martes, 16 de octubre de 2007

De Córdoba Capital

Con algo de dolor empieza Buenos Aires a degradarse. Es larga y polvorienta la transición hacia su sustrato (eso que era en un principio): la inmensidad vacía, las distancias indeterminadas cruzando bajo cielos sin descanso. Ninguna convención ha forjado aún límite alguno, excepto una soledad barnizando el paisaje chato, o una llanura que, cada vez más nítida, empequeñece indefectiblemente todo cuanto el hombre se empecina en edificar sobre ella. Es todavía una ciudad, supongo, pero una ciudad de pozos y lápidas. Una ciudad de galpones, chimeneas, charcos, usinas grises, tanques de agua, estaciones de servicio abandonadas, esqueletos retorcidos de carteles en desuso, construcciones truncas, montañas de ladrillos, rollos de cable, sendas de tierra fugándose en la nada, autos chocados que se hunden en el barro, vías de tren tapadas por yuyales, riachos sin nombre, rótulos borrados. El mundo acá es un lugar tenue y desmembrado. Paradójicamente, lo que veo es la ciudad gateando, la ciudad incipiente que marca el terreno por donde se expandirá (como una supernova). Y sin embargo todo parece agonizante, estéril y hasta diría que insignificante. Uno lo que quiere es simplemente seguir alejándose, cada vez más.

Ruta 9. Casi antes de sentir que estoy por fin en el campo, la autovía 9 se choca con Rosario y sus villas miseria repletas de árboles. Lo que tiene Rosario es que sus torres más altas pueden verse desde la ruta si se mira hacia lo muy lejos. Quizás sea porque la ciudad (que es grande pero tampoco tanto) empieza y termina de golpe, sin esa sensación gradual de estar llegando a alguna parte: manejando desde Buenos Aires todo es campo y de repente, casi que de la nada, aparece la ciudad. Extraño fenómeno éste (que puede confirmarse en Google Earth). Luego, ya poniendo proa hacia Córdoba, la 9 pierde rápido sus foros de autopista y se convierte en un tracto de lenta digestión, con todos esos pueblos justo en el medio y sus deprimentes estaciones de ómnibus. Y sus semáforos domingueros sobre la misma ruta, siempre predispuestos a esas largas siestas de luz roja que celan caminos laterales desiertos, sin destino comprobable. Me pregunto qué cosas pasan en estos pueblos todos iguales uno al otro, todos tristones, ralos, sin arquitectura. El Chevallier lechero de las diez, para colmo, se detiene en cada uno de ellos, aunque sea para que el conductor se baje a firmar el papelito (no sé, supongo que alguien dando fe de que el micro efectivamente se detuvo), o para cargar algún paquete que hay que llevar a algún lado. Carcarañá, Cañada de Gómez, Marcos Juárez, Leones, Bell Ville, Villa María y así.

(En la estación de CAÑADA DE GÓMEZ, de la gran "E" mayúscula de GÓMEZ cuelga un pajarito muerto, como un plumífero arcángel ahorcado. Y me pregunto: qué onda)

Música que voy escuchando en el viaje, y ciertas revelaciones que surgen al respecto: Red Rose Speedway de Paul McCartney (My Love no es TAN mala, Little Lamb Dragonfly es un puto temazo); Led Zeppelin I (Los últimos minutos de How Many More Times son el equivalente rockero al finale de la Novena Sinfonía de Beethoven... no es hipérbole). Mientras tanto la entrada a Rosario se demora como una hora gracias a dos camiones despatarrados en la circunvalación. El ómnibus juega una carrera de tortugas con un camión que porta un manojo de vacas todas transpiradas, con clips amarillos en las orejas y números dibujados en el cuero. Las miro fijo a los ojos y no veo nada; la vaca es uno de los pocos animales que no inspiran ni ternura, ni respeto, ni gracia: solo ganas de comer una buena parrillada. Recuerdo que tengo hambre, hablando de parrilladas, porque solo almorcé unas fajitas Tía Maruca. Bryter Layter de Nick Drake, ya saliendo de Rosario bajo un sol oblicuo que penetra todo (Mejor disco de Nick Drake, aunque la segunda mitad la escucho dormitando), Peter Gabriel III (Family Snapshot no tiene onda, In Through The Wire es irritante, pero Intruder, I Don't Remember y Games Without Frontiers son más o menos una masa). Qué mas. Don't Believe The Truth de Oasis (firme, muy psicodélico, me jodo y digo que lo prefiero a los famosos primeros dos). Y por último, The Name Of This Band Is Talking Heads, cidí 1, que dura justo el lapso entre Villa María y Córdoba, mientras el cielo estrellado me inventa constelaciones (Este no necesita ningún tipo de comentarios).

Llegada. La Docta me recibe por primera vez cuando ya es muy de noche. Aún en la distancia uno advierte su resplandor unívoco iluminando un sudario de nubes bajas; tal es su intensidad que hasta se adivinan las siluetas serranas que emergen más allá. Ver por primera vez las Sierras de Córdoba es parte del rito de viajar hacia el oeste; la llanura aburrida por fin dice basta, y se entrega a ese serpenteo misterioso que nos veda para siempre el horizonte. Más allá las Altas Cumbres, más allá Traslasierra, más allá La Rioja, más allá Cuyo, más allá los Andes. Lo que me fascina de las montañas (o las sierras) es justamente eso: que siempre hay algo detrás, algo que no podemos ver pero que forzosamente imaginamos.

Córdoba Capital. Es la segunda ciudad argentina que, percibida desde adentro o mientras voy llegando, me provoca esa sensación de infinitud. La primera, lógicamente, fue Buenos Aires. Porque Rosario no se anima a cruzar el Paraná, porque Mendoza y San Juan caben en la palma de una mano, porque Neuquén está demasiado fragmentada entre promontorios rojizos, porque Salta calza en un golpe de vista desde el San Bernardo y porque Mar del Plata se intuye totalmente desde la cima de un tanque de agua. Si bien nada de lo que veo (al llegar, al volver) se compara con esa experiencia pavorosa que implica recorrer la AU 25 de mayo de punta a punta, Córdoba es en cierta manera infinita (como debe ser cualquier ciudad que se precie de tal). Son las once de la noche; las luces blancas y amarillas salpican hasta donde mi vista se pierde, al entrar desde la parte alta, mirando hacia abajo.

Chevallier lechero. Digamos que aunque el micro se para para cualquier cosa excepto para chocar, dos condiciones le dan al viaje un matiz agradable. La primera es que no pasan ninguna película. Detesto que me pasen películas cuando no quiero ver ninguna película, y en los micros de larga distancia lo hacen. No sé con la autorización de quién o el consenso de quiénes, pero lo hacen. Y es muy molesto. Básicamente porque no se pueden evadir, básicamente porque las pantallas están o muy lejos o muy oblicuas, básicamente porque por lo general suelen ir de malas a pésimas, pasando por muy malas, bastante malas y taaan malas. Pero este viaje es película-free; habría que inventar esa categoría y cobrar más caro. La segunda condición agradable es que no tengo a nadie sentado al lado. Puedo sonar odioso, pero no. No es que me moleste particularmente tener a alguien ubicado al lado, pero siempre está la posibilidad de que te caiga uno de esos pasajeros que sienten, porque da la casualidad de que estás ahí, la extraña urgencia de ponerse a darte charla. Y te empiezan a preguntar veleidades (ejemplo: ¿A dónde vas? ¿Con qué objetivo? ¿Cuándo volvés?); y uno contesta, para no ser descortés; pero no repregunta, para dar a entender que la idea de conversar todo el viaje no le apasiona. No importa, porque el pasajero en cuestión seguramente se turnará para contestar sus propias preguntas, y terminará hablando de que tiene tres hijas, que una vive en Corrientes, y que viaja seguido, y que tiene que trabajar y que bueno, todo mal. Uno contesta: "aahhh". En papel a veces teorizo sobre cómo nuestras vidas se podrían enriquecer si nos animáramos a hablar con quien se sienta al lado en el tren o en el colectivo; en la práctica, supongo que la gran mayoría de nosotros no tiene nada interesante para decir a un extraño. Así que bien que puedo sentarme yo, con la ventanilla, y un asiento al lado para apoyar lo que haya que apoyar.

Córdoba Capital revisitada. Ni muy linda, ni muy fea. No es ni muy Mendoza o Mar del Plata, pero tampoco muy Santiago del Estero o Bahía Blanca. Tiene eso sí un ritmo de ciudad grande, y está muy bien: porque uno se toma un taxi, se manda para cualquier lado, cruza el río y tras múltiples cuadras todavía encuentra plazas, boliches, lugares para estar. Su especificidad arquitectónica son los rascacielos de ladrillo. Hay montones, por todas partes. Algunas de sus avenidas o encrucijadas emplazan marcos urbanos imponentes; Estrada trepando para Plaza España, la intersección entre Vélez Sarsfield e Illia (que es como la Times Square cordobesa), el Paseo del Buen Pastor con la gótica iglesia de los Capuchinos asomando detrás (sobre todo de noche), el cabildo (que es un cabildo de verdad, no como el que tenemos acá) o incluso los varios edificios coloniales del centro (como el rectorado de la Nacional, o la Iglesia de la Compañía de Jesus, que por momentos me ilusiona con estar en Asís o algo así). Por otro lado, ciertas partes de la zona céntrica parecen recodos de un pueblo pampeano cualunque, hay muchos edificios medio venidos a menos, algún que otro mamotreto edilicio y por lo general muy pocos árboles. La impresión no obstante sigue siendo positiva: es una ciudad para caminarla, desnudarla y descubrir sus ángulos más agudos.

Catedral. Está toda manchada de negro, como si fuera una torta con baño parcial de chocolate. Intenté entrar tres veces; las dos primeras estaba cerrada (aunque admito que no había muchas esperanzas la vez primera, dado que eran las dos de la madrugada). El tercer intento, domingo al atardecer, se ve frustrado por una mazorca de católicos belicosos que plantan un cordón humano en las escalinatas de entrada. Detrás, una grandiosa lámina que muestra la mano de un bebé apretando el dedo de un no-bebé: se trata, a todas luces, de una manifestación a favor de la vida y en contra de la muerte, o sea, en contra de la legalización del aborto (o aún más, en contra de cualquier debate sobre la legalización del aborto). Son mayoría de jóvenes, y parecen bastante fieros. Uno o dos o tres catequistas los arengan con un megáfono ("nos van a venir a provocar, pero nosotros somos gente pacífica, resistiremos con respeto", o algo del género). El aire es tenso, y nadie se atreve a acercarse a ellos. De pronto uno se planta enfrente del muro humano y empuña en lo alto un rosario blanco como arma de guerra. A rezar: diostesalvemaríallenaeresdegracia, y así sucesivamente hasta que las palabras pierden todo sentido y se derriten en un mantra robótico. Alguien, un hombre, se nos acerca y nos pregunta "¿Ustedes son católicos?", a lo que mi amigo Federico contesta "no, solo pasábamos por acá". En realidad, en mi grupo hay un agnóstico, una judía, una católica jesuita y un católico confirmado autoexcomulgado (yo). Pero ninguno dice nada, sólo pasábamos por acá. El hombre nos previene: "mejor tengan cuidado porque se viene una banda de abortistas y vienen con armas, está jodido el tema". En efecto, por la calle San Jerónimo avanzan marchando las tropas abortistas, que superan geométricamente en número a los católicos. Entonan cánticos encolerizados que, a medida que se acercan, van eclipsando el rezo del rosario con sus consignas. Iglesia basura, vos sos la dictadura; un hit dedicado a los curas abusadores; nosotras parimos, nosotras decidimos; anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir. No morir. Parece que están a favor de la vida también, por qué tanto alboroto entonces. Ahora las abortistas (que resultan ser son TODAS mujeres) están de frente a la catedral y le tiran cosas a los católicos (bolsas o botellas, quién sabe, ya está bastante oscuro). Hay bombos, carteles de la CTA, de la CCC, típico cotillón de piquete, mientras reclaman a viva voz la potestad de acribillar fetos a su arbitrio. Casi todas llevan un pañuelo verde en la cabeza y le preguntamos a una por qué el verde: "porque es el color por la legalización del aborto". Esclarecedor. De repente los católicos fanáticos, que siguen en las escalinatas, me provocan más simpatía que estas gritonas aparatosas. De todas formas, resulta curioso tanto encono público por personas abstractas, es decir, personas que todavía no nacieron o que ya murieron. Después nos alejamos, y cada tanto nos cruzamos con asustadizos escuadrones de policías, que corren en todas direcciones por las calles de Córdoba.

Oktoberfest. Consiste en mucha gente tomando cerveza en la calle. No más que eso. La plaza de la cerveza está vallada y entrar cuesta veinte pesos. VEINTE PESOS. Estarán aprovechando el pedo generalizado para estafar con impunidad. Uno cuando está en pedo sí paga veinte pesos para entrar, pero nosotros no estamos en pedo, así que no pagamos. Nos perdemos de esto: una plaza con puestos de venta de cerveza (iguales a los muchos que hay afuera), puestos de venta de helados (que de todas formas están vacíos) y uno de esos shows deprimentes donde se elige a la reina o princesa de algo, en este caso de la cerveza (intuyo en un rapto de ingenio). Nos pasamos la tarde vagabundeando con cervezas en la mano, mirando pasar a la gente disfrazada, borracha, o solamente curiosa. El highlight es un viejo que transita con un corderito disfrazado de Peter Pan a upa. Pero hay de todo. Lo mejor de Villa General Belgrano termina siendo la parrillada que incorporamos a las tres de la tarde en un restaurant que estaba a punto de cerrar. Y unos pavos reales. No juzgo que sea el festival más excitante del mundo, precisamente.

Vuelta. El chevallier de medianoche sí pasa película, maldito sea. Tal como me temo, es un bodrio poderoso. Exactamente igual a las pelis que pasan por Film Zone en trasnoche pero con escenas de lucha en cámara lenta reemplazando a las minas en bolas. Imagínense el trance. Arranca con una escena de soldados que avanzan por la jungla sigilosamente, con la cara pintarrajeada y el traje camuflado para mimetizarse con el ambiente. Eso sí, llevan de rehén una chica con vestido rojo chillón, maquillaje y escote furibundo. Como visible a diez kilómetros más o menos. Un chiste. Así me despide Córdoba, mientras me hundo en la madrugada. Esta vez solo paramos en Villa María y Rosario. Llegamos rápido. Casi demasiado.

Dos días y nada más. Pasa en los viajes. En dos días se tienen más sensaciones juntas que en semanas enteras de rutina citadina. Hay que irse a la mierda más seguido, pienso.

miércoles, 3 de octubre de 2007

El diego de los sueños

El set viene a ser una enorme estación terminal de trenes. Por el medio corre algo que sería la vía, la cual atraviesa todo el estudio, dividiendo la tribuna en dos sectores. Donde se acaba la tribuna y comienza el escenario, a la izquierda, hay algo que sería un vagón de tren. Al fondo unas anchas escalinatas trepan hacia un balcón que, como emulando los palcos de un teatro, circunvalan el set casi por completo. Y más atrás, más hacia arriba, una pantalla gigante. Todo bien grotesco, como corresponde.

Siempre, pero siempre (da lo mismo la hora en la que se sintonice) están esos programas de TV, tan deprimentes como inclasificables, grabados en sets aparatosos, llenos de luces, decorados y tribunas enormes. Más alguna modelo tetona (la animadora) vociferando cualquier cosa, más entrevistados poco relevantes (por lo general siempre están de pie y por lo general son siempre los mismos), más siempre algún payaso embarazoso gateando a través de su rutina.

Eso. En este mundo todos son programas de esa onda. Cada día uno nuevo. Como Showmatch, digamos. Acá tenemos uno o dos. Allá parecen tener cien, los infelices.

Justo la animadora (rubia y tetona, por supuesto) está anunciando como invitado al mejor futbolista de la historia “insieme con Pelé”. Quién otro va a ser ¿Guardiola? Es gracioso cómo siempre salen con lo mismo: junto con Pelé. Por qué aclararlo, por qué no dirán el mejor futbolista de la historia y ya, si el invitado es Maradona. Cuando el invitado sea Pelé, que digan lo mismo. Qué más da. Ni como demagogia sirve. Maradona no quiere escuchar “insieme con Pelé”, el público tampoco, y Pelé ni se debe haber enterado de nada.

Luego del anuncio todos miran hacia la pantalla gigante, que está mostrando goles y festejos del Diego. La secuencia de imágenes arranca con el segundo gol al equipo inglés en México’86, naturalmente. De hecho, en ese momento toda la cosa desfonda memorias de ese bochorno auto-celebratorio que conducía Diego en canal trece. La noche del diez. Menos mal que no siguió eso (aunque nunca se puede estar seguro, teniendo en cuenta Showmatch y todo).

La cuestión es que aparece Diego, en efecto es él, bajando por la escalerita y el público lo ovaciona como si fueran todos argentinos fanáticos. En un alarde de sagacidad, el musicalizador mete de fondo “We are the champions”. La tetona recibe a Diego y se ponen a conversar de pie. Dicen dos o tres cosas de las que lógicamente nadie se acuerda. Algo sobre el calcio. Algo sobre que Maradona es sinónimo de calcio. La típica alabanza, bah, de esas que cualquiera le haría al Diez en furibundos raptos de pusilanimidad. Podría de paso preguntarle cómo no se aburre Diego de ser Diego.

Diego, a propósito de él, se ve bien. Algo voluminoso, pero sin escaparle a una saludable normalidad. Se expresa en italiano con fluidez (nada queda de esa medusa de pliegues adiposos que apenas se las ingeniaba con monosílabos de una lengua desconocida). Cada vez que puede abraza a la tetona, aunque no se llega a advertir si le roza, o no, los glúteos. Podría aprovechar, claro.

Dato de importancia: Diego lleva en su mano unos papeles, y eso llama un poco la atención. La conductora entonces le explica a la audiencia que Diego está acá porque ha recibido la carta de una familia y, tras su lectura, se ha conmovido de tal manera que dijo hay que hacer algo. Claro, esos papeles que tiene Diego son una copia de dicha carta, y por eso. La familia que la escribió, siguen informando, está en el estudio, entre el público… Diego no los conoce, así que la conductora los presenta. Se vierte un mix de abrazos, música emocionante y algunas lágrimas. La cosa empieza a vender.

La familia misteriosa es papá, mamá y dos hijas: una diminuta, inquieta, lleva anteojos y sufre alguna dificultad motriz ostensible; la otra alta, adulta, cara de italiana unívoca, un alfajor de dulce de leche con crema y nueces. Todos napolitanos, del sur, de África septentrional diría algún norteño malicioso. Pero qué tiene que ver Diego con esa familia y por qué la carta.

Preguntas cómo éstas son las que mantienen a una audiencia, esa masa amorfa, cautiva. Se puede ir a regar las plantas o mirar la puesta del sol, pero no. Queremos saberlo. Entonces vamos a averiguarlo, dice la conductora, y a la pantalla gigante otra vez. Se desarrolla entonces la típica historia melodramática, editada con meticulosidad, que tanto garpa en televisión.

Stefani era la hija más joven del clan, un pan de Dios, un canto a la vida (y un alfajor también, a juzgar por varias fotos). Pues bien, de pronto le había entrado la manía de deprimirse, hasta que un día, a los veinte años, optó por el suicidio arrojándose por una ventana de la casa (estando la familia presente, para darle un retoque siniestro). Eso sí, dejó un mensaje junto a su taza de café explicando que el mundo era real, era cruel y no quería animarse a enfrentarlo. Estaba contenta de irse al carajo. Pasa.

(Pero los suicidas nunca nos podrán convencer de que es mejor que no estén. Y menos después de haber logrado su cometido).

Después encontraron una hija adoptiva (enviada por Stefani, según ellos) para saldar la horrenda pérdida. Una bebé, pero todo mal. Tenía deformaciones cerebrales que afectaban su capacidad motriz; era un ente inmóvil cuasi-vegetal y los médicos más sabiondos aseguraban que nunca iba a poder caminar o hablar. Pero un día, en medio de la misa (es más, justo durante la consagración, en la que cospeles de pan ácimo se gradúan de cuerpo de Cristo), el milagro. La chica desde el cochecito dijo “mamá” y “papá”, y levantó su manita para acariciarlos. Eso solo.

A partir de dicho episodio la chica empezó a mejorar y a mejorar muchas veces hasta poder caminar sin ayuda de andador o cosas del género. Con torpeza, pero caminar al fin. Nunca se supo, ni se sabrá, qué mano invisible (qué voluntad caprichosa) hizo posible una recuperación tan improbable. Para la familia la respuesta, de todas formas, es fácil: Dios. Quién más.

Ahora bien, el asunto es el siguiente: los pasillos de la casa familiar napolitana son tan angostos que a la chica (el nombre no importa) le cuesta desplazarse a través de ellos, por más recuperada que esté. A todo el mundo siempre algo le falta. No importa cuán felices estemos, al día siguiente probablemente ya estemos insatisfechos por algo, cualquier cosa. Esta no es la excepción, porque los pasillos son muy angostos, los vemos en pantalla.

Se anuncia entonces, una vez transcurrido el informe, que la producción del programa costeará un equipo de albañiles para realizar las reformas edilicias necesarias en la casa familiar. Para que la chica pueda andar libremente, sin tropezarse con estrecheces (que ya bastantes tendrá, salvo que en algún momento prefiera imitar a su enterrada hermana adoptiva). Como para convencernos de que esto será efectivamente así, sale del vagón de tren un inverosímil ejército de presuntos albañiles (que, a juzgar por su estereotipado disfraz, más bien parecen preservativos humanos a punto de salir a la calle a repartir volantes: ¡¡No seas forro!!).

Lo que no se sabe, al menos no lo explican, es qué papel cumple exactamente Diego en toda esta telenovela de bajo costo. No se sabe, por ejemplo, por qué le mandaron una carta contándole la situación. Seguramente Diego tendrá algo que ver en la contratación de los albañiles, pero no deja de ser llamativo que para justificar un premio tan pedestre hayan tenido que gratificarnos con un superlativo dramón como ese. O sea, no es el sucidio de una hija lo que te hace merecer la refacción de tu casa.

Diego igual vuelve a abrazar a todos, muy especialmente a la hija mayor que es realmente un alfajor de dulce de leche. No se va a andar con amagues él, justo ahora, el diez.

Desaparece entonces la familia napolitana, se va al fuera de campo. Pero Diego se queda, y más vale que así sea. No se va a ir a Italia para hacer ensanchar unos pasillos. Ya se hizo la mitad, pero todavía queda una misión que cumplir.

Empiezan pues las claves para enterarnos de qué se trata. Hay un auto que en este mismo momento se está acercando al lugar… en el asiento trasero viajan padre e hijo, y podemos verlos gracias a una camarita hábilmente oculta en la zona del espejito retrovisor. Ninguno de los dos sabe nada acerca del destino de su extraño viaje (al menos el hijo no lo sabe seguro, a juzgar por su pose), y cabe preguntarse por el señuelo que los ha conducido hasta estas instancias.

De todas maneras, el auto va al encuentro de Diego. Mientras lo esperan, la rubia tetona vuelve a entrevistarlo un poco; preguntas sobre los amigos, la familia y el football, pero entonces algo pasa. De improviso (y sin que se sepa bien por dónde) entra en el estudio el auto que estaban esperando, el cual resulta ser un Alfa Romeo negro. Pero no se supone que entre al estudio tan rápido, se supone que Diego tiene que estar escondido o algo, así tiene algo de gracia la sorpresa ¿No? Se arma pues una confusión.

La rubia tetona medio que se arroja contra el auto para que los choferes den marcha atrás y salgan del lugar. Mientras reculan, Diego se agazapa y empieza a subir la escalera para salir de escena y que no lo vean. La secuencia tiene algo de patético y algo de atrapante. Parece que zafan, parece que nadie en el auto lo alcanza a ver a Diego. Igual, algo deben estar sospechando.

Una vez que Diego ya está oculto en los balcones de arriba, donde nadie lo podría ver excepto que se de la vuelta y mire hacia allí, entonces sí, que pase el auto. La conductora se acerca y quiere abrir la puerta trasera pero no puede. Abren desde adentro y se bajan padre e hijo, vestidos todo de negro como si fuesen dos mafiosos importantes.

El tema es así. Al flaco, al hijo, el padre le puso Diego Armando Maradona de nombre (el apellido es Mollica o algo así). La onda es que conozca al Diego Armando Maradona original. Mientras la conductora le pide que muestre su documento de identidad a la cámara (de verdad le pusieron Diego Armando Maradona al pobre), desde arriba el Diego verdadero hace gestos impacientes como diciendo que es un impostor, que el verdadero Diego es él (y menos mal que lo aclara).

Cuando la charla con el Diego trucho no da para más (Y qué te decían en la escuela, etc.) la tetona simplemente presenta al Diego de verdad, el cual baja y se dispone a abrazar padre e hijo como si éstos fueran Dalma y Gianina, o viejos conocidos. Sospechosamente, no parecen muy sorprendidos, pero el Diego trucho ensaya algún lagrimeo poco convincente. Lo más probable es que ni siquiera le guste tanto el fútbol al pobre.

A partir de esta instancia todo se empieza a poner más bizarro todavía. La conductora le pregunta al Diego trucho si quiere cantarle algo al Diego verdadero. Cantarle, por qué cantarle. El Diego verdadero, justificadamente, pone cara de susto y para colmo el Diego trucho acepta la oferta. Sí, va a cantar.

Se manda a capella algún tema romántico qué no se sabe qué es. No es que tenga mala voz, pero desafina. Un poco al principio, con énfasis después. Mientras tanto lo abraza al Diego verdadero, y todos lo escuchan en silencio. La cara que pone el Diego verdadero cuando termina es elocuente: los ojos girándole y la boca estrujando una risa, como queriendo decir: "bue, qué le vamos a hacer". Pero igual aplaude, con lentitud.

La rubia tetona entonces les pregunta si quieren una foto juntos. Bueno, dale. Entonces agarra una vieja cámara Polaroid, la cual admite no saber usar. En efecto, no tiene idea de cómo usarla, así que la foto no sale. Manipula el aparato peligrosamente, lo cierra, lo abre, lo golpea. Finalmente, un minuto después, el coso dispara y sale la instantánea.

Pero lo que sale es un papel que está todo negro. Supuestamente, dice la conductora, esto al toque tiene que revelarse. Pero no se revela, sigue negra. La tetona agita la foto en el aire como quien apaga un fósforo. Piensa que eso podría ayudar. Súbitamente el Diego trucho se embola (no le interesa mucho la foto) y declara ominosamente que quiere seguir cantando.

Oh Dios.

Entonces le arrebata el micrófono a la tetona y se pone a farfullar una de esas típicas canciones italianas excesivamente animadas y que citan indeterminadas veces la palara "mamma". Todo el público canta con él esta vez. A todo esto la tetona sigue agitando la Polaroid, que finalmente parece estar revelándose, pero que no muestra a cámara, imagino que porque no hay nada que mostrar; solo dos Diegos abrazados.

Y ya no queda nada más. El Diego verdadero se despide por fin del Diego trucho (otro abrazo) y se van. Sigue la entrevista a Maradona. La tetona le pregunta de qué cosas se arrepiente. Diego contesta que se arrepiente de haber tomado tanta droga, las cuales le han impedido ver crecer a sus hijas. Aprovecha ya que sale el tema para habla otra vez de sus hijas (que también son famosas en Italia, parece) y de los novios de sus hijas y de cómo todo bien con ellos. Todo en italiano, que sigue sin trabarse.

Finalmente se va. Caminando como un superhéroe por la vía que atraviesa la gran estación de trenes, mientras una granizada de vítores lo despide. La gente lo quiere tocar y saludar. Un grandulón enfervorizado, al borde del colapso nervioso, le pide a llanto pelado que le firme una remera. Mientras Diego se la firma con un aire indiferente, su fan parece poseído por un espíritu que vocifera cosas. Y Diego, que no se aburre de ser Diego porque ser Diego sigue siendo genial, se va.

Finalmente se va. El programa, horror, sigue.

Es entonces cuando apago la TV.

sábado, 29 de septiembre de 2007

Donde es difícil desaparecer

A propósito del larguísimometraje de David Lynch Inland Empire, la novela de Roberto Bolaño Los Detectives Salvajes y otras güevadas.

HOLA. A ver. Hoy tengo ganas de escribir un post bien desacartonado, bien informal, sin nada preparado de antemano, sin efectismos, sin retórica; quiero caretearla de persona común y corriente, evitar las palabras ornamentales (por eso el uso de "evitar" en vez de "elidir") y hablar de cualquier cosa que me venga a la cabeza. A veces pienso que la prosa excesivamente rebuscada que me gusta cultivar (y ahí estoy cayendo, ven?) aliena a los lectores. Así que nada, vamos a las trompadas. Por ejemplo: estoy escuchando The Modern Dance de Pere Ubu y lo primero que se me ocurre es que lo voy a tener que escuchar unas 16 veces más para poder decidir si es un 10, un 9, o un 8. (De ahí no baja). Lo triste de la historia es que en días como estos no hay tiempo para escuchar The Modern Dance 16 veces (además de que no es recomendable para la sanidad mental de uno). Así que por ahora me pinta que "Street Waves" (track n°4) tiene un drive espectacular y que para bancarse "Sentimental Journey" (track n°9) hay que estar puestísimo.

¿Y de qué hablar en un post así de aleatorio cómo éste? (Una vez un profesor me fustigó por usar demasiadas veces la palabra "y" al escribir, pero qué va, a mí me encanta). Vamos al lugar común, o sea, reseñar brevemente lo que estoy leyendo / viendo / escuchando estos días, para quien pueda interesarle. Supongo que no serán muchos, o sí. Ojalá que sí. Ojalá que este post me haga famoso y mucha gente lo comente. Empecemos con Inland Empire, que es el más reciente bodoque de David Lynch. Fui al cine sin saber exactamente qué esperar (aunque evidentemente sabía que no iba a ver nada similar a Sara de la Pradera). Ahí está otro de mis vicios; las palabras terminadas en mente. Estaría bueno que la RAE se mande a inventar sufijos nuevos para adverbios porque así no se puede vivir.

En qué estaba. Ah! Sí, la peli de David Lynch. La ví con mi amigo Federico (que no soy yo mismo, sino un Federico que tiene la peculiaridad de no ser yo) en un cine top de la Recoleta. En medio del trance alcancé a ver que una pareja se iba a la mierda promediando la cosa, y el tipo que tenía al lado se la pasaba resoplando (resoplidos que traduje más o menos como "LA PUTA MADRE QUE MIERDA ES TODA ESTA MIERDA"). Sí, es ese tipo de película. Lynch filmó sin dudas el lime universal definitivo. Un delirio extremo que de tan grandioso, de tan faraónico, te deja absolutamente narcotizado. Juro, juro con énfasis, que nunca había vivido semejantes emociones, no solo en un cine, sino en cualquier parte (y eso incluye el asiento de atrás de un auto).

No quiero dar rodeos, la película es genial. Quizás la película más genial que haya visto en mi vida. David Lynch tiene mucha razón... ¿Qué sentido tiene ir a ver el enésimo guión tradicional con principio, conflicto, desarrollo y final cuando el cine puede hacer algo como esto? Posta, que alguien me diga. Ya ví como mil películas que me cuentan una historia (bueno, no, no debo llegar ni a las 200 películas vistas, pero se entiende la connotación). Es lindo y es entretenido; muchas de mis películas favoritas cuentan una o varias historias, pero ¿No termina haciéndose un poco cuadrado todo el canon del conflicto y el desarrollo y toda esa pavada que inventó Aristóteles hace, no sé, miles de años? Sí, cuadrado, cuadrado como si el cine se anclara a un isomorfismo con la pantalla en la que se proyecta (que es rectangular, y no es lo mismo que un cuadrado, pero bueno, el paralelogramismo recalcitrante está).

Ahí la cago. Breve paréntesis. Quería hacer un post desacartonado, casual, y de repente me mando con un "se anclara en un isomorfismo" que ni yo sé qué coño quiere decir. Es el problema de estudiar comunicación. Te meten por el culo palabras hermosamente jodidas como isomorfismo que después se vuelven comodines compulsivos que nadie entiende (uno busca la frase, busca la excusa para usar estas palabras perversas). Honestamente, no me acuerdo qué signifca "isomorfo", pero más o menos (ojo! más o menos) tiene que ver con cuando algo tiene la misma forma que otra cosa pero en otra dimensión de las cosas. Una onda así. No sé por qué creo que no aclaré nada. Busquen en el diccionario.

Volvemos al ruedo. En qué estaba? Ah sí, en los Detectives Salvajes de Bolaño! Ah no, no. Eso viene después. Ya me estoy perdiendo, qué cagada. Ah, cierto, lo de las historias cuadradas y el cine. No, digo... está bien contar una historia. Está bien dejar un mensaje, pero carajo, que el cine puede ser muchísimo más que eso. De tanta obsesión por contar historias es que terminamos clavándonos tanta película irrelevante que cuenta historias irrelevantes y aburridas y trilladas y que además terminan siempre rascando el fondo del tarro de los mismos tres o cuatro Grandes Temas de la Humanidad sin aportar novedad alguna. Dejémonos de joder un poco. Inland Empire ayuda a abrir un poco el obturador que tenemos en la cabeza. Posta, yo no había pensado demasiado en esto del cine cuenta-cuentos hasta que ví la película... Una película que no cuenta una historia sino que te mete en un serpenteo exuberante de imágenes y sonidos y que aún así tiene todo el sentido del mundo. Quiero decir que tiene todo el sentido del mundo filmar eso, buscar eso, intentar eso. Intentar no contar nada, sino mostrarnos otras cosas que no necesariamente son historias, y exaltar partes de nuestra percepción intelectual que la cuadradez del mundo puto se empecina en antestesiar.

O algo así. No quiero mentir. HAY historias en Inland Empire. Pero están tan desencajadas, tan fabulosamente deformadas que a la vez hay mil historias o ninguna, un rompecabezas de una inmensidad desconcertante que uno puede intentar rearmar de varias formas o bien, más sabiamente, deleitarse en la contemplación de sus piezas cayendo al azar como un bombardeo de ideas visuales. Desde las primeras imágenes y sonidos (y sonidos, los sonidos son fucking important, otra cosa que reivindica acertadamente Lynch), cualquier nabo se da cuenta que la película va a ser una puta obra maestra: ese vinilo girando, esa siniestra tramisión radial báltica, esas imágenes portentosas que inquietan sin que se sepa exactamente por qué. Toda la película es un ejemplo de cómo inquietar con lo mínimo. Una sombra. Una luz. No necesita más este muchacho para tenerte al borde de la butaca con los nervios haciéndose polvo. Porque, claro! No estamos hablando de una de esas películas onda iraní donde el efecto de sentido se logra a partir de que no pasa nada (el otro costado, menos copado, de joder a la narración canónica). ¡NO! Acá pasá TODO. Pasa TODO. Pasa lo inesperado, pasa lo irritante, pasa lo orgásmico, lo sensual, lo real y lo onírico, todos encadenados lascivamente sin alegorías, ni simbolismos, ni rigideces de ningún tipo. De repente estamos en un pasillo oscuro lleno de miedo, y al minuto la cosa deriva en un musical con coreografías de lo más sensuales. Y así un montón de de repentes. Es una orgía de imaginarios condensados en tres horas inolvidables, que en los días sucesivos a la proyección te irán volviendo con insistencia, como las instantáneas de un sueño que no se sabe del todo si fue realmente tal.

Insisto que todo bien con las historias lindas. Todo bien con Sueños de libertad o Volver al Futuro. Pero no hay ningún motivo para quedarse en eso. Por ejemplo, miren la música. La música clásica, el jazz, el rock. La música no cuenta ninguna historia, la música se recrea en el estímulo, en la delectación sensual, en la asociación imaginaria que esas notas y palabras despiertan en nosotros. La pregunta clave es: ¿Por qué el cine no puede explorar un impacto semejante y olvidarse por un rato de lo lineal? Esa es la razón de existencia de Inland Empire. Dicen que no es una película para cualquiera, pero creo que si eso es verdad entonces hay mucha más gente de lo que pensaba que no sueña más mientras duerme, que está metida en un freezer de mierda, que tiene un potus en el cerebro. Lo cual es de terror. No quiero parecer un iluminado, pero bueno, qué le voy a hacer, supongo que es lo que parezco. Ok, soy un iluminado.

Qué más. Sí, esto sigue, para desgracia de muchos. Pueden parar de leer acá si eso quieren, vagos de mierda. O pueden seguir. También podrían haber parado de leer antes, con lo cual este mensaje no va para ustedes (ellos, malditos traidores). Cierto. Los Detectives Salvajes. La forma en la que contacté con esta novela por vez primera es, como mínimo, curiosa. Porque fue en una fiesta. Soy precisamente el tipo de engendro que va a una fiesta en la casa de un amigo (se llama Matías Mancini) y como se aburre mucho (demasiada gente, y demasiadas novias de gente) se encierra en el cuarto del anfitrión a las tres de la mañana, agarra un libro de su biblioteca y se pone a leerlo. No me estoy jactando de nada. Más me hubiera gustado emborracharme y caretearla que soy amiguísimo de todos los de la fiesta, y que soy un partusero bárbaro pero bueno. Es lo que había. Los Detectives Salvajes. Empecé a leer (me llegaba muy asordinada la música de la fiesta, vieron que en la fiesta uno nunca puede escapar totalmente de la música) y me enganchó enseguida. Las primeras líneas ("He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así") no podían ser más pedorras "literariamente". Tan pedorras como dotadas de una inmediatez aplastante, que me animó a seguir leyendo.

Le dí hasta la página nosecuánto (digamos 20 o 25) y como ví que la novela se hacía muy larga y no la iba a terminar esa misma noche, la dejé ahí. Pero se la juré. A vos te voy a leer hija de puta. Bolaño es el escritor latinoamericano de moda, y al bodoque este (pasamos del bodoque de Lynch al bodoque de Bolaño) lo comparan con Rayuela. Vaya vaya. Bolaño, humilde, dijo en alguna entrevista que al lado de Rayuela la suya era una "pobre novela". Pero por algo las comparan, por algo será. Así que interesante; por qué no hacer un intento y de paso verificar si tanta algarabía bolañesa está o no justificada.

La leí más o menos en dos semanas (tranquilo, aprovechando el tiempo en medios de transporte, plazas a media luz e insomnios varios). No sé si es la "Gran Novela Latinoamericana Contemporánea" (tampoco leí tantas, I shall confess, y en general me desagradan ese tipo de etiquetas marketineras), pero algo tiene. Es difícil decir qué es lo que tiene, eso sí. La historia en realidad no es una sola, sino varias historias vagamente amalgamadas por los misteriosos itinerarios de los poetas Ulises Lima y Arturo Belano. Misteriosos es la palabra: nunca se sabe exactamente qué es lo que buscan en sus errantes periplos alrededor del mundo; cuesta identificar por qué están dónde están, o por qué hacen lo que hacen. Aún siendo los protagonistas, Bolaño jamás los define con nitidez, sino que nos permite irlos reconstruyendo a partir de sombras, huellas, rastros, crucigramas, anecdotarios entrelazados.

La parte central de la novela recoge los testimonios de quienes han tratado con ellos (desde México hasta Israel o Angola, casi todos escritores o marginales); cada testimonio supone una historia autónoma, casi un cuento (opino que algunos de ellos orillan la perfección), y allí tarde o temprano aparecen; Ulises Lima y Arturo Belano, omnipresentes pero distantes, siempre indirectos. Esta vaguedad, que de pronto desespera (extraña sensación de no poder nunca alcanzar sus almas, ni sus motivos), es lo que termina dándole a los dos poetas esa fascinación eterna, esa ambivalencia en donde por momentos pueden ser llanamente humanos y de pronto fantasmas míticos o incorpóreos.

No queda claro si ellos dos son los detectives salvajes. Eh. Supongo que sí (parte de la novela narra su búsqueda afanosa de una antigua poeta mexicana en los desiertos del norte mexicano, una labor detectivesca digamos). Pero es obvio que también el lector asume cierto rol de detective, al escuchar pacientemente los testimonios y al ir ordenando (no sin dificultad dado lo fragmentario de los episodios) las vidas de estos escurridizos personajes que nunca se quedan quietos.

Lo cierto es que más allá de que el lector tenga éxito o no en este cometido, la novela vibra con su carácter oceánico (uno se ve extrañamente atrapado, sumergido) que a la larga termina siendo mucho más relevante que poder determinar con exactitud qué hicieron Belano y Lima primero, qué hicieron después y porqué lo hicieron. En esos numerosos personajes que solo parecieran abandonarse a sus rutinas, buscando su lugar en la vida casi al azar y sin replanteos profundos (casi no hay pausas reflexivas), aparecen bellamente retratadas las vicisitudes de la vida, tan mecánica a veces como repleta de vueltas inesperadas. No es un terreno novedoso (digo, eso de capturar "la vida"), pero al menos Bolaño, a través de un estilo adusto, directo, marcadamente oral (y hasta algo ingenuo en algunas cosas), lo intenta recorrer con sus propios pasos, y digamos que vale la pena leerlo (al menos esta novela en particular).

Si se justifica tanto consenso en torno al chileno, si no se justifica, la verdad no sé, ni tampoco me interesa. Es (era) un buen escritor, pero no sé un pomo de la vela sobre literatura latinoamericana contemporánea, así que me es difícil comparar. No es Borges, pero es re-evidente que no busca escribir como Borges, así que ni siquiera sirve entrar a comparar. En todo caso lean la novela y juzguen por sí mismos. A mí me gustó. No es necesariamente Steppenwolf o 1984 o Rayuela (por mencionar novelas que me revolvieron el mate) pero sale como piña (La piña del Ananá, no la Piña de Felipe Pigna que es muy ladri).

Ahora voy a dejar pasar una oportunidad de hacerme el inteligente con una analogía fácil entre Inland Empire y los Detectives Salvajes. La haría, pero me hinché las bolas de escribir y seguramente todos ustedes ya se hincharon las bolas de leer. Dejo que la hagan ustedes, a ver si sale algo con onda. (Posible ayuda: fragmentación que el espectador en principio tiene que reordenar, pero que puede perfectamente no reordenar y aún así se disfruta y las implicancias que esto puede tener en la relación autor-espectador en el arte y si estamos frente a una reforma universal de las reglas de la linealidad etc. etc. etc.). Fue.

Vean Inland Empire. Lean a Bolaño y escuchen The Modern Dance de Pere Ubu (que se podría agregar para formar una trinidad de obras tan copadas como fragmentadas, miren qué casualidad). Pero no por eso, sino porque los dos primeros temas la rompen.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Antievangelio del culo roto

Está bastante bien irrigada la creencia de que en la vida, para obtener lo que uno quiere, hay que romperse el culo. Se usa textualmente esa fórmula: "romperse el CULO", no se podría escoger alegoría más táctil. Está tan naturalizado, es tan obvio, tan indiscutible el adagio que nadie llega a pensarlo demasiado. Envilecidos pues, agachamos la cabeza, nos bajamos los lienzos y, efectivamente, nos sometemos litúrgicamente al sacramento de la rompida de culo. Primero nos rompemos el culo formándonos, después trabajando todos los días (en ese eficaz aserradero de culos neutralmente llamado "división del trabajo"). Con el tiempo le vamos tomando el saborcito a esto de tener el culo roto, lo cual allana el camino para que vengan terceros a contribuir con la faena (de rompernos el culo, y humillarnos, y de tratarnos como máquinas). Obran con la practicidad de saber que quien tiene el culo roto, ya bastante roto, no va a ofrecer demasiada resistencia.

Aún así, siendo unos miserables culeados, salimos y pavoneamos nuestro culo roto, capturando éste todo tipo de suspiros elogiosos por parte de colegas y adversarios. Y así, de a poco, empezamos a sentirnos realizados. Y diremos que nos apasiona rompernos el culo, que es nuestra vida, y que no imaginamos que habríamos hecho de no habernos roto el culo con tanto amor, con tanta dedicación.

En este fenómeno influyen, claro, las contrapartidas jugosísimas reservadas para los ciudadanos ejemplares que se rompen y se dejan romper el culo como Dios manda. Se sabe (aunque no se dice) que veremos el día en el que nos ganemos la potestad de romperle el culo a otros, lo cual aporta siempre cierta reciprocidad que redunda en equilibrio y satisfacción. Es que claro, después de mucho dejar que nos empomen, en algún momento queremos empomar nosotros eh. No sólo eso. También tendremos una contraprestación monetaria que costeará un búnker de lujo (o no tanto, depende) donde sanear nuestro culo roto (terapia a base de televisión, sexo marital y medicina alopática). Casa, un autito y familia (la familia es clave, porque hay que fomentar el cultivo de nuevos y jóvenes culos susceptibles de ser rotos, sino cómo seguimos). Tal trinidad representa la máxima aspiración del culeado exitoso. Es por este patrimonio, básicamente, que nos hemos adaptado ovejunamente, accediendo a la rompedura (o rotura) de culo canónica.

Eso sí. Hay culeados y culeados. No todos los culeados somos igual de virtuosos y por eso no todos obtienen los mismos réditos. Gran parte de los sujetos se pasan años, la vida, martirizándose el culo con sombrío empeño y apenas les alcanza para sobrevivir como comadrejas en albañales profundos. Es la diferencia entre un culeado-culeado (el proletario) y el culeado-virtuoso (los que, sometimiento anal mediante, podemos alcanzar puestos ejecutivos y sueldos de fábula). Pero no nos vamos a empantanar en esta distinción marxista; la lucha de clases se ve considerablemente matizada, en la práctica, por el hecho inconmutable de que todos los patriotas nos rompemos el culo de una u otra forma. Es el factor culo-roto, y no otra cosa, lo que nos iguala ante los anteojos plurales de la democracia.

Llega un momento en la vida de todo sujeto, por fin llega, en el cual tenemos el culo tan fantásticamente dilatado y amoratado y coagulado que ya no servimos más. Entonces podemos pasar a retiro y regodearnos con los jugosos frutos que tantos años de rompernos el culo nos han otorgado. Podremos seguir comprando autos, jugando al golf y visitando clínicas de prestigio con cierta asiduidad. Una exuberante vida de jubilado nos espera. Pero aún así, parece demasiado el tiempo improductivo que tenemos entre manos. Nos abruma. No tenemos idea de qué hacer con nosotros mismos: tan acostumbrados estábamos a rompernos el culo y ahora puede que nos sintamos un poco inútiles, un poco olvidados, y un poco cansados (claro, no sabemos qué hacer con un culo repentinamente casto). De la nada, aparece una nueva actividad que por mucho tiempo no se nos había exigido: pensar un poco. Y pensamos. Puede que nos cuestionemos si esto de romperse el culo mereció la pena. Tenemos un auto muy lindo, sí, y una familia maravillosa, sí, y una chimenea donde podemos calentarnos en invierno mientras tomamos un cafecito y admiramos cómo se desprenden densos jirones de lluvia sobre nuestro verde jardín, sí, sobre nuestras casas vecinas que son todas parecidas, todas lo mismo en este vecindario de mazapán.

Pero todo está, inesperadamente, vacío. Nuestra mente está vacía. No sabemos por qué. O sí, de alguna manera lo intuimos. Fuimos. Fuimos un culo para romper, fuimos serviles maratonistas en pos de un mito de felicidad individual, material, posesiva y ¿Ahora? Un culo roto, olvidado que tiene que peregrinar con unas neuronas perimidas, un cuerpo replegado, y las cuotas de la prepaga cuyo precio se incrementa cuanto más se acerca el infarto, el derrame o el patatús a elección. Creímos en el adagio, y nos rompimos el culo. Y ahora vemos que todo lo que obtuvimos con eso es una colchoneta de asombrosas boludeces que nos circunvalan muertas, mientras que, solos, nos vamos apagando, sin haber hecho otra cosa en la vida, no lo vamos a admitir, que rompernos el culo.

Y con varios tubos enchufados, broches que nos aferran torpemente al trencito ya inmóvil de la vida, suponemos que, a lo mejor, todo esto fue una farsa monumental. La nostalgia, empero, es inevitable. Nostalgia de los días infantes en los cuales teníamos un culo listo para ser roto, y un tiempo de soles extáticos, de días eternos, de noches ardorosas que nos invitaban al desvío; los que con tanta sensatez elegimos olvidar.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Recuento en ráfagas

Como en sigilo, bucearon a través del callejón
Siendo dos apariciones en la costura de la medianoche
Entre solfeos cómplices dividieron el botín
Solo así, con estas rentas recién horneadas,
se reafirma la sociedad (dijeron por lo bajo).
Y no fuera que, a esa hora, la lluvia vinculante
Obligatoriedad de humedades y charcos
Los asechara como a dos moscas en la urbe
No fuera que, en esa encrucijada mal iluminada
Otros extraños armados quisieran apoderarse
De sus posesiones últimas, sus alientos
Y los pocos de sus goces.

Siendo dos mimos sonrientes, no esperaron
Apenas separados, derivaron por las baldosas
Los deltas de asfalto, las hileras de luces
Se llamaron amigos, pero evitaron mirarse
Y se buscaron los talones antes que las manos
Entre pisadas asordinadas y cascabeleos
En ese peregrinaje de ensueños despiertos
Cada uno quería del otro
lo que el otro nunca iba a entregar.

Anduvieron entonces durante un tiempo
Apretujando el paso entre los minutos
Sin suponer la zozobra ni el desvelo
Sorteando los cartílagos de barriadas sin nombre
Y no fuera que el alba los sorprendiera
En plena faena y aún con mucho que condescender
“Tengo tiempo”, sentenció uno de improviso
A lo que el otro contestó “Ya lo sé”
“Pero si ya no me interesan, ni sus bueyes,
ni su lástima” (pensó uno muy por lo bajo).
“Pero si ya no me conmueven, ni sus ojos,
ni su pasión” (pensó el otro al mismo tiempo).

Siendo dos títeres flacos, acordaron seguir
Y siguieron entonces, internándose en la jungla
Ya arremangados, con los trajes bajo el brazo
Cabizbajos, chapoteando en lagunas sin fondo
Y el maquillaje de payaso corrido por el sudor
Solo así, con estas máscaras alegres,
se reafirma la sociedad (dijeron sin creerlo).
Y no fuera que, después de tanto trecho,
De tanto contar cuentos y burocracias,
Las cosas no resultaran.
Y no fuera que, a esa hora, en ese lugar
Se miraran, con razón, a los ojos
Y descubrieran la pura verdad,
O la pura mentira.

Siendo dos pobres diablos temblorosos
Parecían trotar de golpe, revueltos de miedo
Las gargantas secas como si un incendio
Hubiera sin piedad ingerido sus almas
Y alrededor la nada, la nada absoluta
Con su corazón fugitivo de suburbio
los iba acorralando en un abrazo ancho
En territorio de brujas, y moscas, y basurales
Donde las autopistas ya no están alumbradas
Y los árboles son diseños siniestros sobre una luna demente
Admitieron que la aventura había terminado
Enlazados en una lucha cuerpo a cuerpo,
En la desesperación, resolvieron asesinarse
Para cumplir así, ritualmente, con la letra chica
En ese instante, los chacales y los abogados
Gatearon hacia ellos como grandes orugas.

Y en algún punto del horizonte, visible pero lejos,
Descorchaba, inmenso, un amanecer sin sentido.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Floricultura

Clavel rojo. Basta de Juan Román Riquelme. No querer saber más nada de Juan Román Riquelme. Juan Román Riquelme supurarme las bolas. No es su culpa, ni de la madre que le ha dado la vida. Pero no importa, ya pudrirme. Juega bien al fútbol, y dado que juega tan bien, dedidió trabajar de eso. Mal no le ha ido. Lo felicito. Nadie me ha explicado, empero, por qué razón me tienen que inyectar títulos sobre Juan Román Riquelme noche y día, por televisión, radio, prensa y portales online. (Sí, porque después vienen y dicen que uno consume las noticias que le interesan. No. Por eso, inyectar) Qué hizo Juan Román Riquelme que amerite semejante hemorragia mediática. Cuando rinde porque rinde. Y el Análisis de los Especialistas de por qué rinde. Cuando no rinde porque no rinde. Y el Análisis de los Especialistas de por qué no rinde. Y el Análisis de los Especialistas de cómo es que antes rendía y ahora no. Cuando lo convocan para la selección. Cuando no lo convocan. Los comos y los porqués. También cuando corre el riesgo de que no lo convoquen más. Si se queda en Boca. Si no se queda. Si el Villarreal lo quiere. No lo quiere. Si vuelve o no. Ahora parece que sí (La Nación Deportiva: No importa, saquemos tapa diciendo que sí). Pero en realidad no. Es imposible que se quede en Boca. El contrato millonario. Es "muy difícil". Pero hay una esperanza. Y el Análisis de los Especialistas sobre dichas esperanzas, sus fundamentos y contrafundamentos. Vuelve Riquelme. Pero no. Pero sí. Pero no. Ah! el jugador mismo, payasescos detectives de por medio, declara. Está feliz y está contento. No importa si se murió el portero del club, él está feliz y contento. Esclarecedor. A ver. Cualquiera puede pensar lo que le apetezca, pero las declaraciones de Riquielme son una mierda. Siempre lo fueron. Siempre lo serán. A nadie le importan. Basta de Juan Román Riquelme. Por suerte ahora lo van a guardar, no va a jugar, y todo el mundo se va a olvidar de él. ¿Será entonces momento de hablar de otros buenos jugadores de fútbol? Mejor no.

Marimonia. Regla #45 del Manual de Pseudodemocracia Cordoooobesa: cuando un resultado electoral, cualesquiera sean las índoles del comicio, arroje un resultado ajustado con diferencias de uno o dos puntos, la parcialidad perdedora automáticamente tendrá derecho a caratular al sufragio como "fraudulento" y/o "corrupto" y/o "injusto para el pueblo cordobés y sus hijos que necesitan del pan y el trabajo de la gente"; efectuada dicha proclama podrá proceder con todo tipo de acciones políticas y/o violentas que pueden incluír o no el uso de cocktails molotov, apariciones en el programa A Dos Voces o marchas donde toquen los Nocheros.




Dalia. Mujer de un infarto es velada en su barrio natal. Sus familiares aportan increíbles declaraciones. Padre: "Yo le decía que no se casara con un infarto, que le podía llegar a hacer algo, vió, los infartos... suelen no ser de confiar vió... uno los conoce a estos infartos hijos de puta... pero ella estaba enamorada... no puedo, no puedo (llora desconsoladamente en medio de miles de flashes). Madre: "Yo la verdad no entiendo nada. Era un infarto normal, re-macanudo, los domingos los ravioles los traía él, jugaba con los chicos, se ofrecía a lavar los platos... un día nos pidió el corazón de nuestra hija y se lo dimos... no pensábamos que fuera a hacer esto... no puedo, no puedo (llora desconsoladamente en medio de preguntas como "¿Cómo se siente en estos momentos? ¿Por qué llora? y ¿Cree que la vida ya no tiene ningún sentido y está totalmente desgarrada por dentro?"). Cuñado (una embolia cerebral): "Mire, mi hermano es un boludo. Porque yo le advertí que no se podía casar con futuras víctimas... me dijo que no había problema, que se iba a recatar... pero uno para ser infarto tiene que ir a infartar. Es una cuestión ontológica. Así que fue y agarró a la que más cerca tenía. Estas cosas son así... Justamente, yo soy una embolia cerebral así que... (Les da una embolia cerebral a todos los periodistas presentes, pero no pasa nada, ya tienen varias).

miércoles, 29 de agosto de 2007

Pensar en imágenes (con epígrafes)

Libro abierto.

Vendo taza con motivos alegóricos y referencias crípticas.

Respondo mejor bajo presión.

Un azulejo a otro: "Desde que Mario leyó 'El Capital' se está tirando bastante a la izquierda".

Una desata el cielo y la otra el infierno. El tema es saber cuál es cuál.

No tuvo mucha onda la fiestita de cumpleaños que hicieron los hermanos Sachet.

Allá afuera, donde todo es frío y oscuro.

Tesis de Doctorado en Traducción sobre Cerámica.

- Che, pero vos vivís en una frutera?
- Sí.

5to año "C". Una manga de borrachos del primero al último.

En agosto, la agencia de empleos no tiene nada para ofrecerles.

Al grano, cadena.

Los custodios del Libre Comercio.

Doble penetración.

Sin que lo sepamos, rostros extraños nos observan.

Para sintonizar HOT HOT hace falta el deco.

Esperando a que jueguen las blancas.

Eclecticismo rules!

martes, 28 de agosto de 2007

Odio

Algún memorioso seguidor del blog recordará cierto antiguo post sobre la campanilla del paso a nivel que tengo a metros de mi casa. Entonces, suplicaba a TBA (la empresa privada con fines de lucro que tiene la concesión del servicio público llamado "tren") que por favor se hiciera cargo de reparar dicho artefacto, el cual resulta algo molesto cuando por desgracia se queda trabado. "Algo molesto" es, en definitiva, un eufemismo para sintetizar que no puede uno conciliar el sueño hasta las 5 de la mañana, que no puede uno escuchar música tranquilo, que no puede uno siquiera ponerse a leer un libro en la habitación, que no pue... en fin, se entiende. El ciclo funciona más o menos así: a) Se llama por teléfono para reclamar; b) TBA manda unos técnicos que atan todo con piolines; c) El artefacto funciona con normalidad en un plazo que puede oscilar entre un par de horas y tres meses; d) El artefacto vuelve a quedarse trabado, y así ad infitum.

A partir de ahora narración en presente dramático.

El viernes 24 de agosto, el dichoso artefacto vuelve a trabarse. Tin tin tin. Al día siguiente hago la cuenta: supera los cien tin tin tin en menos de un minuto. Día y noche tin tin tin. Cómo mi dormitorio da hacia la calle, el tin tin tin no puede simplemente evitarse; es como mi propio péndulo del cuento de Poe, salvando distancias. Luego de un insomne fin de semana a puro tin tin tin, esta mañana me dispongo finalmente a realizar las llamadas telefónicas de rigor. En esta situación se pueden optar varias fachadas: últimamente me está dando más resultados el vecino sufrido, amable y que da un poco de lástima ("a la noche no puedo dormir muy bien, y justo que ando medio enfermo, y estoy por rendir varios finales"), aunque en algún momento supe utilizar al maníaco psicótico con sed de sangre que amenaza a interlocutor y flia. escupiendo insultos con una voz babosa y desarticulada.

Pero nada. Por ahora vamos con vecino amable a full. La primera llamada tiene como destino algo que se llama "BASE" y que queda en la estación Victoria. No sé qué carajo será, pero cada vez que llamo atiende un perejil diciendo "BASE!". Imagino un depósito con dos o tres salames que no tienen un pomo para hacer y que se llevan ravioles fríos en tapers. Atiende: "BASE!" (voz de salame, lógico). Le explico la situación, trato de articular mi fachada de vecino sufrido, pero me interrumpe diciendo que enseguida envían una cuadrilla. No tiene ganas de oirme. Le explico que es la calle Roca, en Beccar. RO-CA. Como BASE pero con otras letras. Ok.

La segunda llamada va para Retiro. Allí hay una oficina que se encarga de toooodo lo que es señalización, a cargo de un tal Ingeniero Colombo. Nunca ví al Ingeniero Colombo, pero por analogía de apellidos me lo pinto igual a Christian Colombo y, por derivación de apariencias hacia personajes un poco más actuales, a Caruso Lombardi. Sí, tengo a Caruso Lombardi en la cabeza cuando llamo. Por historia, este teléfono es lo que más resultado da, así que estoy esperanzado. Atiende una secretaria que tiene la voz más pajera del universo conocido. “Hola” dice entre dormida y flasheada. "Hola", digo "con el Ingeniero Colombo o alguien de su oficina”. Musiquita con poco swing (me permite reflexionar sobre lo poco que han evolucionado las músicas de espera en alguno sitios). Atiende alguien que por su voz de desorientado me doy cuenta de que NO ES el Ingeniero Colombo. No importa, porque es el mismo con el que hablé la última vez con óptimos resultados (tres meses, redondeando, de campanilla funcionando bien). Se llama Fernando. Fernando me permite desplegar el vecino sufrido bastante a fondo. Hasta me presento como “un vecino de Beccar”, lo cual me hace sentir inconfesablemente ridículo; me imagino con 60 años juntando firmas para que declaren de interés municipal la esquina de mi casa. Pero bueno, vecino de Beccar. Le comento la cronología de los acontecimientos, desde el viernes bla bla blá. Le explico lo de no poder dormir (acá no miento. NO SE PUEDE DORMIR, CARAJO), a lo que responde condescendiemente “sí, me imagino, la verdad tiene razón”. Solo falta que diga “pobrecito”. Acato su falsa complicidad con una falsa conciencia ciudadana: “claro, porque además la señal no cumple con su función y puede ser peligroso para la gente que cruza” (mentira, me importa un huevo la gente que cruza, lo único que quiero es que no me rompan más las pelotas, después a la gente que cruza que la pise el tren, qué carajo me importa). Le explico que es la calle RO-CA, del ramal a TI-GRE, entre BE-CCAR y VIC-TO-RIA. Fernando no sabe ni dónde queda Beccar ni dónde queda Victoria, pero bueno, que anote en un papelito (Victoria va con V corta) y le pase al jefe. Supongo que servirá. Muy amable. Muchas gracias. Ah! No, antes Fernando me comenta que sí, que él toma nota, pero que me ponga media pila y haga el reclamo también al CAP (Centro de Atención al Pasajero). Ok, ok. Muy amable, muchas gracias.

Admito que esto ya no me gusta. Eso de “yo tomo nota pero haga el reclamo en nosédónde” me suena sospechosamente a “arreglátelas por otro lado que yo este papelito lo voy a usufructuar para limpiarme placenteramente el culo”. Además el CAP brinda, justamente, atención al PASAJERO. Y si bien en algunas ocasiones sí soy pasajero, este reclamo puntual lo hago como “VECINO HINCHADO LAS BOLAS”. Pero bueno. Qué puedo hacer. ¿La revolución bolivariana? Nada. Llamo al CAP. Me atienden rápido. Una tipa con onda enérgica que se llama Patricia. Le hablo de una campanilla trabada y salta con “ah, es la de Alvarez Thomas y no se qué”… Muestra la hilacha de que tienen varias campanillas hechas concha. NO. Le digo que NO. Esta está en otro lado. Es en la calle RO-CA, en BE-CCAR, en el ramal de TI-GRE. Ah sí, sí. Comprendido, ya enviamos en seguida una “Patrulla de Emergencia”. ¡Mató maaan! Una PATRULLA de EMERGENCIA para arreglar una campanilla. ¡Encontré lo que buscaba! Seguro que en cinco minutos cae Nissan Patrol con sirena, clava frenos y arreglan la poronga esa. Qué lindo, qué lindo que todo funcione tan bien. Qué lindo que la gente responda como uno, un pobre vecino de Beccar que no puede dormir, se merece.

Cuando termino las diligencias ya está por ser el mediodía del lunes 27 de agosto. Pasan exactamente doce horas y hasta diría que un poco más. Mientras escribo estas líneas, un martes 28 de agosto a las dos de la mañana, el artefacto SIGUE TRABADO. Tin tin tin. Durante el día no vino ni cuadrilla de inpectores, tin tin tin ni patrulla de emergencia, tin tin tin ni nadie. Son las dos de la mañana y ya sé que me tengo que pasar otra noche en vela, mientras el desequilibrio en mis neuronas va increyendo. Comienzo a fantasear con una venganza definitiva. Hace AÑOS que esta campanita está friccionando insidiosamente los lóbulos exhaustos de mis gónadas. Sí señor, fantasías de todo tipo recorren los perturbados recovecos de mi cerebro en la noche solitaria. Cortarle los cables con una tijera de podar. Salir a lo loco con un hacha y cagarla a hachazos. Rociarla con metanol y prenderla fuego. Darle con martillazos. Sí. Me veo totalmente a las tres de la mañana, encaramado en la campanilla en la oscuridad, solo como un perro, ojos chispeantes, dándole con un martillo al rojo vivo. Sería absolutamente triunfal. Sería el momento cumbre de mi vida. Sería la catarsis de todo un odio visceral que tengo en lo profundo del alma hacia todo lo que sea campanillas, campanas, despertadores, alarmas, timbres, ringtones y chicharras, signos inequívocos de un organigrama déspota interiorizado en nuestros corazones a fuerza de sobresaltos.

Señores, un fantasma recorre Beccar. La guerra contra las campanillas de los pasos a nivel está declarada.

lunes, 27 de agosto de 2007

Elegíamos

Estuvimos a punto de perecer en el socavón bajo las azoteas
Vimos el cielo que se derretía como una caparazón ardiendo
La sedición había germinado en las vísperas de San Agustín
Y el mundo, tal como lo habíamos soñado, ya estaba muerto
Vimos a los espíritus sonámbulos, ataviados como gendarmes
Lobos que aullaban al ir tomando los suburbios del alto
Leímos sus gargantas al gritar el nombre santo de la revolución
Mientras la derrota se escurría por las grietas del pavimento
El subsuelo tembló cuando anchos tambores y gongs de plata
Anunciaron embriagados de victoria al adalid de la libertad
Por una hendija entre los escombros caídos lo vimos desfilar
Como un dios nórdico envuelto en los fuegos de su mascarada
No habrá lugar para nosotros, nos dijimos casi con ojos llorosos
En ese momento, las banderas bailaron bajo una luna de sangre fría.

Y cuánto duró nuestra espera en aquella noche salvaje de brujas
Cuántas veces dormimos, soñando con entregarnos a la balacera
Salir del agujero a morir como hombres, y conquistar el honor
Preguntabas para qué arrastrar una vida en un mundo de muertos
Y luego, cómo morir en ese cuerpo incesante, emperrado en respirar
Sé ahora que los ojos de la historia se posaron a nuestras espaldas
Como espesas golondrinas que partieron en vuelo desde muy lejos
El arma sufriente, las balas de guerra, hasta siempre empuñada
Y las fogatas anidando en tu mirada, como galaxias perdidas
Y las orugas tensas de mis venas siempre a punto de reventar
Sin órdenes de mando, excepto la colmación de todas las hambrunas
Sin papel moneda custodiando la moral grisácea del día a día
Acaso algo nos anclaba además del miedo, que se gesta en el vacío
Acaso alguien nos indultaba, o es que sólo elegíamos sobrevivir.

viernes, 17 de agosto de 2007

Preguntas que contesto

La mayoría de las preguntas no se contestan, o no esperan ser contestadas (sobre todo las filosóficas, las de los exámenes finales y las que hace Luis Majul). Algunas, muy pocas, sí. Aquí hay unos buenos ejemplos ilustrativos:

Pregunta: ¿Cuánto tiempo lleva usted blogeando?

Yo (Federico): "eh, estee, un año".

Pregunta: ¿Cómo se ha enterado de la existencia de los blogs y se ha animado a participar?

Yo: "La existencia de los blogs... qué pregunta picante, porque la verdad no me acuerdo. Para mí están desde siempre, o sea, sé que no es así, pero no recuerdo un momento clave en mi vida en el que haya visto un blog y haya dicho 'mató loco, faaa, un blooog!'. Pudo haber sido en algún momento circa 2002 o 2003. Lo más probable que haya visto mi primer blog sin darme cuenta de qué se trataba. Se confunden con páginas de Internet vió."

Pregunta: Sí pero ¿Cómo se animó a participar?

Yo: "Bueno, yo ahí no estoy tan de acuerdo, digo, con lo de "participar". Utiliza ese término como si esto fuera una competencia deportiva con otros blogs. Estaría bueno que lo fuera; de hecho, ahora que hay mundial de tango no me extrañaría que apareciera un mundial de blogs. Hoy por hoy escribo en mi blog porque hay ciertas cosas que se le ocurren a uno y siente que valen la pena ser compartidas. Y va y las publica sin censura política ni espacios fagocitados por anunciantes. Obviamente se cuelan muchas cosas que NO valen la pena ser compartidas y que nadie lee... pero de eso se trata también. Esa es la razón para "animarse". No vas a hacer plata o a ganar minas escribiendo en un blog, eso lo sé desde hace unos días cuando me di cuenta de que ya pasó un año y que no tengo un peso y las minas no me llaman... vió? Ah! Y debo reconocer que fue una amiga la que me animó un poco a arrancar. Siempre hay una mano que ayuda o que inspira con estas cosas."

Pregunta: Hábleme de 5 blogs que visite con mucha frecuencia.

Yo: "Cómo no. Está "Tiempos Difíciles", de un amigo que se llama como yo y escribe de todo. Ahora ha hecho un viaje por Europa (el muy hijo de puta) y sus crónicas son muy gratas de leer, tanto que hasta se le va la envidia a uno. Publica con frecuencia, sobre todo para recomendar artículos de otros blogs o medios: eso suma, porque además de producir su propio material, sirve como un recopilador de muchas cosas que merecen ser leídas. También está "Il Corvino", uno de esos raros blogs de posts bien largos que uno cuando los ve exclama 'naaah pero qué paaaaja' pero arranca y sin darse cuenta se lo terminó de un tirón, y además tiene ganas de comentar algo. Un sujeto lúcido que se ve que escribe casi por compulsión, no para el tipo; me ha inspirado a elaborar mis propios posts superlargos, pero como el maestro... difícil. También está "Desarmándonos", que me gustó mucho porque es parecido al mío; el joven (Matías se llama) gusta de las reflexiones serpenteantes, las hemorragias de palabras y el surcar por lo desconocido. No todo tiene que tener sentido, cordura y equilibrio ¡Menos en un blog! También soy fanático de "Line Of Sight" porque salen todo tipo de fotos muy grosas de Buenos Aires. También de "Luminous Times" porque como que siempre tira la posta con pocas palabras y sin empantanarse en retórica ornamental como me pasa a mí todo el tiempo. Y de algunos mas, seguro, que podrán ver en la sección de enlaces. Leo pocos blogs, en realidad."

Pregunta: ¿Es usted lector anónimo de algún Blog?

Yo: No estoy seguro de haberle entendido bien. Yo siempre que leo un blog me sigo llamando Federico. Pasa lo mismo cuando leo un libro o el prospecto adjunto de algún medicamento (y de estos últimos leo pocos, debo confesar). Curiosamente siempre me llamo igual. De todas formas yo siempre digo que habría que cambiar un poco eso, y que la gente pueda llamarse distinto por la noche, o según la ropa que lleva. Porque el nombre en realidad no se diferencia mucho de la ropa. Y siga con otra pregunta antes de que siga diciendo bolucedes, rápido.

Pregunta: ¿Qué autores le despiertan especial simpatía?

Yo: "Voy a ser ecuménico, diplomático y aburrido acá: cuando un blog me gusta el autor por definición me cae bien. Aunque no lo haya visto ni lo vaya a ver en la vida."

Pregunta: ¿Con qué cinco blogeros te irías de borrachera?

Yo: "Mire jovencito, si me vio a mí cara de borracho, guárdese sus impresiones para usted."

Pregunta: ¿Con qué tres blogeros pasaría usted una noche de locura sexual?

Yo: "Mire jovencito, si me vio a mí cara de sexópata, la verdad es que tiene toda la razón. A la mayoría no los conozco en persona. Lo que sé es que si pudiera ser con los tres a la vez, mejor. Y le digo más: ¿Por qué lo limitamos a tres, habiendo tantos blogeros sueltos por ahí?

Pregunta: ¿Está usted satisfecho con su blog?

Yo: "Si estuviese satisfecho seguramente no postearía más. Está en la naturaleza del blog su permanente vocación de mejoría. Mi blog, como todos, tiene cosas copadas y cosas horribles según quién lea. A partir de allí, se puede decir que la basé está."

Pregunta: Elija entre tres y cinco blogeros para que contesten estas mismas preguntas en su blog.

Yo: "Pero qué es esto ¿Un test psicológico? El que quiera que las conteste y el que no quiere que siga su camino. Yo no soy quién para elegir a nadie."

sábado, 11 de agosto de 2007

Válvulas oníricas

“Por la madrugada, digamos a las dos o a las tres, lo sé porque de a ratos miro el reloj (mientras puede que una colchoneta de nubes bajas esté regurgitando la luminiscencia de Capital y alrededores, lo que achica la noche, la priva de estrellas heladas), sucede que una armada de ideas me contamina el cerebro. Lo que alcanzo a saber con un mínimo de rigor estadístico es que son varias ideas ansiosas, disparando como cucarachas de pronto liberadas en un terreno extraño, ideas que serpentean y que se trastabillan las unas con las otras, haciendo gala de una inusitada torpeza, enlazándose de mil maneras nuevas que no atino a apresar con los dedos de la memoria, así dejándolas ir. Imposible hacer nada porque se echan a perder una vez traspasado lo repentino del momento. Claro que, como le ocurriría a cualquiera, apenas me puedo dormir con ese corso de ideas esquiando por mis recodos neuronales. Muchas de ellas se contradicen con comicidad, otras invitan a la muerte o al delirio. Las más intrépidas remontan hasta las mismísimas puertas giratorias de mi conciencia, donde pueden entrar y salir ad libitum sin un mínimo de pudor. A éstas las puedo ver. Están ahí, claramente delimitadas.”

“Veo que se cruza para este lado, ojo que esto viene a modo de ejemplo, un teatro. Puede ser un teatro elegante en una calle de Olivos (puede o no ser la misma sobre la que vivía, pero qué importancia tiene); en ese teatro, en ese escenario ante ese público, podría estar yo mismo actuando una obra de mi autoría; una obra que es acaso mi propia vida, o mi propia vida interpretada de diversas formas. Solo así se puede explicar cómo aquel gol errado increíblemente una tarde de colegio (el arquero gateando, la pelota mansita, el arco ahí nomás, y después las carcajadas) finalmente lo termine marcando en los primeros compases de la sonata Waldstein al principio del verano, cuando la navidad todavía era más que una formalidad de ofertas y promociones jugosas. En ese escenario también protagonizo una rotunda rapiña de sexo, en la que los espasmos de mis amadas (y un tornasolado gradual en sus vientres) delatan orgasmos poco comunes que se prolongan tanto como se me antoje, pero aún sigue doliendo la indiferencia de esa puta gallega que nunca alcancé a confundir con los enciclopedismos de mi supuesto orgullo. Unas tras otras, las imágenes del virtuosismo y la derrota piensan por mí, me arrinconan y pisotean su propia huella en doble mano por todo mi cuerpo. Uy! si en este estado pudiera sentarme y recobrar cada hilo, cada voz, cada concepto, sería posible para mí hacer lo que sea. Estoy muy seguro, muy seguro, de que en alguna chispa de todas esas está la contraseña de algo que sirva para dominarme por completo. Cosa que no me vendría nada mal en tanto siempre, por algún motivo, quedo situado más bien del lado opuesto a mi voluntad.”

“Pero después ya con el día, con la luz, las cosas pierden todo sentido: la existencia no vuelve a ser más que esa ficción de viceversas ensayadas, donde los moldes sociales conspiran en cada vacilación, donde el sol no se permite alumbrar más que una colonia de seres que van y vuelven como cultivos ambulantes por el mismo zodíaco que éticas ancianas les han trazado, en sus biblias ruminando cómo imitar provechosamente las Fórmulas del Éxito. Con todos ellos habré de irme yo también, a la caza del dinero y el bienestar (a los que me han acostumbrado bien, por otra parte) hacia los templos donde se me pedirá pasión por cosas que me son monolíticamente ajenas, así todo el tiempo (que tiende a durar pero que muy pronto ya no será nada). Procuraré pues que vean a un sujeto precavido, un sujeto higiénico, un sujeto modular, un sujeto ambicioso pero manso, para que con una o dos zanahorias pendulando frente a mis ojos me muden para dónde más les convenga. Hasta es mejor que ni me vean, para el caso; mejor será que me confundan con el fondo, la escenografía, con esa pátina ecualizadora que dibuja a los bichos caminantes en el plano de las edificaciones y las murallas y las torres de alta tensión. Supongo que no me será tan difícil, además, todos lo recomiendan.”

“Al menos durante unos años estará la noche; esa carencia de luz y esa soledad que es sin dudas la máxima falla que tenemos. En esa soledad, también la más entendible de las compañías, la próxima vez estaré bien atento a cuando las válvulas oníricas revienten en pedazos y las ideas infernales vuelvan al control del mundo. Tal vez, gracias al empleo astuto de las palabras o a algo de suerte (que nunca está de más), pueda descifrarlas, dotarlas de un cuerpo mortal y así mimetizarme con ellas. Si lo consigo, ese mundo, en ese momento puntual, será al fin una posesión soberana. Y ya no volveré. Ya no más ese holograma de síntomas en la epidermis que, con su arte de aparentar, no hacen más que burlarse, reírse de mí en plena vigilia.”

lunes, 6 de agosto de 2007

Conferencia perdida de Alvin Toffler (Entretejiendo naderías)

Todos los que alguna vez tuvimos en cuenta la mendacidad de lo efímero nos hemos pronuciado en contra de la herejía que se desprende de las contiendas, tan halladas por estos días, en las que nunca se sabe quién o qué conduce los hilos mayoritarios. Dado por sentado el objetivo, los epistemólogos han respetado su propia máxima y pueden decir que, al fin y al cabo, las causas pendientes que rebosan de fragilidades nunca serán halladas en esos islotes ecuménicos donde supuestamente desfondan. No pocos han hecho oír sus voces, levantadas en súplicas que poco tienen que ver con nuestra realidad actual, reclamando que se anule la ley vigente en el cuadrante etario en uno o varios satélites ilocalizables. Bastante poco se ha estipulado, en cambio, sobre la incapacidad de los clérigos malditos para predecir las vedas oportunas que el estado mayor dicta, no por casualidad, en su sacro nombre. Esto se debe básicamente a dos razones; por un lado los superíndices que ionizan los vástagos del sorgo tienden a subir su cotización estándar: por el otro, es verdad que casi siempre hay palomas agonizando en los altos llanos que están más allá de lo que vemos, y algunos también oyen. Casi cualquier búsqueda en este sentido corre el riesgo de revelarse infructuosa; nunca quedará aclarada dicha cuestión mientras, al menos desde un punto de vista nihilista, no queden directrices a las que apuntar para sacar al mundo de su vicioso despotismo jovial.

De todas maneras, la cuestión sobre el amor desleal es susceptible de ser escindida en tres o cuatro parámetros asequibles para quienes pretendiesen, en un rapto de positivismo burgués, reconstruir la moratoria del jubileo. En una primera instancia hay un algo, aquello que no sabemos, que por el momento podemos llamar “tropos”, en tanto que precede a su propia entidad mientras no aparenta volver. Es ante todo una forma de eludir el problema de la estética, cuyas aristas más refinadas raramente han estado empotradas en esas largas apoyaturas, hoy naturalmente caducas. Habrá, y esto no deja de ser improbable, quienes sostengan que ante la duda vale la pena el escarnio de la defensa del sistema ptolemaico: si, por ejemplo, la palabra italiana “nubile”, derivada del fraseo de los escolásticos nubirem (que vendría a remitir a la plutocracia de un Thomas Mann pasteurizado), pudiera ser recortada sobre el sistema figura-fondo de su misma verticalidad, se podría indagar la miopía de aquellas comunidades que, acaso, han paladeado el juego de Scotie Pippen en su plenitud.

En una segunda instancia, y aquí nos vamos a concatenar aunque sea en modo tangencial con la teoría del “hyper-espectrum” de la escuela de Vía Flaminia, pasamos a denominar una suerte de espacialidad oscilante en cuyos vectores de flujo (vecteurs de flux) hallaremos, y esto entendido quizás banalmente, el núcleo deíctico de la mayor fracción del problema (sin omitir una fracción menor en cuya disyunción étnica han querido ver algunos la voracidad de un correcaminos). Siempre volviendo a los hechos acaecidos durante el medioevo en el período conocido por muchos historiadores como La Gran Salpimentación de los Frigobares, nos situaremos ante una posibilidad de “sincretismo social”, o bien, “sincretismo asintomático”, en cuyos cauces han empezado a florecer tercas hipótesis de improbable origen hispánico-parlante.

Es la tercera instancia o etapa la que aparece como genuinamente problemática o - si rastreamos un término más concordante con la tradición Hegeliana de tostar el pan lactal de un solo lado – enervante, en el sentido mundomariniano de su vasta terminología. Es en este tipo de confrontaciones espirituales donde nos vemos cara a cara con el duodeno de Morley y el apéndice de Shostakovich. Porque, y aquí quizás germinen las dificultades más extensas que ofrece el diagrama de Venn cuando se halla entablillado, no es la simpleza del azar la que pretende desnudar a los titiriteros de la democracia (Ismael Serrano y Cía.), sino el mismo establishment del clero, el cual, si bien ha estado cerca, no ha sucumbido ante la mala prensa que suele cultivar la resurrección de la carne en las altas esferas de la barra brava de Aldosivi, últimamente muy ligada al tráfico de piernas ortopédicas para babosas emancipadas y, sobre todo, al montaje de reality-shows ilegales en la Triple Frontera. Es en este punto crítico en el que las alianzas se resquebrajan, quizás imperceptiblemente, pero con consecuencias a veces evitables en los mercados de la periferia, sobre todo en el área comprendida entre el eje financiero de Belmopán y el corredor ecológico ártico donde pueden verse osos polares todos los meses del año, armando sus árboles navideños anticipadamente.

Un ejemplo lo suficientemente concreto viene provisto por el ahora legendario Mario Grasso, en cuyas maniobras “retro-spectivas”, fuertemente objetadas en su momento por el parlamentarismo villero, puede hallarse tal vez el mayor clivaje pre-operacional con arreglo a fines de este lado de la línea internacional de cambio de fecha, al menos en los últimos veinticinco antaños. Grasso, probo experto en el mundano arte del punk-rock panfletario, había encontrado un nicho de negocios con la comercialización de magazines pornográficos para bisabuelos postizos. El boom de la Bayaspirina Forte (con tecnología capaz de evitar el agregado de azúcar impalpable para las llamadas lenguas vivas) y la caída de precios en los prostíbulos de calle Lavalle demostraron, en todo caso, que era el hombre justo con la idea justa en el momento Juan B. Justo. Hoy en día, alarmada por el crecimiento ostensible del “libertinaje geriátrico” – así lo han dado en llamar los apocalípticos – ciertos sectores de la avanzada izquierdista napolitana (cuyo lema, irónicamente, reza: “A la izquierda de la izquierda”, es decir, a la derecha, y cuyo himno sigue siendo el tema “Walk Of Life” de los Dire Straits) han propuesto a la gestión del Jefe de Gobierno, mediante una solicitada emitida por la Agencia Fatua, un sistema de parquímetros con forma de helicóptero que deberían instalarse en los terruños públicos que los jóvenes y no tan jóvenes utilizan como geografía para perfeccionar la carantoña de Neanderthal (siempre inconclusa), el nasal-fuck popularizado por Romina Gaetani y otras prácticas de sexopatía corporativa (porque esta es, muy en el fondo, su naturaleza). Ha sido harto difundido, y por ende el lector no debiera desconocer, que dichas prácticas fueron recientemente avaladas por el Concilio Vaticano III luego de que la Papisa francesa Amelie Mauresmo adhiriera al free love largamente solicitado por el mártir xeneize Timothy Leary, en aquel cónclave organizado por agentes del KKK (apropiadamente encubiertos como marineros de jerseys turgentes con sinusitis).

A propósito del amor desleal, entonces, y retornando a la cuestión de la cultura popular y su peligrosa obsesión con los números impares (por ejemplo, y sin irnos más lejos, podemos mencionar a los tres chanchitos, los cinco latinos, los siete samuráis, los bizcochos nueve de oro, el once contra once, los martes trece, las fiestas de quince, y las diecisiete maneras distintas de dibujar decágonos regulares con un pincel atado al hombro), nos queda dilucidar cierta tipología estilística sobre los repertorios legislativos en el seno de nuestros juzgados y regímenes carcelarios. Mientras la ley sea impartida desde las cortes, con la afinidad institucional que el status-quo hoy garantiza, se seguirá dando un mensaje equivoco a aquellos que buscan el objetivo político desde los cortes, como ha ocurrido últimamente con los tractorazos de Nito Artaza y su Movimiento Armado de Babushkas (acento en la primera sílaba, ¡Guarda!) con Sed de Sangre (bloodthirsty). Nótese la diferencia morfológica en este sentido. Cuando Fito Páez, en un célebre reportaje a Radiolandia en el año MMVII d.c. decía “El planetario es un buen lugar para fagocitarse una chala, man” se refería, justamente, a este tipo de ambigüedades semánticas que nuestro vocabulario aún custodia como remendones de la época de Cervantes, el Mono Navarro Montoya y las funciones de trasnoche de la agrupación A.N.I.M.A.L. (Sigla para Acá Nunca Intentamos Metérsela A Lopilato).

Provisionalmente, estamos en condiciones de redactar una conclusión temprana pero pertinente que, si las expectativas de nuestros sueños están para ser cumplidas, deberá ser aprobada como epitafio final del mundo moderno, cuando los monolitos universales apunten a la roca muerta y parda de nuestra Tierra otrora elegante, bajo la sombra de una enana blanca que alguien en algún momento pudo ver brillar a través de unas muy lookeadas gafas oscuras, quizás cabalgando por las planicies y ciertamente maravillándose ante la inagotable energía cósmica desplegada ante sus narices. Hace poco, y esto viene al caso por más de una razón académica, Sol Acuña explicó en el confesionario de Gran Hermano (no famosos) que: “Sería necesaria la energía consumida por los Estados Unidos durante decenas de años para generar el equivalente a un sol durante un segundo. Por eso me llamo como me llamo”. Esto le valió una nominación de parte de Haliburton, que no quiere competencia – realmente no la quiere – a la hora de definir qué recursos energéticos debemos utilizar y qué precios debemos pagar por ellos.

“Somos rehenes”, dice una “misheard lyric” del grupo Wings. Amén. Y una última aclaración antes del inevitable epílogo: a quién no le gustan los canapés éstos, especialmente si los sirvieron con pepino engatillado.