La conquista del aburrimiento es la empresa más ardua de todas a las que me he encomendado. En ocasión de ciertos airosos fracasos, me tienta abreviar al mundo como un capricho rabelesiano sobre el que depositar mi fe sería de lo más ilógico. Qué titánico oficio implica reaceptar la pantomima del 'día a día' cada vez que lo prodigioso parpadea de súbito para sumirse luego en una bradicardia y morir. Y aún lo prodigioso ¿no abdica de su condición en el caso de perdurar? Parece que la satisfacción está sentenciada a la brevedad eterna (o a la constante intermitencia, para mayor exactitud). Voy redactando la vida en mil libretos corregidos sobre la marcha - arranco hojas, borroneo renglones, tacho escenas enteras como si nunca hubiesen ocurrido. Luego de alguna meditación falsamente perentoria intento reencauzar la órbita, mapear con lucidez, apostar sobre indicios alentadores. Pero más tarde o más temprano se incurre en aquel doble error, siempre perdonable y siempre igual: demasiada expectativa sobre fantasías; escasa vocación para adaptarse a lo que hay. ¿Debo culpar de esto a mi jovialidad?. Admitir que la esperanza (brindar por algo) es tan solo el imprescindible preámbulo de la decepción no me evita esfuerzos para esperanzarme: burdo desacato a otra forma de ser.
imagen: beccar
3 comentarios:
¿Yo flasheo, o limpiaste un post?
No flasheás (al menos no en este caso). No lo limpié. Solo lo abrevié.
últimamente a mi me viene conquistando el aburrimiento.
Saludos.
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