ESCENA XII - Personajes: Árbol 1 - Árbol 2 - (presumiblemente hayas, los dos) - Pájaro.
Árbol 1 y Árbol 2 (presumiblemente hayas) conversan acaloradamente al borde de un acantilado, en un sector reservado de la Costa Atlántica Bonaerense. A sus pies, la espuma salada lame las rocas con pronunciada lascividad, y entre sus follajes el viento filtra un perfume a yodo. Es el atardecer, y la desdibujada sombra de nuestros héroes llega hasta la superficie rugosa del Mar Argentino.
ÁRBOL 1: Qué viento, viejo, y qué océano tan ancho. Será por estas cosas que hay que plantarse más que nunca en la parcelita de tierra en la que nacimos, largar una buena mata de raíces y no moverse más, como se nos ha enseñado desde que éramos unos yuyitos acunados en macetas. Total, decime, vos que sos alto y de madera dura, ¿De qué nos perdemos? ¿De qué nos perdemos siendo árboles?
ÁRBOL 2: (con tono de fanfarria, si pudiera mirar al cielo, lo haría) ¿De qué nos perdemos siendo árboles? ¡Vos me estás cargando! ¡De nada! ¡De qué te vas a perder! Siendo árboles vemos más allá del horizonte, nos abandonamos a ese placer del viento narrador entre nuestras ramas, bebemos de las napas más dulces que corren bajo la hierba, escuchamos los ultrasonidos que nos llegan desde el lecho submarino, y sobre todo, sobre todo, nunca damos esas cosas que otros llaman "pasos en falso" y que en nuestro caso nos terminarían arrojando al mismo océano, como verás. No. Nosotros siempre seremos los vijías del mundo.
PÁJARO: (interviene sin que se lo solicite desde una rama, perteneciente no se sabe muy bien si a Árbol 1 o a Árbol 2 o a un tercero en discordia) ¡Parecen sabias tus palabras, oh gran árbol que hoy me cobijas de las tormentas del ancho mundo! Pero cuando el sol caiga habré de volar e irme, y aunque no te olvidaré, sabes bien que ya no he de volver. No más, amigo árbol, porque entre tanto mi vida se desvanece y tengo mucho aún por recorrer. Ruego al aire que me traiga vientos propicios para cruzar este gran mar, y sabré que al menos habré volado tan alto como para ver aquello que mis ojos no conocen.
Pájaro levanta vuelo y planea en dirección al mar, donde no se ve ni una isla emerger del gran manto de agua. Árbol 2 mira amenazadoramente a Árbol 1, y levanta las cejas como preguntando "y al pajarraco quién le dio vela en este entierro". A Árbol 1 le asalta de golpe este vertiginoso deseo de irse volando, pero todavía no dice nada. Se quedan callados y quietos, mirando el mar.
Árbol 1 y Árbol 2 (presumiblemente hayas) conversan acaloradamente al borde de un acantilado, en un sector reservado de la Costa Atlántica Bonaerense. A sus pies, la espuma salada lame las rocas con pronunciada lascividad, y entre sus follajes el viento filtra un perfume a yodo. Es el atardecer, y la desdibujada sombra de nuestros héroes llega hasta la superficie rugosa del Mar Argentino.
ÁRBOL 1: Qué viento, viejo, y qué océano tan ancho. Será por estas cosas que hay que plantarse más que nunca en la parcelita de tierra en la que nacimos, largar una buena mata de raíces y no moverse más, como se nos ha enseñado desde que éramos unos yuyitos acunados en macetas. Total, decime, vos que sos alto y de madera dura, ¿De qué nos perdemos? ¿De qué nos perdemos siendo árboles?
ÁRBOL 2: (con tono de fanfarria, si pudiera mirar al cielo, lo haría) ¿De qué nos perdemos siendo árboles? ¡Vos me estás cargando! ¡De nada! ¡De qué te vas a perder! Siendo árboles vemos más allá del horizonte, nos abandonamos a ese placer del viento narrador entre nuestras ramas, bebemos de las napas más dulces que corren bajo la hierba, escuchamos los ultrasonidos que nos llegan desde el lecho submarino, y sobre todo, sobre todo, nunca damos esas cosas que otros llaman "pasos en falso" y que en nuestro caso nos terminarían arrojando al mismo océano, como verás. No. Nosotros siempre seremos los vijías del mundo.
PÁJARO: (interviene sin que se lo solicite desde una rama, perteneciente no se sabe muy bien si a Árbol 1 o a Árbol 2 o a un tercero en discordia) ¡Parecen sabias tus palabras, oh gran árbol que hoy me cobijas de las tormentas del ancho mundo! Pero cuando el sol caiga habré de volar e irme, y aunque no te olvidaré, sabes bien que ya no he de volver. No más, amigo árbol, porque entre tanto mi vida se desvanece y tengo mucho aún por recorrer. Ruego al aire que me traiga vientos propicios para cruzar este gran mar, y sabré que al menos habré volado tan alto como para ver aquello que mis ojos no conocen.
Pájaro levanta vuelo y planea en dirección al mar, donde no se ve ni una isla emerger del gran manto de agua. Árbol 2 mira amenazadoramente a Árbol 1, y levanta las cejas como preguntando "y al pajarraco quién le dio vela en este entierro". A Árbol 1 le asalta de golpe este vertiginoso deseo de irse volando, pero todavía no dice nada. Se quedan callados y quietos, mirando el mar.
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