El blusero es madrugador. Nada de dormir hasta las cuatro de la tarde cual marmotas, como hacen los rockeros. Así que, a levantarse temprano, bien temprano a la mañana cuando sale el sol. Si canta un gallo, mejor. El gallo es clave. Si se levantan antes de que cante dicho gallo, mejor todavía. Suman un montón.
El blusero labura. No solo labura, sino que se rompe bien el culo. Como el negro que es. De la mañana a la noche, de siete a once, todo el día. Y no es que hay una oficina prolijita con cuadritos modernos ni cosas copadas de vidrio. El blusero suda a pleno sol, la pasa mal. El jefe, para colmo, es un hijoderremilputa y le pagan una miseria que apenas la alcanza para comprar zapatos. Lo que sí puede comprar son anillos y perlas para su mujer (que después lo va a cagar mal).
Nada de autos o pick-ups. El blusero, en tren. El tren, la estación, esperando interminablemente. No hay dónde ir, o no se sabe a dónde ir. No importa; pase lo que pase (que siempre será algo malo) la salida es siempre tomarse el tren y mandarse para alguna parte. Es clave llevar siempre la valija; el viaje va a ser largo. Queda re-bien mirar atrás cuando el tren está partiendo, para explicitar sin vueltas que algo se está dejando atrás. Si es para siempre, mejor.
Es importante tener la mente preocupada. Preocupada por un amor perdido. El blusero tenía una mujer que estaba buena y que, como si fuera poco, lo amaba, que lo trataba bien (una mujer, a no confundirse que el blusero de cepa no anda con troladas). Pero él se encargó de mandarlo todo al demonio, y ahora se arrepiente. Es factible también que sea la mujer la que le hizo mal (a pesar de los anillos y perlas que le compraba); en ese caso el blusero, si bien no deja de llorar día y noche, jamás abrigará deseos de venganza, sino un simple lamento ante Dios por su mala fortuna.
Más o menos con estas cuatro máximas de vida (se pueden tirar por ahí un par de pactos con el diablo, algún consejo del padre viejo, justo antes de morir o no, una gitanita adivinando en los naipes), se tiene la base para una buena canción de Blues. Cualquier otra sofisticación o artificio ya no es verdadero blues. Recordar ir tirando cables a la cuarta y la quinta y cantar con la voz doliente, como si mañana se acabara el mundo.
Porque, no sé si sabían, que mañana se puede acabar el mundo.
El blusero labura. No solo labura, sino que se rompe bien el culo. Como el negro que es. De la mañana a la noche, de siete a once, todo el día. Y no es que hay una oficina prolijita con cuadritos modernos ni cosas copadas de vidrio. El blusero suda a pleno sol, la pasa mal. El jefe, para colmo, es un hijoderremilputa y le pagan una miseria que apenas la alcanza para comprar zapatos. Lo que sí puede comprar son anillos y perlas para su mujer (que después lo va a cagar mal).
Nada de autos o pick-ups. El blusero, en tren. El tren, la estación, esperando interminablemente. No hay dónde ir, o no se sabe a dónde ir. No importa; pase lo que pase (que siempre será algo malo) la salida es siempre tomarse el tren y mandarse para alguna parte. Es clave llevar siempre la valija; el viaje va a ser largo. Queda re-bien mirar atrás cuando el tren está partiendo, para explicitar sin vueltas que algo se está dejando atrás. Si es para siempre, mejor.
Es importante tener la mente preocupada. Preocupada por un amor perdido. El blusero tenía una mujer que estaba buena y que, como si fuera poco, lo amaba, que lo trataba bien (una mujer, a no confundirse que el blusero de cepa no anda con troladas). Pero él se encargó de mandarlo todo al demonio, y ahora se arrepiente. Es factible también que sea la mujer la que le hizo mal (a pesar de los anillos y perlas que le compraba); en ese caso el blusero, si bien no deja de llorar día y noche, jamás abrigará deseos de venganza, sino un simple lamento ante Dios por su mala fortuna.
Más o menos con estas cuatro máximas de vida (se pueden tirar por ahí un par de pactos con el diablo, algún consejo del padre viejo, justo antes de morir o no, una gitanita adivinando en los naipes), se tiene la base para una buena canción de Blues. Cualquier otra sofisticación o artificio ya no es verdadero blues. Recordar ir tirando cables a la cuarta y la quinta y cantar con la voz doliente, como si mañana se acabara el mundo.
Porque, no sé si sabían, que mañana se puede acabar el mundo.
2 comentarios:
Muy bueno. Ahora una pregunta: ¿No será el canto del blusero el síntoma de una resignación?
Saludos Fedefer!!
Uno de mis posts favoritos.
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