Estuvimos a punto de perecer en el socavón bajo las azoteas
Vimos el cielo que se derretía como una caparazón ardiendo
La sedición había germinado en las vísperas de San Agustín
Y el mundo, tal como lo habíamos soñado, ya estaba muerto
Vimos a los espíritus sonámbulos, ataviados como gendarmes
Lobos que aullaban al ir tomando los suburbios del alto
Leímos sus gargantas al gritar el nombre santo de la revolución
Mientras la derrota se escurría por las grietas del pavimento
El subsuelo tembló cuando anchos tambores y gongs de plata
Anunciaron embriagados de victoria al adalid de la libertad
Por una hendija entre los escombros caídos lo vimos desfilar
Como un dios nórdico envuelto en los fuegos de su mascarada
No habrá lugar para nosotros, nos dijimos casi con ojos llorosos
En ese momento, las banderas bailaron bajo una luna de sangre fría.
Y cuánto duró nuestra espera en aquella noche salvaje de brujas
Cuántas veces dormimos, soñando con entregarnos a la balacera
Salir del agujero a morir como hombres, y conquistar el honor
Preguntabas para qué arrastrar una vida en un mundo de muertos
Y luego, cómo morir en ese cuerpo incesante, emperrado en respirar
Sé ahora que los ojos de la historia se posaron a nuestras espaldas
Como espesas golondrinas que partieron en vuelo desde muy lejos
El arma sufriente, las balas de guerra, hasta siempre empuñada
Y las fogatas anidando en tu mirada, como galaxias perdidas
Y las orugas tensas de mis venas siempre a punto de reventar
Sin órdenes de mando, excepto la colmación de todas las hambrunas
Sin papel moneda custodiando la moral grisácea del día a día
Acaso algo nos anclaba además del miedo, que se gesta en el vacío
Acaso alguien nos indultaba, o es que sólo elegíamos sobrevivir.
Vimos el cielo que se derretía como una caparazón ardiendo
La sedición había germinado en las vísperas de San Agustín
Y el mundo, tal como lo habíamos soñado, ya estaba muerto
Vimos a los espíritus sonámbulos, ataviados como gendarmes
Lobos que aullaban al ir tomando los suburbios del alto
Leímos sus gargantas al gritar el nombre santo de la revolución
Mientras la derrota se escurría por las grietas del pavimento
El subsuelo tembló cuando anchos tambores y gongs de plata
Anunciaron embriagados de victoria al adalid de la libertad
Por una hendija entre los escombros caídos lo vimos desfilar
Como un dios nórdico envuelto en los fuegos de su mascarada
No habrá lugar para nosotros, nos dijimos casi con ojos llorosos
En ese momento, las banderas bailaron bajo una luna de sangre fría.
Y cuánto duró nuestra espera en aquella noche salvaje de brujas
Cuántas veces dormimos, soñando con entregarnos a la balacera
Salir del agujero a morir como hombres, y conquistar el honor
Preguntabas para qué arrastrar una vida en un mundo de muertos
Y luego, cómo morir en ese cuerpo incesante, emperrado en respirar
Sé ahora que los ojos de la historia se posaron a nuestras espaldas
Como espesas golondrinas que partieron en vuelo desde muy lejos
El arma sufriente, las balas de guerra, hasta siempre empuñada
Y las fogatas anidando en tu mirada, como galaxias perdidas
Y las orugas tensas de mis venas siempre a punto de reventar
Sin órdenes de mando, excepto la colmación de todas las hambrunas
Sin papel moneda custodiando la moral grisácea del día a día
Acaso algo nos anclaba además del miedo, que se gesta en el vacío
Acaso alguien nos indultaba, o es que sólo elegíamos sobrevivir.
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