Dónde habrán quedado aquellos jardines oscuros, desolados de tristeza. Quisiera volver a posarme en ellos como un pájaro después del vuelo. El murmullo de una tormenta a lo lejos, el viento del amanecer que se derrama sobre el océano, la tarde agonizando en hamacas vacías, como tumbas sin flores. Algo viejo vuelve a mí como un escalofrío cuando miro hacia el este, por donde se eleva ahora la sombra de la tierra. El patio del recreo al quedarse después de hora, y el gajo blanco de la luna la noche de mi nacimiento. O la urna funeraria en sus ojos que aún no he olvidado, aunque cuánto de mí se desprendió para siempre con ellos. Es que aún pueden llamarme por mi nombre, en este enclave que de otra forma es puro ensueño. Un niño descalzo que pasó corriendo, sus risas y después nuevamente el silencio. Qué habrá dejado en sus pisadas sino un valle de recuerdos, como vencejos embrujados que caen a mis pies por una claraboya abierta. Muertas sobre el piso, las plumas imitan su pelo revuelto sobre la almohada en la penumbra tibia. Entonces ansío volver a dormir las horas en las lágrimas de mi madre, como si este paisaje nunca me hubiera sido obsequiado, como si nunca se hubiera resbalado un mundo del cuenco de mis manos. Siempre alcanzando algo que luego malentiendo, en este bosque me unto en la dureza del suelo y me amamanto del barniz de sus ojas muertas. De cuando en cuando, recostado, vuelco la mirada a un cráter de cielo entre las copas de los árboles, por donde desfilan inmóviles las estrellas. Casi el milagro, casi el deseo. Dónde refugiarnos entre tanto misterio.
1 comentario:
Me encanta Fede! Al fin uno de estos...
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