El de Vélez no fue un show para convertir a los infieles. Con su espigado atuendo negro, su inamovible sombrero símil Zorro y su decrepitud, Robert Allen Zimmerman se erige como una figura acaso más evasiva que nunca. Su cuerpo apenas se deja zamarrear por las trombas sonoras. Su rostro absorto no parece observar nada más allá de la propia mente que conjuga metáforas. Su voz otrora de arena y pegamento - como la supo definir esa antítesis llamada David Bowie - prácticamente tose las canciones en desgarrados crucigramas, tapizando su lirismo clásico de humos macabros, vengativos, funambulescos. La jugarreta escénica del Dylan versión siglo XXI, más allá de los aires de distracción que suele merodear en este tipo de acontecimientos mediáticos, no es apta para corazones débiles.
El de Vélez no fue, a pesar de todo, un show para estadios. La austera puesta en escena, el sonido cristalino (casi jazzero, como el de los últimos tres álbumes) y la música contemplativa pedían a gritos un ambiente íntimo donde sumergirse sin la hipnosis de las pantallas flameantes o la gigantez vana del escenario. No hubo concesiones a quienes pretendían corear al unísono las letras de los grandes "hits"; Dylan siempre se las ingeniaba para escupir unos versos irritantemente descentrados, por fuera de todo consenso. Y si bien sus composiciones más recientes - casi todas pertenecientes a Modern Times - conservaron las formas, sus viejos himnos se deconstruyeron en módulos para armar y desarmar, sobre los que la voz de Dylan patinó y clavó puñales con tanta elocuencia como libertad. El recital no fue, en absoluto, una liturgia para el lagrimeo y la nostalgia, sino mas bien un examen riguroso, rebosante de actualidad y muy difícil de digerir en una sola escucha. Un Dylan árido, severo, implacable que, sin llegar a ser altanero, tampoco resultó simpático.
El de Vélez fue un show extraordinario, aunque sea por el hecho de estar ante quien es, en esencia, un mausoleo viviente de las tradiciones musicales de una Norteamerica ancestral. Bajo su proverbial autoría, toda aquella mitología de fantasmas y carreteras, de santos y comediantes, de amantes y circos, de inmigrantes y bufones, emerge renovada con un espíritu moderno que sabe a vastedad, a universalidad, a grandes narraciones. La frecuente ausencia de ornamentos o "ganchos" convencionales en la música de Dylan se ve justificada por el riquísimo imaginario literario que este auténtico trovador, este poeta, este guionista de canciones sabe impregnar en cada habitación donde comience a sonar alguno de sus mejores discos. Y aún tendemos a olvidar que este mismo anciano huraño, de sombrero y gestos adustos, fue el instigador de algunas de las melodías más hermosas que conoce el mundo. Guste o no - está claro que la obra de Dylan no es, ni será, apreciada por todos igual - hay que admitir que se trata de un artista único e irreemplazable en la historia. No por mucho repetirlo deja de ser verdad: ayer Vélez estuvo ante una leyenda.
El de Vélez fue un show con dieciocho canciones, algunas nuevas y otras viejas. El epicentro estuvo en su último disco, Modern Times (2006), del cual rescató la mitad de los diez temas, entre ellos la bellísima Nettie Moore. De su celebrado antecesor, Love And Theft (2001), surgió una de las genuinas palizas de la noche, una Honest With Me sencillamente aplastante que lo tuvo a Dylan aporreando el teclado con ostensible energía y al resto de la excelente banda haciendo un desparramo, como una locomotora a quinta marcha, sin un ínfimo atisbo de piedad. Entre las más viejas apareció el blues de Watching The River Flow, un tema poco conocido para el público general pero adorado por los incondicionales. Grata fue la insistente escala en Blonde On Blonde, aquella obra maestra de 1966 que se lució para abrir tanto el show principal con Rainy Day Women (el "Everybody must get stoned!" fogoneó uno de los pocos aullidos tribuneros de la noche) como el bis con Stuck Inside Of Mobile With The Memphis Blues Again, y que culminó con Just Like A Woman, cuya perfecta melodía fue completamente neutralizada por el irregular fraseo de Bob. La cúspide se alzó promediando el concierto, con una rendición épica de Highway 61 Revisited en la que un poseído Dylan conjuró evangelios y demonios antiguos mientras se desataba un estremecedor aquelarre de blues. Nunca hubo en Vélez alarido más intimidante que ese "Out on highway sixty-one" soltado por Dylan al final de la primera estrofa.
El de Vélez fue un show que para algunos fue una maravilla y para otros un embole total. No hubo que ser brujo para darse cuenta que, sobre el final, a muchos ya se les había agotado la paciencia, a juzgar por el murmullo generalizado que se escuchó de fondo mientras sonaban temas como Stuck Inside Of Mobile. Tampoco hubo que ser brujo para detectar alrededor a varios que se emocionaban, que eran capaces de reconocer las canciones aún en sus intros más engañosas y que cantaban esforzándose por restaurar las melodías originales ante el intrépido borboteo del viejo. No faltará quienes, tal vez sin una buena contextualización previa, opinen con disgusto que el tipo destrozó las canciones; no faltará quienes repliquen que son versiones diferentes, adaptadas a lo que puede y quiere decir Dylan hoy por hoy. Otros, quizás la mayoría, tendrán sensaciones encontradas que quedarán ahí, a medio camino entre un extremo y el otro.
Lo que tal vez cueste asumir es que un recital de Bob Dylan es, hasta la médula, una experiencia diferente; uno no va a ver a Dylan para divertirse ni para pasar el rato. Tampoco va uno a mover el esqueleto, ni a cantar abrazado a la novia. Desdichados los que esperen a un Dios del Rock matando una Fender, desdichados los que esperen un "Hello, Argentina, I love you so much", desdichados los que esperen que se cuelgue la acústica en solitario como si fuera 1964 otra vez. Dylan jamás miró atrás; no le interesa ser una "cajita de los recuerdos" (para eso se vienen un par de fechas con Rod Stewart, para no perdérselo). Ver a Dylan es asisitir a un desafío mental que bien puede caer como una soberana patada en los huevos. Algunos sobre el escenario verán a un mito palpitante que, cuarenta y cinco años después del primer disco, sigue redefiniendo los límites de lo que es el espectáculo y el arte. Otros no verán más que a un viejo derruido, acabado, que ya no puede ni cantar. En cualquiera de los casos, el que sale mejor parado no es otro que el mismo Dylan: como a todo bluesman de ley, le debe encantar ser un viejo acabado. Y seguir cantando, hasta morir.
PD: Cuánto público adolescente. Sorprende.
PD: Cuánto aristrócrata haciendo sonar alhajas en los VIP's. No sorprende tanto.
PD: Cuánto patrocinio de movistar. Qué hincha pelotas.
PD: Qué chica es la cancha de Vélez después de cinco recitales en River.
PD: Qué buena versión se mandaron Gieco, Charly y Santaolalla de "Pensando en Nada".
PD: Qué lineales son algunas letras de Gieco (Ver "Memoria").
sábado, 15 de marzo de 2008
Viejo acabado
rainy day women #12 & 35 - lay lady lay - watching the river flow - masters of war - the levee's gonna break - spirit on the water - things have changed - workingman's blues #2 - just like a woman - honest with me - when the deal goes down - highway 61 revisited - nettie moore - summer days - like a rolling stone - [BIS] stuck inside of mobile with the memphis blues again - all along the watchtower - blowin' in the wind.
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7 comentarios:
Me extraña que Telefónica se queje del patrocinio de Movistar.
Ah, estamos ensayando algunas infotácticas. Esta se llama autoflagelación irónica, para que los usuarios se apiaden de nosotros y tengan mayor simpatía por el gusanito.
Larga vida al artista, joven o viejo, segual. It's a hard, it's a hard, it's a hard rain gonna fall. El resto es MKT y existe, por supuesto.
Muy buena, aunque fueron 18 canciones, no 17, y eso sin contar cuando hicieron instrumentalmente una parte de "My back pages" (perdón por la precisión, no lo pude evitar).
Y soy de los que opinan que el show fue una maravilla... Es cierto, como yo estaba cerca ni pensé en eso que decís que debería haber sido un recital para teatro, no estadio.
Sin contar o contando? Yo lo de "My Back Pages" en el momento no lo identifiqué (según vos fue antes de Just Like A Woman no?). Pero si no la tenemos en cuenta, sigo contando 17. ¿Cuál falta? Mirá que las "rainy day women" cuentan como una sola eh?? :)
Yo me perdí ver a Dylan aquí porque no me puse de acuerdo pero me lo imagino y creo que tienes toda la razón en lo que dices sobre las distintas percepciones... y sólo los más atentos perciben al Dylan que quiere ser en ese momento.
As: Cry - Ray Charles.
Atte: Juan Ramón Velázquez Mora.
Uy, me había olvidado de "Spirit On The Water"!
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