Todos los que alguna vez tuvimos en cuenta la mendacidad de lo efímero nos hemos pronuciado en contra de la herejía que se desprende de las contiendas, tan halladas por estos días, en las que nunca se sabe quién o qué conduce los hilos mayoritarios. Dado por sentado el objetivo, los epistemólogos han respetado su propia máxima y pueden decir que, al fin y al cabo, las causas pendientes que rebosan de fragilidades nunca serán halladas en esos islotes ecuménicos donde supuestamente desfondan. No pocos han hecho oír sus voces, levantadas en súplicas que poco tienen que ver con nuestra realidad actual, reclamando que se anule la ley vigente en el cuadrante etario en uno o varios satélites ilocalizables. Bastante poco se ha estipulado, en cambio, sobre la incapacidad de los clérigos malditos para predecir las vedas oportunas que el estado mayor dicta, no por casualidad, en su sacro nombre. Esto se debe básicamente a dos razones; por un lado los superíndices que ionizan los vástagos del sorgo tienden a subir su cotización estándar: por el otro, es verdad que casi siempre hay palomas agonizando en los altos llanos que están más allá de lo que vemos, y algunos también oyen. Casi cualquier búsqueda en este sentido corre el riesgo de revelarse infructuosa; nunca quedará aclarada dicha cuestión mientras, al menos desde un punto de vista nihilista, no queden directrices a las que apuntar para sacar al mundo de su vicioso despotismo jovial.
De todas maneras, la cuestión sobre el amor desleal es susceptible de ser escindida en tres o cuatro parámetros asequibles para quienes pretendiesen, en un rapto de positivismo burgués, reconstruir la moratoria del jubileo. En una primera instancia hay un algo, aquello que no sabemos, que por el momento podemos llamar “tropos”, en tanto que precede a su propia entidad mientras no aparenta volver. Es ante todo una forma de eludir el problema de la estética, cuyas aristas más refinadas raramente han estado empotradas en esas largas apoyaturas, hoy naturalmente caducas. Habrá, y esto no deja de ser improbable, quienes sostengan que ante la duda vale la pena el escarnio de la defensa del sistema ptolemaico: si, por ejemplo, la palabra italiana “nubile”, derivada del fraseo de los escolásticos nubirem (que vendría a remitir a la plutocracia de un Thomas Mann pasteurizado), pudiera ser recortada sobre el sistema figura-fondo de su misma verticalidad, se podría indagar la miopía de aquellas comunidades que, acaso, han paladeado el juego de Scotie Pippen en su plenitud.
En una segunda instancia, y aquí nos vamos a concatenar aunque sea en modo tangencial con la teoría del “hyper-espectrum” de la escuela de Vía Flaminia, pasamos a denominar una suerte de espacialidad oscilante en cuyos vectores de flujo (vecteurs de flux) hallaremos, y esto entendido quizás banalmente, el núcleo deíctico de la mayor fracción del problema (sin omitir una fracción menor en cuya disyunción étnica han querido ver algunos la voracidad de un correcaminos). Siempre volviendo a los hechos acaecidos durante el medioevo en el período conocido por muchos historiadores como La Gran Salpimentación de los Frigobares, nos situaremos ante una posibilidad de “sincretismo social”, o bien, “sincretismo asintomático”, en cuyos cauces han empezado a florecer tercas hipótesis de improbable origen hispánico-parlante.
Es la tercera instancia o etapa la que aparece como genuinamente problemática o - si rastreamos un término más concordante con la tradición Hegeliana de tostar el pan lactal de un solo lado – enervante, en el sentido mundomariniano de su vasta terminología. Es en este tipo de confrontaciones espirituales donde nos vemos cara a cara con el duodeno de Morley y el apéndice de Shostakovich. Porque, y aquí quizás germinen las dificultades más extensas que ofrece el diagrama de Venn cuando se halla entablillado, no es la simpleza del azar la que pretende desnudar a los titiriteros de la democracia (Ismael Serrano y Cía.), sino el mismo establishment del clero, el cual, si bien ha estado cerca, no ha sucumbido ante la mala prensa que suele cultivar la resurrección de la carne en las altas esferas de la barra brava de Aldosivi, últimamente muy ligada al tráfico de piernas ortopédicas para babosas emancipadas y, sobre todo, al montaje de reality-shows ilegales en la Triple Frontera. Es en este punto crítico en el que las alianzas se resquebrajan, quizás imperceptiblemente, pero con consecuencias a veces evitables en los mercados de la periferia, sobre todo en el área comprendida entre el eje financiero de Belmopán y el corredor ecológico ártico donde pueden verse osos polares todos los meses del año, armando sus árboles navideños anticipadamente.
Un ejemplo lo suficientemente concreto viene provisto por el ahora legendario Mario Grasso, en cuyas maniobras “retro-spectivas”, fuertemente objetadas en su momento por el parlamentarismo villero, puede hallarse tal vez el mayor clivaje pre-operacional con arreglo a fines de este lado de la línea internacional de cambio de fecha, al menos en los últimos veinticinco antaños. Grasso, probo experto en el mundano arte del punk-rock panfletario, había encontrado un nicho de negocios con la comercialización de magazines pornográficos para bisabuelos postizos. El boom de la Bayaspirina Forte (con tecnología capaz de evitar el agregado de azúcar impalpable para las llamadas lenguas vivas) y la caída de precios en los prostíbulos de calle Lavalle demostraron, en todo caso, que era el hombre justo con la idea justa en el momento Juan B. Justo. Hoy en día, alarmada por el crecimiento ostensible del “libertinaje geriátrico” – así lo han dado en llamar los apocalípticos – ciertos sectores de la avanzada izquierdista napolitana (cuyo lema, irónicamente, reza: “A la izquierda de la izquierda”, es decir, a la derecha, y cuyo himno sigue siendo el tema “Walk Of Life” de los Dire Straits) han propuesto a la gestión del Jefe de Gobierno, mediante una solicitada emitida por la Agencia Fatua, un sistema de parquímetros con forma de helicóptero que deberían instalarse en los terruños públicos que los jóvenes y no tan jóvenes utilizan como geografía para perfeccionar la carantoña de Neanderthal (siempre inconclusa), el nasal-fuck popularizado por Romina Gaetani y otras prácticas de sexopatía corporativa (porque esta es, muy en el fondo, su naturaleza). Ha sido harto difundido, y por ende el lector no debiera desconocer, que dichas prácticas fueron recientemente avaladas por el Concilio Vaticano III luego de que la Papisa francesa Amelie Mauresmo adhiriera al free love largamente solicitado por el mártir xeneize Timothy Leary, en aquel cónclave organizado por agentes del KKK (apropiadamente encubiertos como marineros de jerseys turgentes con sinusitis).
A propósito del amor desleal, entonces, y retornando a la cuestión de la cultura popular y su peligrosa obsesión con los números impares (por ejemplo, y sin irnos más lejos, podemos mencionar a los tres chanchitos, los cinco latinos, los siete samuráis, los bizcochos nueve de oro, el once contra once, los martes trece, las fiestas de quince, y las diecisiete maneras distintas de dibujar decágonos regulares con un pincel atado al hombro), nos queda dilucidar cierta tipología estilística sobre los repertorios legislativos en el seno de nuestros juzgados y regímenes carcelarios. Mientras la ley sea impartida desde las cortes, con la afinidad institucional que el status-quo hoy garantiza, se seguirá dando un mensaje equivoco a aquellos que buscan el objetivo político desde los cortes, como ha ocurrido últimamente con los tractorazos de Nito Artaza y su Movimiento Armado de Babushkas (acento en la primera sílaba, ¡Guarda!) con Sed de Sangre (bloodthirsty). Nótese la diferencia morfológica en este sentido. Cuando Fito Páez, en un célebre reportaje a Radiolandia en el año MMVII d.c. decía “El planetario es un buen lugar para fagocitarse una chala, man” se refería, justamente, a este tipo de ambigüedades semánticas que nuestro vocabulario aún custodia como remendones de la época de Cervantes, el Mono Navarro Montoya y las funciones de trasnoche de la agrupación A.N.I.M.A.L. (Sigla para Acá Nunca Intentamos Metérsela A Lopilato).
Provisionalmente, estamos en condiciones de redactar una conclusión temprana pero pertinente que, si las expectativas de nuestros sueños están para ser cumplidas, deberá ser aprobada como epitafio final del mundo moderno, cuando los monolitos universales apunten a la roca muerta y parda de nuestra Tierra otrora elegante, bajo la sombra de una enana blanca que alguien en algún momento pudo ver brillar a través de unas muy lookeadas gafas oscuras, quizás cabalgando por las planicies y ciertamente maravillándose ante la inagotable energía cósmica desplegada ante sus narices. Hace poco, y esto viene al caso por más de una razón académica, Sol Acuña explicó en el confesionario de Gran Hermano (no famosos) que: “Sería necesaria la energía consumida por los Estados Unidos durante decenas de años para generar el equivalente a un sol durante un segundo. Por eso me llamo como me llamo”. Esto le valió una nominación de parte de Haliburton, que no quiere competencia – realmente no la quiere – a la hora de definir qué recursos energéticos debemos utilizar y qué precios debemos pagar por ellos.
“Somos rehenes”, dice una “misheard lyric” del grupo Wings. Amén. Y una última aclaración antes del inevitable epílogo: a quién no le gustan los canapés éstos, especialmente si los sirvieron con pepino engatillado.
De todas maneras, la cuestión sobre el amor desleal es susceptible de ser escindida en tres o cuatro parámetros asequibles para quienes pretendiesen, en un rapto de positivismo burgués, reconstruir la moratoria del jubileo. En una primera instancia hay un algo, aquello que no sabemos, que por el momento podemos llamar “tropos”, en tanto que precede a su propia entidad mientras no aparenta volver. Es ante todo una forma de eludir el problema de la estética, cuyas aristas más refinadas raramente han estado empotradas en esas largas apoyaturas, hoy naturalmente caducas. Habrá, y esto no deja de ser improbable, quienes sostengan que ante la duda vale la pena el escarnio de la defensa del sistema ptolemaico: si, por ejemplo, la palabra italiana “nubile”, derivada del fraseo de los escolásticos nubirem (que vendría a remitir a la plutocracia de un Thomas Mann pasteurizado), pudiera ser recortada sobre el sistema figura-fondo de su misma verticalidad, se podría indagar la miopía de aquellas comunidades que, acaso, han paladeado el juego de Scotie Pippen en su plenitud.
En una segunda instancia, y aquí nos vamos a concatenar aunque sea en modo tangencial con la teoría del “hyper-espectrum” de la escuela de Vía Flaminia, pasamos a denominar una suerte de espacialidad oscilante en cuyos vectores de flujo (vecteurs de flux) hallaremos, y esto entendido quizás banalmente, el núcleo deíctico de la mayor fracción del problema (sin omitir una fracción menor en cuya disyunción étnica han querido ver algunos la voracidad de un correcaminos). Siempre volviendo a los hechos acaecidos durante el medioevo en el período conocido por muchos historiadores como La Gran Salpimentación de los Frigobares, nos situaremos ante una posibilidad de “sincretismo social”, o bien, “sincretismo asintomático”, en cuyos cauces han empezado a florecer tercas hipótesis de improbable origen hispánico-parlante.
Es la tercera instancia o etapa la que aparece como genuinamente problemática o - si rastreamos un término más concordante con la tradición Hegeliana de tostar el pan lactal de un solo lado – enervante, en el sentido mundomariniano de su vasta terminología. Es en este tipo de confrontaciones espirituales donde nos vemos cara a cara con el duodeno de Morley y el apéndice de Shostakovich. Porque, y aquí quizás germinen las dificultades más extensas que ofrece el diagrama de Venn cuando se halla entablillado, no es la simpleza del azar la que pretende desnudar a los titiriteros de la democracia (Ismael Serrano y Cía.), sino el mismo establishment del clero, el cual, si bien ha estado cerca, no ha sucumbido ante la mala prensa que suele cultivar la resurrección de la carne en las altas esferas de la barra brava de Aldosivi, últimamente muy ligada al tráfico de piernas ortopédicas para babosas emancipadas y, sobre todo, al montaje de reality-shows ilegales en la Triple Frontera. Es en este punto crítico en el que las alianzas se resquebrajan, quizás imperceptiblemente, pero con consecuencias a veces evitables en los mercados de la periferia, sobre todo en el área comprendida entre el eje financiero de Belmopán y el corredor ecológico ártico donde pueden verse osos polares todos los meses del año, armando sus árboles navideños anticipadamente.
Un ejemplo lo suficientemente concreto viene provisto por el ahora legendario Mario Grasso, en cuyas maniobras “retro-spectivas”, fuertemente objetadas en su momento por el parlamentarismo villero, puede hallarse tal vez el mayor clivaje pre-operacional con arreglo a fines de este lado de la línea internacional de cambio de fecha, al menos en los últimos veinticinco antaños. Grasso, probo experto en el mundano arte del punk-rock panfletario, había encontrado un nicho de negocios con la comercialización de magazines pornográficos para bisabuelos postizos. El boom de la Bayaspirina Forte (con tecnología capaz de evitar el agregado de azúcar impalpable para las llamadas lenguas vivas) y la caída de precios en los prostíbulos de calle Lavalle demostraron, en todo caso, que era el hombre justo con la idea justa en el momento Juan B. Justo. Hoy en día, alarmada por el crecimiento ostensible del “libertinaje geriátrico” – así lo han dado en llamar los apocalípticos – ciertos sectores de la avanzada izquierdista napolitana (cuyo lema, irónicamente, reza: “A la izquierda de la izquierda”, es decir, a la derecha, y cuyo himno sigue siendo el tema “Walk Of Life” de los Dire Straits) han propuesto a la gestión del Jefe de Gobierno, mediante una solicitada emitida por la Agencia Fatua, un sistema de parquímetros con forma de helicóptero que deberían instalarse en los terruños públicos que los jóvenes y no tan jóvenes utilizan como geografía para perfeccionar la carantoña de Neanderthal (siempre inconclusa), el nasal-fuck popularizado por Romina Gaetani y otras prácticas de sexopatía corporativa (porque esta es, muy en el fondo, su naturaleza). Ha sido harto difundido, y por ende el lector no debiera desconocer, que dichas prácticas fueron recientemente avaladas por el Concilio Vaticano III luego de que la Papisa francesa Amelie Mauresmo adhiriera al free love largamente solicitado por el mártir xeneize Timothy Leary, en aquel cónclave organizado por agentes del KKK (apropiadamente encubiertos como marineros de jerseys turgentes con sinusitis).
A propósito del amor desleal, entonces, y retornando a la cuestión de la cultura popular y su peligrosa obsesión con los números impares (por ejemplo, y sin irnos más lejos, podemos mencionar a los tres chanchitos, los cinco latinos, los siete samuráis, los bizcochos nueve de oro, el once contra once, los martes trece, las fiestas de quince, y las diecisiete maneras distintas de dibujar decágonos regulares con un pincel atado al hombro), nos queda dilucidar cierta tipología estilística sobre los repertorios legislativos en el seno de nuestros juzgados y regímenes carcelarios. Mientras la ley sea impartida desde las cortes, con la afinidad institucional que el status-quo hoy garantiza, se seguirá dando un mensaje equivoco a aquellos que buscan el objetivo político desde los cortes, como ha ocurrido últimamente con los tractorazos de Nito Artaza y su Movimiento Armado de Babushkas (acento en la primera sílaba, ¡Guarda!) con Sed de Sangre (bloodthirsty). Nótese la diferencia morfológica en este sentido. Cuando Fito Páez, en un célebre reportaje a Radiolandia en el año MMVII d.c. decía “El planetario es un buen lugar para fagocitarse una chala, man” se refería, justamente, a este tipo de ambigüedades semánticas que nuestro vocabulario aún custodia como remendones de la época de Cervantes, el Mono Navarro Montoya y las funciones de trasnoche de la agrupación A.N.I.M.A.L. (Sigla para Acá Nunca Intentamos Metérsela A Lopilato).
Provisionalmente, estamos en condiciones de redactar una conclusión temprana pero pertinente que, si las expectativas de nuestros sueños están para ser cumplidas, deberá ser aprobada como epitafio final del mundo moderno, cuando los monolitos universales apunten a la roca muerta y parda de nuestra Tierra otrora elegante, bajo la sombra de una enana blanca que alguien en algún momento pudo ver brillar a través de unas muy lookeadas gafas oscuras, quizás cabalgando por las planicies y ciertamente maravillándose ante la inagotable energía cósmica desplegada ante sus narices. Hace poco, y esto viene al caso por más de una razón académica, Sol Acuña explicó en el confesionario de Gran Hermano (no famosos) que: “Sería necesaria la energía consumida por los Estados Unidos durante decenas de años para generar el equivalente a un sol durante un segundo. Por eso me llamo como me llamo”. Esto le valió una nominación de parte de Haliburton, que no quiere competencia – realmente no la quiere – a la hora de definir qué recursos energéticos debemos utilizar y qué precios debemos pagar por ellos.
“Somos rehenes”, dice una “misheard lyric” del grupo Wings. Amén. Y una última aclaración antes del inevitable epílogo: a quién no le gustan los canapés éstos, especialmente si los sirvieron con pepino engatillado.
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