugar más que en una mera compañía o un trazo paralelo junto al tuyo. Al estar con ellas, lentamente aprendés un poco a ser a partir de ellas. Y cambiás. Las personas cambian en serio solo cuando se animan a perderse en un otro, a habitar en un otro. Te podrá chocar cuando alguien habla todo el tiempo en primera persona del plural, como lo dijiste cierta vez; te podrá causar miedo, pánico, terror la sola idea de que tus rasgos individuales - tus marcas de fábrica - empiecen a confundirse con los de otro. De golpe te echás un vistazo y ves que actuás distinto, que de alguna manera ya no te sentís vos. Yo no soy así, te repetís. En realidad soy más frío o más cálido o más fuerte o más débil o más joven o más viejo o más seguro o más inseguro. Ansiás reivindicar tus antiguos valores de compartimento estanco: el mundo es así, la vida es esto, la realidad es aquello, las cosas van por acá, lo otro va por allá y no me jodan. ¡Pero, maldición, que ya no podés estar tan convencido de nada! Tus gestos corporales, tus ideas, tu espacio, tu música, tu sexo, tu idiosincracia, quedan a merced del misterio impronunciable de ese ser que no sos vos, pero un poco tal vez sí. Y por supuesto que te da miedo, eso lo sabés. Sentís disolverte en algo que no llegás a entender del todo, sentís que no estás haciendo pie, o que levitás. A veces es tanto el miedo que te sumís en estado de alerta y empezás a poner barreras, a levantar murallas, a movilizar gendarmes. Invasión, pensás.

Pero reconocés, tenés que hacerlo, que tu subjetividad por sí misma no es tal, sino que se sirve siempre de otro para desarmarse y volverse a armar. Encontrar una persona - aunque después te deje o la dejes - es, en definitiva, encontrar el cuerpo donde vas a seguir escribiendo tu propia historia, y peor; alguien se va a entrometer a escribirla por vos, desmarcándola minuciosamente de tus planes y tus doctrinas y tus preconceptos. Es un proceso siempre incompleto en el que vas a admitir ser un poco "otro" cada día, aunque el miedo a lo nuevo (y su vaciamiento de certezas) te corroa las entrañas y aunque te paralice comprender que si esa persona luego de un tiempo se va - algo que es tan inexplicable como lo es, si lo pensás bien, su misma llegada - experimentarás algo parecido a desvanecerte, a dejar de ser, a no poder volver a casa. Serás ese fantasma que avanza a tientas por los meandros sin mapa de la vida, casi como antes, solo que ahora sabrás algo nuevo. Sabrás que no sos nada salvo un alma híbrida siendo remachada con jirones de otros. Y sabrás ¡por fin! que nada se tiene realmente sin la posibilidad de, algún día, perderlo.

Creeme que va a costar millones, pero en última instancia asumirás todos y cada uno de los riesgos de estar con alguien. Porque si antes, risueño, suponías que anidar en ese lugar equivaldría a ser dependiente, a perder tu individualidad, a desperdiciar un abanico de opciones potencialmente mejores, ahora súbitamente ves que sin esos riesgos las cosas se vuelven lentas, que la vida se te queda en stand-by. Nunca vas a poder cambiar por vos mismo. Y si no cambiás, nada de lo que hagas con tu tiempo tendrá sentido, básicamente porque no será tiempo ni será tuyo. No hay tiempo si no hay historia, y qué es el éxtasis de la soledad sino esa expectativa permanente de que algo empiece a fluir otra vez, de que venga alguien que pueda sentarse a tu lado y narrarte otro capítulo de tu propia historia.

Salís. Salís a la superficie luego de aspirar los vahos a grasa quemada que apestan la Estación Retiro del subte. Arriba, un hombre callado, moreno, de baja estatura, ocupa una de las boleterías cerradas con un tablero de ajedrez dispuesto para jugar, y un cartel de cartón que pinta "busco rival". Aún en los sitios más insospechados, te das cuenta ¿no?, aparecen instancias en las que se puede ganar o perder. Y ahora que estás un poco más dipuesto a perder, tenés que saber que, sí o sí, vas a ganar algo.

3 comentarios:

Pat- dijo...

Creo entender "un par de cosas".

Esto, es letal, muchas veces me dije lo mismo:

"Hay personas que te dan el mundo y a los dos días te lo sacan; personas que vienen, se quedan un rato compartiendo algo y luego simplemente se van. Así funciona"

hay que resignarse (?).

Anónimo dijo...

Yo creo que la resignación es parte de aceptar, que hay gente así...
que simplemente se va de un momento a otro, que ya no están ni dicen y ni siquiera piensan que lo han hecho.
Así funciona Pat, y así será hasta la eternidad...
y el resto de los humanos jamás comprenderán del todo...cómo funciona ese sistema.

Lorena dijo...

Yo experimento a la gente como un espejo en el que mi identidad, en pedazos, se ve reflejada. En unos el reflejo parece más claro, mientras que en otros logro ver apenas destellos de lo que nunca fui porque no pude o quizá porque no quise...
Pero cuando parece maravillarme de forma especial mi propia imagen reflejada en otro y paso demasiado tiempo analizándola, tocándola, oliéndola, cambio...porque solo en el reflejo logro reconocerme. Creo que todas las personas me dan un poco, pero hay algunas que me han dado una imagen más clara de mi misma, y sobre ellas me edifico.
Cuando se van, más que dejar un vacío, llenan...se termina de colocar una pieza en el rompecabezas que me estructura... es el olor y el tacto lo que da la sensación de vacío porque son esas sensaciones las que no parezco ser capaz de rescatar de los recuerdos.
Me pareció magnífico el post Fede...
Saludos